Crítica sobre Marta Brunet, 1926
En nuestra literatura, la mujer está compitiendo ventajosamente con el hombre.
De los tres diarios grandes de Santiago, uno presenta como escritora muy notable a una mujer chilena, le hace honores tipográficos excepcionales, y avisa que está prohibida la reproducción de lo que ella publica en sus columnas. Otro de los diarios grandes hace más o menos lo mismo con otra mujer chilena.
Esto indica claramente que, para buena parte del público, los dos mejores escritores chilenos son mujeres. Lejos estoy de creer que los méritos de las dos señoras sean para tanto; pero no estoy calificando méritos. Constato hechos.
En la poesía corriente, en el cuento, la novela, la crítica periodística, en la crónica social, señoras y señoritas disputan las primacías a los hombres.
La mujer es de inteligencia menos vigorosa que el hombre. Las hay de inteligencia superior; pero no es lo normal. Si en una literatura la producción de la mujer se acerca a la del hombre en cantidad y en calidad, podemos decir que esa literatura da manifiestos indicios de debilidad masculina.
El caso es para infundir cierta alarma.
Es notorio que, en algunas ramas literarias importantes, el escritor varón está eclipsado.
Ninguno de nuestros poetas se atreve, ni de lejos, a compararse con Gabriela Mistral. Algunos se acercan con timidez a Magallanes Moure. Y he aquí que, en el género más popular, y más cultivado entre nosotros, el cuento o la novela corta, Marta Brunet, con dos o tres producciones, ha superado a todos absolutamente a todos nuestros cuentistas, en forma incontestable y tal que es preciso estar cegado o no entender nada para no verlo.
Su reciente novela "Bestia dañina" es excelente. Manifiesta fantasía fértil, aptitudes tan vigorosas y un sentido artístico tan seguro que, de seguir así, podrá rivalizar en poco tiempo con lo mejor que en esta materia se ha producido en Sudamérica.
"Bestia dañina" no es un acierto ocasional. No hace mucho, la autora publicó "Montaña adentro" que, según entiendo, es su primera obra de alguna extensión. Parece escrita por un novelista ya formado y bien formado, y de ella a la otra hay verdadero progreso.
Marta Brunet es realista a la manera de Maupassant cuya inspiración es tan briosa que llega a parecer agresiva, de impulso que arrastra, dramático, con visión rápida y clarísima de la vida real, admirable pintor de caracteres y costumbres, y francés hasta la médula. Me refiero a sus cuentos. En la novela no es tan superior.
Muy vivo, espontáneo e ingenioso, no se presta para ser imitado; pero es de esos autores que despiertan la vocación en temperamentos artísticos que en algo se conforman con el suyo, e inflamándoles la fantasía, les indican el camino que deben seguir.
Es el caso de Marta Brunet. No imita, sino que siente el impulso del maestro, lo aprovecha por cuenta propia, y se mueve con toda libertad en su género como en su natural elemento.
Las escenas que describe pasan en los campos del sur de Chile, y los personajes son rústicos y labriegos. Sólo por excepción nuestros cuentistas pintan otra clase de gente. Se mueren por los campesinos, que están a la mano, son muy fáciles y, en los diálogos, no dicen más que brutalidades y tonterías.
Los campesinos de Marta Brunet son también simplísimos. Su fisonomía moral sólo ofrece un rasgo, un instinto; pero ese rasgo está señalado muy profundamente, marca al individuo, lo distingue bien de los otros, y lo hace obrar lo que debe obrar y no otra cosa.
Las descripciones son breves, precisas, oportunas, características, y tienen un reflejo poético que dilata y ahonda la sensación del paisaje.
La composición está muy bien hecha, cosa rarísima en nuestros cuentistas, los cuales, por lo común, se parecen al caballero importante que refiere de sobremesa anécdotas o recuerdos de su vida. Seguro de que no le han de interrumpir y de que le están escuchando con atención, habla con mucha pausa, entra en pormenores minuciosos conforme se le van presentando, suele olvidar el objeto de la narración, y si no lo olvida, resulta éste tan poca cosa que no valía la pena haberlo contado.
En Marta Brunet no hay divagaciones. Va derecho a su objeto. Sabe preparar las escenas culminantes despertando el interés. La narración adelanta equilibrada y sencilla.
El estilo es vivo, tiene movimiento. De su corrección no sé qué decir. Hay mucha mezcla de términos lugareños, y los diálogos son en la jerga de los campesinos más incultos.
Nuestra autora no rehuye las escenas escabrosas, frecuentes en esos andurriales. Las presenta con sencillez, sin voluptuosidad, tal vez con un poquillo de malicia.
Falta una cosa a las novelitas de Marta Brunet: la perspectiva humana.
Esa gente de instintos salvajes, supersticiosa, ignorante, fatalista, más o menos estúpida, acaba por fastidiar y nos embrutece un poco.
El que está encerrado en un cuarto obscuro, húmedo, asombrado por altos edificios, quiere ver cielo, luz, respirar aire puro, contemplar puestas de sol y nubes fantásticas. Así acá. Uno desea encontrar algún individuo que tenga entendimiento y voluntad, consciente, que luche con las pasiones y experimente remordimiento si se deja arrastrar a actos criminales. Uno piensa en actos de abnegación, de sacrificio, de generosidad, en algo, en fin, que tenga vistas a lo que hay de noble en la humanidad y la realce.
Maupassant ha escrito muchos cuentos de campesinos; pero sabe darles ambiente humano introduciendo algún personaje que por lo menos sea de costumbres civilizadas, y en todo caso tiene un modo de mirar de alto a bajo a esa gente, que nos hace palpar, lo que hay en ella de mezquino, estrecho e instintivo.
Marta Brunet se encierra y nos encierra con sus huasos y labriegos. No ve nada fuera, de ellos. A veces esboza tal cual sujeto de sentimientos un tanto civilizados; pero tan ligeramente y le da tan poca importancia, que no se diferencia mayor cosa de los otros.
Debemos exigir a nuestra autora que se ejercite en asuntos más elevados. Con las dos novelas cortas de que ya se ha hecho mención y dos cuentos: "Don Florisondo" y "Doña Santitos", este último de realismo desagradable, ya ha dado suficiente muestra de lo que pueden su poderosa facultad de observación y su rica fantasía aplicadas a individuos de ínfimo orden intelectual y moral.
Además, este campo es reducido, y si continúa en él, tarde o temprano tendrá que repetir las mismas cosas en una u otra forma.
En cuanto a mí, si al abrir un nuevo libro de Marta Brunet me encuentro con la puebla, la meica, el fuerino, la muchacha templá, el peón, el vaquero, el "Siempre mi habís gustao hartazo", si me encuentro con esto, digo, cierro inmediatamente el libro y no, lo leo.