De la Poesía Tradicional en Portugal y Asturias (Cont.)
Nota: se ha conservado la ortografía original.
Con razon parecia envanecerse Almeyda Garrett, al asegurar que sólo existia en lengua lusitana tan bella leyenda, de que poseemos, sin embargo, dos diferentes versiones asturianas, á cual más peregrinas y llenas de preciosos rasgos trágicos, que las hacen, en nuestro juicio, muy superiores á la portuguesa. Pero si, al ser oida en los valles y montañas de Oviedo, crece el precio de esta narracion popular, descubriendo ya en ella tres diferentes tipos generales acariciados por casi todas las poesías de igual índole en las naciones del Mediodía [1]; si son de tal relieve en ella las pinceladas, que revelan una virilidad y energía extraordinarias, respecto del carácter nacional, —no se halla por cierto sola esta leyenda en el parnaso popular asturiano, cual modelo de tradiciones trágicas y patéticas que superan en este concepto á las portuguesas, nacidas indubitadamente de una misma raíz y alimentadas de una misma sávia. Al lado del bello romance de Arbola brilla de una manera sorprendente el que dejamos ya designado bajo el título de La Princesa Aleacendra, al cual responde en el Romanceiro de Almeyda Garrett el que dió á luz, con el epígrafe de Doña Ausenda. [2]
Consideró el colector portugués esta preciosa joya de la musa popular como única y privativa de su parnaso, declarando que «no resto da Península náo cons»ta que haja vestigios della, » y añadiendo que sobre ser una de las más antiguas tradiciones por él allegadas, «teem uma sabor musárabe que náo ingama.»— Convenimos en que revela este romance antigüedad muy respetable; mas no en la exactitud de tan absoluta afirmacion, que desmienten en las montañas asturianas dos distintas versiones, las cuales ofrecen, en verdad, un desarrollo más trágico y terrible que la tan celebrada por Almeyda, conformándose así más estrechamente con el carácter general, que hemos reconocido en los cantares de Astúrias.
Alexendra es una princesa que mora en Oviedo, junto á cuya fuente se cria una misteriosa yerba, que tiene la «muy estremada» virtud de fecundará cuantas doncellas la pisan. Tocada acaso por la infanta, sintióse luego en cinta: advertido el rey de la inexplícable situacion de Alexendra, convoca presuroso los más sábios doctores de toda España, para conocer la dolencia que la aquejaba. Siete son los elegidos. Ninguno de los seis primeros habia acertado con el padecimiento de la princesa, cuando llegada su vez al más jóven (el más chequito), declara que la «niña estaba embarazada.» Llena de dolor y suplicando al «doctorcico» que guarde silencio, retirase Alexcendra á su cámara, donde entregada á sus antiguas labores, espera el momento doloroso de ser madre. Un hermoso infante es al cabo el fruto de tan peregrina influencia; pero temerosa la princesa del enojo de su padre, entrégalo en secreto á uno de sus pajes, para que lo confie á una nodriza leal, con entero recato del rey.— Parte, en efecto, el pajecillo con el recien nacido, llevándole envuelto en su capa; mas hallando acaso al padre de Aleucendra, detiénele éste, estableciendo con él el siguiente diálogo:
REY.—¿Qué llevas ahí, pajecico, en rebozo de tu capa?
PAJE.—Llevo rosas y claveles; antojos son de una dama.
REY.—De esas rosas que tú llevas, dayme la más colorada.
PAJE.—La más colorada dellas tiene una foja quitada.
REY.—Que la tenga ó non la tenga,
dayme la más colorada;
ca te la demanda el rey,
y al rey non se niega nada.
Despertando en estos momentos el infante, descubre al rey con su llorar la desgracia de Alescendra; y el irritado padre esclama, con reconcentrada ira, pronta á estallar de una manera terrible:
—Lleva, lleva, pajecico,
lleva esa flor colorada;
mas cuida que non lo sepa
el rebozo de tu capa.
La tremenda saña del padre deshonrado, resuelve lavar con sangre aquella afrenta; y venida la media noche, cuando todo dormia en silencio, pone término á la vida de aquella «rosa temprana, » arrastrándola por los cabellos y colgándola al fin de una de las almenas del castillo.—Poco es necesario meditar para no ver ya en esta tremenda pintura del honor y en todos los rasgos que la avaloran y caracterizan, aquel mismo anhelo de venganza, aquella reconcentrada indignacion, aquella resolucion heróica, y casi siempre superior á las fuerzas de la naturaleza, que, reflejando poderosamente el sentimiento nacional, iban, andando el tiempo, á resplandecer de una manera no ménos terrible en el Tetrarca de Jerusalem y en El Médico de su honra.
