De los nombre de Cristo: Tomo 3, Introducción
Reanudan el diálogo en el soto, y el día de la festividad de San Pablo, por la tarde
El día que sucedió, en que la Iglesia hace fiesta particular al apóstol San Pablo, levantándose Sabino más temprano de lo acostumbrado, al romper del alba salió a la huerta, y, de allí, al campo que está a mano derecha de ella, hacia el camino que va a la ciudad, por donde, habiendo andado un poco rezando, vio a Juliano que descendía para él de la cumbre de la cuesta que, como dicho he, sube junto a la casa. Y maravillándose de ello, y saliéndole al encuentro, le dijo:
-No he sido yo el que hoy ha madrugado, que, según me parece, vos, Juliano, os habéis adelantado mucho más, y no sé por qué causa.
-Como el exceso en las cenas suele quitar el sueño -respondió Juliano-, así, Sabino, no he podido reposar esta noche, lleno de las cosas que oímos ayer a Marcelo, que, demás de haber sido muchas, fueron tan altas que mi entendimiento, por apoderarse de ellas, apenas ha cerrado los ojos. Así que, verdad es que os he ganado por la mano hoy, porque mucho antes que amaneciese ando por estas cuestas.
-Pues ¿por qué por las cuestas? -replicó Sabino-. ¿No fuera mejor por la ribera del río en tan calurosa noche?
-Parece -respondió Juliano- que nuestro cuerpo naturalmente sigue el movimiento del sol, que a esta hora se encumbra, y a la tarde se derrueca en la mar; y así es más natural el subir a los altos por las mañanas, que el descender a los ríos, a que la tarde es mejor.
-Según eso -respondió Sabino-, yo no tengo que ver con el sol, que derecho me iba al río si no os viera.
-Debéis -dijo Juliano- de tener que ver con los peces.
-Ayer -dijo Sabino- decía que yo era pájaro.
-Los pájaros y los peces -respondió Juliano- son de un mismo linaje, y así viene bien.
-¿Cómo de un linaje mismo? -dijo Sabino.
-Porque Moisés dice -respondió Juliano- que crió Dios en el quinto día, del agua, las aves y los peces.
-Verdad es que lo dice -dijo Sabino-, mas bien disimulan el parentesco, según se parecen poco.
-Antes se parecen mucho -respondió Juliano entonces-, porque el nadar es como el volar, y, como el vuelo corta el aire, así el que nada hiende por el agua; y las aves y los peces por la mayor parte nacen de huevos; y, si miráis bien, las escamas en los peces son como las plumas en las aves, y los peces tienen también sus alas, y con ellas y con la cola se gobiernan cuando nadan, como las aves cuando vuelan lo hacen.
-Mas las aves -dijo riendo Sabino- son por la mayor parte cantoras y parleras, y los peces todos son mudos.
-Ordenó Dios esa diferencia -respondió Juliano- en cosas de un mismo linaje para que entendamos los hombres que, si podemos hablar, debemos también poder y saber callar, y que conviene que unos mismos seamos aves y peces, mudos y elocuentes, conforme a lo que el tiempo pidiere.
-El de ayer a lo menos -dijo Sabino-, no sé si pedía, siendo tan caluroso, que se hablase tanto; mas yo, que lo pedí, sé que deseo algo más.
-¿Más decís? Y ¿qué hubo en aquel argumento que Marcelo no lo dijese?
-En lo que se propuso -dijo Sabino-, a mi parecer habló Marcelo como ninguno de los que yo he visto hablar. Y aunque le conozco, como sabéis, y sé cuánto se adelanta en ingenio, cuando le pedí que hablase, nunca esperé que hablara en la forma y con la grandeza que habló; mas lo más que digo es, no en los nombres de que trató, sino en uno que dejó de tratar; porque, hablando de los nombres de Cristo, no sé cómo no apuntó en su papel el nombre propio de Cristo, que es Jesús: que de razón había de ser o el principal o el primero.
-Razón tenéis -respondió Juliano- y será justo que se cumpla esa falta, que de tal nombre aun el sonido sólo deleita; y no es posible sino que Marcelo, que en los demás anduvo tan grande, tiene acerca de este nombre recogidas y advertidas muchas grandezas. Mas ¿qué medio tendremos que parece no buen comedimiento pedírselo, que estará muy cansado, y con razón?
-El medio está en vuestra mano, Juliano -dijo Sabino luego.
-¿Cómo en mi mano? -respondió.
-Con hacer vos -dijo Sabino- lo que no os parece justo que se pida a Marcelo; que estas cuestas y esta vuestra madrugada tan grande, no son en balde, sin duda.
