Discurso sobre la educación: XX

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​Discurso sobre la educación popular sobre los artesanos y su fomento​ de Pedro Rodríguez de Campomanes
Capítulo XX


XIX - Del comercio exterior, y del que de España se hace a Indias, en particular[editar]

En tiempo de Carlos I, nuestros comerciantes de la carrera de Indias se valían de las manufacturas de España; y llegaron a comprar anticipada la obra de seis años, a los fabricantes del Reino. Así lo representaron las cortes de Valladolid a aquel gran Monarca, por el año de 1545, quejándose de los precios, que tomaban los géneros con unas ventas, tan prematuras.

Estas prueban el inmenso consumo de las Indias occidentales aun desde los principios; la gran afición del comercio a surtirse de las fábricas regnícolas; la confianza y buena correspondencia, que había entre comerciantes y fabricantes: no bastando estos a surtirlas, siendo muchos, aun entonces, de todo lo necesario.

En lugar de las quejas de las Cortes, debían reflexionarse por los Procuradores de ellas, las circunstancias, que estaban mudando todo el sistema económico nacional; y aun el de la Europa entera, desde el descubrimiento de las Indias.

El dinero, que venía entonces de Méjico y del Perú, aumentaba la especie y masa: de modo que se iba envileciendo este signo general del comercio; y cedía a toda priesa de aquella grande estimación, que conservaba antes de la conquista de Indias. En aquella época valía tanto un marco de plata, como después tres.

De aquí resultaba el aumento, que iban tomando las primeras materias, y el jornal de la mano de obra, en España.

Este aumento trascendió a las mercaderías, y a todos los demás géneros comerciables en España, por virtud de los tesoros, que las minas del nuevo mundo enviaban a la matriz.

Las fábricas se debieron animar, a proporción del consumo nacional, y del de las extracciones a Indias. Este despacho y tráfico, acrecentó más y más la masa del dinero en el Reino.

Semejante crisis económica era nueva en el mundo; y nosotros no supimos entonces evitar el riesgo, que amenazaba, de la ruina de nuestras fábricas: por la subida de precio en materiales y jornales, y por los crecidos impuestos, a que obligaba la guerra.

Las naciones vecinas estaban en pobreza, y pudieron dar sus manufacturas más baratas; imposibilitando indirectamente, sin gran diligencia suya por entonces, el consumo de las nuestras.

Este es el escollo común, en que tropieza una nación opulenta, y llena de industria; sino alcanza el secreto, de sostener la salida, y ventajosa concurrencia, con las manufacturas de sus vecinos.

En aquellos tiempos, no eran bien conocidos los principios económicos: la Europa vivía sumergida en guerras ruinosas, con el fin de hacer en Alemania, y en el norte, hereditarios muchos estados electivos.

Para conseguirlo, se aprovecharon muchos Príncipes protestantes del pretexto de las disputas de religión, que excitaron un general trastorno del sistema político. Las guerras, que ocasionaron, excedieron en furor y en efusión de sangre, al estrago que suelen causar las civiles.

España tomo demasiada parte en las del norte, y con sus vecinos. Estos empeños agotaron los tesoros, que venían de Indias; y que debían emplear en fomentar sus fábricas y población. Venía a ser por aquellos tiempos la España un canal, que derramaba en toda la Europa el producto de sus minas, y riquezas de las Indias, por el espíritu de conquista.

Este caudal animó y despertó la industria ajena, a proporción que la nuestra decaía con el peso de la guerra, que sostenía sola, casi contra toda la Europa.

La dispersión de los Estados, adquiridos con el enlace de la casa de Austria y de Borgoña, ofrecía una frontera inmensa a la España; y en ninguna parte podía igualar a la resistencia de tantos enemigos.

La excelente disciplina de nuestra infantería , y el agotamiento de una prodigiosa cantidad de millones, fueron capaces de dar a nuestras armas acciones gloriosas.

Cada victoria era un nuevo estímulo, que empeñaba la nación; y a fuerza de ser victoriosa sobre el Elba, la Mosa, y el Po, perdió los medios, de poderse defender.

La España tenía a la verdad unos límites tan extendidos, que ninguna de las antiguas monarquías podía gloriarse, de haber ensanchado sus conquistas y adquisiciones, a tan prodigiosa distancia.

Tienen todos los Estados sus límites naturales; y por no haberse conocido en España este certísimo principio; el afán desmedido de ampliarles, ofuscaba las imaginaciones; para no advertir, que era semejante extensión, la verdadera causa de debilitarse incesantemente.

Felipe II, que en fuerzas navales y de tierra, llego a ser superior a toda la Europa; después de grandes victorias, alcanzadas contra sus enemigos en todas las partes del mundo, al fin de su reinado había apurado su erario. Y esta nación victoriosa, carecía ya de recursos, para acudir a su propia conservación.

Si hubiese abandonado aquel gobierno el espíritu de conquista, habría útilmente convertido el producto de las Indias, en aumentar y consolidar la población de España; en sostener sus fuerzas con la navegación y el comercio: animando y dando salida a sus manufacturas, y sobrantes de la agricultura.

Parece, que la nación no conocía, en aquella crisis política de Europa, sus verdaderos intereses; y que adoptó lo contrario, de cuanto ellos no debían dictar: miradas las cosas con diligencia y examen; sin llevarse del oropel de dictados, y trofeos vanos.

