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Declaración de Independencia de Texas

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En la ciudad de Washington, a 2 de marzo de 1836.

Cuando un gobierno ha cesado de proteger la vida, la libertad y las propiedades del pueblo, cuyos poderes legítimos ha recibido y para cuya felicidad ha sido instituido; cuando estos poderes, lejos de ser una garantía para el goce de sus de­rechos inenajenables e imprescriptibles, se vuelven por el contrario, en manos de las autoridades en un instrumento de tiranía y de opresión; cuando la constitución federal y repu­blicana del país que estas mismas autoridades han jurado sostener, no tienen ya una existencia vital, habiendo sido aniquilada por la violencia, y. sin el consentimiento de los Es ­tados soberanos, para dar lugar a un despotismo central y militar, a consecuencia del cual se desconocen los intereses generales, a excepción únicamente de los del ejército y los del clero, enemigos eternos de la libertad civil, a la vez que saté­lites e instrumentos habituales de la tiranía; cuando despué -que la constitución ha sido hollada, y que ni la moderación ni las representaciones por nuestra parte han podido obtener otro resultado que la prisión de los ciudadanos encargados de hacer valer nuestros derechos cerca del gobierno general, ve­mos invadir nuestro territorio a ejércitos mercenarios para forzarnos a aceptar el gobierno de las bayonetas; cuando en fin, en consecuencia de tales actos de dignidad, vemos desa­parecer el antiguo sistema republicano, prevalecer la monarquia y destruirse la sociedad civil en sus elementos primitivos

en una semejante crisis, la primera ley de la naturaleza, el derecho de la conservación natural nos impone el deber de defender nuestros primeros principios políticos y de tomar sobre nosotros mismos el cuidado de gobernarnos en nues­ tros propios negocios. Impelidos, pues, como por una obliga ­ción sagrada hacia nosotros y hacia nuestra posteridad, he­mos emprendido derribar el gobierno que se nos quiere im­poner, y crear otro, calculado de modo que pueda salvarnos de todo riesgo futuro, y asegurar nuestra felicidad y nuestra prosperidad venidera.

Las naciones como los individuos son responsables de sus actos ante la opinión del género humano: convencidos de esta verdad, vamos a someter al juicio del mundo imparcial una parte de nuestros asuntos y nuestras quejas; vamos a procurar justificar la marcha peligrosa pero inevitable que vamos a emprender, al romper los lazos políticos que nos unían al pueblo mexicano, y la actitud independiente que emprendemos tomar entre las naciones del globo.

El gobierno mexicano por sus leyes de colonización invitó y comprometió a la república angloamericana de Te­xas, a colonizar los desiertos de este país, bajo la fé de una constitución escrita, en virtud de la cual los colonos debían continuar gozando de la libertad constitucional y de las insti­tuciones republicanas a que estaban acostumbrados en su suelo natal, los Estados Unidos de América.

Esta esperanza ha sido cruelmente eludida; habiendo aprobado la nación mexicana los cambios hechos en la forma de su gobierno, por el general don Antonio López de Santa-Anna, que ha trastornado la constitución de su país, este jefe no nos ofrece otra alternativa que abandonar nuestros hoga­ res adquiridos a tanto costo y por medio de tan crueles priva ­ciones o de someternos a la mas detestable de todas las tiranías, el despotismo militar y religioso.

Nuestra prosperidad ha sido sacrificada a la del estado de Coahuila, y nuestros intereses han sufrido constantemen­te bajo una legislatura tan celosa como parcial que se nos había impuesto por una mayoría hostil en una lengua extran­jera, sentada a una gran distancia de nuestro país. Se había mantenido este estado de cosas, a pesar de las peticiones que habíamos transmitido a las cámaras, a fin de que se crease a Texas como un Estado distinto, y a pesar de que habíamos, conforme a las disposiciones de la constitución nacional presentado al congreso general una constitución republicana que ha sido rechazada sin justa causa con el más insultante menosprecio.

Uno de nuestros conciudadanos ha sido detenido en una prisión por largo tiempo, a causa únicamente de que había trabajado con celo en hacer aceptar nuestra constitución, así como nuestra demanda por la creación de un gobierno sepa­rado.

Se nos ha rehusado el derecho del juicio por jurado, ese paladín de la libertad civil, esa garantía de la existencia de la libertad misma y de la propiedad del ciudadano.

Nada se ha hecho para establecer un sistema público de educación, a pesar de que existen inmensos recursos asigna-dos por las rentas públicas, y aun cuando la política haya consagrado como un axioma que es inútil esperar de un pueblo la permanencia de la libertad civil o la capacidad de gobernarse bien a menos de que no esté ilustrada por la an­torcha de la educación pública.