La version portuguesa buscaba en cambio un desarrollo y un desenlace ménos trágicos. Doña Ausenda tiene, como la princesa Alexendra, la desdicha de tocar la yerba encantada, y, como ella, se siente luego en cinta. Sábelo su padre, que tambien es rey, y condénala á morir en la hoguera. Un ermitaño, que mora junto al puente de Alliviada, se presenta en tal angustia á la princesa, muévela á tocar de nuevo la prodigiosa yerba, que tiene tambien la virtud de hacer parir sin dolor; y libre ya de la deshonra, corre Doña Ausenda en busca de su padre, cuyo enojo desaparece á su vista. En este momento el ermitaño, á quien habia prometido el rey la mitad de su reino por el bien que le hiciera, comparece en la córte, y aceptando la palabra del rey, incluye á Doña Ausenda en la mitad prometida. Con burlas y sarcasmos reciben los cortesanos la extraña pretension del cenobita: despojándose éste del capuz y del sayal, muéstrase, no obstante, como un gentil mancebo, dándose luego á conocer por el «conde Ramiro, » y obteniendo, como tal, la mano de Doña Ausenda.
Nadie podrá negar que esta version, recogida por el discreto Almeyda Garrett en las regiones portuguesas de Entre-Miño-y-Duero, es en su última parte más vária en accidentes y de más apacible desenlace que la sorprendida por nosotros en las montañas de Aballe y de Cangas de Onís, en el centro mismo de Astúrias. Pero á nadie será lícito desconocer que son más vigorosos, más ingénuos, más primitivos y mucho más conformes con la austera severidad de aquellas montañas los rasgos patéticos y verdaderamente trágicos, en que todo el romance asturiano de Alexendra abunda, hermanándose á maravilla con el de Arbola, para completar la idea del honor ofendido en el esposo y en el padre, cual modelo y prototipo de lo que habia de ser en el glorioso teatro español, granada ya y venida á su colmo la cultura española. ¿Seria racional, en vista de todo, el suponer siquiera que estos cantares asturianos se derivan de Portugal, concediendo á los lusitanos la originalidad y primacía? Mucho sentimos que el profundo cuanto discreto Almeyda no pueda hoy darnos la respuesta. En esta dolorosa imposibilidad, procuraremos obtenerla de nuestros lectores, y para ello lícito nos será atraer de nuevo sus miradas sobre el romance Reina y cautiva, cuya traduccion á lengua española nos ha movido á sacar á luz alguna parte de las observaciones críticas, destinadas á ilustrar nuestro precioso Romancero de cantos populares de Astúrias.
V.
Entre todos los romances designados por Almeyda Garrett, cual fruto espontáneo y único de la poesía popular portuguesa, acaso es el de Reina y cautiva el que más holgadamente se acomoda y ajusta, no sólo en la narracion, sino tambien en las formas artísticas, á la version asturiana.—Y sin embargo, no es posible desconocer, presupuesta su lectura, que hay en los dos romances, producidos por esta singular tradicion en las montañas de Oviedo, crecido número de rasgos y pinceladas, los cuales le dan, en nuestro concepto, más subidos quilates que á la portuguesa en la estimacion de la crítica.—Son los que llevan en nuestro citado Romancero los números XXXVIII y XXXIX: recogímoslos, el primero en Cangas de Onís de labios de Emilia Tolibia, jóven de veintidos años, en el de 1860, y el segundo en Aballe, de los de doña Joaquina Fernandez, que contaba ya cuarenta y seis; y para que puedan muestros lectores saborear por sí las bellezas poéticas que ambos encierran, y sea dado á los más eruditos comprobar en ellos nuestras observaciones, bien será el trascribirlos integros. Hélos aquí:
I.
LAS HIJAS DEL CONDE FLORES.
Era Sara reina mora,
reina de la morería:
dizen que tiene deseos
de una cristiana cativa.
Que ha de ser fija de conde,
ó de rey ha de ser fija:
ansi la quiere por suya,
por su esclava la queria.
El rey moro que lo oyera,
bajó luego á la montiña:
fallaron al conde Flores,
que viene de romería.
De San Salvador de Oviedo,
de Santiago, el de Galicia,
el devoto conde Flores
con sus romeros venia.
Al buen conde dieron muerte,
cautivaron la su fija;
en un pozo le arrojaron
é muchas peñas encima;
una grande á la garganta,
porque non subiera arriba.
