Discurso sobre el fomento de la Industria popular: 19
Capítulo XVII
Las artes que faltan en una Nación, siendo provechosas, es necesario introducirlas y esto se consigue o enviando naturales que las aprendan y traigan de fuera o trayendo artistas extranjeros hábiles que las enseñen en España. Si se hace uno y otro a costa del público llegarán los oficios más fácilmente a su plena perfección.
La dificultad consiste unas veces en falta de medios para costear tales gastos, o en ignorar los pueblos las artes que les podrían convenir y el régimen que deberían poner a efecto de propagar la tal industria.
Los pueblos cortos o aldeas nunca tienen fondos para traer maestros de las artes a su costa, ni son capaces de soportar el aprendizaje de sus naturales.
Esta especie de maestros han de residir en las capitales y costearse sus salarios y ayudas de costa por la Provincia, como un auxilio común y trascendental a toda ella.
Si las ciencias requieren escuelas generales dotadas a costa del común en falta de fundaciones particulares, la industria popular no es menos acreedora a una enseñanza suficiente y gratuita.
Dificultosamente podría el común pagar los viajes de las gentes artesanas para aprender las artes bastas que en España no estén bien conocidas. Es precisa la fijación de maestros naturales o extranjeros. Entre los discípulos sobresalientes podría enviarse uno u otro que, yendo ya instruido, lograría a poco tiempo perfeccionarse fuera. Los que viajen sin llevar instrucción anterior no pueden hacer comparaciones acertadas ni traernos conocimientos circunstanciados y muy ventajosos, como reparaba un sabio Inglés en el siglo pasado respecto de sus compatriotas.
Además del salario, tales maestros deben tener asignado un premio por cada discípulo que enseñaren y constare de su aprovechamiento en el arte. Semejante premio le estimulará a tener muchos aprendices y por el contrario, atenido al puro salario, desmayaría en la enseñanza o la recatará.
Estos aprendices a cierto tiempo le serían útiles con lo que trabajasen y de esa manera se lograría el recíproco interés de unos y otros, formando tales maestros fábricas y talleres considerables, que sirviesen a otros de modelo y estímulo. Los que ejercitan sus oficios con honradez y pericia adquieren la común estimación de las gentes y ponen en honra las artes.
Su abatimiento actual en muchas Provincias de España nace de la impericia y pobreza de muchos artesanos.
El premio a los aprendices que sobresaliesen excitaría su aplicación y el interés de adelantar la enseñanza se haría recíproco, general y vigoroso.
Como el número de los maestros y el de sus aprendices formarían un ramo naciente de industria en la capital de la Provincia, la Sociedad Económica iría fomentándole y sacando colonias a los pueblos en que tuviesen más proporción tales manufacturas o industrias. Dentro de pocos años habría una cantidad competente de maestros formados en la escuela de la capital que propagarían este conocimiento y aumento de nuevos ramos de riqueza a todos los parajes de la Provincia.
Esta operación, multiplicada con uniformidad en todas a costa de los desvelos de la Sociedad Económica, poblaría el Reino de artesanos industriosos que con su salario, premios de enseñanza y ejercicio de su arte, se harían vecinos ricos y constituirían otras tantas familias acomodadas.
Los mendigos y ociosos serían los primeros aprendices, por fuerza o de grado, en estos talleres, y a poco tiempo se volverían vecinos honrados y enseñarían en su pueblo el oficio que hubiesen aprendido, ejerciéndole ellos con utilidad propia.
En este número deberían comprenderse los niños vagantes extranjeros que circulan en el país a título de romeros y contagian a los naturales para seguir su mal ejemplo de holgar.
Los hijos de soldados extranjeros encontrarían el propio recurso y sería más fácil reclutar para los Regimientos que están al sueldo de la Corona; se quedarían en el Reino de asiento y vendrían en gran número por sí mismos, con aumento incesante de la población. La deserción sería mucho menor en estos cuerpos, sabiendo la facilidad de avecindarse cumplido su tiempo y el modo ventajoso de criar sus hijos.
Aunque fuesen casados, serían admisibles, y era otra facilidad para reclutarlos a imitación de lo que pasa en los ejércitos de Alemania, cuyos soldados son en la mayor parte casados. Y como la industria popular se extiende a estas familias militares, además del pré se sostienen con la aplicación honesta a los oficios e industria que han aprendido y reemplazan la población que de otro modo se disiparía con tan numerosos ejércitos.
Ninguna de estas comparaciones debe omitir el que promueva la industria nacional para sacar de todo el partido más ventajoso al Estado que sea posible.
En París hay un número considerable de artesanos extranjeros, y en todos los demás parajes en que florece la industria. No se sabe gobernar la aplicación nacional mientras se ignora dar destino y ocupación a un solo habitante que sea capaz de trabajar.
Que sea natural o extranjero, nada importa, como se arraigue y aplique dentro de España.
Si es ocioso, nos perjudica igualmente el natural como el extranjero que intenta vivir sin ocupación a expensas del común.
El Estado o Monarquía que llegue a establecer esta policía se poblará dentro de muy poco tiempo hasta el punto que es necesario, y podrá bien en breve enviar con su sobrante colonias a sus dominios remotos.
Parece que estas dos épocas son las que convienen a España y las que deben acelerar las sabias deliberaciones de nuestro ilustrado y patriótico Gobierno.
Es mejor introducir artesanos extranjeros que reducir nuestros labradores a puros artesanos. En el primer caso, no se disminuye la labranza ni la importante población de las aldeas; en el segundo se pierde una industria más sólida y que requiere mayores fatigas, cual es la agricultura, para conservarse las gentes en ella.
Ni por esto se debe impedir a los extranjeros que se dediquen al cultivo de nuestros campos, antes convendría emplearlos con preferencia en él. Los desertores, especialmente Portugueses, serían unos colonos excelentes y no prueban bien en el servicio por la facilidad de desertar nuevamente a su país.