No han faltado escritores políticos, que advirtieron ya desde el Reinado de Felipe III, el origen de la decadencia de la población, del comercio, e industria nacional, por la ruina de las fábricas y artes en el Reino. Lo represento la Universidad de Toledo al mismo Felipe III, para la instrucción de la junta, que parece se formó, con el fin de reparar la causa pública; aunque sin efecto: tal era la indolencia de aquellos tiempos.

La Isla de Cuba rinde a España actualmente, desde la nueva forma establecida en su comercio, más que todos los Estados, que poseía en Italia, Flandes, y Borgoña.

Las tropas españolas, que peleaban continuamente fuera del Reino, consumían en aquellos países su sueldo: allí se vestían y armaban. Todo el gasto de la guerra animaba la industria de aquellas naciones, donde estaba fijado su teatro. Allí pues circulaba el dinero de España, que tanto iba extenuando las fuerzas de la matriz.

Nuestros aliados disfrutaban la misma ventaja, y solos los españoles no sacaban de tan remotas expediciones otro fruto, que agotar de hombres y de dinero a su patria.

La interpolación de tantos enemigos, que separaban nuestros dominios, aumentaba la dificultad de transportar la especie, por los riesgos de la guerra. Con esto subían los intereses, que se pagaban a los hombres de negocios, que todos eran extranjeros: origen, en parte de los juros, o deuda nacional de Felipe II.

¿Quién podría persuadirse, que al fin del Reinado de Felipe II, faltaba ya la especie de oro y plata en España; y que fuese necesario disminuir la ley: mal, cuyo remedio costó tesoros inmensos, y el esfuerzo de todo el siglo pasado, para consumir y recoger semejante moneda, y la que clandestinamente se introdujo a vueltas de ella, llamada de molinillo, por los extranjeros.

Esta falta de la especie produjo otros arbitrios ruinosos, de que cada vez se fue abusando más, y causaron muchos inconvenientes; especialmente los de creación de oficios nuevos, y enajenación de los antiguos. Mas no es ahora del caso, detenerme en su referencia. A pesar de ser tan gravosos, no bastaban, para pagar los ejércitos, que mantenía la España fuera de la península. A medida que decaía la renta del Erario, crecían el gasto y los intereses del dinero, que prestaban los hombres de negocios, por virtud de sus contratas, y asientos de factoría.

La guerra es un mal necesario entre los hombres, para reprimir la ambición, o la opresión: y también para vengar las injurias graves, y perjuicios considerables, que se intentan causar a una nación independiente, o a sus aliados.

A veces es necesario llevar para estos fines las tropas fuera del Reino; pero esta precisión, común a todas las naciones en ciertos lances, se había hecho entre nosotros sistema.

Si se hace la guerra fuera del propio país, lleva la substancia de la nación, que la sostiene: aparta de su circulación sumas inmensas, y enriquece a la nación que la sufre; porque abastece ésta con sus frutos y sus manufacturas, de quanto necesita el ejército agresor.

El ejército defensor utiliza del propio modo el país atacado, que suele ser el propio; y de una mansión continua de tropas, resulta animarse la industria nacional, y la agricultura.

Las guerras civiles de sucesión, atrageron a España el teatro de la guerra. Para sostener sus empeños, introdujeron sumas inmensas nuestros enemigos, con que pagar sus tropas. Todas estas cantidades repusieron un fondo efectivo, de que carecía casi enteramente la España; y adquirió la península una circulación, superior a cuantas haya tenido, desde el descubrimiento de las Indias.

Pocos creerían en el año de 1703, que aquellas injustas invasiones, se habían de convertir en verdadera utilidad de la España. Desde entonces se ha de tomar la época de su restablecimiento.

Esta fue la primer ventaja, que logró la España en el glorioso Reinado de Felipe V. Entonces se formaron casas españolas de hombres de negocios, y aprendieron nuestros españoles al manejo de los asientos, que quedaron privativamente dentro de la nación.

Las tropas españolas se empezaron a vestir, y armar de manufacturas de España, por la primera vez: lo cual antes se hacía en Flandes, e Italia; faltando en la península toda disposición de hacerse en ella el vestuario y armamento al fin de Carlos II. La elevación de Felipe V al trono reunió, cuanto podía ser útil a la nación, y la fue libertando de pagar una balanza, tan grande, al extranjero.

Las escuadras y armadas navales, hacían en los reinados anteriores su mansión, y repuestos comúnmente en los Estados, e Islas distantes.

La verdad es, que ninguna utilidad, ni ocupación, daban a la nación estos continuos, y considerables armamentos; al paso que extinguían la masa nacional del dinero.

Véase la diferencia de aquel sistema al beneficio actual, y como una nación grande, con menos estados, es realmente más poderosa.

No había tampoco oficios, para la mayor parte de estos aprestos militares en España, durante los dos siglos anteriores. Porque las artes no se establecen ni mantienen, cuando no hay salida de sus manufacturas, ni obras, en que den parte a los que las profesan.

I. El comercio de las Indias, aunque por ejecutoria de Real Cédula de Carlos I de 15 de Enero de 1529, debía distribuirse entre varios puertos del océano y mediterráneo, para que alcanzáse a todas las provincias de la corona de Castilla; se fijó y estancó por largo tiempo en Sevilla: esto es hasta el año de 1720, en que se promulgó el proyecto, que llaman del palmeo.

