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Del porvenir del castellano en Filipinas

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Del porvenir del castellano en Filipinas (1910)
de Wenceslao Retana
Nota: W. E. Retana: «Del porvenir del castellano en Filipinas» (1910) Prometeo, año III, número XIV, pp. 86-90.
Del porvenir del castellano en Filipinas.
POR  W. E. RETANA.

E

n las que fueron nuestras islas Filipinas, muchas en número y en las cuales se hablan más de cuarenta lenguas vernáculas, suspiran algunos patriotas por un idioma nacional, único y filipino precisamente, que sirva de nexo espiritual entre todos los naturales del pais. La aspiración es nobilísima, pero irrealizable. Un solo idioma vernáculo para todo el archipiélago no existirá jamás. Podrá suceder con el tiempo, que lenguas de gran extensión etnográfica, como el bisaya, el tagalo, el ilocano, etc., absorban otras de escasa extensión, como el bukidnón, el aeta, el isinay, etc.; pero esto será, si aquellos pueblos absorben á estotros. Los idiomas vivos no se descuajan á la manera que las malezas en los terrenos de labor. Un pueblo sólo pierde la lengua propia de dos modos: ó siendo total y absolutamente absorbido por otro (como ha acontecido en Canarias, Cuba y Puerto Rico), ó mediante la emigración para ir á refundirse con otros pueblos (como los negros de América, los gitanos de España, los judíos de diferentes naciones de Europa).

Pretender que la lengua tagala, verbigracia, se coma la pampanga y la pangasinana, no deja de ser un sueño, como sueño sería el que aquí, en España, el castellano se comiese el vascuence, el catalán y el valenciano; del propio modo que en Austria-Hungría no ha logrado el alemán comerse el tcheque y demás idiomas de dicho imperio. Bien pequeña es la Confederación suiza, y alli no se ha logrado, ni se logrará, reducir á uno los tres idiomas que existen. Y es que la lengua que mama y con la cual se cría y desarrolla el hombre, le es tan inherente á éste como una cualquiera de sus entrañas, y si se mantiene en su medio, el medio propio, no hay fuerza posible que se la arranque.

Si Filipinas necesita un idioma único interinsular para diversos fines, no sólo prácticos, por decirlo así, sino culturales, ese idioma tiene que ser europeo, entre otras razones, porque ningún idioma filipino llegará jamás á gozar del privilegio de la internacionalidad. Véase lo que sucede en el Japón, donde el inglés ha venido á ser á modo de idioma adoptivo: los japoneses han recurrido al inglés para poder relacionarse con el resto del mundo. ¿Quiere Filipinas internacionalizarse? Pues no tiene más remedio que apelar á un idioma de Europa, adoptándolo.

¿Cuál será éste? Si los americanos abandonasen mañana mismo el país, dejándole en paz é independiente, el idioma adoptivo de Filipinas seria, sin duda alguna, el castellano. Pero si los yanquis se quedan cincuenta ó más años, que es lo que desean los imperialistas, entonces... tendremos que mientras la necesidad obligará á los más á aprender el inglés, sólo el altruismo obligará á los menos á aprender el idioma que en los siglos pasados fué el idioma oflcial de Filipinas. A partir de 1911, el idioma oficial en aquellas islas será el inglés. Esta lengua se da ya en todas las escuelas públicas; apenas hay ya niño que no la sepa; á la vuelta de veinte años, será raro el natural de aquel país que que no la hable con cierta perfección. Esta consideración abruma: hace pensar que en tres siglos corridos de dominación, no hicieron allí los españoles por el castellano lo que los yanquis han hecho por el inglés en una década. Bien será que conste de pasada que la culpa no fué de nuestros gobiernos, celosos en todo tiempo de la difusión dEl castellano en Filipinas; fué sola y exclusivamente de los frailes (no de los jesuítas), que en su deseo de mantener embrutecido al pueblo, se resistieron siempre, pero señaladamente en el siglo XIX, á que los indígenas aprendieran la lengua de la Metrópoli. ¡Cuánto les pesará hoy!...

Pero no es lo más grave que el yanqui se imponga, imponiendo el inglés; nos parece más grave todavía que una buena parte de los pedagogos filipinos se vaya sajonizando, enamorándose cada día más de la instrucción á la americana y de la lengua inglesa, por supuesto con la mejor buena fe, acaso porque conceden á esa lengua una muy discutible supremacía. Es verdad que hoy es la lengua culta más hablada; pero no es la más internacional: la más internacional es el castellano, que, aparte España, es la lengua de Méjico, Guatemala, Honduras, Salvador, Nicaragua, Costa-Rica, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Chile, Paraguay, Uruguay y Cuba, naciones todas ellas independientes, y que, reunidas, ocupan una extensión que excede en más de un millón de millas cuadradas al total de Europa, incluyendo Rusia. Por lo demás, los estadistas etnólogos prueban de una manera matemática que á la vuelta de un siglo habrá tantos que hablen castellano como inglés, y que, pasado ese plazo, el castellano será, de los europeos, el más extendido de los idiomas; porque los pueblos de lengua castellana se propagan con mucha más fecundidad que los de lengua inglesa.

Todavía mirado el asunto desde el punto de vista político, no se comprende cómo haber filipinos patriotas partidarios del inglés con preferencia al castellano. El castellano, aunque no muy arraigado, tiene la fuerza de la tradición y hállase lo suficientemente extendido para que puedan entenderse entre si los inteligentes de todo el país; es el idioma en que fueron escritos casi todos los monumentos históricos y literarios del Archipiélago; el que sirvió á Rizal y ha servido á otros muchos patriotas—y continúa sirviéndoles—para propagar ideas de redención... El valor sociológico del idioma es tanto, que si el castellano llegara á perderse en Filipinas, apenas le quedaría á este pueblo carácter nacional, que hoy se lo da el hecho de que toda la buena literatura se escriba en castellano, y no en inglés.

Mientras la mentalidad se cultive en un idioma diferente del hablado por el detentador de la soberanía—y el yanqui en Filipinas no es otra cosa que un delentador,—hay mucho ganado para no dejarse absorber. Esto aparte, los filipinos deben pensar también en la probabilidad de una nueva detentación, la japonesa, y puesto que el inglés es el idioma adoptivo de los japoneses, á los filipinos no les conviene tener el mismo, por si acaso.

El porvenir del castellano en Filipinas depende en rigor de la voluntad de los filipinos difundidores de cultura: mientras haya, como hay, una brillante legión de jóvenes que en prosa y verso, en el periódico, en la revista y en el libro propaguen en castellano los ideales nacionalistas, negándose resueltamente á hacerlo en inglés, el castellano en el Extremo Oriente no desaparecerá; antes por el contrario, su desarrollo tomará mayor incremento cada dia. Los primeros en celebrarlo deben ser los filipinos; porque la lengua castellana es el más eficaz antídoto contra la intoxicación social de que está amenazado aquél querido país.