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Discurso sobre el fomento de la Industria popular: 02

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Discurso sobre el fomento de la Industria popular
de Pedro Rodríguez de Campomanes
Discurso sobre el fomento de la industria popular

Nació el hombre sujeto a la pensión del trabajo para adquirir su sustento y evitar los perjudiciales estragos de la ociosidad, corruptora de las costumbres y dañosa a la salud del cuerpo.

Las fuerzas de los primeros años, luego que el hombre ha salido de la infancia, son flacas, y la misma debilidad contraen en la última vejez.

Próvida naturaleza le indica ocupaciones proporcionadas a cada edad. Cuando las fuerzas flaquean sirve su trabajo a preparar las materias de las artes, dejando a los más robustos y diestros el destino de reducirlas a las manufacturas perfectas.

El sexo más débil de los dos en que están divididos los mortales, se halla en lastimosa ociosidad. Toca pues a una policía bien ordenada aprovecharse de estas varias clases. Con este principal objeto se formaron las sociedades, e inutiliza su institución en gran parte cualquier descuido en la reunión de la industria común de hombres y mujeres.

Son también entre sí diferentes las producciones del arte que necesitan los humanos y de ahí se deriva un principio general de economía política, reducido a ocupar la universalidad del pueblo, según su posibilidad de fuerzas e inclinación.

No es ahora mi intento hablar de las ciencias abstractas y sublimes, porque éstas requieren largo tiempo para su enseñanza y si se han de llegar a poseer con utilidad del Estado tardan sus profesores en aprenderlas y dar fruto. Eso sólo se consigue a mucha costa de meditación estudiosa y combinatoria, de que son capaces poquísimos, si los hombres quisieran conocerse.

Pero por fortuna es corto el número de los que deben dedicarse a las ciencias y ricos; en lugar que la industria Popular, de que trata este discurso, abraza la generalidad o mayor parte del pueblo.

Esta más numerosa porción del género humano saca de sus tareas el preciso alimento y vestido, mientras la clase privilegiada de los estudiantes aspira sola a las dignidades y empleos lustrosos y más bien dotados de la República, estímulo que tendrá siempre pobladas las aulas y acaso abandonados los campos y obradores; si una buena policía no presenta caminos llanos y seguros al pueblo para que todo él sea industrioso y tenga destino de que vivir proporcionado a sus fuerzas y talento.

Columela reparaba en que la agricultura carecía de escuela, y lo mismo debe decirse de los oficios. Siglos han pasado desde entonces sin que nadie creyese que tales industrias necesitaban sólida enseñanza y auxilios no vulgares. Toda la atención se ha llevado el estudio de las especulaciones abstractas y aun en éstas ha habido la desgracia de que en las materias de ningún uso y vanas haya solido ponerse más ahínco que en los conocimientos sólidos y usuales. Así lo reparó Petronio en tiempo de los Césares.

Nuestra edad, más instruida, ha mejorado las ciencias y los hombres públicos no se desdeñan de extender sus indagaciones sobre los medios de hacer más feliz la condición del pueblo, sobre cuyos hombros descansa todo el peso del Estado.

Las gentes de letras tienen en la República el encargo que en las tropas los Oficiales. ¿Mas a que provecho pagar éstos si no se cuidase de tener disciplinado Ejército a que aplicar sus experiencias y talentos militares?

Este, pues, es el noble objeto del presente discurso, animado de buen celo y que otros podrán ir perfeccionando si dedican sus meditaciones a los diferentes ramos subalternos de industria que abraza.

No ha sido el amor propio de parecer autor, sino el afecto a nuestros Compatriotas el que guía mi pluma. Ese buen deseo me lisonjea de tener algún acierto y aun me hace esperar que no faltarán ingenios patriotas, llevados del mismo espíritu, que rectificarán estos primeros rasgos y les darán su última mano.

El Señor Marcandier, miembro de la Academia de Berna, en los Cantones Suizos, dio a luz un tratado sobre el cultivo, usos y aprovechamiento que se puede sacar del cáñamo.

Algunos creerán este tratado como obra menos sublime y que no debe ocupar a un hombre ilustrado, abandonando estos cuidados a la tradición de las gentes rústicas y groseras.

Mientras en un País se pensare de este modo, pocos progresos harán en él las manufacturas y el comercio, al cual deben las Naciones industriosas el poder que admiramos en ellas y su aumento diario de población.

Ellas son las que viven abundantes en tiempo de paz y pueden sostener con vigorosos esfuerzos la guerra si les conviene hacerla o llegan a ser atacadas.

Aún las cortas Repúblicas mantienen su independencia por virtud del comercio. Éste no se aumenta con la posesión de muchas Provincias ni de una larga extensión de País que se halle despoblado y falto de agricultura e industria.

No basta tampoco la fertilidad del terreno si los habitantes no son bien ayudados para labrarle y sacar del suelo todos los frutos y esquilmos que es capaz de producir.

Tampoco es perfecta su constitución cuando no reduce a manufacturas sus primeras materias y les da todas las maniobras necesarias hasta su completa perfección, con la cual no reste otro aprovechamiento salvo la venta al natural o al extranjero.

Con ésta, gana la balanza del País industrioso sobre los rudos y faltos de artes. La primera sirve al consumo nacional y todo anima y multiplica los ramos de la industria.

Este tratado, y los de lino y algodón que le subsiguen, ofrecen los materiales más comunes y usuales al pueblo. Por ahora se omiten los pertenecientes a la lana y seda, por ser cosas más conocidas en el Reino y de que separadamente se comunicarán al público las observaciones y descubrimientos más útiles si estos conocimientos prácticos merecen su aceptación y se aprovecha de su doctrina.