Compendio de Literatura Argentina: 09
CAPÍTULO VI
[editar]ÉPOCA ROMÁNTICA
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La civilización antigua y la moderna ó el genio clásico y el romántico se dividieron el mundo de la literatura y del arte, ostentando, el uno, las formas regulares y armónicas de su modesta y uniforme civilización, presentándonos el otro los símbolos confusos, terribles y enigmáticos de su civilización compleja y turbulenta.
El espíritu del siglo, llevaba á todas las naciones á emanciparse, á gozar de la independencia, no sólo política, sino filosófica y literaria; á vincular su gloria no sólo en libertad, en riqueza y en poder, sino en libre y expontáneo ejercicio de facultades morales y de consiguiente en la originalidad de sus artistas.
La literatura argentina había nacido clásica, pero pronto cambió de rumbos, buscando en las flexibles formas del romanticismo, más ancho campo á su imaginación naciente. Porque eran precisamente las incipientes literaturas sud americanas, las que se hallaban en mejores condiciones para cambiar de escuela.
La cultura empezaba; verdad que se había sentido el influjo del clasicismo, pero fué sólo de rechazo, y aunque algino lo profesara, lo hacía sin séquito, porque no podía existir opinión pública racional sobre materia de gusto en donde la literatura estaba en embrión, y no era una potencia social.
Conocidas las discusiones sobre las escuelas, sostenidas por los escritores europeos, no titubearon los de estos países en inclinarse decididamente al romanticismo, á esa sublime poesía, que fiel á las leyes esenciales del arte no imita, ni copia, sino que busca sus tipos y colores, sus pensamientos y formas en sí misma, en su religión, en el mundo que la rodea, y produce con ellos obras bellas y originales. Pero el romanticismo no es solamente el fruto sencillo y expontáneo del corazón ó la expresión armoniosa de los caprichos de la fantasía, sino también la voz íntima de la conciencia, la substancia viva de las pasiones, el profético mirar de la fantasía, el espíritu meditabundo de la filosofía, penetrando y animando con la magia de la imaginación los misterios del hombre, de la creación y de la providencia; es un instrumento maravilloso, cuyas cuerdas sólo tañe la mano del genio que reune la inspiración á la reflexión, y cuyas cuerdas sublimes é inagotables armonías expresan á la vez lo humano y lo divino.
José Esteban Echeverría, nació en Buenos Aires el 2 de Septiembre de 1805.
Cursó sus primeros estudios en el colegio de ciencias morales, hasta el año 1823, en que salió para dedicarse al comercio. Pero las prosaicas ocupaciones que desempeñaba contra su inclinación, no pudieron sofocar las que predominaban en él. En los momentos que le dejaba libre su empleo, tomaba lecciones de francés y leía en esta lengua libros de historia y de poesía.
Sin embargo, hasta los diez y ocho años, dice él mismo «pasaba sobre las horas, ignorando donde iba, quien era, como vivía.»
Este estado tuvo su término el año 1825, en que decidió hacer un viaje á Europa, para reanudar sus interrumpidos estudios.
Nacido en un país que ama con delirio, pero en dónde ni la historia suministra experiencia, ni el arte ostenta sus prodigios; en donde son pobre las escuelas y carecen los maestros del prestigio de la fama, toma el camino del viejo mundo, creyendo hallar allí los elementos de saber de que carece en su patria, y una fuente abundante y pura en que saciar la sed de ciencia que lo devora.
Provechosos fueron, en efecto, sus estudios, que llevó á cabo con una paciencia y constancia admirables. No sólo se dedicó á su favorita, la historia, sino también á otras múltiples ramas del saber, abarcando en estas desde la geometría y la química hasta la filosofía y la economía política.
En medio de estos arduos estudios, emprendió otro que no es menos importante cuando se toma con seriedad. Las cuestiones suscitadas por el romanticismo, eran entónces