Las otras provincias del Reino no podían tener parte en este comercio, ni enviar sus frutos, y manufacturas a Indias directamente, sin retornar precisamente a la casa de la contratación; y esto aumentaba unos gastos, superiores a las ganancias.

Los comerciantes, no residiendo, ni estando matriculados en Sevilla, tampoco podían cargarles, ni traficará las Indias, desde puertos respectivos, de otro modo.

De aquí ha resultado, que nuestras provincias no recibieron, en los dos siglos anteriores, utilidad alguna en el despacho de sus frutos y manufacturas, con la posesión de las Indias; si se exceptúa alguna porción de hierro: habiendo estado con daño conocido apartadas de este comercio, igualmente las provincias de la Corona de Aragón: por lo cual tampoco crecía su industria.

Las casas extranjeras establecieron sus almacenes en Sevilla a la sombra de esta aduana exclusiva, y por medio de comisionados españoles, disimuladamente hacían el comercio directo de las Indias; y en algún modo sacaban la utilidad principal.

La reducción del comercio, con tan extensos dominios, a un solo puerto, indujo virtualmente por sí misma un estanco inconcebible. La decadencia de este comercio facilitó el contrabando.

A estas casas habría sido muy conveniente al Reino, facilitarles la incorporación en las prerrogativas de naturales. Porque ellas fueron las que han conocido, y enseñado en aquella plaza mercantil de Sevilla, las verdaderas reglas del comercio general de Europa, en los últimos tiempos. Muchas han dado origen a familias ilustres, que han hecho importantes servicios a la corona: se han arraigado y fomentado el cultivo, por tener proporciones mayores, que Cádiz en esta parte. Aunque a otros respectos, en caso de durar el estanco, sea preferente esta última plaza, por su facilidad de navegar, directamente a los varios puertos de Indias.

La utilidad del Reino aconsejaba facilitar a ambas ciudades el comercio a la América, sin vincularle en ninguna de las dos, ni en otro puerto alguno de la península.

Quiso impedirse a las casas extranjeras el comercio directo, con el justo fin de no perjudicar el de los nacionales; aumentando precauciones y formalidades, para que así se observase. Estas han contribuido a poner trabas al comercio, y hacerle más tardo contra lo que exige su fomento, y desearon los legisladores, que establecieron tales reglas.

El contrabando, o comercio ilícito, vino de lo sobrecargados, que iban los géneros desde Sevilla. Cuanto más se les imponía en nuestras aduanas, tanto se disminuía su despacho; y se dificultaba el surtimiento directo de aquellos dominios ultramarinos.

Estas fueron en parte las causas originales del comercio ilícito en los dos anteriores siglos; porque ni Sevilla podía abarcar a todas las Indias, ni los recargos de derechos y formalidades, permitían vender allí a precios acomodados: pues se cobraban a razón de veinte por ciento.

Unas costas marítimas, tan dilatadas, no podían ser resguardadas, sin un gasto superior a la utilidad del comercio.

Ni la mayor vigilancia era capaz, de impedir el comercio ilícito en América, siendo tan reducida nuestra navegación a aquellas partes, que apenas se conocía en un gran número de provincias, como se demuestra en el estado, que tenía nuestro comercio en el año de 1686, que va inserto en este capítulo.

Los derechos, que se cobran según el proyecto, son más moderados, especialmente en los géneros finos: comparados con los que se pagaban hasta el año de 1720, los cuales antes se regulaban a razón de veinte por ciento.

Los derechos desde dicho proyecto se exigen, sin distinción de finos ni bastos, por la regla del palmeo, con desigualdad.

La extracción por el comercio libre a las Islas, Yucatán, y demás provincias, en que se halla ya establecido, es a razón de seis por ciento: de manera que por lo regular valen incomparablemente más al Erario, según la regla del seis por ciento, que por la del palmeo.

Con todo, este comercio libre prospera aún en Cádiz: de donde se infiere, que el remedio solo está en ampliar el comercio, y el número de los buques, para surtir completamente aquellas dilatadas regiones.

II. Del corto numero de buques, y método antiguo del tráfico de Indias, provino la consecuencia precisa, de que a todo trance aquellos naturales compraban, al que les traía lo necesario; y les tomaba en cambio sus frutos, con mayores ventajas. Esta es la reciprocidad, que sostiene los comercios.

Las provincias de España, si hubiesen estado habilitadas a este tráfico, como lo exigía el bien general de la nación, y los gastos, que las de Castilla hicieron para su descubrimiento, conquista, población, y establecimiento de su actual gobierno, habrían podido suplir los géneros comerciables, que no fuesen desde Sevilla. A lo menos no hubieran dejado de enriquecerse, con la salida de frutos, y el despacho de sus manufacturas: no pudiendo negárseles igual derecho a este tráfico, que el que pueden alegar Cádiz, o Sevilla.

Teniendo ambos ramos salida cierta, se hubieran conservado, cuando no tomasen mayor aumento, en el estado de pujanza, en que se hallaban las artes y la agricultura, al tiempo que los Reyes Católicos, impulsados del celoso Alonso de Quintanilla, animaron el descubrimiento de las Indias; y costearon la empresa de Cristóbal Colón.

