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De mala raza: 30

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Escena VIII

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ADELINA y DON ANSELMO.


ADELINA.-¿Deseaba usted?...

ANSELMO.-Sí, que hablásemos; pero no quisiera molestar a usted. Yo puedo esperar a que usted lea.

ADELINA.-¿El qué, don Anselmo?

ANSELMO.-Esa carta.

ADELINA.-(Cortada y sin saber lo que dice.) ¿Cuál?

ANSELMO.-La que oculta usted, señora.

ADELINA.-¿Yo?

ANSELMO.-Sí. Estuve ahí... He visto y he oído... Y, en suma..., ¡fuera hipocresía! ¡Quiero que lea usted delante de mí la carta del marqués!

ADELINA.-¡Don Anselmo, por Dios!... Observe usted...

ANSELMO.-Pues precisamente para eso: para observar la impresión que en usted produce... ¡Ya ve usted si soy franco! ¡Para clavar en usted mis ojos! ¡Para penetrar en su corazón! Yo no necesito leer esos papeles; me basta leer en su frente de usted, señora. Es usted todavía muy joven para disimular.

ADELINA.-La verdad es, que no comprendo con qué derecho... me somete usted a tal humillación...

ANSELMO.-¿Es la primera que le impongo a usted?

ADELINA.-No, ciertamente.

ANSELMO.-Pues entonces, ¿por qué protesta usted ahora y no ha protestado antes?

ADELINA.-Será porque soy muy débil.

ANSELMO.-Lo voy dudando.

ADELINA.-Y yo también.

ANSELMO.-No discutamos, señora. Me niega usted el derecho... No lo defiendo... Pero soy el padre de Carlos, soy un hombre de honor, soy un pobre anciano al cual le está usted anticipando la agonía..., y por ser todo esto, le ruego a usted.... ¿oye usted bien?, le ruego a usted que lea esa carta delante de mí.

ADELINA.-Si usted se empeña, ¿por qué no?

ANSELMO.-Pues empiece usted. (ADELINA, en pie junto a la luz; en pie también, y frente a ella y observándola, DON ANSELMO.)

ADELINA.-(Leyendo para sí.) «Señora...: Víctor, antes de morir...» (Aparte.) ¡Dios mío! ¡Ha muerto!...

ANSELMO.-Apenas empieza usted y ya se inmuta, ¡y ya está usted llorando!...

ADELINA.-¿Yo?... ¡Qué idea!...:Llorando! ¡por esta carta! ¡Don Anselmo!

ANSELMO.-¡Brillan lágrimas en sus ojos de usted y se agitan nerviosamente sus labios!...

ADELINA.-¿Es la primera vez que me hace usted llorar?

ANSELMO.-No, ciertamente.

ADELINA.-Pues entonces, ¿qué le extraña?

ANSELMO.-Siga usted.

ADELINA.-(Leyendo en voz baja.) «Víctor antes de morir, quiso dejar a salvo la honra de usted, Adelina...»

ANSELMO.-Es inútil que me mire usted al descuido para ver si observo; mi vista está clavada en usted, y así será hasta que llegue al fin de la carta. ¡Acabe usted!

ADELINA.-¡Ah don Anselmo!... (Tendiendo hacia él la carta, pero retirándola luego.) ¡Voy a concluir y (Leyendo para sí.) «Con este objeto me rogó, cuando ya estaba en la agonía, que le entregase a usted esta acta o declaración que va adjunta, y en que explica el suceso con todos sus pormenores...» ¡Ah!... (ADELINA procura ocultar dicho papel.) «Reconoce su falta, y ruega a usted y ruega a Paquita que le perdonen...»

ANSELMO.-¿Está ya todo?

ADELINA.-Es inútil leer más.

ANSELMO.-¿Y esa segunda carta que acompaña a la que usted ha leído?

ADELINA.-(Separándose de la luz.) Sé lo que contiene... Asuntos insignificantes...

ANSELMO.-(Siguiéndola.) ¿De veras?

ADELINA.-(Sin saber lo que dice.) Es decir, insignificantes, no... Es para Carlos... Cuestiones de política... Como yo no entiendo de esas cosas...

ANSELMO.-¿Por eso le escribe a usted sobre ellas el marqués?... Porque usted no entiende...

ADELINA.-Me escribe incidentalmente... Pero esta carta... le digo a usted que es para mi Carlos.

ANSELMO.-Pues llámele usted y entréguele esos papeles.

ADELINA.-¿Por qué no?

ANSELMO.-Perfectamente. (Dirigiéndose a la derecha.)

ADELINA.-(Aparte.) Decirle de pronto... que Víctor...

ANSELMO.- ¡Carlos!

ADELINA.-(Aparte.) ¡Él, que estaba tan triste y tan desesperado!...

ANSELMO.-¡Carlos!

ADELINA.-(Corriendo, a DON ANSELMO.) ¡No, todavía no!

ANSELMO.-¿Por qué?

ADELINA-(Con ingenuidad.) Antes quisiera...

ANSELMO.-(Con terrible ironía.) ¿Prepararle? ¡En punto a franqueza, raya usted en lo sublime!

ADELINA.-¡No sé si llegaré... a eso que llama usted sublime, pero le juro a usted que me van faltando las fuerzas!

ANSELMO.-¡Y a mí! ¡Por eso quiero llegar pronto al fondo de la verdad!

ADELINA.-¡No, por Dios!

ANSELMO.-¡Es preciso acabar de una vez, señora! (Llamando.) ¡Carlos!

ADELINA.-¡Está enfermo!

ANSELMO.-¡Yo también!

ADELINA.-¡Otra vez tiene fiebre!

ANSELMO.-(Cogiendo a ADELINA violentamente.) ¿Y mi mano, señora, no abrasa?

ADELINA.-(Cayendo de rodillas.) ¡Tenga usted compasión de todos nosotros!

ANSELMO.-¿La tiene usted?

CARLOS.-(Entrando por la derecha.) ¡Padre! ¡Adelina!