Contra valor no hay desdichaContra valor no hay desdichaFélix Lope de Vega y CarpioActo III
Acto III
FLORA y BATO, de soldado gracioso.
BATO:
¿No vengo bizarro, Flora?
FLORA:
Y galán tan singular,
que te pudiera envidiar
el que lo fue de la aurora.
Bien es que en esta jornada
del más gallardo, presumas,
porque no hay galán sin plumas
ni valiente sin espada.
A lo gallardo he pensado
que has de igualar el valor,
porque del ruin labrador
sale siempre el buen soldado.
Entre cuanta gente viene
por varias partes a Ciro,
sólo te alabo y te admiro
de cuantos soldados tiene.
BATO:
Díceslo, Flora, burlando;
mas, pues ya no puede ser
que a Ciro puedas querer,
que me quieres voy pensando.
Ya Ciro es rey, ya gobierna
ejércitos, no ganados;
ya camina entro soldados
a conquistar fama eterna.
Ya, en vez del rudo jumento,
feroz caballo corrige
con duro freno, y le rige
entre la tierra y el viento.
Ya no hay bueyes que administre
la aguijada del arado;
armas viste, y fresno herrado
pasa de la cuja al ristre.
Con esto, de las crueldades
de su abuelo se defiende:
imperios Ciro pretende,
no labranzas ni heredades.
No busca Ciro las tierras
donde los ganados pacen;
que las majestades nacen
enseñadas a las guerras.
BATO:
Ya, con más altos intentos,
aspira a reinar, no a ti:
quiéreme tú, Flora, a mí,
y juntemos pensamientos.
Llevaréte, si me quieres,
al lado por esas guerras;
verás mares, verás tierras,
que es condición de mujeres.
Ea, ¿qué lo estás pensando?
Que Filis, con ser quien es,
a Ciro sigue después
que ha visto a Ciro reinando.
Y tenemos copia inmensa
contra el viejo Rey cruel,
aunque nos han dicho que él
no se duerme, en la defensa.
Que sabiendo que vivía
su nieto, y que gente armaba,
del Júpiter blasfemaba
y a Arpago matar quería.
Y así, de varias naciones
tan grande campo ha formado,
que cubre el más dilatado
de banderas y escuadrones.
Pero de Ciro el valor
tan animoso le espera,
que no pienso que pudiera
ser el de Marte mayor.
FLORA:
Yo, Bato, desengañada
de que era bárbara ley
querer un nieto de un rey,
entre estos montes criada,
de pensamientos mudé;
que era loca fantasía,
y aquel amor que tenía,
como se vino se fue.
Ni de ti ni de otro alguno
de cuantos Dios ha criado,
estimaré su cuidado,
ni le tendré de ninguno.
Hayan los hombres nacido
en buen hora, cuantos fueren,
para quien ellos quisieren;
logren su amor o su olvido;
que yo los doy desde aquí
a las que no los conocen,
y muchos años los gocen
sin darme celos a mí.
Siempre nos causen desvelos
los firmes y los más justos:
¡mal año para sus gustos
si tengo de ver mis celos!
(Vase.)
BATO:
Dejarás de ser mujer,
serás piedra, y no persona;
que la más fuerte amazona
hombres hubo menester.
Mas ya nuestro Marte miro,
que con la divina rama
del sol su gente le aclama
por rey.
(Tocan cajas dentro.)
(CIRO, con laurel; FILIS, en hábito corto; MITRÍDATES, SOLDADOS y MÚSICOS.)
SOLDADOS:
¡Rey Ciro, rey Ciro!
MÚSICOS:
(Cantando.)
Coronad, soldados,
la ilustre cabeza
del valiente Ciro,
nuevo rey de Persia.
¡Al arma, al arma, al arma; guerra, guerra!
Toca la caja, y ríndase la tierra.
(Tocan la caja a rebato.)
CIRO:
No desdice a mi laurel
la música, pues se cuenta
de Aquiles que se incitaba
con la música a la guerra.
Por incapaz el caballo
del dulce son de las cuerdas,
al de la caja se anima,
y a la voz de la trompeta.