En aquella época, España se surtía a sí misma, y por casi un siglo daba todo lo necesario a las Indias. Pero este surtimiento total ya no era posible, desde que su población se aumento considerablemente.

Así se conoció en el año de 1529, cuando se determinaron puertos, para utilizar en este comercio a todas las provincias, marítimas de la corona de Castilla; mediante la ejecutoria obtenida en el Consejo de Indias, y de que se ha dado anteriormente cabal noticia.

El abundante comercio, a buenos precios en las Indias, circulando por todas las manos posibles de la nación, y de todos los puertos, que se juzgasen proporcionados en cada provincia, a hacer este tráfico directo de toda la península; habría extinguido de raíz el contrabando: como ahora se experimenta en las islas de Barlovento, por virtud de las sabias providencias de Carlos III, precursoras del plan, que se desea para todas aquellas regiones.

Aun estando en sus principios, es ya notable el incremento, que ha tomado aquel comercio libre de las Islas; como se puede ver en el Plan de su cotejo.

De donde se colige, que nuestras manufacturas y agricultura, sin el fomento de su general salida a los dominios ultramarinos de las Indias; después de abastecido el consumo nacional, no pueden subministrar a los labradores y artesanos un impulso, suficiente a sacarlos de su lastimosa decadencia. Concurriendo a este beneficioso proyecto, el comercio nacional de las respectivas provincias, con factorías particulares en los puertos principales de las Indias, podrá pedir y remitir los géneros, que se necesiten. Por faltarles aquellas, se hacen la mala-obra, que actualmente suele causar la demasiada escasez, o una intempestiva concurrencia de géneros, que ocasiona otros estancos, y monopolios en aquellas partes.

Yo no pretendo, como queda dicho, que de fábricas propias pensemos, emprender de repente ambos objetos. Siempre tendrán despacho muchos géneros extranjeros en la carrera de Indias. Llevándolos el comercio español, dejan el flete, y producto de su reventa; contribuyendo unos y otros efectos, a disipar el comercio ilícito, y a traer nosotros los frutos, que allí se producen.

Sin grandes ganancias no puede sostenerse el contrabando; y habría cesado muy en breve, si el comercio se hubiese arreglado, en lugar de estar estancado en Sevilla por dos siglos enteros, hasta el año de 1720, en que se traslado a Cádiz bajo el mismo pie, y con más perjuicio en la salida de géneros españoles: a causa de no tener ningunos aquella plaza, y la menor facilidad, de introducirlos de las provincias interiores de Andalucía, ni de las septentrionales de España, que con notable facilidad pueden navegar a la América de sus costas.

III. Sufrió nuestro comercio de Indias con los corsarios y forbantes, llamados también filibustieres, grandes piraterías y robos, hasta que ellos se situaron en algunas islas. Hicieron también correrías y desembarcos, siendo mayor, que su utilidad, el daño, que causaban a nuestras costas ultramarinas.

Para reprimirles, se creyó conveniente, que fuesen las naves de comercio en estado de defensa, y de mayor buque: por la frecuencia de la guerra, en que continuamente ha estado implicada la monarquía española, durante el reinado de la casa de Austria. Se introdujeron las flotas y asociaciones de navíos grandes bajo convoy, con igual motivo.

Este método, aunque forzado por causa de la guerra y piraterías, que turbaban los mares, fue necesario, y bien premeditado. Ahora no debe mirarse, como un sistema, adoptado por utilidad esencial del tráfico; sino como un resguardo, que dictó la necesidad del tiempo, para defenderse de tales incursiones.

Después que cesaron las causas, parece debía restablecerse la entera libertad de la navegación mercantil en naves, más acomodadas. El mal efecto de la práctica de galeones ya se experimentó, y está toda la nación convencida de ello. Así fue necesario abolirla de todo punto; entablando la útil navegación, por el cabo de Hornos desde 1748, de orden de Fernando VI.

Sólo permanece la asociación de naves, en forma de flota para Nueva-España. Yo entiendo, que retarda las expediciones mercantiles a Indias, y las hace menos lucrosas, por la dificultad de cargar buques tan grandes, de más de quinientas toneladas; y por lo que necesitan esperarse unos a otros, antes que estén todos cargados, zafos, y marineros.

Si el golfo de Méjico estuviese por la naturaleza reducido, a navegarse en una sola estación del año, como la India oriental, podría alegarse alguna razón, para sostener las flotas. Y aun entonces deberían ser anuales, como las que envía la compañía Holandesa a Batavia.

Estando las manufacturas en España, tan poco adelantadas; no podían subministrar cargazones competentes, para cargar una flota; ni esperar los cargadores, a que se fabricasen aquellos géneros, que en el Reino se saben maniobrar; mientras no hubiese repuestos anticipados. Otra cosa sería, saliendo buques menores, que podrían irse en parte surtiendo poco a poco, de las fábricas nacionales en el todo, o parte de su carga.

De aquí provino la preferencia a los géneros extranjeros, que son de más fácil acopio, y que se han solido tomar a plazos y fiados. que es otra facilidad, que da preferente salida a las fábricas de fuera, aunque a costa de intereses, que sofocan la principal ganancia.

En el siglo pasado se calculaba el buque de los galcones, y naves de su compañía, en quince mil toneladas.

Las naves de flota se computaban doce mil y quinientas toneladas; y ambas en 27.500 toneladas, que no convenía cargar de una vez, para sacar buen partido de aquel tráfico.

