Consagración
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Surgió tu blanca majestad de raso, toda sueño y fulgor, en la espesura; y era en vez de mi mano -atenta al caso- mi alma quien oprimía tu cintura... De procaces sulfatos, una impura fragancia conspiraba a nuestro paso, en tanto que propicio a tu aventura llenóse de amapolas el ocaso. Pálida de inquietud y casto asombro, tu frente declinó sobre mi hombro... Uniéndome a tu ser, con suave impulso, al fin de mi especioso simulacro, de un largo beso te apuré convulso ¡hasta las heces, como un vino sacro!