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De mala raza: 17

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Escena IV

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VISITACIÓN, DON ANSELMO, DON PRUDENCIO, DON NICOMEDES Y PAQUITA.


PAQUITA.-¿Qué -tienes?... ¿Por qué me llamabas? ¡Esa agitación!... ¡Dios mío!

ANSELMO.-No, mujer; no es nada; no te asustes... Es... lo de siempre... Ya sabes.

PAQUITA.-¡Ah, sí!... ¡Pero estoy tan nerviosa!

ANSELMO.-¡Y qué pálida te has puesto!

PAQUITA.-¡Me llamaron de un modo!... ¡No sé lo que sentí!... ¡Ni lo que pensé!

ANSELMO.-Pues eso es lo que no quiero, que te asustes, que sufras. ¡Que sufran otros, los que tienen por qué sufrir..., los que deben sufrir, si tienen conciencia!

PAQUITA.-¡Calla, Anselmo! ¡Calla, por Dios!

ANSELMO.-¡La paz del alma, el propio contentamiento, la felicidad, para la mujer honrada! El dolor constante, la espina siempre en el corazón, el castigo, al fin, para la que olvida sus deberes y mancha la honra que un hombre leal le confió. ¡Esa es, ésa, la justicia!

VISITACIÓN.-Dice bien tu marido. Eres demasiado buena, Paquita.

PRUDENCIO-Es inútil lo que ustedes le digan; no podrá evitarlo; es buena porque es buena.

ANSELMO.-¿Lo ves, hija mía? Todos dicen lo mismo que yo, hasta don PRUDENCIO, que es un sabio.

PRUDENCIO.-¡Don ANSELMO!... (Con excesiva modestia.)

PAQUITA.-¡No más! ¡Por Dios se lo suplico! Son ustedes injustos con Adelina.

ANSELMO.-No digas eso; no la nombres.

PAQUITA.-¡Lo digo porque es verdad! Porque Adelina... ¡vale mil veces más que yo!

VISITACIÓN.-Yo sí que digo: ¡Jesús mil veces!

PRUDENCIO.-Señora, permítame que le replique que su modestia... exagera... hasta lo absurdo. ¡Compararse usted con un ser desdichado!... ¡Ah Paquita!

ANSELMO.-¡Eso sí que no lo tolero! ¡Compararte con aquella...! ¡Ah! ¡Si a ella te parecieses.... pobre de ti... y pobre de mí!...

NICOMEDES.-¡Anselmo! ¡Anselmo!... ¡Que te exaltas demasiado!

ANSELMO.-¡Pues que no profane nuestro cariño!¡Que no se ponga a la par de esa criatura, que ha de ser nuestra ruina! Que la compadezca, bueno... Pero ¡que se empeñe en glorificarla!...

PAQUITA.-¡No, Anselmo! no más, no más...

ANSELMO.-¡No, Paquita, mi dicha, mi tesoro! ¡Perdóname!... ¡Te hablé con enojo! ¡Hice mal! ¡No me guardes temor! (Abrazándola.)

VISITACIÓN.-¡Qué mujer!

NICOMEDES.-¡Una santa!

PRUDENCIO.-¡Incomparable, amiga mía, incomparable!

VISITACIÓN.-Oigan ustedes, ¿No es un coche que para?

NICOMEDES.-Creo que sí.

PRUDENCIO.-Lo es, no me cabe duda, porque lo he visto. (Después de asomarse al balcón.)

ANSELMO.-¿Será Carlos?

PAQUITA.-(A DON ANSELMO.) ¡Virgen Santísima! ¿Será él?

NICOMEDES.-Él debe de ser.

PRUDENCIO.-Indudablemente, porque el tren llega a las..., y son las... y calculando el tiempo...(Mirando el reloj.)

VISITACIÓN.-Pues no calcule nada, don Prudencio, porque es Carlos. (Todos se dirigen hacia el fondo.)

PAQUITA.-¡Ah!... ¡Dios mío!... ¡Qué angustia!...

ANSELMO.-¿Angustias?... Sí, para ella... ¡Ahí... ¡El plazo siempre se cumple, Paquita!

PAQUITA.-No le digas nada... Espera... Yo te lo suplico...

VISITACIÓN.-Déjale; él sabrá lo que hace. (A PAQUITA.)

ANSELMO.-Es mi sangre, y yo no sufro que la echen al lodo.

PAQUITA.-¡Por el amor que le tienes a él, a Carlos, a tu hijo! (Sujetándole entre sus brazos.)

ANSELMO.-¡No! (Dirigiéndose a la puerta del fondo.)

PAQUITA.-¡Por el amor que me tienes a mí! (Deteniéndole.)

ANSELMO.-¡Que no! Lo único que no puedo concederte.

PAQUITA.-¡Pues yo te digo que no es posible..., que no es justo..., que es impío que sacrifiques a esa criatura!...

ANSELMO.-¡Ahora lo verás!... ¡Y no me enloquezcas!... ¡Y, sobre todo, que no venga!... ¡Que no la vea!...

NICOMEDES.-Ya llega.

PRUDENCIO.-Ya le tenemos.