Reducido a un solo puerto de Cádiz, y antes a Sevilla, el comercio, y lo mismo sucedería en otro qualquiera bajo del pie actual; cada día se hacía más invencible esta serie de obstáculos, resultantes del estanco, a las manufacturas españolas.

En efecto por el año de 1740, el buque de galeones se hallaba reducido a dos mil toneladas: de manera que el comercio ilícito extinguía trece mil toneladas en el Perú, y Tierra firme.

Cotéjese ahora el incremento, que estas dos navegaciones han tomado con los registros sueltos; y será fácil deducir: cual de los dos métodos es preferible. Yo creo, que nadie daría su voto en el estado presente por los galeones.

IV. Nuestros escritores políticos se quejaban en el siglo pasado, de los fraudes en perjuicio del erario, que había en las aduanas a Indias de Sevilla, y se proponía por medio, que arribasen a la Coruña, Santander, y a otros puertos las naos de aquel comercio.

Una aduana general está sujeta a graves inconvenientes, y es otra causa por sí sola, que favorece la distribución del comercio en varios puertos de la península.

Habiendo en todas las provincias marítimas del Reino, puertos habilitados al tráfico y contratación de las Indias; es fácil sacar sus respectivos efectos, en varios navíos sueltos de menor buque, como va expuesto; y percibir exactamente los derechos, que correspondan la Real hacienda, sin que se experimente menoscabo, o confusión.

Desde aquellos mismos puertos se pueden traer del extranjero los géneros, que faltaren; llevándoles en cambio las producciones, que vengan de Indias. Este sistema de orden, darla al tráfico una más perfecta circulación con el resto de Europa; sin hacer depender de las factorías de Cádiz, unas regiones tan pobladas y considerables, como son los dominios del Rey en las Indias.

Las factorías particulares de Cádiz en tiempo de flota, siendo muchos los que piden ropas, y otros géneros, se hallan en estado de dar ley a los cargadores de la misma plaza; y de alzar repentinamente, y de común acuerdo, su precio. Este ejemplo trasciende a las demás plazas mercantiles de Europa, que surten la de Cádiz, en la cual no hay fábricas propias, ni frutos: pues se halla reducida a una mera escala de comercio.

En el siglo pasado advirtieron ya nuestros mayores, que de segunda mano costaban tanto en Sevilla los géneros, que se embarcaban en flota y galeones, como valían desembarcados en Indias. Es de admirar, que un perjuicio tan envejecido esté aún por remediar, en tanto daño de la nación.

Luego que se distribuyese éste en los principales puertos de la península de España, e islas adyacentes, sobre la mayor proporción de dar salida a los géneros y frutos propios; no corre riesgo la nación, de caer, ni sufrir semejante monopolio. Los géneros de fuera podrán venir por el método referido, cuando se necesiten sobre sus precios naturales; para ir saliendo a Indias en navíos sueltos, con utilidad recíproca de naturales y de extraños, en su pronto y buen despacho; porque el consumo crecerá notablemente.

Parece resultar de lo dicho, que la contratación en registros y navíos sueltos, es preferente y más ventajosa al comercio en general. En particular producirá favorables efectos a las fábricas, frutos, y producciones del Reino en aquellas porciones, que podamos subministrar. Este beneficio será permanente, luego que deje de residir en un solo puerto, toda la contratación de Indias.

El ejemplo de los buenos efectos, que según queda manifestado, han producido los registros sueltos, que hacen el comercio del Perú, al punto que cesaron los galeones, que era una especie de flota, remueven toda duda, o desconfianza; si se compara con el tráfico actual en navíos particulares y sueltos, por el cabo de Hornos. Su salida todavía está limitada a Cádiz; y es lo que resta remediar en aquel método, para extender el comercio de la mar del Sur a un mayor numero de buques; y por consiguiente facilitar un consumo, superior de frutos y mercaderías de ida, y vuelta.

Buenos Aires por este medio se ha hecho una plaza floreciente por su tráfico, la cual en el siglo pasado casi carecía de comercio, como otras muchas, de que hace memoria el juicioso calculador Don Miguel Álvarez Osorio.

La provincia de Venezuela, con los navíos sueltos de la compañía, ha tomado un gran incremento; y fomenta desde los puertos de San Sebastián, y de Cádiz el despacho de manufacturas y frutos de España. Y acaso en esto no ha concluido enteramente las obligaciones de su concesión; pero no se le pueden disputar grandes servicios, hechos a la nación.

Las Islas de Barlovento, y península de Yucatán, van prosperando en su comercio libre con la metrópoli. Las embarcaciones, que se emplean en aquel tráfico, salen directamente, no sólo de Cádiz; sino de los demás puertos principales de la península, que se hallan habilitados para este comercio. No experimentan detenciones, arqueos, ni formalidades, dispensiosas e inútiles, que sólo conducen a mal-gastar dinero y tiempo.

Carlos III prescribió al comercio libre un reglamento particular, sin toneladas: subrogó la exacción de seis por ciento sobre las mercaderías, en lugar del proyecto del palmeo.

Los paquebotes del correo marítimo han contribuido notablemente, a fomentar el comercio de las Islas, y de Buenos Aires, desde el puerto de la Coruña, en el cual se halla establecido el navío de estos buques. Al mismo tiempo dan salida a algunos géneros, y frutos de la producción de Galicia, que antes no se conocían en Indias.