Ya llevaban á palacio,
ya llevaban la cativa:
la reina que lo supiera,
sus llaves le entregaria.
—Non quiero llaves de fierro:
que non me pertenescian:
ayer tarde en estas horas
de oro fino las traia.
Puso la mano en su pecho,
en llanto se desfacía.
—Dadme las llaves, señora,
pues mi suerte lo queria.
Preñada estaba la mora,
en cinta está la cativa,
y por la merced del cielo
ambas paren en un dia.
Parió la cativa un niñio;
la mora parió una niñia:
fué la partera traidora,
para ganar las albricias.
La niñia quitó á la mora,
quitó el niñio á la cativa;
é fizo en los dos el troque
con falaguera falsia.
—¿Cómo te va, la cristiana,
cómo te va con tu niñia?...
¿Cómo quieres que me vaya
lejos de la patria mia?...
¿Cómo quieres que me vaya
con la libertad perdida?.
–Si estuvieras en tu tierra
¿tu fija baptizarias?...
—Con lágrimas de mis ojos
la baptizo cada dia.
—Baptizar, baptizarásla;
pero ¿cómo la pornias?
—Si en mi palacio estoviera
é fuese la niñía mia,
pusiérale Blanca Flora
é Rosa de Alexandria.
Ansy se llama una hermana
que yo tengo en morería:
me la cativaron moros
dia de Pascua-florida.
Estando cogiendo flores
en un jardin que tenia,
é claveles encarnados,
me la fecieron cativa.
La reina de que esto oyera
fizo grandes alegrías;
é como lo vido el rey,
deste modo la decia:
—¿Qué avedes, la mi mujer,
qué avedes, esposa mia?...
—Que entendi tener esclava
é tengo hermana querida.
—Casaremos la tu hermana:
que yo un hermano tenia.
—Non lo quiera Dios del cielo
nin la sagrada María:
non lo quiera Dios del cielo
nin la Virgen lo permita.
Grande vergoña é ludibrio
para ni sangre seria,
las fijas del conde Flores
maridar en morería.
Dexad, rey, que s' torne luego
á su tierra la cativa:
non querades que vos mienta
como yo siempre os mentía.
Ca en el ruedo de la saya
traigo á la Vírgen María,
que me ampare é me defienda
contra las vuestras mentiras.
María, á quien rezo el rosario
una vez en cada dia;
eso mesmo á media noche,
quando la gente dormia.—
El rey moro, que lo supo,
mudó el color de la ira:
las fijas del conde Flores
en torre escura metia.
Siete años y las toviera,
siete años y las tenia:
al llegar la media noche,
amas hermanas morian.
Al pasar, que se pasaban,
llorando entrambas decian:
—«Virgen Madre, Virgen Madre,
que non oviste manzilla,
hed piedad de los corderos,
que entre fieros lobos fincan:
que salgan de moreria».—
¡Válgame Nuestra Señora!
¡Gloriosa Santa María!
II.
LAS HIJAS DEL CONDE FLORES.
—Sal á cazar, el rey moro,
á cazar, como solías;
é traerasme una cristiana
de gran belleza é valía...
— Ya se saliera el rey moro,
á las carreras salía:
ya la fija del buen conde
allí feziera cativa.
Ya la lleva, ya la lleva
camin de la moreria:
la fija del conde llora,
ca era de su esposo en cinta.
Ya la presenta á la reina
que faze grand' alegría.
—Bien venida la mi esclava,
la gentil esclava mia.
Tengo de fazer contigo
lo que ante nunca faría:
tengo de darte las llaves
de todo quanto tenia.
–No quiero tus llaves, mora,
tus llaves non las quería:
si las tuyas son de fierro,
las mias de plata fina.—
Quiso Dios y su fortuna
que ambas parieran un dia:
la cristiana parió un niño;
parió la mora una niña.
Las parteras son traidoras;
é por haber las albricias,
llevan el niño á la mora
é á la cristiana la niña.
Non tardára mucho tiempo
que dentro del tercer dia
fué la mora á ver su esclava,
por ver qué cama tenia.
—¿Cómo estades, la mi esclava,
la gentil esclava mia?... -
—¿Cómo queredes que seya?..
Como una mujer parida.
Darásme mi niño, mora;
que yo le baptizaria,
é pornéle conde Flores:
ca así le pertenescia.
—Si eso decides, cristiana,
¿qué pornedes á la niña?...
—Si yo estoviese en mi tierra,
é la niña fuera mia,
porniale Rosa Almendra,
ó Rosa de Alexandría;
ca asi llamaba el mi padre
á una hermana que tenia.
