Desolación. El poeta y el siglo

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​Desolación. El poeta y el siglo​ de Numa Pompilio Llona


A don Fernando Velarde

 

 ¿Cómo cantar, cuando llorosa gime,
 sin esperanza y sin amor, el alma;
 y por doquiera, con horror, la oprime
 de los sepulcros la siniestra calma?
 

 ¿Cuando de los espíritus el vuelo
 ata doliente, universal marasmo;
 y, con sus alas azotando el suelo,
 palpita moribundo el Entusiasmo?
 

 ¿Cuando, si un generoso pensamiento
 surge en el alma y su dolor halaga,
 del piélago sin fin del desaliento,
 en las ondas inmóviles naufraga?
 

 ¿Cómo cantar, cuando al audaz poeta
 al mundo cierra con desdén su oído;
 y el noble acento de su Musa inquieta
 muere en la vasta soledad perdido?
 

 ¿Cuando la envidia, que aún las tumbas hoza,
 con torvos ojos pálida le espía;
 y sus entrañas a traición destroza,
 y escarnece el dolor de su agonía?
 

 ¿Cuando la turba de plagiarios viles
 a sus cantos se lanza jadeante,
 revolcando en su lodo, cual reptiles,
 su corazón sangriento y palpitante?
 

 ¿Cuando su canto ardiente y sobrehumano
 amalgama y confunde el vulgo idiota
 con las míseras rimas, donde en vano
 mezquino vate su impotencia agota?
 

 ¿Cuando, si el noble y dolorido bardo
 su alma descubre rota y destrozada,
 en su honda herida revolviendo el dardo,
 le arroja el vulgo imbécil carcajada?
 

 ¿Cómo cantar, cuando en la sed de fama
 la generosa juventud no arde;
 ni el santo fuego del honor la inflama,
 ni hace de heroica abnegación alarde?
 

 ¿Cuando de Patria y Libertad los nombres
 en ningún corazón encuentran eco,
 cual se apagan los gritos de los hombres
 de los sepulcros en el hondo hueco?
 

 ¿Cuando, al amor, ya sordas las mujeres
 y al brillo indiferentes de la gloria,
 corren en pos de frívolos placeres
 y ansiosas buscan la mundana escoria?
 

 ¿Cuando el justo derrama inútil lloro
 y bate el vicio triunfadoras palmas,
 y, entre el aplauso universal, el oro
 es el sol refulgente de las almas?
 

 ¿Cuando, como Proteo, a cada hora
 nuevas formas reviste el egoísmo;
 y en los áridos pechos sólo mora
 estéril duda, fúnebre ateísmo?...
 

 ¡Ay, cuando en torno el ojo atribulado
 descubre sólo corrupción, miseria!
 ¡Y doquier, al espíritu humillado
 huella con pie triunfante la materia!...
 

 ¡Oh! en tan inmensa postración, el vate
 su turbulenta inspiración acalla;
 la llama extingue que en su pecho late
 y en los sepulcros se reclina, y ¡calla!
 

 ¡Y nada, nada su silencio amargo
 un solo instante a interrumpir alcanza,
 ni a turbar el horror de su letargo,
 ni a encender en su pecho la esperanza!...
 

 ¡Ay! yo he palpado el corazón humano;
 y muerto ¡para siempre! le encontré...
 ¡Muerto!... ¡Rompamos, generoso hermano,
 nuestro laúd con iracundo pie!
 


Lima, octubre de 1852.