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Con motivo de la vuelta anunciada de la escuadra española

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Con motivo de la vuelta anunciada de la escuadra española
de Clemente Althaus


«Mar de libres, Pacífico océano
»que de hermanas repúblicas, ufano,
»circundas y acaricias las riberas:
»ya de leve España las guerreras
»naves, armadas de incendiantes truenos,
»surcan veloces tus tranquilos senos.
»No a tu, apacible nombre
»que eterna paz, en venturoso agüero,
»promete al navegante, hoy correspondas;
»y en repentina tempestad que asombre
»el más osado corazón de acero
»hincha y revuelve tus serenas ondas;
»y pues hollarlas con desprecio miras
»tan fieros aparatos militares,
»la guerra imita y espantables iras
»de los más turbios procelosos mares.
»No en ti permitas tal baldón; y como
»engreído corcel, que no consiente
»sino del dueño el conocido peso,
»lanza del fuerte sacudido lomo
»al que a oprimirle se atrevió imprudente;
»tal, indignado, de tu undosa espalda
»sacude los ibéricos navíos,
»y estrellados en ásperos bajíos,
»los sepulte tu líquida esmeralda.
»Más ¿qué profiere la cobarde lengua?
»Tan insensato ruego
»es del honor, del patriotismo mengua:
»¿tan muerta yace nuestra fe ¿Tan poco
»en el vigor de nuestros brazos fío,
»que tu furor bravío,
»desalentado; en nuestra ayuda invoco?
»¡Ah! no, jamás: en tu llanura quieta
»quietud más honda esparzase: respeta,
»respeta, oh mar, las naves españolas;
»y, cual si fuese el que tu seno oprime
»dulce peso y amigo,
»aquí le traiga con amor tus olas;
»no: no nos niegues el placer sublime
»de la venganza y del feroz castigo.
»Deja, deja que lleguen al alcance
»de nuestra ansiosa diestra furibunda
»que ardientes globos en sus cascos lance
»y en tus cavernas lóbregas las hunda:
»o las salven del último destrozo
»que amenazando esté nuestro denuedo
»las alas rapidísimas del Miedo».
Así mi voz decía
presagiando a mi patria excelsa gloria,
y cumplió mi esperanza y profecía
del Dos de Mayo la inmortal victoria.
Y hoy to renuevo mi plegaria ardiente:
de tu nombre a la paz siempre conforme,
rueda nadante o voladora vela
deja que muevan la «Numancia» enorme,
«Blanca» altiva y ufana «Berenguela»;
y cuantas, de armas y valor desiertas,
huyeron presurosas, o impacientes
de curar las heridas
en sus cascos abiertas
por nuestras crudas balas encendidas.
Si el primer escarmiento no domolas,
las domará, las domará el segundo,
cuando, heridas de muerte,
pidan, por tantas bocas al beberte,
tu abismo más profundo.
Y en vano, en vano a la vencida flota
otras se juntan naves altaneras:
ya tardan: lleguen; porque llegan sólo
a ser de la derrota,
a ser de la ignominia compañeras.
Nada, oh Iberia, nada
arredra ya nuestro valor triunfante;
aunque repitas la Invencible Armada
que enviaste un día en opresora guerra,
cual móvil bosque, cual ciudad flotante,
contra las libres playas de Inglaterra.
Una nueva belígera Venecia
ir cortando orgullosa parecía
las ondas cuyo enojo desafía,
los vientos cuya cólera desprecia:
y vientos y ondas, a la par crüeles,
sepultaron los últimos escombros
de la selva más densa de bajeles
que el mar sostuvo en sus movibles hombros.
A igual suerte y más dura condenada
la que, de esa rival, mandes ahora,
verás cual la dispersa y anonada
el brío y saña del valor peruano,
que iguale en su pujanza destructora
a vientos y océano.


(1867)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)