Me la cativaron moros
acá dentro en moreria;
me la cativaron moros
dia de Pascua-florida. -
—Si eso decides, cristiana,
vos sodes hermana mia.
Esto que oyera el rey moro
de altas torres se venia: -
—¿Qué tiene la mi mujer,
qué tiene la mujer mia,
pues cuando menos lo espero
face tantas alegrías?... -
—Que entendí tener esclava
é dulce hermana tenía. -
—Callad, callad, mi mujer;
callad, callad, mujer mia:
que de tres fijos que tengo
el mejor escogeria,
é por faceros merced
con ella le casaria.
–Non lo quiera Dios del cielo,
non la Sagrada María:
dos fijas del conde Flores
maridar en morería.
¡Válgame nuestra señora!
¡Válgame Santa María!
Veamos ahora, para que la comparación pueda ser tan inmediata y fructuosa cual necesita el presente estudio, la versión portuguesa, tal como la ha dado á luz su traductor don V. Barrantes:
REINA Y CAUTIVA.
— Al campo, moros, que quiero
una cristiana cautiva:
unos vayan mar ahajo,
otros vayan mar arriba,
y tráiganme la cristiana
que la reina me pedia.
Unos se van mar abajo,
otros se van mar arriba;
los que mar abajo fueron
no encontraron la cautiva;
pero tuvieron mas tino
los que fueron mar arriba,
que hallaron al conde Flores
viniendo de romería
de rezar al Santo Apóstol
en Santiago de Galicia.
Matan allí al conde Flores;
la condesa va cautiva;
la reina cuando lo supo
al encuentro le salía:
— Bien venida, esclava, seas,
esclava, sé bien yenida.
Aquí te entrego las llaves
de la despensa y cocina,
que no me fio de moras,
no me den hechicerías.
— Tomo, señora, las llaves
por grande desdicha mia.
Ayer era yo condesa,
hoy criada de cocina. —
En cinta estaba la reina ,
la esclava también en cinta.
La buena ó mala fortuna
parir las hizo en un dia.
Un varón tuvo la esclava,
la reina tuvo una niña;
pero las perras comadres,
para ganar más albricias,
dieron á la reina el niño,
y á la cristiana la niña.
_______
—Hija mia de mi alma,
¿con qué te bautizaría?
Las lágrimas de mis ojos
te sirvan de agua bendita.
Te llamaré Blanca-Rosa,
Blanca-Flor de Alejandría,
que así se llamaba en tiempos
una hermana que tenia;
cautiváronla los moros
allá por Pascua-florida,
estando cogiendo flores
en un jardín que tenia. —
La reina desde su alcoba
estos lamentos oia,
y bañada en llanto, asi
á sus enclavas decía:
— Esclavas, las mis esclavas,
sirvan bien á esta cautiva:
que si yo estuviera buena,
yo misma la serviría.—
El dia que se levanta,
corre á ver á la cautiva:
— ¿Cómo te encuentras, cristiana?
— ¿Cómo tienes á tu hija?
— La niña buena, señora;
yo, como mujer parida.
— Si estuvieras en tu tierra,
di, ¿cómo la llamarías?...
— Llamárala Blanca-Rosa,
Blanca-Flor de Alejandría,
que asi se llamaba en tiempos
una hermana que tenia;
cautiváronla los moros
allá por Pascua-florida,
estando cogiendo flores
en un jardin que tenia.
— Y si vieras á tu hermana,
dime, ¿la conocerías?...
— Como la viese desnuda
de cintura para arriba,
que bajo del pecho izquierdo
un lunar negro tenia...
— ¡Ay! ¡Triste estrella me alumbra!
¡Ay! ¡Triste estrella me guia!
¡Mandé buscar una esclava,
y traen una hermana mia!—
Tres dias eran pasados
cuando murió la infantita.
Lloró la condesa Flores,
que la tenia por hija;
pero más lloró la reina,
que el alma se lo decía.
Él secreto entre criados
¡qué pronto que se publica!
La madre recobra al hijo
medio muerta de alegría,
y ántes que pasen tres horas
las dos hermanas decían:
— ¡Quién se viera en Portugal,
tierra del cielo bendita! —
Juntaron muchas riquezas
en oro y en pedrería,
y una noche muy oscura
huyeron de morería,
yéndose para su tierra,
tierra de Santa María,
y allí se metieron monjas
as dos en un mismo dia.