MÚSICOS:
¡Al arma, al arma, al arma; guerra, guerra!
Toca la caja, y ríndase la tierra.
FILIS:
Bien pareces laureado;
pero no sé cómo pueda
pensar que me ha estado bien,
Ciro, tu inmensa grandeza.
Alégrame de mirarte
príncipe de Persia y Media,
y de ver que con justicia
tan grande imperio pretendas;
el aplauso que te han dado
las escuadras que gobiernas,
la fama de tus principios,
las armas de tus banderas;
pero no puedo alegrarme
que contra mí te engrandezcas.
Reina me hiciste en las burlas
para no serlo en las veras.
CIRO:
Filis, aquel mismo soy
que antes de ser rey; no temas;
que obligaciones honradas
son en las almas eternas.
Bajos pensamientos tiene
quien los amigos desprecia
que tuvo cuando era humilde,
por vanidad y soberbia.
Para mí siempre serás
lo que fuiste.
FILIS:
No desea
mi alma tus reinos, Ciro;
tú solo en mi pecho reinas.
CIRO:
Mitrídates...
MITRÍDATES:
Hijo mío...
Perdona, que no quisiera
perder aquel nombre amado
que trasladaron las fieras
a mis entrañas el día
que pude librarte dellas.
CIRO:
Esta carta al Rey, mi abuelo,
escribo para que crea
el ánimo con que estoy.
Tú la has de llevar.
MITRÍDATES:
Mis fuerzas
ya no son para embajadas.
A un soldado la encomienda
que tenga tanto valor.
BATO:
Aunque locura parezca,
yo se la pondré en las manos.
CIRO:
Pues ¿qué dirán si la lleva
hombre como tú?
BATO:
Señor,
los avisos de la guerra
no requieren calidades,
sino personas resueltas.
Yo soy loco, y le daré
la carta, cuando el Rey fuera
Júpiter.
CIRO:
Pues parte, Bato,
adonde las cajas suenan,
y ten buen ánimo.
BATO:
Basta
que a tu valor me parezca.
Hoy no volveré con vida,
o te traeré la respuesta.
(Vase.)
CIRO:
Bella Filis, ven conmigo:
verás la gallarda muestra
que hoy he mandado que haga
mi ejército en tu presencia.
FILIS:
Los cielos te den victoria.
CIRO:
Llevándote por estrella,
es poco ganar un mundo.
¡Hola, capitán! Apresta
un caballo.
CAPITÁN:
Ya te aguarda
con paramentos de tela.
CIRO:
Mi virtud es mi fortuna;
que la virtud no se hereda.
(Vanse.)
(El REY y ARPAGO.)
REY:
¿Qué muestra tanto valor?
ARPAGO:
Partí, señor, a la aldea,
patria, si es bien que lo sea,
de aquel monstruo labrador;
y antes, señor, de llegar,
sonaba de la manera
el estruendo, como altera
montes de espumas del mar.
Pregunté a un pastor que hallé,
del estruendo la ocasión,
y díjome: «Este escuadrón
que mal formado se ve,
es la gente del rey Ciro,
que de varias partes viene.»
¿Ciro, respondí, previene
gente? Su locura admiro.
Pues un villano, ¿a qué efeto,
que ayer ovejas guardó?»
«No es villano, replicó;
que es del rey Astiages nieto.»
Su historia le ha referido
un hombre que le ha criado.
CAPITÁN:
Temióse apenas formado;
¿qué hará después de nacido?
Que si antes de ser su ser
le da el ser temor igual,
después de ser, y ser tal,
¿querrá que deje de ser?
De su poder engañado,
piensa que el del cielo excede,
porque aun el cielo no puede
quitar el ser que no ha dado.»
Entro en el lugar, y veo
las flautas vueltas templadas
cajas, lanzas las azadas,
y el cavar, galán paseo.
Hallo a Ciro, finalmente,
entre estas bárbaras sumas,
más coronado de plumas
que de laureles la frente;
y hablándole de tu parte,
le digo cómo desea
tu amor que el reino posea,
dándole a Dario su parte.
Dice con vana arrogancia
dos mil locuras, señor;
y es repetirlas error,
porque no son de importancia.
