Descubrimiento del barómetro

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​El Museo Universal​ (1869)
Descubrimiento del barómetro
DESCUBRIMIENTO DEL BAROMETRO.


Al recorrer aunque sea someramente, las páginas de la historia de la humanidad, sobresalen en ella hombres tan eminentes, acciones tan heroicas y épocas tan brillantes, que seria preciso revestirse de la indiferencia mas culpable para pasar desapercibidos á nuestra admiración: de la misma manera en la historia de las ciencias aparecen tipos tan esclarecidos y descubrimientos tales, que por su importancia y ventajas que reportan, grábanse con los mas indelebles caracteres en la época en que nacieran, formando un brillante período en los fastos científicos.

Tal es el notable descubrimiento del 1643, en cuyo honor, la universidad de Wittemberg instituyó un siglo después la fiesta secular Torricelliana, año del que la física se enorgullece, recordándole con el mas vivo entusiasmo.

La imponderabilidad del aire, era admitida por los sabios anteriores á esta época, pues si bien se tenían ideas vagas de lo contrario, no supieron demostrarlo. Aristóteles sospechó el peso del aire, y los epicúreos comparaban el viento á una corriente de agua; sin embargo, faltaba un esperimento definitivo que corroborase tales aserciones, y para esplicar el ascenso de los líquidos en el interior de los tubos, se echaba mano del aforismo tan decantado como absurdo resumido en estas palabras: la naturaleza tiene horror al vacio.

Pero llegó un dia en que el gran duque de Florencia tuvo el singular proyecto de elevar el agua á las habitaciones superiores de su palacio, sin sospechar que tal deseo iba á inmortalizar á un sabio, siendo la piedra fundamental sobre que descansara la construcción de uno de los aparatos mas maravillosos que las ciencias físicas poseen. Espresado su intento á los fontaneros florentinos, é instaladas que fueron las cañerías y bombas, se observó cuando comenzaron á funcionar, que el agua, ascendiendo hasta 32 pies, se estacionaba como contenida por una fuerza superior. Se creyó que este fenómeno era resultado de faltas puramente materiales en la construcción de los tubos; pero inspeccionados con escrupulosidad, se vió con general asombro que todo se hallaba como era de desear.

Cuestión era ésta por demás trascendental para que no ocupase á los sabios coetáneos, viendo tirado por tierra el pretendido horror al vacío: sólo un hombre se creyó digno rival capaz de oponerse frente á frente á tan raro problema, y éste fue el ciego florentino Galileo Galilei. Precisado á poner un dique, siquier fuese superficial contra la revolución científica operada por el atrevido pensamiento del gran duque, y obligado á dar pronta solución, se contentó con responder: «El peso mismo del agua impide elevarse á mayor altura la columna líquida.» Respuesta que demuestra bien claramente no ser el error esclusivo patrimonio de la ignorancia, sino también peculiar de los hombres de ciencia.

Existia por aquella época la Academia fundada por el naturalista italiano Federico, príncipe de Cesi, titulada de los Lincei, entre cuyos individuos se encontraban el fraile toscano Benedicto Castelli, discípulo de Galileo, Miguel Ricci y Evangelista Torricelli. Este joven, conocido ya entre los sabios por su obra De motu y grandes conocimientos físicos, no hallando satisfactoria la solución de Galileo, sin embargo del gran respeto que demostraba á su célebre anciano maestro, se comprometió á dar desde el retiro de su gabinete, una demostración mas convincente, y á fuerza de inducciones llegó á entrever el principio de una notable teoría, conociendo que iba á salir airoso del sacrificio que en aras de la ciencia se impusiera. «Si el peso del agua dijo, no permite á ésta elevarse á mas de 32 pies, ¿por que no le impide llegar á ese punto?» Basado en esta suposición, y reflexionando sobre ella, sospechó con razón, que cuando no hay cuerpo alguno que obre en el interior de los tubos sobre la superficie de los fluidos, el contrapeso que los sostiene á un determinado nivel, es el peso del aire que gravita directamente sobre la capa superior de los mismos. Pasando del razonamiento á la esperiencia, supuso que á ser cierta su teoría, el mercurio 13,6 mas denso que el agua, sólo debía ascender á 28 pulgadas. Hízolo así introduciendo mercurio en un largo tubo de cristal, y vió coronados sus afanes con el descubrimiento del barómetro, aparato tan sencillo como de incalculables aplicaciones, que por sí sólo le inmortalizara, si no ocupase ya uno de los primeros puestos entre los académicos de Lincei. El aserto, pues, del fuga vacui, era una quimérica ilusión, hija de la mas crasa ignorancia.

Al dar cuenta Torricelli á su amigo Riccí de su precioso descubrimiento que llenaba un gran vacío creando una ciencia nueva le decia: «que con su instrumento podia llegar á conocer cuándo el aire era mas ligero ó mas pesado,» y que éste «pierde en densidad á medida que se eleva sobre las cimas mas altas de los montes.»

Sabedor su pariente Pascal de esta esperiencia por el padre Mersenne, la hizo demostrar en Mont-Dose, después de probar él mismo la verdad de la segunda observación, en una de las torres de París y en Puy de Dome por medio de Perrier. Con pruebas tan definitivas no cupo duda alguna sobre la ponderabilidad del aire y de su presión sobre las columnas de los líquidos con que se operó, presión que se debilita según se asciende sobre el nivel del Océano, en virtud del enrarecimiento en las capas atmosféricas.