La provincia de Yucatán, y Campeche, está nivelada a esta misma especie de comercio directo, desde los puertos habilitados de la península.

En este comercio libre los derechos se han cargado únicamente sobre los géneros comerciables. Los buques nada pagan por razón de toneladas, y son ociosas las formalidades, y gastos del arqueo, y otros que según el método antiguo se practican en Cádiz, para flota, azogues, y registros. De ese modo no está gravada aquella parte de la navegación española a Indias, como la que sale de Cádiz sobre el pie del proyecto del año de 1720, y sus declaratorias.

Objetará alguno, que semejantes innovaciones perjudicarán tal vez al comercio de Cádiz, o a las provincias de Indias, o al erario, o a la nación; y son todos los inconvenientes, que pudieran alegarse.

Cualquiera de los tres últimos perjuicios sería muy atendible, si efectivamente se verificase, aun remotamente.

El de Cádiz no lo es: pues se mudo a aquella plaza desde Sevilla, por una providencia gubernativa el comercio; y es arbitrario al Rey distribuirle en varios puertos a beneficio de la nación, cuyo bien es preferente al de cualquiera pueblo en particular.

La innovación actual no quitaría a Cádiz su comercio; y no haría más que repartirle en toda la península, conforme a la ejecutoría de 1529: anterior en dos siglos al proyecto del año de 1720.

Pero ni aun este perjuicio se verificaría, atendidos los estados actuales de la navegación de Cádiz.

En el año próximo de 1774, salieron de Cádiz por el comercio libre 41 navíos para la Isla de Cuba; sin contar los que navegaron a Santo-Domingo, Puerto-Rico, Cumaná, la Guayana, Campeche &c.

Entraron de la Isla de Cuba en Cádiz 61 navíos del comercio libre, en el propio año.

Añádanse los que entraron o salieron para otras islas y costas, no frecuentadas antes; y se hallará, que por virtud del comercio libre a las islas, los navíos que le hacen por aquel puerto, producen proporcionalmente más número de toneladas, que los navíos que salen por las reglas del proyecto antiguo al Perú, y nueva España a costas más ricas.

Luego Cádiz, en lugar de perder con el comercio libre, ha aumentado su navegación, aunque no es exclusiva; siendo muchos los navíos, que de Santander, Gijón, la Coruña, y otras partes, salen a hacer igual tráfico.

A las provincias de Indias hace gran provecho este continuo, y extensivo comercio: pues les da una contratación, que antes no tenían, y les asegura el despacho de sus frutos a buenos precios. Surtidos en esta forma metódica, se extinguirá por sí mismo el contrabando. Los cueros, y el azúcar por sí solos, hacen un ramo considerable de comercio activo, a favor de aquellos naturales, el cual ha crecido notablemente, desde el comercio libre, a sumas considerables.

El Erario Real, en lugar de recibir perjuicio, aumenta sus derechos de entrada y salida, y la alcabala en las provincias, e islas donde se va estableciendo este comercio libre, que se puede mirar, como un nuevo descubrimiento, a favor de la nación.

Los derechos de aduanas en la Habana, antes de la nueva planta del comercio libre se regulaban en 104.208 pesos al año: en el último quinquenio han subido a la cantidad de 300.000 pesos anuales, lo qual produce un aumento de dos tercios en los derechos Reales, y en proporción se ha aumentado el comercio en dos terceras partes.

Se comprueba, que aunque en las Islas de Santo-Domingo, Puerto-Rico, y provincia de Yucatán, no han sido tan rápidos los progresos, por el abandono y mal estado, en que se hallaban, a causa del envejecido contrabando, arraigado en ellas; con todo se va remediando en alguna parte; y se manifiesta el progreso, que allí va tomando el tráfico español, por el aumento de alcabalas.

En Yucatán han subido desde 8.000 pesos, que rendían antes del comercio libre, hasta 15.000 pesos, que producen actualmente al año desde entonces: que es casi una mitad.

En Santo-Domingo desde 2.500 pesos, a 5.600 pesos; y en Puerto-Rico desde 1.200 pesos, hasta 7.000 anuales. De suerte que donde menos, ha crecido más de la mitad el ingreso del erario por razón de alcabala: a que debe agregarse el adeudo de las aduanas por entrada y salida de los géneros, que se navegan.

La nación, en lugar de recibir perjuicio, ha aumentado su navegación, por un cálculo prudencial de doscientas embarcaciones anuales, que emplea en este comercio: da salida a muchos frutos y manufacturas propias: acrecienta su navegación, y recibe frutos y fondos, con que reproducir incesantemente su tráfico.

El algodón es un material, que se desperdicia en gran parte, y deberían traer nuestros comerciantes; aprovechando la libertad de derechos, concedida por la Real benignidad de Carlos III. Es omisión notable descuidar tan importante ramo.

Desde la Isla de Cuba, antes del comercio libre, no venían a España en partida de registro 300.000 pesos anuales; siendo así que para la compra de tabacos, manutención de tropa, fortificación, y otros objetos de S. M. y particulares, entraban en aquella Isla de dos millones y medio, a tres millones de pesos al año.

Por las noticias modernas, desde el nuevo establecimiento de comercio, en el último cuadrienio han ascendido los caudales en especie, que de aquella Isla entran en España, a millón y medio de pesos cada año.

