Diario histórico: 9
71. Dijimos casi tranquilamente, porque no hubo hostilidad alguna: aunque no por esto dejaron los enemigos de maquinarlas, pues siempre su descanso es una asechanza, y aunque no hagan hostilidades, las estan disponiendo y proyectando. Por esta causa, para privar á la confederacion de los auxilios que debían dar à los Guaranis las infieles tropas de Guanoas gentiles, (las que deben ser tenidas como enemigas, aun cuando son amigas, pues à ninguno, ni aun à Dios, guardan fé) llamaron á ciertos caciques de ellos, y los llevaron á un castillo que estaba mas inmediato, para persuadirles lo que querian:--lo que es facil de conseguir de una gente pobre, y deseosa de donecillos, regalos y vestidos de ante ò coletos. Fueron algunos à dicho fuerte por las dàdivas, y tambien (lo que entre cristianos es abominable y vedado por excomunion) casi los violentaron con las armas, y se dijo que tambien los habian corrompido ó sobornado. Así lo contaron despues á nuestros Miguelistas otros caciques de los Minuanes, que habian participado de los dones ó regalos. Que algunos de los suyos habian sido pagados para la guerra, y principalmente uno llamado Moreira, para que en la siguiente expedicion custodiase los bagages de los Portugueses con su gente. Que tenian mucha ropa, armas, y se veian armados, y estar instruidos con alfanges para este fin. Fuera de esto que los Portugueses, confiados en esta esperanza, erigian un fuertecillo que habia de servir de oportuno presidio à los reales que se habian de formar en las montañas de San Miguel, cercanos à las estancias de Santa María, las que se llaman de Yacegua: pero que tambien otros caciques de la nacion se escusaban, y que por tanto avisaban con anticipacion á los amigos lo que se habia tratado. Por esto fueron despues señalados exploradores católicos ò cristianos del pueblo de San Miguel, los cuales con la guarnicion que estaba en los últimos términos de la jurisdiccion, debían correr la tierra. Recorriéronla, y avisaron que no parecia enemigo alguno, y reconviniendo al mismo Moreira, afeándole su hecho, confesò que verdaderamente él habia sido llamado de los Portugueses, y solicitado con dones por las cosas sobredichas, pero que de ninguna suerte habia consentido: por lo cual se habia retirado, habiendo los Lusitanos con furor, hèchole muchas amenazas. Esto decia èl, mas si fuese verdad lo que decia se esperaba lo probase el efecto, si se ofreciese la ocasion; mas por entonces así se creyó.
72. Tambien esparcieron los Portugueses con estas cosas no pocas
mentiras contra los indios, y principalmente que muchísimos se
habian pasado à ellos, y que numerosas cuadrillas á menudo se
iban huyendo de la tirania de los PP., y que ya se contaban y
numeraban algunos cientos de los dichos. Fingian estas cosas con
el fin de provocar á los Españoles á volver à emprender la
guerra, pero despues se descubrieron reos ó autores de la
mentira, cuando por mano del Provincial de la provincia del
Brasil enviaron la lista de los indios que moraban entre ellos:
de los cuales algunos estaban casados, y otros lo pedian: pero
no contaban mas de 50, de los cuales muchos tenian apellidos del
pueblo de San Borja, pero discrepaban en los nombres. Se hallò
tambien que otros, que estaban insertos en dicha lista por su
nombre y apellido, ya se habian restituido otra vez à sus
pueblos. Los Portugueses andaban solícitos en persuadir á los
Españoles estas cosas, mas à los indios les constaban otras: es
á saber, que el Padre Ràbago, (en quien ponian los indios en lo
humano alguna esperanza de su patrocinio) habia sido privado del
confesionario del Rey, que habia caido de gracia, y à mas de
esto, que estaba preso: pero despues avisaron de Europa, que era
impostura y mentira de los Portugueses.
73. Ya fenecia Julio, cuando en el puerto de Montevideo apareciò
una embarcacion mercantil el dia 27 de Julio, la cual traia 150
soldados presidarios para aquel castillo, y 70 Misioneros de la
Compañia, 40 para la provincia de Chile, y 31 para la nuestra;
quedàndose en España los demas, que casi eran otros tantos, con
el procurador que reside en la Corte, y tiene à su cuidado los
negocios de la Provincia y Misiones. En verdad que no causò à
todos poco consuelo esta noticia, especialmente por haberse
llenado la provincia de noticias prósperas, y tambien de cartas
que anunciaban todo favorablemente. Parecia que estaba el
negocio concluido, que la Corte habia desecho el inicuo tratado,
que se regocijaba ò deleitaba con nuestra fidelidad y
obediencia, que habia aceptado la apelacion por parte de los
pueblos, que mandaba se suspendiesen las cosas. Asì se decia à
los principios: mas como las noticias tristes suelen seguirse à
las pròsperas, los Comisarios reales de este negocio divulgaron
todo lo contrario: que estaba aprobada la guerra hecha à los
rebeldes, como ellos decian; que tambien se daban las gracias á
los Ministros por el celo y gasto hecho para sugetar á los
contumaces; que las cosas que se habian dicho favorables, habian
salido de charcos, y no de la fuente; que se habia de proseguir
la guerra y se habia de hacer mas cruda. Para este fin fueron
expedidos nuevos decretos é intimaciones á nuestro Prelado
inmediato, fulminando estragos, y amenazando llevarlo todo á
sangre y fuego, sino se rendian los pueblos.