No le espantas general
desta empresa.
(Un CRIADO.)
CRIADO:
Aquí, señor,
un rústico embajador,
a quien le despacha igual,
trae una carta de Ciro.
REY:
Dile que entre.
(Yendo a avisar.)
CRIADO:
Entrad.
(Sale BATO.)
BATO:
(Aparte.)
No sé
si pida silla, que en pie
al Rey con Arpago miro.
Mas no será maravilla
la que el jumento me dió;
que muchos hay como yo,
que pasan de albarda a silla.
REY:
¡Buen soldado!
ARPAGO:
Desta traza,
deste talle, desta ley
son los demás.
BATO:
Señor Rey...
REY:
Hablad.
BATO:
(Aparte.)
Todo me embaraza.
REY:
Dejad la espada, y decid.
BATO:
Vueso nieto, que Dios guarde,
me dió esta carta ayer tarde.
REY:
En lo demás proseguid.
BATO:
Lo demás se me ha olvidado;
pero todo viene ahí.
REY:
¿Sois soldado?
BATO:
Señor, sí.
REY:
Y ¿ha mucho que sois soldado?
BATO:
Soldado y embajador
soy desde ayer.
ARPAGO:
(Aparte a BATO.)
¿Para mí
traes alguna carta?
BATO:
Sí;
luego os la daré, señor.
REY:
(Lee.)
«Ciro a su abuelo.» ¡Arrogante
título! «Tu gran crueldad
(que no hay hombre ni deidad
que en cielo y tierra no espante,
Pues antes de tener vida
me la quisiste quitar)
me obliga asolicitar
verla de ti defendida.
Para esto, y no perder
el reino de mis pasados,
hice levas de soldados
contra tu injusto poder.
El dinero que traía
de Persia tu tesorero
tomé, porque es lo primero
que mayor falta me hacía.
Verdad es que le dejé
luego un resguardo firmado
de cómo estaba bien dado,
y que a cuenta lo tomé
de lo que he de haber; que en todo
es bien la cuenta y razón.»
BATO:
Y a mí en la misma ocasión
me lo dijo dese modo.
es Ciro muy puntual.
REY:
¡Mi tesoro! Hoy le destruyo.
BATO:
De lo que no fuere suyo
no ha de tomar un real.
REY:
(Lee.)
«Si quieres, como mi abuelo,
Volverme el reino que es mío
(que matarme es desvarío
cuando me defiende el cielo),
yo te prometo de darte,
y como rey lo prometo,
donde vivas con secreto,
de mi reino alguna parte.»
Torres en el viento labra.
BATO:
¿Oye, señor?
REY:
Hombre, di.
BATO:
Todo lo que viene ahí
me lo dijo de palabra.
REY:
Si mandarte castigar
mi grandeza permitiera,
villano, tu muerte fuera
la que te hiciera callar.
ARPAGO:
Señor, si a tan vil sujeto
humillas la majestad,
la suprema autoridad
padecerá indigno efeto.
¿Qué gentil Héctor, qué Aquiles,
qué rey de los animales
ensangrentó las reales
uñas en las liebres viles?
Demás de ser labrador
y desigual enemigo,
le reservan del castigo
las leyes de embajador.
Cause risa a tu grandeza
ver los soldados que tiene
Ciro, pues éste a dar viene
la muestra de su bajeza.
REY:
Arpago, no le imagines
tan vil; que de no temer
los principios, suelen ser
tan desdichados las fines.
Que, aunque no es Aquiles griego
para ponerme desmayo,
de un vapor se engendra un rayo,
y de una centella un fuego.
tú, villano, vete, y di
que yo mismo a verle voy.
BATO:
Capitán de Ciro soy
aunque villano nací,
y por allá nos veremos;
que de la hoz a la espada
no es muy larga la jornada,
aunque parezcan extremos.
No os fiéis en escuadrones;
que hay mancebo por allá,
que con la honda os hará
ir trompicando terrones;
Porque si Ciro tuviera
cuatro mozos como yo,
no digo este imperio, no,
mas toda el Asia rindiera.
Que es imposible criar
tantos ejércitos vos
como puede matar Dios,
y yo ayudarle a matar.
