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Despedida del patriota griego de la hija del apóstata

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Despedida del patriota griego de la hija del apóstata
de José de Espronceda

    Era la noche: en la mitad del cielo
 Su luz rayaba la argentada luna,
 Y otra luz más amable destellaba
 De sus llorosos ojos la hermosura.
    
    Allí en la triste soledad se hallaron
 Su amante y ella con mortal angustia,
 Y su voz en amarga despedida
 Por vez postrera la infeliz escucha.
    
    »Determinado está; sí, mi sentencia
 Para siempre selló la suerte injusta,
 Y cuando allá la eternidad sombría
 Este momento en sus abismos hunda,
    
    »¡Ojalá para siempre que el olvido,
 Suavizando el rigor de la fortuna,
 La imagen ¡ay! de las pasadas glorias
 Bajo sus alas lóbregas encubra!
    
    »¿Por qué al nacer crüeles me arrancaron
 Del seno de mi madre moribunda,
 Y salvo he sido de mortales riesgos
 Para vivir penando en amargura?
    
    »¿Por qué yo fui por mi fatal destino
 Unido a ti desde la tierna cuna?
 ¿Por qué nos hizo iguales en riqueza
 Y en linaje también mi desventura?
    
    »¿Por qué mi infancia en inocentes juegos
 Brilló contigo, y con delicia mutua
 Ambos tejimos el infausto lazo
 Que nuestras almas míseras anuda?
    
    »¡Ah! para siempre adiós: vano es ahora
 Acariciar memorias de ventura;
 Voló ya la ilusión de la esperanza,
 Y es vano amar sin esperanza alguna.
    
    »¿Qué puede el infeliz contra el destino?
 ¿Qué ruegos moverán, qué desventuras
 El bajo pecho de tu infame padre?
 Infame, sí, que al despotismo jura
    
    »Vil sumisión, y en sórdida avaricia
 Vende su patria a las riquezas turcas.
 Él apellida sacrosantas leyes
 El capricho de un déspota; él nos juzga
    
    »De rebeldes doquier: su voz comprada
 Culpa a su patria y al tirano adula;
 Él nos ordena ante el sultán odioso
 Humilde miedo y obediencia muda.
    
    »Mas no, que el alma de la Grecia existe;
 Santo furor su corazón circunda,
 Que ávido se hartará de sangre hirviente,
 Que nuevo ardor le infundirá y bravura.
    
    »No ya el tirano mandará en nosotros:
 Tristes rüinas, áridas llanuras,
 Cadáveres no más serán su imperio,
 Será solo el señor de nuestras tumbas.
    
    »Ya osan ser libres los armados brazos
 Y ya rompen la bárbara coyunda,
 y con júbilo a ti, todos ¡oh muerte!
 y a ti, divina libertad, saludan.
    
    »Gritos de triunfo, sacudido el viento
 hará que al éter resonando suban,
 O eterna muerte cubrirá a la Grecia
 En noche infanda y soledad profunda.
    
    »Ese altivo monarca, que embriagado
 Yace en perfumes y lascivia impura,
 Despechado sabrá que no hay cadena
 Que la mano de un libre no destruya.
    
    »Con rabia oirá de libertad el grito
 Sonar tremendo en la obstinada lucha,
 Y con miedo y horror su sed de sangre
 Torrentes hartarán de sangre turca.
    
    »Y tu padre también, si ora imprudente
 So el poder del Islam su patria insulta,
 Pronto verá cuan formidable espada
 Blande en la lid la libertad sañuda.

    »Marcha y dile por mí que hay mil valientes,
 Y yo uno de ellos, que animosos juran
 Morir cual héroes o romper el cetro
 A cuya sombra el pérfido se escuda.
    
    »Que aunque marcados con la vil cadena,
 No han sido esclavas nuestras almas nunca,
 Que el heredado ardor de nuestros padres
 Las hace hervir aún: que nuestra furia
    
    »Nos labrará, lidiando, en cada golpe
 Triunfo seguro o noble sepultura.
 Dile que solo en baja servidumbre
 Puede vivir un alma cual la suya,
    
    »El alma de un apóstata que indigno
 Llega sus labios a la mano impura,
 Que de caliente sangre reteñida,
 Nuevos destrozos a su patria anuncia.
    
    »Perdóname, infeliz, si mis palabras
 Rudas ofenden tu filial ternura.
 Es verdad, es verdad: tu padre un tiempo
 Mi amigo se llamó, y ¡ojalá nunca
    
    »Pasado hubieran tan dichosos días!
 ¡Yo no llamara injusta a la fortuna!
 ¡Cómo entonces mi mano enjugaría
 Las lágrimas que viertes de amargura!
    
    »Tú padre ¡oh Dios! como engañoso amigo
 Cuando la Grecia la servil coyunda
 Intrépida rompió, cuando mi pecho
 Respiraba gozoso el aura pura
    
    »De la alma libertad, pensó el inicuo
 Seducirme tal vez con tu hermosura,
 Y en premio vil me prometió tu mano
 Si ser secuaz de su traición inmunda,
    
    »Y desolar mi patria le ofrecía,
 ¡Esclavo yo de la insolente turba
 De esclavos del sultán!!! Antes el cielo
 Mis yertos miembros insepultos cubra,
    
    »Que goce yo de ignominiosa vida
 Ni en el seno feliz de tu dulzura.
 ¡Ah! para siempre a Dios: la infausta suerte
 Que el lazo rompe que las almas junta,
    
    »Y va a arrancar tu corazón del mío,
 Tan solo ahora una esperanza endulza.
 Yo te hallaré donde perpetuas dichas
 Las almas de los ángeles disfrutan.
    
    »¡Ah! para siempre adiós... tente... un momento
 Un beso nada más... es de amargura...
 Es el último ¡oh Dios!... mi sangre hiela...
 ¡Ah! los martirios del infierno nunca
    
    »Igualaron mi pena y mi agonía.
 ¡Terminara muerte aquí mi angustia,
 Y aun muriera feliz! Mis ojos quema
 Una lágrima ¡oh Dios! y tú la enjugas.
    
    »¡Quién resistir podrá! Basta, la hora
 Se acerca ya que mi partida anuncia.
 ¡Ojalá para siempre que el olvido,
 Suavizando el rigor de la fortuna,

    »La imagen ¡ay! de las pasadas glorias
 Bajo sus alas lóbregas encubra!»
    
    Dice, y se alejan. A esperar consuelo
 La hija del Apóstata en la tumba;
 Él batallando pereció en las lides,
 Y ella víctima fue de su amargura.