Correspondencia de París
París, 4 de mayo.
Ya por fin reina en París la primavera. El sol brilla, los pájaros cantan, los árboles están verdes, en el mercado de flores de la Magdalena, las floreras hacen negocio.
Desdichado del que pasa por sus inmediaciones en compañía de una dama francesa, de seguro tendrá que regalarla un ramillete o exponerse a ser causante de un suicidio; pues los moradores de esta ciudad ponen fin a su existencia, por motivos que en España parecerían difíciles. Hay aquí señora que se arroja al Sena a consecuencia de habérsela caído un diente o por haberla negado su amante un chal de cachemir.
Por este y otros motivos, las mujeres en París, son casi tan peligrosas como las ratas; aunque a decir verdad, para los españoles respecto a las primeras no es tan inminente el riesgo. Un español de raza, hecha de menos en la gran mayoría de este bello sexo, una cualidad esencial; hay aquí ojos encantadores, grandes, rasgados, expresivos, azules, verdes, garzos, negros, llenos de intención, acariciadores, pero les falta esa luz, esa llama deslumbrante y profunda, ese admirable rayo de sol encerrado en las pupilas de las mujeres españolas.
Las carreras de caballos del Bois de Boulogne, en las que el conde Lagrange, ha obtenido los principales premios, han estado animadísimas. Se han cruzado grandes apuestas, se han exibído magníficos trenes y trajes deliciosos, entre los cuales ninguno podía competir en riqueza y elegancia con el que lucía doña Isabel de Borbón, espectadora de la fiesta hípica desde el palco imperial.
A propósito de esta señora.
Aunque ahora habita en un pequeño palacio y solo tiene ocho caballos en su cuadra, un gran número de moradores de esta ciudad que no conoce el regio alcázar y las antes reales caballerizas de Madrid, no puede, tal vez, persuadirse de que es una señora que ha venido a menos, y digo esto, porque doña Isabel de Borbón recibe ahora más memoriales que cuando se hallaba sobre el trono, siendo lo más extraño que al pie de ellos rara vez se encuentra una firma española.
Lo que está en Francia debe ser para los franceses.
Los teatros luchan valerosamente contra la influencia del calor. La Diva o sea la Patti, ha hecho durante una temporada la felicidad del mundo filarmónico. En el teatro Lírico se está ejecutando una ópera de Vagner, titulada Rienzi, con música del porvenir. En el Odeon han comenzado las representaciones de Lucrecia, tragedia de Ponsard. En Variedades se ha estrenado una farsa titulada La Cour du roi Petant. y otra idem en Leso Flies Dramatiques, con el nombre de Le petit Faust. Ambas han obtenido éxito, y ciertamente la segunda lo merece por la melódica elegancia de su partitura.
Aviso a los Buffos.
Se habla de muchas producciones en cartera o en mente. Es probable que en la temporada próxima, tomen campo y rompan lanzas en este palenque dramático, los campeones españoles; García Gutiérrez y Fernández y González.
Es de esperar que dejen bien puesto el pabellón.
Los famosos bailes de Maville se han inaugurado y el Hipódromo se abrirá uno de estos días.
¡Cuestión de piernas!
París se divierte, pero también lee, a juzgar por el número de sus publicaciones periódicas, que asciende a 932.
Hay aquí periódicos para todas las clases, para todas las aficiones, para todas las locuras, y no se conoce profesión o industria que no cuente con uno o mas órganos en la prensa.
Se publica un periódico materialista titulado El Bárbaro.
Hasta los muertos tienen en la prensa parisién un defensor de sus intereses y prerogativas en un periódico denominado El Eco del Purgatorio.
Me han asegurado también que existe una hoja clandestina que, con el nombre de El Robo, sirve a los ladrones para comunicarse entre sí, darse noticias, santos, avisos y para otras zarandajas del oficio. Esto habiendo policía, es absurdo, peligroso e inverosímil, pero yo no me atrevo a negarlo, en vista de la Cándida osadía de los malhechores de este país.
Los criminales, caballeros de industria y jugadores de París, son una especialidad, por causas que no acierto a explicarme.
He aquí algunos ejemplos.