Sólo de haberme mirado
Ciro he quedado tan fuerte,
que puedo matar la muerte
si fuese vuestro soldado.
¿Penséis que viene enseñado
este fuerte capitán
al regalado faisán
y al vino aromatizado?
¡Vive Dios, si no le dais
el reino y restituís!...
REY:
¡Dioses! ¿Aquesto sufrís?
¿En qué entendéis? ¿Dónde estáis?
Blasfemo de vuestro nombre.
¡A mí un villano!...
ARPAGO:
Señor,
que es loco y embajador.
REY:
¿Qué importa matar un hombre?
BATO:
Téngase allá todo, rey;
que no me envían a mí
para que me mate así.
REY:
Válgale, Arpago, la ley,
no de embajador, de loco.
Di, villano, al otro infame
que mi nieto no se llame;
que a más furor me provoco.
Y que me espere: verá
quién es rey y quién traidor.
BATO:
Ya no es Ciro labrador;
rey es Ciro, y rey será.
(Vanse.)
(ALBANO, SILVIO, RISELO y CIRO.)
(Dentro.)
ALBANO:
¡Válgate Júpiter santo!
(Dentro.)
SILVIO:
Tan presto se levantó
que pienso que no ha caído.
(Dentro.)
RISELO:
No hay pájaro tan veloz.
(Dentro.)
CIRO:
Paso; no es nada, soldados.
Bueno estoy, no hagáis rumor.
(CIRO y FILIS.)
FILIS:
¡Mal agüero!
CIRO:
Si es agüero
no para mí.
FILIS:
¿Cómo no?
Caer, corriendo un caballo,
cuando con tanta atención
te aplauden y aclaman rey
tus soldados a una voz,
¿No es agüero de caer
del puesto a que te subió
tu fortuna?
CIRO:
Espera, Filis;
que a ver si es agüero voy.
(Vase.)
(ALBANO, RISELO, SILVIO y soldados.)
ALBANO:
Donde al furioso caballo
le detuvo el resplandor
de las espadas (que, huyendo,
tan velozmente corrió
que no se quejaba el prado
que le lastimase flor
(tanto pueda aún en un bruto
librarse de la prisión),
bañado en sudor el cuerpo
de aquella furiosa acción,
y el freno de espuma y sangre),
el fuerte Ciro llegó.
RISELO:
La espada saca.
FILIS:
¿A qué efeto?
SILVIO:
Las dos piernas le cortó,
con aire y airada mano,
de un revés.
ALBANO:
¡Bravo rigor!
RISELO:
Sentóse en tierra sin ellas
el que las puso mejor
al parar en la carrera.
SILVIO:
Y el animal que formó
Naturaleza más bello
para dar envidia al sol;
porque, a tenerle su carro,
no despeñara a Faetón.
(CIRO y MITRÍDATES.)
CIRO:
Ya, vasallos, el agüero
en mi caballo cayó:
tal es el temor y engaño
de la humana condición.
Él es muerto y yo soy vivo:
conque el agüero cesó;
que no hay fortuna contraria
que no la venza el valor.
MITRÍDATES:
Conozco y todos conocen
tu valiente corazón;
pero cuando avisa el cielo,
¿quien no ha de tener temor?
¿Qué rey murió sin cometa?
¿A qué fatal destrucción
no precedieron presagios?
¿Qué infante en el pecho habló
que no sucediesen guerras?
CIRO:
Pues, padre, en la guerra estoy.
(BATO.)
BATO:
Dame tus Reales pies,
Capitán, cuyo blasón
ya le temen los dos polos.
CIRO:
¡Oh, Bato, mi embajador!
¿Diste la carta al tirano
de mi vida?
BATO:
Y respondió,
con injuria de los dioses,
que dará satisfacción
presto a tu loca arrogancia.
Pero ¡mira cómo Dios,
cuando los hombres castiga
por algún notable error,
les ciega el entendimiento!
Pues la memoria perdió
del hijo muerto de Arpago,
y vienen juntos los dos,
fiándole la más parte
del ejército, que yo
vi formar en escuadrones,
que pudiera dar temor
a los feroces gigantes
de la torre de Nembrot.
