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Doctor Angelicus/Capítulo V

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Capítulo V

Dejábamos al doctor Pánfilo entre San Marcos y la puente.

Era una tarde de mayo. Pánfilo escribía la última cuartilla de su obra, que iba a ser inmortal, y que se titulaba: Eufemia. Investigaciones acerca de la dignidad y finalidad racional de la vida humana. Endemonología aplicada, basada en una arquitectónica racional de la biología psíquica, especialmente la prasológica.

Un rayo de sol, que entraba por la ventana, caía sobre el papel que iba emborronando el doctor. Escribía esto: «...Tal ha sido el propósito del autor; demostrar con argumentos tomados de la realidad viva que el predominio de la felicidad se observa ya hoy en nuestras sociedades civilizadas, sin necesidad de recurrir a la hipótesis probable, pero no necesaria, de ulterior sanción de otros mundos mejores. Debe, sí, el filósofo recurrir a la experiencia, pero no fijando sólo su examen en la propia individual; pues nada significa el apasionado testimonio del que lamenta desgracias peculiares; hay otra experiencia, que una sabia y bien ordenada estadística moral y civil puede suministrarnos, y en ella podrá ver cada cual, y mejor el filósofo, que sea lo que quiera de la propia fortuna...»

Al llegar a «fortuna» sintió el filósofo que le sacudían el papel.

Era Merlina, la galguita de mi cuento, que se había subido a la mesa y se paseaba arrogante sobre Las investigaciones acerca de la dignidad, etcétera, etc.

Pánfilo suspendió su trabajo. Un recuerdo dulcísimo, el más querido de su vida, le trajo lágrimas a los ojos.

A Merlina debía el doctor su felicidad propia, individual, sin necesidad de endemonologías ni de arquitectónicas biológicas, sólo por una casualidad, por una indiscreción de la perra, según frase de Eufemia.

Embelesado por este recuerdo, se detuvo el doctor largo rato, pasando la mano izquierda por el lomo de Merlina.

La galguita se dejaba querer. Pero de pronto dio un brinco, saltó de la mesa a la ventana y apoyó las patas delanteras sobre un tiesto. Las orejas se le pusieron tiesas, y aulló Merlina con señales de impaciencia. Parecía que deseaba arrojarse por la ventana.

Se levantó de su poltrona el doctor para ver lo que causaba tal impresión en su galguita.

En el jardín, dentro de la glorieta, Héctor González y Eufemia Rivero y González representaban en aquel momento la escena culminante de Francesca da Rimini.

Pánfilo oyó el chasquido de... El lector puede imaginarse qué clase de chasquidos se usan en tales casos.

El autor de las Investigaciones retrocedió instintivamente, se desplomó sobre el sillón y ocultó la cabeza entre las manos.

Cuando volvió al sentido y abrió los ojos, vio delante, en un papel blanco, unas palabras, que se le antojaban escritas con una tinta de color de rosa.

Leyó: «...podrá ver cada cual, y mejor el filósofo, que sea lo que quiera de la propia fortuna...»

Pánfilo cogió con gran parsimonia la pluma, y concluyó el párrafo: «...la Humanidad, en conjunto, prospera, y es feliz en esta tierra con la conciencia del progreso y del fin bueno que aguarda al cabo a todas las criaturas. Para el que sepa elevarse a esta contemplación del bien general, como el más importante aun para el propio interés, bien puede decirse que el cielo comienza en la tierra».

Pánfilo había terminado su obra, la obra de su vida entera, la que le había gastado el cerebro y los ojos.

Por cierto que sintió en ellos algo extraño: miraba a todas partes, y aquel matiz halagüeño que veía en la tinta dominaba en todos los objetos.

¡Pobre doctor! Se había declarado la enfermedad cuyos síntomas no había conocido: el daltonismo.

Desde aquel día, Pánfilo todo lo vio de color de rosa.

Nota. -Pánfilo, en griego, viene a ser el que todo lo ama.

Lo cual, en castellano, significa: Quien más pone, pierde más.

En cuanto a Eufemia, siguió viviendo convencida: primero, de que su esposo era un sabio; segundo, de que amarle era su obligación.

El dogma era el mismo siempre: sólo se había relajado la disciplina.