Divagaciones sentimentales: II
Apariencia
¡Sirena, cómo turba tu voz engañadora!
¡cómo haces dulce el lloro y agradable el tormento!
fontana cristalina del parque de la aurora,
que nunca has de apagar la viva sed que siento.
Atalanta, que alegras con tus labios risueños
mis neuróticas noches de muchacho enfermizo;
Esfinge, que te yergues frente a mis locos sueños;
Arcángel, que me niegas la entrada al Paraíso...
Por la Nada huye el Tiempo en su carro triunfante
—¿quién podrá detener el curso de lo Eterno?—
¡Abre, divina dueña, la puerta de diamante:
no importa que tu alcázar llame cielo al infierno!