FILIS:
¡Oh, fuerte Ciro! No esperes
este primero furor.
Retira tu gente adonde
puedas con la dilación
hace mayor tu defensa
y su peligro menor.
CIRO:
Por mirar a un caballero
que de un caballo feroz
se apea, no te respondo.
De paz las señales son.
FILIS:
¡Ay, Ciro! Mi hermano es éste.
Escóndete.
(Retírase FILIS.)
(ARPAGO.)
CIRO:
¿Qué ocasión
te la ha dado, noble Arpago,
para hacerme este favor?
ARPAGO:
El Rey tu abuelo, Ciro valeroso,
no sólo airado de que no eres muerto,
mas de entender que intentas animoso
de dalle la batalla a campo abierto;
con saber que del tuyo numeroso
el dilatado monte está cubierto,
por ser bisoña gente, determina
ver a qué parte Júpiter se inclina.
Y ardiendo en ira de que tú dijeses
que una parte del reino le darías
en que viviese luego que rey fueses
pues el justo respeto le perdías,
como de espigas las doradas mieses
de Julio miran los postreros días,
cubrió los campos de la gente propia,
conducida a la gente de Etiopía.
Treinta mil hombre tuvo en breve plazo,
de a caballo los diez, de a pie los veinte,
de alfanje al lado y arco persa al brazo,
o el fresno al ristre del arnés luciente.
Las varias plumas en diverso lazo
compiten a la fénix del Oriente;
de suerte que, confusas las colores,
parecen campos de diversas flores.
ARPAGO:
Como primero que a la blanca aurora
enrubie el sol las cándidas guedejas,
de sus vivientes átomos colora
los blandos aires escuadrón de abejas,
así a la voz del atambor sonora
y a la trompa marcial marchan parejas
las armadas hileras, y el sol mira
en cada morrión un sol mentira.
De fogosos alígeros bridones,
que la máquina elevan corpulenta,
encintan lazos, crines y cordones;
que al más bruto animal la gala alienta:
y tan iguales van los escuadrones,
que donde aquél levanta el pie, le siente
el que le sigue con destreza tanta,
que no cubre más tierra que la planta.
En medio, las banderas son el alma
deste cuerpo que digo, donde el viento,
cuando respeta las divisas, calma,
y luego las convierte en su elemento.
El Rey detrás, como al verde palma
resiste al tiempo, de su ley exento;
que la venganza, si en los años crece,
la más caduca edad rejuvenece.
ARPAGO:
Por no cansarte, digo que pudiera
el Rey de Media conquistar a Troya,
si con Agamenón a recia fuera
por la venganza de la hurtada joya.
No es inconstancia la que el alma altera;
que la mitad del corazón apoya
nuestra amistad, sino saber que es cierto
que no te has de librar de preso o muerto.
Esto será, si esperas enemigo
tan poderoso con tan flaca gente;
que yo sólo podré morir contigo
cuando tu pecho intrépido lo intente.
Será la fe de verdadero amigo
polo en que estribe amor eternamente,
si en competencia del que sufre Atlante,
donde fuere cristal, seré diamante.
Y porque en un estrago tan notable,
dicen que no ha de haber viva persona,
quiero llevar mi hermana donde entable
justa defensa a lo que el Rey blasona;
porque es la guerra parca inexorable,
que a ninguno respeta ni perdona;
que si la pongo con defensa fuerte,
luego contigo abrazaré la muerte.
(Vase.)
BATO:
Huye, señor; ¿qué esperas?
CIRO:
No he sentido,
Bato, que venga el Rey tan poderoso;
siento la ausencia con temor de olvido
de aquel amor que conquisté dichoso.
ALBANO:
¡Agora, Ciro, amor!
RISELO:
¿Tienes sentido?
SILVIO:
Mira, señor, que es el huir forzoso.
CIRO:
Dejadme solo aquí, porque recelo
que de vuestro temor se ofende el cielo.
(Vanse todos menos CIRO.)
