Conferencias sobre higiene pública: 01
El barrido de las calles. ¿A qué horas debe efectuarse? El riego. El polvo de origen extra-urbano. Limpieza de las calles en algunas ciudades del Pacífico. Sus mortalidades. El barro. Manera artificial de arrastrarlo hasta el río. Urinarios ó "water-closets".
Así como en las casas, también en las calles se producen basuras, de cuya perniciosa influencia anti-higiénica hemos hablado en la conferencia anterior.
Producidas por el tráfico, por parte de los desperdicios de las casas, y por el polvo que el viento levanta y el agua deprime y humedece, son estas basuras no solo de repugnante aspecto, sino también causa de enfermedades, por la razón tantas veces dicha y repetida de que, siempre que estos tres elementos, materia orgánica, humedad y calórico, se encuentran reunidos, dan por resultado el miasma, que ataca y destruye al organismo humano.
El medio indicado para precaver á la población urbana de estos inconvenientes, es practicar el barrido de las calles; es decir, aglomerar en varios grupos por medio de escobas, palas y otros instrumentos, la basura que en ellas exista, para ser en seguida arrojada en el carro municipal y transportada á los lugares que ya conocemos.
En París se han ensayado máquinas con este objeto. Se presenta, sin embargo, una dificultad. ¿A qué horas debe hacerse el barrido de las calles. Algunos piensan que este servicio público debe verificarse á las 11 ó 12 de la noche.
Nosotros creemos más conveniente efectuarlo durante las primeras horas de la mañana; porque de noche, por más elevada que sea la hora, siempre existe el tráfico, sobre todo en una ciudad populosa, aunque notablemente disminuido si se le compara con el del día. Ahora bien, el entorpecimiento consiguiente que sufriría el servicio del barrido nos determina á aconsejar su ejecución en las primeras horas de la mañana.
Para esto se necesita un personal numeroso, es cierto, pero la limpieza se haría en muy corto tiempo, pudiendo los peones que la practicasen ocuparse en otros trabajos durante el resto del día.
La cuestión del riego en las calles es de las más delicadas.
El riego debe hacerse inmediatamente antes ó después del barrido, porque si se practica cuando las calles están cubiertas de polvo y de materias orgánicas, sería altamente funesto para la salud. Por lo demás, todos hemos podido observar el olor particular que del suelo se desprende cuando, estando sin limpieza superficial, se le ha regado, contrariando las prescripciones terminantes dictadas por la ciencia á este respecto.
La mayor parte del polvo que se observa en las calles empedradas, en ciertos días, proviene de las calles y terrenos sin empedrado de los alrededores de la ciudad y de los pequeños pueblos adyacentes.
Los vientos del Oeste y el Pampero traen generalmente tierra que, al chocar contra las murallas de las casas, forma remolinos y se deposita luego en la superficie del suelo urbano.
El polvo, que es conducido por la atmósfera en sus movimientos hacia el Este, cae, por la acción refleja verificada en los muros de las casas, sobre la mitad occidental de la calle.
Con el objeto de remediar las incomodidades ocasionadas por el polvo de origen extra-urbano, se ha aconsejado y llevado á cabo, en ciertos países, la plantación, en los alrededores de la ciudad, de árboles elevados como los ciprés, los pinos, etc. Las partículas térreas son detenidas, de esta manera, por el tupido ramaje siempre verde de estos árboles.
Hemos pedido últimamente informes sobre el barrido que se hace en algunas ciudades del Pacífico. Se nos han suministrado y, como vamos á ver, despréndase de ellos que la higiene de una ciudad no depende exclusivamente de la limpieza superficial.
En Valparaíso se limpian las calles con la mayor prolijidad, siendo las autoridades tan severas á este respecto, que impiden al transeúnte arrojar en su camino hasta un pedazo de papel.
El que deja caer de sus manos cualquier especie de basura, es obligado por el vigilante á recogerla.
En Lima, son los gallinazos (animales semejantes á los cuervos) los que se encargan de la limpieza de las calles.
Es prohibido el matarlos, bajo penas severas, pues de ellos depende el mayor ó menor aseo de la ciudad.
Juntamente con estos datos satisfactorios en lo que respecta al barrido superficial, vienen las estadísticas de mortalidad más aterradoras.
El número de defunciones que anualmente tienen lugar en Valparaíso es de 1 por 19! En Lima, 1 por 20!
