De un convite: Oda XIV
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Ved, amigos, cuál llega ya delicioso el mayo, en las plácidas alas del Céfiro llevado. Grata Flora en su obsequio le engalana los campos, mil flores por doquiera desparciendo su mano. Cojamos las más lindas; y alegres emulando las risas y banquetes que libre canta Horacio, de hiedra coronadme, yo en torno haré otro tanto, y ornad copas y mesa de pimpollos y ramos. La rosa esté en los pechos del dulce Amor esclavos, ¿y quién de sus arpones escapa en nuestros años?, la rosa que a Citeres su seno purpurado, y del hijo a los besos su aroma debió grato. Llevemos todos rosas, pues que todos amamos; y quien cuidados llore por hoy les dé de mano. Que yo, al ver cuál incauta Dorila a cada paso me muestra que me adora, perdido la idolatro. Aun niña y simplecilla, un día con mis labios comuniqué a los suyos el fuego en que me abraso. De entonces al mirarme de un vivo sonrosado anímase, y su seno se eleva palpitando. Aquí, pues, a la sombra del álamo copado, donde mil pajaritos cruzan de ramo en ramo y acarícianse tiernos y gozan y a otros lazos para nuevas delicias escápanse voltarios, do entre guijas y trébol con sus trémulos pasos murmullante el arroyo nos aduerme saltando, la fiesta celebremos: del néctar perfumado que Jerez nos regala brindemos y bebamos. Misterioso el silencio cubriéndonos, despacio gocemos los manjares que el lujo ha preparado. Paladéese el gusto, delicioso el olfato regálese, y los ojos se ceben en mirarlos. Bebamos otra copa; empiécela Menalio, y a un tiempo clamad todos: «¡Honor, honor a Baco!» A cada nueva copla, los vivas y el aplauso subiendo a las estrellas, responda un dulce trago; y otro y otros en torno tocándonos los vasos, del viejo Valdepeñas se sigan apiñados. Así hasta media noche los brindis renovando, del sabroso banquete prolonguemos el plazo, de do medio beodos a sumirnos corramos del tranquilo Morfeo en el muelle regazo. Que las horas escapan fugaces y callando, y en pos nos precipita del tiempo el rudo brazo. Ved, si no, cuál las rosas dan su vez al verano, y al enero aterido el otoño templado. Nuestro cabello de oro de nieve harán los años, y nuestra alegre vida de duelos y quebrantos. Entonces ni los bailes, ni el vino más preciado, ni el rostro más travieso podrán regocijarnos. Del día que nos ríe gocemos, pues en vano será inquirir si un otro nos lucirá más claro.