CIRO:
Cuando la nave en el mar
con fiera tormenta surca
los ondas, que con el viento
arenas y estrellas juntan,
¡Qué de varios pensamientos
en la bitácora turban
al piloto, que contempla
tocada de imán la aguja!
¡Qué cuidadosa que sirve,
y por todas partes cruza,
más turbada que obediente,
la mal prevenida chusma!
Cuál dice «amaina», cuál «vira»,
para que de presto acudan
a la troza, al chafaldete,
a la triza y a la amura,
entre los cables y amarras
no hay cosa que no confunda
el temor, y no, aprovechan
filácigas ni ataduras.
Con remolinos pretende
el mar que la nave suba,
a la que argentan estrellas,
por escalas de agua turbia;
hasta que, tranquilo el mar,
quiere el cielo que descubra
aquel brillador diamante
que paz en la gavia anuncia;
y aquel celestial topacio
tiende la melena rubia,
formando círculos de oro
entre las nubes purpúreas.
CIRO:
Así corre mi esperanza
con desesperada furia,
tormenta de pensamientos
en el mar de mis fortunas.
Sentémonos, pues, cuidados,
porque no deis en la dura
tierra con el grave peso,
aunque hay valor que le sufra.
Hable el alma, que preside
a las potencias, e infunda
su luz al entendimiento,
que oprimen sombras oscuras.
Apenas sueños despiertos
la imaginación confusa
fabrica por divertirme,
cuando el temor me deslumbra. (Suenan toques de cajas en el aire.)
¡Cajas de guerra! ¿Qué es esto,
que por la región segunda
tocan del aire, y los ecos
a los dos polos resultan?
Las negras nubes se apartan
dando lugar que discurran
tropas de armados persianos,
que vanas sombras figuran.
Ya con lanzas, ya con rayos,
ya con espadas desnudas,
unos con otros pelean.
Ya se esparcen..., ya se ocultan.
Allí suenan instrumentos,
en cuyos ecos pronuncian
victoria los claros aires.
¡Qué confusiones, qué dudas!
(LA VOZ de una sombra.)
LA VOZ:
Ciro, no esperes al Rey,
huye, que es mejor que huyas
que no que la vida pierdas.
CIRO:
Mucho mi valor injurias.
¿Quién eres?
LA VOZ:
Tu padre soy.
CIRO:
Con tu bajeza deslustras
la majestad de mi madre,
pues mi empresa dificultas.
¡Mal haya el tirano abuelo,
que por temer, pues me escuchas,
le dio a tan bajo caballo
yegua de tanta hermosura!
que si me diera un Aquiles,
¡viven las deidades sumas,
que aun ellas mismas no estaban
de mis hazañas seguras!
Si tuviera al sol por padre,
como por madre la luna,
su fénix me viera el cielo
sin abrasarme la pluma.
¡Mal haya el tirano abuelo,
mal haya una vez y muchas
que un sátiro y una ninfa
puso a una misma coyunda!
Naciera yo todo sol,
sin faltarme parte alguna,
con que, sin mojar los rayos,
bebiera del mar la espuma.
Vete, sombra, a tu descanso,
vive la fúnebre tumba
de hombre vil, pues no mereces
como rey doradas urnas.
LA VOZ:
Grandes desdichas te aguardan.
CIRO:
Mientras que la vida dura,
contra valor no hay desdicha.
Déjame, sombra importuna. (Pasa un cometa por el teatro.)
¡Qué fiero cometa pasa!
todo parece que acusa
mi temerario valor,
y es lo que más me disculpa,
parece que allí me nombra,
entre sangrientas angustias,
el hijo de Arpago muerto.
¿Qué cosa, cielos, más justa
que vengar un inocente?
Pues, valor, o muere o triunfa.
Dios penetra pensamientos,
Dios los corazones juzga,
y a quien las vidas quitare,
Dios le quitará la suya.
(FILIS, en corto, con espada, botas y espuelas, y soldados.)
FILIS:
Ciro, de mi hermano huyendo
porque no me hallase, fui
alejándo de ti
y acercándome volviendo.
Él se fue ya, presumiendo
que me volví de temor
a la corte, y no era error
si yo la vida estimara:
pero no hay cosa tan cara
que no la desprecie amor.