En Buenos Aires, en que el barrido de las calles se ha hecho siempre mal, la mortalidad de los últimos tiempos, contando las 17.000 víctimas de la fiebre amarilla y las del cólera, ha sido de 1 por 29, bajando en la actualidad á 1 por 38; cifra que no es exorbitante, pero que no alcanza á la de Londres, en donde la proporción es de 1 por 41.
Cuando este polvo y estos desperdicios orgánicos que constantemente existen en nuestras calles, sufren la acción del agua meteórica que se deposita con escasa energía sobre la superficie del suelo, entonces, por esta razón, á la que se debe agregar el tráfico, se produce lo que se llama el barro.
Este barro, que persiste por algún tiempo después de pasada a lluvia, es una fuente de miasmas, por su composición que ya hemos mencionado, y por la acción del sol.
Entre nosotros se descuida completamente este punto, como muchos otros, pues las calles, en el estado á que nos referimos, son abandonadas á la espontaneidad de los agentes naturales, en detrimento de la salud pública; actuando estos de una manera benéfica en el solo caso de producirse una lluvia enérgica y copiosa que arrastre mecánicamente el lodo, y lo conduzca por los declives del terreno hasta el río.
Pero no siempre llueve fuerte después de una lluvia ligera, y los fenómenos que hemos señalado se hacen sentir sobre todo en nuestras calles más centrales, en que el gran tráfico y la escasa penetración de los vientos y de los rayos solares, por la estrechez de la vía y la altura desproporcionada de los edificios, favorecen la producción y la conservación del barro, el cual, á más del inconveniente de viciar la atmósfera, presenta otros que son del dominio público.
Si, pues, el agua meteórica que se desprende de la atmósfera en gotas animadas de cierta energía de presión, tiene el poder higiénico de disolver mecánicamente y arrastrar el barro de las calles, dejando á estas limpias y aseadas, se nos ocurre que este beneficio que la naturaleza produce, irregularmente como hemos dicho, podría ser suministrado por el hombre artificialmente. Para esto, y sobre todo una vez que estuviesen terminadas las cloacas, podría verificarse el lavado de las calles por medio de las aguas corrientes; disponiendo convenientemente maneras en los surtidores, para que la presión del líquido sobre las veredas y sobre la calzada se efectuase con mayor intensidad; siendo practicada esta operación por personas al efecto contratadas.
Dejando así terminado lo que se refiere al barrido superficial de las calles, pasemos ahora á ocuparnos de los urinarios públicos y gratuitos, llamados por los ingleses water-closets.
Es conocida por todos, prácticamente quizás, la conveniencia de establecer en las ciudades locales adecuados para recibir las deyecciones líquidas de los individuos que transitan por las calles y plazas públicas.
El que esta función de la economía humana se verifique sobre la superficie libre del suelo y sobre los muros de las casas, presenta inconvenientes que afectan á la decencia, y muy particularmente á la salubridad.
Las emanaciones amoniacales y otros principios que se desprenden de la orina animal, abandonada á los agentes meteóricos, actúan maléficamente sobre la salud de los individuos; lo que explica que ciudades antiguas, como Roma, en tiempo de sus emperadores, contaban ya con los medios de remediar los perjuicios sanitarios y morales que hemos indicado.
Estos medios eran los urinarios públicos.
Pero es necesario que estos receptáculos de las deyecciones humanas sean establecidos en abundante número, para que la autoridad tenga más fuerza en el derecho de prohibir que los transeúntes llenen una función, que por otra parte es vital, en plena calle y á la libre atmósfera.
En el año 1871 contábanse en París 687 urinarios públicos de manera que había uno cada 1.230 metros. Esta cifra es insuficiente según la manera de pensar de un autor respetable.
Respecto á la forma ú organización de estos aparatos, puede ser muy diversa, pero la que parece más perfeccionada es la que presenta el aspecto de un kiosko, que se ha adoptado últimamente entre nosotros.
Por lo demás, consultando la salubridad y la decencia, los urinarios públicos deben llenar las siguientes condiciones: 1º. ser colocados en parajes científicamente elegidos; 2º. que las personas que á ellos acudan estén aisladas, lo más posible, unas de otras; 3º. que estén provistos de puertas, para sustraer su interior á las miradas del transeúnte; 4º. que tengan un buen sistema de lavado y de desagüe.