Se ha permitido a los comandantes militares ejercer actos arbitrarios de opresión y de tiranía sobre nuestros conciu ­dadanos: han sido hollados los derechos más sagrados del hombre libre, y el poder militar se ha sobrepuesto al civil.

El congreso del Estado de Coahuila y Texas ha sido di-suelto por la fuerza armada; nuestros representantes han si- do obligados a huir para salvar la vida. Este acto de violencia nos ha despojado del derecho fundamental de todo gobierno consitucional, del derecho de representación.

El gobierno mexicano ha exigido de nosotros que le en­treguemos a muchos de nuestros conciudadanos. Se han en­viado destacamentos de tropas para apoderarse de los individuos designados, y conducirlos al interior para juzgar-los a despecho de las leyes de la constitución y en menos pre­cio de las autoridades civiles.

Nuestro comercio se ha visto expuesto a violencias y a piraterías; los extrajeres han sido autorizados para apoderar -se de nuestros buques y para llevar la propiedad de nuestros ciudadanos a puertos distantes para ser confiscados.

El derecho de adorar al Ser Supremo, según nuestra conciencia, se nos ha rehusado, mien t r as que el gobierno sos ­tiene una religión dominante y nacional, cuyo culto ha teni­do más bien por objeto servir a los intereses temporales de sus siervos.

El gobierno ha exigido de nosotros le entreguemos las armas que son esenciales a nuestra defensa; que son la pro-piedad de los hombres libres, v formidables solo para los go­biernos tiránicos.

Nuestro país ha sido invadido por tierra y por mar con la intención de desolar nuestro territorio y de arrojarnos de nuestros hogares; un numeroso ejército de mercenarios se avanza para hacernos una guerra de exterminio.

Se han mandado emisarios pagados a sueldo por el go­ bierno, para excitar a los salvajes a asesinar a los habitantes de nuestras fronteras, expuestos sin defensa a la hacha y al tomahawk de esos bárbaros sin piedad.

Ese gobierno, mientras duraban nuestras relaciones con la república, constantemente ha sido el ludibrio, el juguete y la víctima de las revoluciones militares; amenazado sin ce­ sar en su existencia, él se ha mostrado siempre débil, corrom ­pido y tiránico.

Estos agravios y otros más numerosos todavía, han sido soportados por le pueblo de Texas, hasta que la tolerancia cesó de ser una virtud, fué cuando hemos tomado las armas para defender la constitución nacional. En vano hemos lla­mado a nuestros hermanos de México; han corrido ya mu­chos meses, y ninguna respuesta nos ha venido del interior; ningún socorro se nos ha enviado. Nos vemos pues, obliga dos a concluir que el pueblo de México, habiéndose sometido al aniquilamiento de su libertad y a la dominación militar es incapaz de ser libre y de gobernarse a sí mismo.

La necesidad de nuestra propia conservación, es una ley que nos obliga a separarnos para siempre de él en política.

En consecuencia, nosotros los delegados del pueblo de Texas, teniendo plenos poderes, reunidos en convención so­lemne, manifestamos al mundo entero: que en virtud de la necesidad de nuestra situación, hemos resuelto y declaramos que nuestras relaciones políticas con la nación mexicana, es­tán rotas para siempre, y que el pueblo de Texas se constitu ­ye desde hoy en una república libre, soberana e independien­te, investida de todos los derechos y atribuciones que perte­necen a las naciones independientes; y descansando en la conciencia y en la rectitud de nuestras intenciones, remiti­mos sin temor y con toda seguridad el éxito de esta decla­ración a la decisión del Arbitro Supremo de los destinos de las naciones.—Ricardo Ellis, presidente. Municipalidad de Austin.—C. B. Thos. Barret. Brazoria.—Edwin Waller. Ja-mes Collingsworth. J. S. Ryrums. A.S.A. Brigham. Texas. —Francisco Ronis. Antonio Navarro. J.B. Badget. Colo­rado.—W. U. Lacy. Wolliam Manifaes. González.—J. Gie­cher. M Caldwell. Goliat.—William Morley. Harisburg. —Lorenzo de Zavala, Jasper. S. H. Evcrrett. Jackson.—Elijah Stepp. Jefferson Claibom West. Wm. B. Seates. M. Menard. A. B. Hardin. Mina.—J. W. Benton.—E. J. Gaz­lay.—R. M. Coleman, Matagorda.—B. Hardiman, Milani L. C. Robertson. --siguen firmas--.