Considerando que no han perdido mucho de su valor en la traduccion española los más característicos rasgos del romance portugués, á que el docto Almeyda atribuyó valor y antigüedad estremados, fuera inexplicable temeridad el desconocer que le exceden las dos versiones asturianas, segun ya insinuamos, en la ingenuidad y delicadeza de no pocos rasgos y accidentes, no ménos que en la energía y homérica entonacion de otros.—Pero repitámoslo, porque en esto consisten virtualmente las diferencias y variantes de unas y otras leyendas, al ser interpretadas, ya por la musa popular de Portugal, ya por la de Astúrias: los cantares que tan hondamente arraigaron en las montañas de Právia y de Lloraza, de Priesca y de Sobrándio, trasmitiéndose de generacion en generacion hasta nuestros dias, ostentan en sus toscas formas prendas y virtudes de tal ley, que no pueden conceptuarse como derivados, ni como elaborados por otra nacionalidad distinta de aquella en que nacieron y fructificaron. No es posible suponer, en consecuencia, que provinieron y se propagaron á los expresados valles desde el suelo de Portugal; pretension que á ser formulada en algun modo, tendria contra sí, además de las declaraciones de la crítica literaria, el testimonio entero de la historia patria. ¿Pudiera acaso intentarse lo contrario?...
A la verdad, no faltarian razones.—Limitemos ahora nuestras observaciones á añadir, que pues las tradiciones que Almeyda Garrett juzgó exclusivamente portuguesas, tienen en general iguales interpretaciones
populares en el centro de las Astúrias de Oviedo, y no despreciables correspondencias en otras comarcas de España, no es posible ya sostener, sin temeridad notoria, que nacieron y florecieron únicamente en el territorio lusitano.—La sana razon, que es fundamento y norma de toda buena crítica, nos persuade en contrario de que, segun indicamos arriba, debe buscarse el origen de esos estimables cantares, por lo mismo que tienen incuestionable significacion nacional, en más dilatada esfera, estando sin duda sometido su desarrollo al influjo de leyes más generales crítica, nos persuade en que aquellas que pudieron reglar particularmente la vida intelectual de la muchedumbre en una comarca determinada. Y como, por más que los crasos errores cometidos por los gobiernos de España y de Portugal durante los últimos siglos, hayan podido sembrar entre ambos pueblos repugnantes preocupaciones y no justificados ódios, la patria del rey don Dionís y de Alfonso IV, vivió la vida de la España central, compartiendo con ella, como Aragon y Cataluña y más que Navarra, las glorias y las prosperidades, los contratiempos y las desdichas, —no es repugnante, y ántes bien muy natural, que alimentara y nutriera su espiritu con las mismas tradiciones derramadas y arraigadas con igual fuerza en toda la Península. La musa popular portuguesa dió á estas tradiciones lo que les daba la musa popular asturiana: la forma especial elaborada ya en las esferas de la muchedumbre, el sentimiento propio y característico del pueblo, y la manera de ver y de sentir la naturaleza que lo rodeaba, excitando ó moderando sus inspiraciones é infundiéndoles ese color local, que tanto y tan bizarramente brilla hoy en unos y otros cantares. Buscar distintas leyes para esplicar este linaje de fenómenos intelectuales, operados dentro de la Península Ibérica, sobre negar lastimosamente lo pasado, seria tambien derramar las más oscuras nieblas sobre lo porvenir, entregando la suerte de ambos pueblos al más ciego y fatal casuismo.
- ↑ En órden al tipo de la suegra envidiosa, calumniadora y cruel, y al de la nuera sencilla, cariñosa é inocente, hemos advertido ántes de ahora que son uno y otro comunes á la mayor parte de las poesías populares de las naciones de Occidente, «trascendiendo á las literaturas eruditas, ora por medio de la poesía, ora por medio de la novela.» (Historia crítica de la Literatura española, t. VII, pág. 47). Pero sin salir de la Península vemos ambos caractéres bosquejados por la musa catalana, tal como prueba el romance titulado en el Romancerillo de Milá: La vuelta de don Guillermo.—Tambien los Cantos populares de Provenza, recogidos por Mr. Dámaso Arbaud, réproducen la misma tradicion y pintura de caractéres en el Pourcheireto, que es uno de los más bellos. El tipo de Alforgo, aunque más bárbaro, nos recuerda á don Lope de Almeyda en A secreto agravio secreta venganza, de Calderon, y se hermana, bajo la especial y típica consideracion del amor ofendido, con el del rey padre de Aleacendra, de quien á continuacion hablamos.
- ↑ (2) Romanceiro, t. II, pág. 172.