-La causa fue -respondió Juliano- la que dije; y el fruto, el asentar en el entendimiento y en la memoria lo que oí con vos juntamente; y si, fuera de ello, he pensado en otra cosa, no toca a ese nombre, que nunca advertí hasta ahora en el olvido que de él se tuvo ayer. Mas atrevámonos, Sabino, a Marcelo; que, como dicen, a los osados la fortuna.
-En buena hora -dijo Sabino.
Y con esta determinación ambos se volvieron a la huerta, y en la casa supieron que no se había levantado Marcelo; y, entendiendo que reposaba, y no le queriendo desasosegar, se tornaron a la huerta, paseándose por ella por un buen espacio de tiempo; hasta que, viendo que Marcelo no salía y que el sol iba bien alto, Sabino, con algún recelo de la salud de Marcelo, fue a su aposento, y Juliano con él. Adonde, entrados, le hallaron que estaba en la cama; y preguntándole si se detenía en ella por alguna mala disposición que sintiese, y respondiéndoles él que solamente se sentía un poco cansado y que en lo demás estaba bueno, Sabino añadió:
-Mucho me pesara, Marcelo, que no fuera así, por tres cosas: por vos principalmente, y después por mí que os había dado ocasión, y lo postrero porque se nos desbarataba un concierto.
Aquí Marcelo, sonriéndose un poco, dijo:
-¿Qué concierto, Sabino? ¿Habéis por caso hallado hoy otro papel?
-No otro -dijo Sabino-, mas en el de ayer he hallado qué culparle, que entre los nombres que puso olvidó el de Jesús, que es el propio de Cristo, y así es vuestro lo el suplir por él. Y habemos concertado Juliano y yo que sea hoy, por hacer con ello, en este día suyo, fiesta a San Pablo, que sabéis cuán devoto fue de este nombre, y las veces que en sus escritos le puso, hermoseándolos con él como se hermosea el oro con los esmaltes y con las perlas.
-¡Bueno es -respondió Marcelo- hacer concierto sin la parte! Ese santo nombre dejóle el papel, no por olvido, sino por lo mucho que han escrito de él algunas personas; mas si os agrada que se diga, a mí no me desagradará oír lo que Juliano acerca de él nos dijere, ni me parece mal el respeto de San Pablo y de su día que, Sabino, decís.
-Ya eso está andado -respondió al punto Sabino- y Juliano se excusa.
-Bien es que se excuse hoy -dijo Marcelo- quien puso ayer su palabra y no la cumplió.
Aquí, como Juliano dijese que no la había cumplido por no hacer agravio a las cosas, y como pasasen acerca de esto algunas demandas y respuestas entre los dos, excusándose cada uno en lo más que podía, dijo Sabino:
-Yo quiero ser juez en este pleito, si me lo consentís, y si os ofrecéis a pasar por lo que juzgare.
-Yo consiento -dijo Juliano.
Y Marcelo dijo que también consentía, aunque le tenía por algo sospechoso juez, y Sabino respondió luego:
-Pues porque veáis, Marcelo, cuán igual soy, yo os condeno a los dos: a vos que digáis del nombre de Jesús, y a Juliano que diga de otro o de otros nombres de Cristo, que yo le señalaré o que él se escogiere.
Riéronse mucho de esto Juliano y Marcelo y, diciendo que era fuerza obedecer al juez, asentaron que, caída la siesta, en el soto, como el día pasado, primero Juliano y después Marcelo dijesen. Y en lo que tocaba a Juliano, que dijese del nombre que le agradase más. Y con esto, se salieron fuera del aposento Juliano y Sabino, y Marcelo se levantó.
Y después de haber dado a Dios lo que el día pedía, pasaron hasta que fue hora de comer en diversas razones, las más de las cuales fueron sobre lo que había juzgado Sabino, de que se reía Marcelo mucho. Y así, llegada la hora, y habiendo dado su refección al cuerpo con templanza y al ánimo con alegría moderada, poco después, Marcelo se recogió a su aposento a pasar la siesta, y Juliano se fue a tenerla entre los álamos que en la huerta había, estanza fresca y apacible; y Sabino, que no quiso escoger ni lugar ni reposo, como más mozo, decía que advirtió de Juliano que todo el tiempo que estuvo en la alameda, que fue más de dos horas, lo pasó sin dormir, unas veces arrimado y otras paseándose, y siempre metidos los ojos en el suelo y pensando profundísimamente. Hasta que él, pareciéndole hora, despertó al uno de su pensamiento y al otro de su reposo; y diciéndoles que su oficio era, no sólo repartirles la obra, sino también apresurarlos a ella y avisarlos del tiempo, ellos con él, y en el barco, se pasaron al soto y al mismo lugar del día de antes. Adonde, asentados, Juliano comenzó así: