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Diario histórico: 1

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DISCURSO PRELIMINAR AL DIARIO DEL P. HENIS.


Los esfuerzos combinados de dos grandes potencias europeas no bastaron para dar cumplimiento al tratado de 1750, que debia deslindar sus vastos dominios en América. A las representaciones respetuosas de los PP. de la Compañia de Jesus, que llevaban á mal la cesion de sus misiones orientales, sucedieron los alborotos, que pronto acabaron en una general insurreccion.

Los preliminares de este tratado habian sido ajustados secretamente con el rey Juan V contra el voto de sus ministros, que tenian por mucho mas importante la conservacion de la Colonia del Sacramento, que la adquisicion proyectada en las màrgenes del Uruguay. Pero Josè I, que se adheria à las miras de su padre y predecesor, autorizó á Gomez Freyre de Andrade, Gobernador y Capitan General de Rio Janeiro, para la entrega de la Colonia; mientras que el Marques de Valdelirios llenaba los compromisos contraidos por S.M. Católica, segundado por el P. Altamirano, que venia tambien en clase de comisario.

Luego que se traslucieron en Còrdoba las clàusulas de este tratado, el P. Barreda, provincial entonces, reuniò una consulta para exponer al Virey y à la Audiencia los perjuicios que se inferian à los derechos de la Corona, de la Compañia, y de los pueblos. El P. Lozano, que fuè encargado de redactar este oficio, nada omitiò para producir el convencimiento, y el P. Quiroga, que disfrutaba del concepto de gran _cosmógrafo_, formó un mapa, en que (segun se dijo) desfigurò el terreno, para hacer mas irresistibles los argumentos de los consultores.

Estos manejos, y el poder de los PP. Misioneros sobre sus neòfitos, los expusieron al cargo de haber fomentado, ó favorecido la insurreccion de los indios. Concurrian á acreditar esta especie los sucesos del Parà y del Marañon, donde un comisario del Rey de Portugal, en circunstancias idénticas, hallò los mismos obstáculos en el norte, que Valdelirios y Freyre en el sud. No se llegó à empuñar las armas, porque no habia pueblos que ceder, ni territorio que evacuar; pero se negaron los auxilios, se trabaron las operaciones, dejando yermos los parages por donde debian transitar los demarcadores.

Funes, que registró los archivos del vireinato, refiere, que en la entrevista que tuvo el capitan Zavala con el cacique _Sepé Tyaragú_ en el pueblo de San Miguel, dijo este "que circulaba en aquellos pueblos una carta del Gobernador de Buenos Aires, dirigida al Superior de las Misiones, ordenando à los indios _el empleo de la fuerza_ en defensa de su territorio, y à no permitir la entrada à ningun portugues: enfin, que _aquellas eran las instrucciones que tenian de sus doctrineros_." 1

Esta declaracion se halla confirmada en varios lugares del diario de Henis, que descubren el error en que vivian los PP., que "los indios harian un gran servicio al Rey, si se defendian, oponian y resistian con todas sus fuerzas, mientras llegaba de Europa la providencia que se esperaba."2

En el mismo sentido se expresaba el P. Rávago, confesor del imbecil Fernando VI, asegurando al Superior de los Misiones, que el Rey, víctima de las intrigas de su consejero Carvajal, autor del tratado, no se le habia opuesto hasta entonces por pusilanimidad é ignorancia.

Entretanto la insurreccion, que cundia en los pueblos de Misiones, no dejaba mas arbitrio que el de la fuerza para sofocarla. En una junta que se celebró en la isla de Martin Garcia entre Valdelirios, Gomez Freyre, y Andonaegui, Gobernador de Buenos Aires, se acordò que, á mas de los cuerpos veteranos de la guarnicion, se convocarian las milicias de Montevideo, Santa Fé y Corrientes, á las que se reunirian 1,000 Portugueses y un competente nùmero de vecinos, para llevar la guerra á los pueblos insurreccionados.

En estos preparativos se invertieron algunos meses, hasta que á principios de Mayo del año de 1754 se abriò la campaña, al mando de Andonaegui, que debia ocupar el punto central de San Nicolas, mientras Freyre, con otro trozo de tropas que se organizaban en el Rio Grande, atacaria el pueblo de Santo Angel, situado en el borde exterior del Yguy-guazù.

Para agotar todos los medios de conciliacion de que podia hacerse uso sin menoscabo de la autoridad real, se hizo preceder al ataque un parlamentario, que debia hacer las ùltimas amonestaciones à los rebeldes, por medio del cura de Yapeyù à quien fuè dirigido.

Pero el conductor de este oficio tuvo la desgracia de caer en manos de una partida de sublevados, que lo inmolaron en compañia de otros cinco hombres que lo escoltaban. Este crímen hizo imposible todo avenimiento, y el ejèrcito, que habia hecho alto en las costas del Ygarapey, avanzò hasta el Ibicuy, por caminos intransitables, y en el rigor del invierno. La falta de pastos, y la extenuacion que causó en los caballos, obligaron el ejèrcito español à retroceder hasta el Salto-chico, y este movimiento retrogrado, al romper las hostilidades, envalentonó à los indios, que le salieron al frente para hostilizarle.

Por otra parte Gomez Freyre se habia enredado en los bosques del Yacuì, donde supo la retirada de Andonaegui; mientras los sublevados, cuyo mayor odio era contra los Portugueses, fueron à desafiarlos hasta el rio Pardo. Estos ataques parciales, cuya victoria se atribuian los gefes aliados, acabaron en un armisticio que no tuvo á menos Gomez Freyre celebrar con los caciques en su campamento del rio Yacuí.3

Irritado por tanta cobardia è impericia, el Brigadier D. Josè Joaquin de Viana, Gobernador de Montevideo, volò al campamento de Freyre á instarle para que rompiese cuanto antes estas treguas vergonzosas. Las palabras de este bizarro oficial despertaron el valor de sus compañeros, que, bajo su direccion y auspicios, derrotaron en un primer choque à los indios cerca de Batovì, en donde el mismo General derribó de un pistoletazo al famoso caudillo _Sepé_.

Sucedió en el mando de los sublevados el corregidor, ó cacique del pueblo de Concepcion, Nicolas Nanguirù, mas conocido en la historia de estos tumultos bajo el nombre de NICOLAS I, que se dijo haber tomado con el carácter de rey.

Viana, que despues de la accion de Batovì, marchaba al frente de los españoles y lusitanos en nùmero de 2,500, volviò á arrollar à los indios al pié del cerro de Caybaté, donde le aguardaban con cerca de 2,000 combatientes. Al dia siguiente ocupò el pueblo de San Miguel, ó mas bien sus escombros, por haber sido desamparado y reducido à cenizas; y desde este punto intimò la rendicion á los demas pueblos, que todos se sometieron, excepto el de San Lorenzo, que solo cediò á la fuerza: confirmando con este último rasgo de obstinacion las sospechas que se tenian formadas sobre la cooperacion de los misioneros, siendo cura de este pueblo el mismo P. Tadeo Xavier Henis, autor del diario, cuyo autógrafo se halló en su escritorio.

De este modo terminó una guerra que inspirò vivas alarmas à las cortes de Madrid y de Lisboa, acostumbradas á ver obedecidas ciegamente sus òrdenes, y á mirar à los indìgenas como á la clase mas abyecta de sus subditos. Despues del gran levantamiento de los Araucanos al fin de la XVI.'ta centuria, ningun acto de insubordinacion habia turbado las colonias, cuyo sosiego se tenia por inalterable. Y realmente la resistencia de los indios _Guaranís_ no arrancaba de un espíritu de sedicion, sino de _un sentimiento de fidelidad_ que la hacia mas obstinada. Así es que el autor del diario, hablando de los rumores que circulaban en las Misiones durante la lucha, esclama: _¿Quien creyera que las cosas de los indios estén en tal estado, que para servir al Rey sea necesario tomar las armas contra él mismo._4

Si los PP. Misioneros fueron autores, ò víctimas de este engaño, no es facil decidirlo; pero las càbalas que ya empezaban à urdirse contra la _Compañia_, deben inspirar desconfianzas hácia todos los cargos que se le hicieron en aquella época. Cierto de que ellos conservaron hasta el último desenlace la esperanza de ver anulado el tratado, y continuaron arreglando los pueblos como si nunca debieran abandonarlos. Cuando las tropas del Rey entraron en San Luis se trabajaba en rematar los dos hermosos gnomones que construyeron los PP. en el corredor de su huerta, y en el pueblo de San Lorenzo quedó á medio dorar el altar de San Antonio.5

Estos pormenores pueden servir para disculpar à los Jesuitas de la complicidad que se les atribuye, y de un modo mas convincente que la fastidiosa repeticion que hace Funes de las alteraciones que notó Muriel en la version castellana de este diario por Ibañez.

Si el concepto de la secreta oposicion del Rey al tratado no es bastante justificacion para los que lo atacaron, tampoco podrán librarles de la nota de rebeldes las correcciones tan laboriosamente hacinadas por el continuador de Charlevoix para restablecer el texto de Henis. Por mas que se comenten estas _Efemerides_ nunca se llegará á desmentir por este lado lo que tan candidamente expresa el autor en cada uno de sus párrafos.

Sin embargo, no es posible negar el mal uso que hizo Ibañez de este documento, en la formacion de su obra, titulada: _El reino jesuítico del Paraguay_.6 Expulso del Colegio de Buenos Aires poco despues de la celebracion del tratado de 1750, este individuo se ofreció al Marques de Valdelirios para suministrarle los conocimientos adquiridos sobre el estado de las Misiones, y las miras de los que las administraban. En estas revelaciones era natural que le guiase un espíritu de rencor, y que acreditase, en cuanto le era posible, el plan de usurpacion que se atribuia á los Jesuitas. Valdelirios, que estaba prevenido contra ellos, sobre todo despues de la insurreccion de sus pueblos, acogia con deferencia estas especies; y alentado Ibañez por esta proteccion, atacò con mas descaro á sus antiguos hermanos. No contento con la zizaña que habia sembrado en Buenos Aires, pasó á Madrid, donde las recomendaciones que llevaba, y los servicios que habia prestado, le pusieron en contacto con D. Ricardo Wall, sucesor de Carvajal, y comprometido en todos sus planes.

Las circunstancias no podian ser mas à propòsito para favorecer las miras de este ex-claustrado. Sus cargos, que en cualquier otra época se hubiesen mirado con el desprecio que inspira un sentimiento de venganza, trillaron el camino á otros ataques, que acabaron con la ruina de la Sociedad que le habia repudiado. Pero no se consiguiò por esto dar cumplimiento al tratado; y se tuvo por fin que echar mano de la fuerza para desalojar á los Portugueses de la Colonia del Sacramento: 7 y del mismo arbitrio se valieron los Lusitanos para apoderarse muchos años despues de las Misiones Orientales.8

Entre tanto estas dos campañas, á las que los escritores españoles dieron enfaticamente el nombre de _primera_ y _segunda guerra guaranítica_, como si en algo se parecieran á las _púnicas_, hicieron derramar mucha sangre, y costaron à la Corte de Lisboa, (segun lo asegurò el Ministro Souza Coutiño en la memoria que dirigió al gabinete de Madrid en Enero de 1776) veintiseis millones de cruzados, y no creemos que fueron inferiores los sacrificios de España.

Una parte de la historia de estas desavenencias se halla en la correspondencia oficial de los Comisarios de las dos Coronas, y otra en el diario que publicamos, valièndonos de una version distinta de la que emprendió y publicò Ibañez. La debemos á la amistad del Señor Dr. D. Leon Vanegas, que la conservaba inèdita entre sus papeles.


_Buenos-Aires, 2 de Setiembre de 1837._


PEDRO DE ANGELIS.