CIRO:
Filis, de tanta firmeza
no sé yo qué gracias darte.
Yo soy en la guerra Marte,
tú Venus en la belleza.
Coronaré tu cabeza
si la victoria me dan
los cielos.
Pienso que están
contrarios a tu fortuna,
si puede temer alguna
tan ilustre capitán.
El Rey viene poderoso,
cajas y trompetas suenan;
todos el valor condenan
con que esperas animoso.
El retirarte es forzoso
hasta prevenir mejor
quien esfuerce tu valor.
CIRO:
Filis, agravio me hicieras
si tal consejo me dieras
menos que con tanto amor.
Las cajas se acercan ya:
yo voy a ordenar mi gente.
FILIS:
Oye.
CIRO:
Déjame.
FILIS:
Detente:
tu vida en peligro está.
CIRO:
El cielo la guardará.
FILIS:
Muévate, Ciro, mi amor.
CIRO:
No puedo más.
FILIS:
¡Qué rigor!
CIRO:
Filis, morir o vencer;
porque es imposible haber
desdicha contra el valor.
FILIS:
¡Oh amor! ¿Cómo temes tanto
siendo todo corazón?
CIRO:
Suspende, que no es razón,
Filis, amorosa, el llanto.
FILIS:
No puedo decirte cuánto
tengo en los ojos impresos
tus atrevidos excesos.
CIRO:
Quejaréme ¡oh luces bellas!
que quieran vuestras estrellas
pronosticar mis sucesos.
FILIS:
Si fueras, señor, tan mío
como yo tu esclava soy,
ya sé que dejaras hoy
ese loco desvarío.
CIRO:
Con justa razón confío.
FILIS:
Sin ella, muerte me das.
CIRO:
¿Puedo ya volver atrás
en hechos malos o buenos?
Déjame intentar lo menos,
que el cielo hará lo demás.
Soldados, hoy quiero ver. (Saca la espada.)
Lo que me habéis prometido.
No os espanto que haya sido
del Rey mayor el poder.
Yo he de morir o vencer:
llevad siempre en la memoria
la fama, el triunfo, la gloria
de la alta empresa que sigo;
que un poderoso enemigo
hace mayor la victoria.
(Tocan y dase la batalla, huyendo los soldados de CIRO de los del REY, y éntranse.)
(FILIS y BATO.)
(Dentro.)
CIRO:
¡Así dejáis vuestro rey
y vuestro amigo, traidores!
¿Así cumplís la palabra?
¿Falta amor, la fe se rompe?
¡Cobardes, huyendo vais!
FILIS:
¡Ay, Júpiter, que del monte,
cubierto de flechas, baja
Ciro entre peñas y robles!
BATO:
Su gente cobarde huye,
y él la sigue dando voces.
Cayó en tierra. ¿Si está herido?
(Sale CIRO con algunas flechas clavadas en la rodela.)
CIRO:
Persas, ¿dónde vais sin orden?
Mataré...
FILIS:
Detén la espada.
Filis soy, ¿no me conoces?
CIRO:
¡Oh Filis! Mi gente infame,
las espaldas vueltas, corre;
que nunca fueron las obras
a las palabras conformes.
FILIS:
¿Estás herido?
CIRO:
No siento
heridas, sino traiciones.
Capitanes, yo soy Ciro;
cese la infame desorden:
soldados, yo soy el rey,
vivo estoy: ¿qué os descompone?
Las mujeres os infaman
con afrentosas razones;
¿quién hay que oiga sus afrentas
y a la batalla no torne?
(ARPAGO y soldados.)
ARPAGO:
Ánimo, valiente Ciro,
que ya Arpago, te socorre;
mi gente paso a la tuya:
los escuadrones recoge;
que, aunque publica victoria
el Rey, si al paso te pones
del monte, harás por lo menos
que no los rinda y despoje.
CIRO:
¡Oh Arpago amigo, cumpliste
la palabra como noble!
Aunque parezco vencido,
no lo estoy mientras informe
el alma esta vida. Tengo
justa esperanza en los dioses.
Dellos soy hijo; estas flechas
te dirán que no soy hombre.