La introducción de frutos ha recibido un aumento considerable: así de los nuestros, que se consumen en la Isla, como de los propios, que remite a España.

Queda con la mayor claridad patente, la debilidad de cualquiera objeción infundada, que se oponga a las notorias y universales utilidades, que produce el comercio, que de los puertos habilitados de España, se hace a las Islas y provincia de Yucatán.

V. El derecho de palmeo extingue la posibilidad, de llevar con ventaja mercaderías bastas, y voluminosas. Y así la navegación, que va según el proyecto, se reduce a las finas, en número corto de buques. Los géneros bastos, de consiguiente, abrieron camino al contrabando; porque el palmeo no les es tan favorable.

No solamente es justo, sino también necesario, para acudir a la común defensa, que el erario perciba todos sus derechos. Pero el método del comercio libre, es en esta parte más perfecto; recayendo el importe de los derechos, sin cobrar toneladas, sobre todas las mercaderías, con la posible equidad aprorrata de su valor; y a este fin corresponde sea igual la cobranza. Pues de la extensión de la mayor navegación, debe sacar el erario sus utilidades, con beneficio general de la nación; y no del recargo, que ocasionan los derechos de palmeo, y toneladas, que se atienen a la cabida, y no al valor de las mercaderías.

En islas, y provincias más reducidas, y en parte abandonadas casi al arbitrio del comercio ilícito, por razón del poco, que se hacía a ellas; se empieza a tocar en estos primeros años la grande utilidad, que rinde a la nación, y al erario este nuevo método de comercio; y lo mucho que facilita el despacho de nuestras manufacturas; la saca de frutos; la navegación española, y aun el consumo de las mercaderías extranjeras, que nos faltan. Fácil es de considerar, que sólo por este método pueden florecer las demás provincias de Indias, y la matriz; poniéndose en estado de prosperar tan importantes ramos, y lograr una segura salida los sobrantes de nuestra industria: que es todo el bien, a que puede aspirarse en esto.

Repito, que sería empresa inaccesible, intentar nosotros surtir de géneros de España a todas las Indias desde luego, y aun en siglos. Y así resulta, que es necesario valernos de fábricas extranjeras, para lo que no alcancen las propias; pero serán los españoles conductores, y vendedores equitativos de ellas.

VI. Lo que haya de venir del extranjero, se debe ir a buscar en sus puertos con navíos españoles, y tener factorías, que hagan con tiempo los acopios, y faciliten el despacho de los géneros, que llevemos: así de nuestra producción, como de las de Indias. De ese modo hará la nación el tráfico con más ventaja, y como debe.

D. Josef Cadahalso había proyectado, por su mucho conocimiento en el comercio general, establecer varias factorías en las plazas principales de Europa; y lo habría logrado, a no haberle cogido la muerte en Dinamarca, durante el viaje, que estaba haciendo con este objeto.

Sólo los países, en que aún no han arraigado los conocimientos mercantiles, ni hay suficiente navegación, se toman de reventa los géneros extranjeros, con los recargos que traen: pudiendo emplear los navíos de comercio, que se pudren en Cádiz, si fueran de menor buque, en transportarles de sus suelos originarios.

Ya que necesitamos comprar fuera, sea de primera mano, y en los tiempos oportunos: Sin establecer esta práctica, y fomentarla, aun en la clase de comercio pasivo, será el actual método, muy ruinoso a los intereses nacionales.

VII. La seguridad del despacho estimulará sin duda, a los comerciantes españoles de cada provincia, para acopiar en ella los frutos y géneros sobrantes, que tengan consumo en Indias. Y mucho más se completará el fin, si se facilita hagan escala en los diferentes puertos de nuestros dominios ultramarinos, donde encontraren mayor facilidad de venta. Esto no quita, que se tomen las precauciones debidas, para escusar abusos; pero tales que no impidan el comercio legítimo, y atajen todo recelo de contrabando.

De este impedimento de transportar, por ejemplo, de Campeche a Honduras, los géneros sobrantes a un registro, que salió en derechura a Campeche, resulta, que Honduras deja de surtirse por nuestra mano; y necesitando ropas, y frutos para su consumo, los reciba de contrabando, si por ventura hacen allí falta, o son notablemente más baratas.

VIII. El contrabando nace de la escasez, y mal arreglo del comercio. Un tráfico fundado en buenas reglas, le disipará muy en breve, con utilidad general del giro de toda Europa.

En el catálogo de D. Miguel Álvarez Osorio, se ven sin comercio alguno, en el tiempo de Carlos II, un gran número de provincias marítimas de Indias. Estas costaron a la corona para su población y defensa: no pagan otros tributos: con que descuidando su comercio, serían una carga pesada al Reino.

En tales provincias hubiera sido necesario aliviarlas de toneladas, para animar la navegación directa a ellas. Recelábase tal vez, que este beneficio produjese contrabando en otras; y en esta perplejidad, que no tenía sólido motivo, la nación ha quedado privada de sus productos.

De aquí se deduce, que el remedio único hubiera sido arreglar la navegación española a Indias desde España, sobre aquel pie que han adoptado las naciones más sabias en el comercio: de manera que fuese indiferente ir a unas, o a otras costas; fijando los derechos equivalentes sobre las mercaderías, y aboliendo las toneladas, y el método desigual del palmeo, introducido desde el año de 1720.