74. Remitiò estas intimaciones al Gobernador de la Concepcion,
Nenguirù, la Curia, Consejo ó junta doméstica, porque de otro
modo se desconfiaba que se pudiesen publicar: para que este,
interponiendo la autoridad que tiene entre ellos, pasando el
rio, las intimase y promulgase à las provincias y pueblos
obligados à mudarse. Mas este, no confiando del pueblo airado, y
previendo y conociendo que no habia de hacer otra cosa que
aumentar tropas de amotinados, volvió otra vez à remitir à la
Curia todos los papeles, suplicando à los Prelados no diesen
lugar á que la provincia, poco apaciguada, se alborotase aun
todavia mas; ni tampoco obligasen à su cabeza, ó Gobernador, á
exponerse à peligro cierto de muerte. Se aquietaron, y
despreciadas dichas amenazas, se esperaba lo que habia
de suceder.
75. Entretanto por todo Agosto, Septiembre y Octubre, se
reclutaban soldados en las ciudades de españoles y portugueses:
pero en las nuestras no habia sino paz y quietud, y se proveia
que, en tanto que se aquietasen las cosas, se despachasen para
todas partes exploradores como en otro tiempo, y que estuviesen
con mas vigilancia.
76. A fines de Octubre, ó por mejor decir á principios de
Noviembre, el Gobernador de Buenos Aires, pasando el ancho álveo
del rio, llegò á la ciudad de Montevideo, en donde debia
juntarse todo el ejército de Españoles. Tambien se decia que
caminaban hácia Montevideo 200 soldados que habian sido
despachados de la ciudad de las Corrientes, y otros tantos de la
de Santa Fè; pero si esto es cierto ó no, el tiempo lo dirá: que
de los 200 Correntinos no habian quedado sino 80, y que los
demas se habian desertado. Asimismo, que entre los desertores se
habian vuelto à su casa algunos Abipones que el Comandante habia
traido como exploradores, siendo muy baqueanos. Tambien en Santa
Fé, habiendo el teniente convidado para la liga á los Mocobís,
se negó el cacique bàrbaro, y no diò respuesta de tal, porque
dijo:--que él no habia abrazado la ley de Cristo para hacer
guerra contra inocentes cristianos, y que antes bien favoreceria
à los oprimidos, à no ser que se lo impidiese aquel gran rio.
77. Que á unos y otros, esto es, Santafecinos y Correntinos, se
les habian disparado los caballos, y se les habian perdido por
los inmensos campos: que por todas partes, y especialmente en
Buenos Aires, cada dia se morian y perecian á centenares; y por
esta razon algunos dudaban del eficaz progreso del ejército. No
obstante, aunque es cierto que la Corte no dudaba de la
iniquidad, y que tambien trabajaba en la disolucion ò nulidad de
los pactos, no obstante, como no enviasen algun cierto y
deliberado decreto sobre sì se habia de suspender ó continuar la
guerra, los Ministros de ambas Cortes que estan aquì, mueven con
mayor actividad las cosas de la guerra: y como los españoles,
con dificultad, y casi violentados, eran llevados à esta
expedicion y, como decian, eran obligados y constreñidos á ella
por solas unas razones políticas, procedian con lentitud, ó
procuraban irse despacio. Por esto, estando muy adelantado
Noviembre, aun estaban en la ciudad de Montevideo, y no sabian
si con sinceridad ò con doblez se divulgaban acà, donde yo
estaba, ciertos avisos secretos, que no deseaban otra cosa los
españoles sino que las fuerzas de los indios se les opusiesen, y
quemasen los campos por donde habian de pasar, para que se les
diese ocasion de dar por escusa el defecto de los pastos, y
retroceder, ó á lo menos retardarse, en tanto que llegase de la
Corte alguna cosa cierta. Aunque sea dudando, no sin fundamento,
de la posibilidad del expediente, porque los pastos maduros en
estas tierras, y la paja que es apta para el fuego, no lo son
para los animales, pero una vez quemadas, como poco despues
vuelven y reverdecen, con ansia los comen los caballos y los
gustan grandemente; asì se sospechó, y no vanamente, por
algunos, que era estratagema, y que bajo el pretesto de ponerles
miedo, se le pedia favor, y aun auxilio al enemigo:
especialmente siendo así que los campos y llanuras quemadas
mostrarian mejor el camino á los viajantes, cuando por lo
contrario estaria embarazado è impracticable, lleno de maleza.
