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Comentarios acerca del velo

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Comentarios acerca del velo
de Salomé Núñez y Topete
Nota: «Comentarios acerca del velo» (7 de abril de 1922) Nuevo Mundo (1472)
COMENTARIOS
ACERCA DEL VELO
por
Salomé Núñez y Topete

N

adie, ó casi nadie, se ha ocupado en hacer la historia del velillo.

No falta, sin embargo, quien tenga la bondad de referirnos que griegas y romanas fueron exageradamente aficionadas al velo, así como las egipcias y las asirias. Odaliscas, esclavas y vestales no prescindían de él. Durante el primer Imperio, acentuóse mucho la boga de guipures y encajes, que caían desde el centro del sombrero al final del rostro.
Hay quien dice que jamás ha sido tan refinada y tan adorable la parisiense como en tiempos de «la santa muselina»; es decir, desde 1830 á 1838, en que el velo simpatizó de lo lindo con el sombrero, y éste hizo también grandes migas con las gasas de Menfis, las batistas del Mogol, las muselinas de Colconda, los encajes de Malta, la batista «Manfrignense»—¡oh, Balzac!—, el tul, los encajes Chantilly, Inglaterra y Bruselas, á más de los festones de puntilla y los primorosos bordados que hacían del velillo un verdadero primor. Pero, ¡ay!, que de 1840 á 1850 el velo declina, se transforma y pasa á ser una especie de careta; luego, y no hace aún muchos años, quedó en antifaz.
Se han dicho muchas cosas del velillo; y, algunas veces, cosas muy bonitas. Es el complemento, el último toque de la toilette y de todos los artificios. Es el encargado de disimular lo que es feo y realzar lo que es bello. Lindos versos le dedicó Copée...
Con el segundo Imperio comenzó el furor por el velillo de tul negro, liso ó moteado. Estuvo en todo su apogeo en 1867. Después del que se llamó «Emperatriz», que obtuvo un éxito grande y duradero, y que se hacía de tul point d'esprit, vino el velillo Perichole, también magnífico. En 1880 el entusiasmo fué para el titulado merveilleux, blanc, con motitas plateadas ó doradas. Sucedióle el «odalisca», de tul encarnado.
Este asunto del velillo daría materia para una muy interesante monografía—ó chismografía—, con sus buenas y sabrosas anécdotas.
Llámanle «depósito del polvo de la calle», y llaman «poco cuidadosa» á la mujer que antes de volvérselo á colocar no lo desinfecta. El de hoy vuelve á ser cariñoso: queda muy unido al rostro.
Las exigencias del buen tono no lo admiten, por la tarde, en las recepciones de cumplido; sin embargo, algunas entonadas lo siguen llevando. ¡Cosas de la edad!...

Estoy pensando, lectoras, que no me conformo con no haberme atrevido á repetiros lo que dijo Copée. Pero ya no es hora: ha sonado la de terminar. Corramos un velo.