Noches pasadas, en un boulevard retirado, tres o cuatro hombres asaltan a una vieja que se retiraba a su casa. Sin tomar ninguna precaución, la llevan a la morada de uno de ellos; allí la desnudan; se entretienen en pintarla figuras cabalísticas en el cuerpo, y terminada la diversión, vuelven a dejarla en el sitio donde la encontraron. Al día siguiente la mujer da parte a la policía, reconoce la casa a donde fue conducida, en la cual encuentran a tres de los bromistas.
En el Gran Hotel se hospedaba un caballero, ostentando todas las filigranas de la riqueza. Este señor, compra a un joyero halajas [sic] por valor de 50,000 francos y le da una letra sobre una casa de comercio de Londres, que no existe. La letra resulta falsa, el huésped del Gran Hotel es un caballero de industria; esto no tiene nada de particular; pero en España y en todos los países del mundo, el industrial hubiera procurado atravesar la frontera, u ocultarse por lo menos, o por lo menos presentarse en sitios públicos, pues aquí, no señor: el joyero, que acompañado de la policía buscó a su parroquiano, hallole cenando tranquilamente en compañía de unas señoras en un café del boulevard elegante.
La otra noche la policía sorprendió en el barrio Latino algunas casas de juegos prohibidos. Dos de éstas estaban establecidas en el mismo edificio, con ventanas al mismo patio. Al presentarse los agentes de la autoridad en la una, los jugadores de la de enfrente, notan el movimiento, ven a algunos puntos arrojarse por las ventanas y diciéndose en son de broma: a los vecinos los han atrapado, continúan jugando como si tal cosa, hasta que la policía interrumpe su entretenimiento, entrando en aquel garito como antes lo había hecho en el de en frente.
Esto es absurdo, pero verdadero.
El sábado pasado se abrió la Exposición de pintura y escultura, la cual si no ofrece grandes obras artísticas, abunda en cuadros y estatuas notables. Entre los primeros merece especial mención uno de Chenavard, llamado por unos: La Confusión de los dogmas, y por otros: Cómo acaban los dogmas, nombre tomado de un capítulo de la filosofía de Jeuffroy; creo que se han equivocado respecto a la intención del artista, el cual ha colocado en medio de su lienzo la figura del Cristo, elevándose sobre los restos hechos pedazos de los dioses.
Hay también un Olimpo de Boughereau, una inundación de Leullier, una cacería de Courbet, una Ascensión de Bonnat y un paisaje de Gustavo Doré.
Cito estos cuadros entre otros, porque los creo dignos de figurar en primera línea.
En la sección de escultura, hay un busto del emperador Napoleón III, en mármol, y otro del mariscal Rigault de Genoully, ejecutados con gran valentía; pero lo más notable de esta sección, según mi pobre juicio, es una estatua de Cleopatra, en mármol de Paros, obra de Mr. Clesinger. La reina de Egipto tiene una flor de loto en la mano, el cabello cayendo en largas trenzas sobre la espalda y está adornada con joyas cuya exactitud de época y trabajo artístico realzan el relevante mérito de la escultura.
He dicho antes que en París las mujeres son casi tan peligrosas como las ratas.
Las ratas de París son las más insolentes de todas las ratas del universo. de buen augurio a ratas francesas. Iba, pues, noches pasadas, el susodicho cazador, por la susodicha calle, cuando de repente él y sus perros se vieron acometidos por millares de ratas, que salieron no se sabe de dónde, y que a pesar de su heroica resistencia, le obligaron a pedir socorro a voces.
Acudieron algunas parejas de la guardia municipal, algunos traperos, varias barrenderas que con sus escobas prestaron un gran auxilio y acudí yo que rondaba según costumbre, y entre todos nos vimos y nos deseamos, para sacar al poblé hombre de entre las garras de los terribles animales.
Voy a terminar con una estupenda noticia, que tal vez ya haya llegado a Madrid. Un sabio alemán anuncia que nuestro globo debe perecer el próximo mes de setiembre; por causa de un temblor de tierra.
El que tenga cuentas con la patrona o con el sastre que las vaya arreglando.
Algunos acentos han sido modernizados