Diamantes tengo por alma
en pecho y manos de bronce,
ninguna dellas me ha herido,
Marte detuvo sus golpes;
no pasan mortales flechas
a divinos corazones.
Mi gente vuelve; que, en fin,
no hay cosa que los provoque
como ver que las mujeres
los afrenten y deshonren.
¡Ea, soldados, al arma!
¡Ah, cómo vuelven feroces!
ARPAGO:
León capitán de liebres,
hará las liebres leones.
(Entranse. Tocan y vuélvese a dar la batalla, saliendo y entrando como suelen.)
(CIRO, el REY, ARPAGO, FILIS, con el rostro cubierto, MITRÍDATES, BATO y soldados.)
REY:
Midió mi soberbia el suelo.
La espada, Ciro, detén,
que no puede estarte bien
matar a tu mismo abuelo.
En vano se opone al cielo
poder mortal; no me des
la muerte, pues ya no es
venganza, sino bajeza,
pues siendo yo tu cabeza,
me estás mirando a tus pies.
CIRO:
Levántate.
REY:
Para estar
de rodillas.
CIRO:
Eso no;
que ningún hombre venció
si no supo perdonar.
REY:
Aun no me dejan hablar
las lágrimas para darte
las gracias.
CIRO:
Fuera olvidarte
de que antes me has obligado
rendido, porque me has dado
ocasión de perdonarte;
porque es tan alta la gloria
de perdonarte vencido,
que hasta este punto no ha sido
verdadera la victoria.
Que puesto que la memoria
de tus crueldades pedía
la pena que merecía,
¿cómo quitarte podré
aquella vida que fue
el principio de la mía?
Casaste con hombre vil
mi madre porque lo fuera
el que della procediera,
que fue prevención sutil;
mas yo en su pecho gentil,
como el alma lo sabía,
viendo que hombre vil nacía,
dejé la del padre aparte,
y sólo saqué la parte
que de mi madre tenía.
Que aunque es en la formación
el padre primera forma,
Dios, que las almas informa,
trocó la primera acción
en su vientre. Tu intención
tanto al cielo se declara,
que desde entonces me ampara;
porque, a no nacer a ley
de todo príncipe o rey,
allá dentro me quedara.
CIRO:
De suerte que haberme dado
padre humilde entonces, es
más agravio que después
mi muerte solicitado.
En fin, lo que no me has dado,
que es vida, abuelo, te doy;
vive, pues que vivo estoy;
no dejes de ser por mí,
pues finalmente por ti
soy todo aquello que soy.
Para que pases la vida
una ciudad te daré
de mi reino, donde esté
tu persona bien servida,
y la mía defendida
de algún loco desvarío;
que ya de ti no me fío,
porque estás a toda ley
más enseñado a ser Rey
que no a ser abuelo mío.
¿Qué nombre a tus hechos das?
¿Qué historia, qué fama esperas,
pues hallé piedad en fieras,
y en tus entrañas jamás?
Pero con esto no más,
por no ofender la esperanza
que te da mi confianza;
que, aunque el cuerpo no lo sienta,
el que de palabra afrenta,
toma del alma venganza.
REY:
Yo daré con humildad
a tu imperio la obediencia
que verá el mundo.
CIRO:
Ya, Arpago,
llegó ocasión a tus quejas,
pues no he vengado a tu hijo.
ARPAGO:
Antes agravio me hicieras
en no darme parte a mí
de la piedad y grandeza
con que has perdonado al Rey;
y te suplico que seas
tan piadoso, que me des
de aquesta piedad la media
para que perdone al Rey.
CIRO:
¡Palabras de tu nobleza!
¿Dónde está Filis?
BATO:
Aquí,
con esta banda cubierta.
FILIS:
Yo soy tu esclava.
CIRO:
Soldados,
la hermana de Arpago es reina.
FILIS:
Pagaste mi amor.
ARPAGO:
Y el mío.
CIRO:
Y aquí dio fin el poeta,
que aun vive para serviros,
a su historia verdadera
fiado en vuestro valor,
por que llamarse pudiera
Contra valor no hay desdicha,
y el primero Rey de Persia.