78. Mas como ya no quedase duda alguna acerca de los
preparativos de la expedicion, y tardasen los navios de Europa,
se acordò que, estando desprevenida la provincia, para evitar
que fuese atacada de los enemigos, se preparasen aquí las cosas,
para su defensa, y se vigiasen con mas diligencia los caminos:
tambien pareció del caso que se incendiasen ó quemasen
los campos.
79. Constaba suficientemente, no como al principio por mentiras,
que eran 1,500 Españoles, y con los socorros de las otras
ciudades, casi 2,000: que los Portugueses eran 3,000; por tanto
el total era 5,000: pero que uno y otro ejército todo junto
llegaria á 3,000, lo escribió el gefe de esta gente, (el
Gobernador de Montevideo, el que, como se decia, venia en lugar
del de Buenos Aires, y habia de tener cuidado de este negocio) á
cierto Jesuita amigo suyo, que algunas veces le fué piedra de
escándalo, y que ya no está en aquella ciudad: en verdad que el
testigo es idóneo, y vale por todos. Tambien se tenia por
cierto, que el ejército español habia de hacer el camino desde
el castillo de San Felipe, via recta, á las cabeceras del Rio
Negro, y hácia el pago de Santa Tecla, término y guardia de los
Miguelistas, y que de allí habia de penetrar, con grandes
rodeos, por provincias desiertas, hasta una fortaleza
portuguesa, situada en el rio Yacuy; la cual poco antes no tenia
nombre, y ahora, por la invasion que se les frustró á los
indios, la llaman (pero mal) el Fuerte de la Victoria: y que
finalmente, unidas las fuerzas, habian de caminar al pueblo de
San Angel. Así se determinó en el Consejo de ambas naciones, y
aunque estas determinaciones parecian á los baqueanos ó peritos
de los caminos muy violentas, y casi impracticables en la
ejecucion, con todo se tuvo por conveniente proveer todas las
cosas, y prevenirse contra los insensatos conatos ó esfuerzos de
los Portugueses. No debalde se juntaron los capitanes, corriendo
ya Enero, y aunque no se sentia movimiento alguno del enemigo,
determinaron no obstante muy de antemano, que toda la gente de
los pueblos vecinos se juntase y viniese al socorro. Y despues
despacharon cartas y un correo á los de la Concepcion y de Santo
Tomé, las que estos debían despachar mas adelante á los otros
pueblos, para que se acercasen mas, y pusiesen exploradores por
todas partes, y principalmente porque en los yerbales no sé que
hacian los enemigos: sospecho que los fuegos que se habian visto
no fuese que maquinasen alguna irrupcion, ó que componian los
caminos. Luego al punto se destinaron diez Juanistas, y casi
otros tantos de San Angel, para que fuesen hácia los montes,
adonde se haria alto; y del pueblo de San Miguel, un capitan del
campo que estaba de guardia en Santa Tecla, para que avisase á
los suyos el estado en que estaban las cosas: porque se decia
que por aquella parte amagaban los enemigos, y que ya habia dos
meses que caminaban, á saber, desde el 5 de Diciembre.
80. Cuando por este tiempo todo este aparato parecia se quedaba
en pareceres ó disposiciones, y por otra parte se confirmaba la
venida del enemigo con cuotidianos correos, y los curas se
estaban durmiendo ó en inaccion, hubo quien empezó á mover el
negocio, exponiendo que no se debia andar con negligencia, y que
se debían juntar tropas, ponerlas listas y despacharlas á los
términos de la jurisdiccion, para que no entrase el enemigo á
los campos remotos de las estancias ó crias, destrozándolas y
matando, sin ser castigado, y no estorbándoselo nadie. Con
dificultad se consiguió esto, despues de muchas razones que se
expusieron: es á saber, que llegaria tarde el ejército para
salir al encuentro desde casi 100 leguas de distancia, si
entonces se empezaban á juntar tropas, cuando ya el enemigo
acometiese: que el enemigo podia andarlo todo, y los reales
portugueses se andarían camino recto, por medio de las estancias
que destruirian: que cerrarian la comunicacion á los indios, y
les quitarian la comida, cuya falta ya se empezaba á sentir; y
finalmente que siempre es mejor atacar primero al enemigo que no
ser atacado de él. Por estas razones al fin se consiguió que se
despachasen nueve correos ó postas, los que por todas partes
avisáran y movieren á los confederados. Tambien el capitan de la
Concepcion estaba ya con una partida de 150 hombres en sus
estancias que confinan con las de San Miguel, y para completar
dicha partida se enriaron otros 60 del pueblo. Pusieron en
movimiento á los escuadrones auxiliares, que debían venir de los
pueblos de Santana, del de San Carlos y de los Angeles, 60, del
de los Mártires, 60, del de San Javier, y de Santa María, 30.
Arregladas de repente por aquella parte las cosas, repuesto el
capitan que poco antes lo habian quitado, habièndose vuelto á
sus casas sus gentes, que andaban esparcidas por diversos
pueblos, se creia que el Consejo doméstico habia obrado esta
mudanza, la que luego surtió buen efecto.