Día de difuntos
Apariencia
La luz vaga... opaco el día, la llovizna cae y moja con sus hilos penetrantes la ciudad desierta y fría. Por el aire tenebroso ignorada mano arroja un oscuro velo opaco de letal melancolía, y no hay nadie que, en lo íntimo, no se aquiete y se recoja al mirar las nieblas grises de la atmósfera sombría, y al oír en las alturas melancólicas y oscuras los acentos dejativos y tristísimos e inciertos con que suenan las campanas ¡las campanas plañideras que les hablan a los vivos de los muertos! ¡Y hay algo angustioso e incierto que mezcla a ese sonido su sonido, e inarmónico vibra en el concierto que alzan los bronces al tocar a muerto, por todos los que han sido! Es la voz de una campana que va marcando la hora, hoy lo mismo que mañana, rítmica, igual y sonora, una campana se queja, y la otra campana llora, esa tiene voz de vieja, ésta de niña que ora. Las campanas más grandes, que dan un doble recio suenan con acento de místico desprecio, mas la campana que da la hora ríe, no llora. Tiene en su timbre seco sutiles ironías, su voz parece que habla de goces, de alegrías, de placeres, de citas, de fiestas y de bailes, de las preocupaciones que llenan nuestros días, es una voz del siglo entre un coro de frailes, y con sus notas se ríe, escéptica y burladora, de la campana que ruega de la campana que implora y de cuanto aquel coro conmemora, y es porque con su retintín ella midió el dolor humano y marcó del dolor el fin; por eso se ríe del grave esquilón que suena allá arriba con fúnebre són, por eso interrumpe los tristes conciertos con que el bronce santo llora por los muertos... ¡No la oigáis, oh bronces! ¡no la oigáis, campanas, que con la voz grave de ese clamoreo, rogáis por los seres que duermen ahora lejos de la vida, libres del deseo, lejos de las rudas batallas humanas! ¡Seguid en el aire vuestro bamboleo, no la oigáis, campanas! ¿Contra lo imposible qué puede el deseo? Allá arriba suena, rítmica y serena, esa voz de oro y sin que lo impidan sus graves hermanas que rezan en coro, la campana del reloj suena, suena, suena ahora y dice que ella marcó con su vibración sonora de los olvidos la hora, que después de la velada, que pasó cada difunto, en una sala enlutada y con la familia junto en dolorosa actitud mientras la luz de los cirios alumbraba el ataúd y las coronas de lirios, que después de la tristura de los gritos de dolor, de las frases de amargura, del llanto desgarrador, marcó ella misma el momento en que con la languidez del luto huyó el pensamiento del muerto, y el sentimiento... seis meses más tarde o diez... Y hoy, día de muertos, ahora que flota, en las nieblas grises la melancolía, en que la llovizna cae, gota a gota, y con sus tristezas los nervios embota, y envuelve en un manto de la ciudad sombría, ella que ha medido la hora y el día en que a cada casa, lúgubre y vacía tras del luto breve volvió la alegría; ella que ha marcado la hora del baile en que al año justo, un vestido aéreo, estrena la niña, cuya madre duerme olvidada y sola, en el cementerio suena indiferente a la voz de fraile del esquilón grave y a su canto serio; ella que ha medido la hora precisa, en que a cada boca, que el dolor sellaba, como por encanto volvió la sonrisa, esa precursora de la carcajada, ella que ha marcado la hora en que el viudo habló de suicidio y pidió el arsénico cuando aun en la alcoba, recién perfumada, flotaba el aroma del ácido fénico y ha marcado luego la hora en que, mudo por las emociones con que el goce agobia, para que lo unieran con sagrado nudo, a la misma iglesia fue con otra novia; ¡ella no comprende nada del misterio de aquellas quejumbres que pueblan el aire, y lo ve en la vida todo jocoserio y sigue marcando con el mismo modo el mismo entusiasmo y el mismo desgaire la huida del tiempo que lo borra todo! Y eso es lo angustioso y lo incierto que flota en el sonido esa es la nota irónica que vibra en el concierto que alzan los bronces al tocar a muerto. ¡Por todos los que han sido! ésa es la voz fina y sutil, de vibraciones de cristal, que con acento juvenil indiferente al bien y al mal, mide lo mismo la hora vil, que la sublime o la fatal y resuena en las alturas, melancólicas y oscuras sin tener en su tañido claro, rítmico y sonoro, los acentos dejativos y tristísimos e inciertos de aquel misterioso coro, con que ruegan las campanas, las campanas, ¡las campanas plañideras que les hablan a los vivos de los muertos!