En efecto Carlos III, atento a la felicidad de la nación, ha moderado las toneladas en algunas partes, y las ha abolido en otras enteramente.

IX. La sola moderación ha bastado, para abaratar los fletes a Indias, y es en lo que debe ponerse la consideración, para que las conducciones y retornos de América, salgan por fletes cómodos, y no encarezcan extremadamente algunos géneros.

Las Indias sólo pueden utilizar sólidamente nuestras manufacturas, por medio de un comercio abierto, y general con ellas. Este únicamente nos podrá ser lucroso, haciéndole directo, desde los varios puertos de España, y en navíos sueltos. Y a mí entender es el único modo, de aspirar a navegación, y comercio activo. Sujeto mis reflexiones a los que tienen mayores conocimientos en la materia, y la práctica, de que carezco.

X. Por las noticias del modo, con que España hace su comercio actual a Indias desde Cádiz, es seguro que no se beneficiarán los gremios de nuestros artesanos; ni las provincias interiores, o marítimas, recibirán gran despacho de sus frutos, e industria.

Carlos III ha presentado a la nación una senda, que debe seguir en el tráfico de las Islas. Yo no veo, cual sea el motivo de no adoptarla generalmente, en el resto de las Indias.

Las quejas continuas de nuestros escritores políticos de todos tiempos, demuestran la imperfección de la práctica contraria. El método nuevo rinde utilidad conocida aún en las provincias más pobres, en que se ha plantificado. Parece pues, que la preferencia es debida a este último.

Todos los establecimientos nuevos se van mejorando con la experiencia, y el presente requiere además, unir nuestra industria con el tráfico de las Indias. A la verdad ya es tiempo, después del transcurso de tres siglos, para pensar de una vez, en arreglar de última mano, y seriamente, un negocio tan importante; cuyos principios son conocidos, y constantes a los que meditan el curso general, del comercio de toda Europa.

Es de admirar, que un hombre tan observador, como Montesquiu no se hubiese impuesto en este método, por falta sin duda de los hechos, y datos necesarios; aunque conoció, que la España, si no removía las trabas de su comercio a Indias, no podrían prosperar en el sus naturales. Y así propuso un problema, de si la era conveniente, o no, este tráfico.

Pero si los españoles mismos hemos estado indolentes, en la resolución de este problema, por no acercarnos al conocimiento práctico del curso de este comercio; ¿como podrá discurrir con acierto el hombre más sabio, a quien falten los hechos?

Lo cierto es, que el consumo propio, y el de los dominios ultramarinos, puede dar seguridad a los artesanos españoles de un pronto despacho, y salida de sus manufacturas; siempre que la bondad de ellas, y el precio sean capaces de concurrir con otras. Todo esto requiere una vigilancia incesante del gobierno, sobre la policía de los gremios, y oficios: arreglo en las aduanas, y una circulación libre, y uniforme de los puertos principales de España a la América, y a los principales de Europa, para vender y comprar de primera mano, con mayor conocimiento y ventaja; estableciendo factores nuestros, que estén enterados del comercio en aquellas plazas.

XI. El arreglo uniforme de las aduanas es un medio, que puede contribuir a fomentar nuestro tráfico con utilidad en el resto de Europa.

Todo lo que es estanco de comercio, privilegio exclusivo, u opresión, desanima la industria; arruina los artesanos; y obliga los comerciantes, a buscar sus géneros, donde encuentren facilidad; y aún trasmigran a tales países las mismas artes, para gozar la dulce protección, que forma el bien, y la seguridad de los estados.

Tiene nuestra nación la fortuna, que desde el ingreso al trono de la augusta casa de Borbón, han mejorado notablemente las fábricas, y la felicidad pública.

En nosotros pues está no omitir especulación, cálculo, ni reflexión, hasta unir perfectamente nuestra industria y comercio, con el tráfico de Indias.

Parecen dificultosas y aun imposibles estas calculaciones, a los que no se han parado a hacerlas. Yo no me admiro, de que les causen dificultad, mientras ignoran los principios, que rigen en la materia. Es necesario estudiarlos, conferirlos y deponer preocupaciones, o fines particulares; cuando se trata del bien del estado. Estoy cierto, y hago la justicia al común de los españoles, de que si no han adelantado tanto, como debieran en el comercio, dimana, de que no son comunes las noticias del tráfico de Indias: estando aislado en un puerto, que apenas se comunica con la península, y que según el método del palmeo, esconde sus consumos a la nación, y quita los datos, sobre que comparar, y calcular lo que va de dentro, o de fuera del Reino.

De intento omito cuanto pertenece al comercio interior de Indias, y a su respectiva circulación. Porque esto pertenece, a los que rigen aquellos países, y se hallan bien enterados de su estado actual, y de las causas, que lo impidan; estando yo bien seguro, de que no faltan entre ellos muchos patriotas celosos, que trabajan con solidez, y deseo del acierto, para perfeccionar de ultima mano este arreglo.

Como todos tenemos una igual obligación a la patria, harán lo que deben aquellos, que leído este discurso, corrijan sus yerros, y ayuden a adelantar con sus luces un objeto, que es muy digno de la meditación de los ciudadanos celosos;


Siqui forté ineptiarum
Lectores eritis, manusque vestras
Non horrebitis, admovere nobis.
Catull. epig. 15.