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Dos rosas y dos rosales: 24

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Dos rosas y dos rosales
de José Zorrilla
Las almas enamoradas. Capítulo I: III.

III.

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Era un año después. Don Gil, pagado
De la formalidad e inteligencia
De su sobrino Carlos, había puesto
A su cargo el arreglo de su hacienda.
Mas la de un viejo descuidado y pródigo
Como él, tan fácilmente no se arregla,
Y tardó un mes en ordenar don Carlos
La enredada maraña de sus cuentas.
El resultado general fue un déficit;
Porque como el cultivo de las tierras
Se da en arrendamiento; como en libros
Las necesarias notas no se llevan;
Como jamás al porvenir se mira,
Y de lo ya pasado se está a ciegas,
Las rentas cada vez son más escasas
Y empiezan a apuntar algunas deudas.
Carlos mostró los infalibles números
A la tía económica, pidiéndola
Un cargo y data de los gastos hechos
Por sí misma en la casa que gobierna,
Dándola por razón que era imposible
Que sus guarismos sin sumar se hiciera
El balance total, ni cuenta exacta
Dar a don Gil de sus gastadas rentas.
La tía respondió tartamudeando
Que jamás escribía: que el tío era
Quien guardaba el dinero, y que ella nunca
Cuentas daba a don Gil; cuya respuesta
Hizo palpablemente ver al mozo
Lo de que siempre tuvo una sospecha;
Que en la administración de Rosalía
No entraban tantas sumas como restas.
La tía era enemiga muy temible
Y era preciso transigir con ella;
Mas no era cosa fácil, porque el mozo
No transigió jamás con su conciencia.
Fue preciso adoptar por buen arbitrio
Hacer un saldo general de cuentas.
Carlos dijo a don Gil que lo pasado
Para volver atrás no había fuerza;
Que era preciso entrar en nueva vida,
Empezando a vivir con cuenta nueva;
Con lo cual Rosalía quedó incólume,
Mas a don Carlos por temor sujeta.
Carlos administró desde aquel día
Los bienes de su tío con severa
Y asidua integridad: e independiente
La tía continuó con la doméstica
Gobernación: y se empezaron pronto
Del orden a palpar las consecuencias.
Todo marchaba bien, con la esperanza
De que con justa economía interna,
Orden en los negocios exteriores
Y una administración llevada en regla,
La casa de don Gil en pocos años
Volvería, no a entrar en la opulencia,
Sino en el bienestar de los que viven
Con sus necesidades satisfechas.
Don Gil comenzó a ver a su sobrino
Como un ser necesario a su existencia
Intelectual y material, mirándose
Libre de pequeñeces y miserias
Enojosas por él: en otro círculo
A girar empezaron sus ideas,
Y en otros pensamientos divertidos,
Cambió en tranquila calma su impaciencia.
Se acostumbró a ver siempre a Rosa y Carlos
Al lado suyo en familiar franqueza,
Y él mismo poco a poco fue animándoles
A hacer su unión más íntima y estrecha.
Si alguna vez imaginó que el tiempo
Su amistad en amor cambiar pudiera,
Alcanzó en tal hipótesis tan sólo
Una esperanza dulce y halagüeña.
La tía empezó a ver a sus sobrinos
Con maternal e insólita indulgencia,
Y Rosa se libró de aquella espina,
Que ya a su corazón no fue molesta.
Estrecharon, en fin, Carlos y Rosa
Su intimidad en libertad completa,
Y empezaron castillos en el aire
A hacer sobre su suerte venidera.
Carlos, pasaba la mitad del día
Metido en la empolvada biblioteca,
Registrando sus libros y legajos,
Y haciendo apuntes mil en sus carteras.
Algunos días, al rayar el alba,
Recorría la falda de la sierra,
Aplicado a botánicos estudios,
Y haciendo extraña colección de yerbas.
Por las tardes un álbum que dio a Rosa
En llenar se ocupaba de acuarelas,
Representando los paisajes frescos
Que el castillejo de don Gil rodean.
Don Carlos, para hacer estas pinturas,
Ponía enfrente del balcón la mesa:
Rosa, con su labor, se colocaba
En frente de él, y en su sillón de ruedas
Don Gil tendido, en la penumbra tibia,
Tranquilo hacía su diaria siesta.
Los primos platicaban por lo bajo,
Del dormido don Gil con la presencia
Autorizados; mas del todo libres,
Lo mismo que si solos estuvieran.
Despertaba don Gil: aproximaba
Su sillón hacia ellos, y a la escena
Se añadía, en verdad, un personaje;
Pero la situación quedaba idéntica.
Don Gil gozaba contemplando a Carlos
Avanzar en su artística tarea,
Con infantil placer reconociendo
Los sitios que el dibujo representa.
Rosa se levantaba muchas veces,
Y tras la silla de su primo puesta,
Miraba sus pinturas, avanzando
Por encima de su hombro la cabeza.
¿Qué faltaba a este cuadro de familia?
Nadie en palabras su opinión secreta
Había reducido todavía:
Mas su unión parecía cosa hecha.
Todo les sonreía: para todos
Era esperanza tal muy lisonjera;
Corría, pues, su vida, de placeres
Castos colmada, y de esperanzas llena.
Pero no hay dicha alguna que en el mundo
Sea para los hombres duradera,
Bien que por algún mal no sea agriado,
Ni placer que no turbe alguna pena.
Don Juan Rosales, el pariente rico
Que vivía en Madrid en la opulencia,
Llegó un día al castillo, de repente,
Sin anuncio anterior, ni carta previa.
Don Juan es de una edad más avanzada
Que don Carlos; corteses sus maneras,
Gallarda su apostura; es un buen mozo,
Como suelen decir: mas se revela
En su mirada suspicaz y en su aire
Reflexivo y taimado la prudencia
Del que jamás de su interés se olvida,
Y que con todo con afán comercia.
Don Carlos es más bajo: los estudios
Tuvieron su precoz naturaleza
Americana en la inacción, y a todo
Su desarrollo natural no llega.
Don Juan es un hombre hecho que ha alcanzado
Ya todo su vigor: flexible, esbelta
Y aun casi afeminada, su figura
Es elegante, cortesana y bella.
Don Carlos tiene un cuello vigoroso,
Pecho y hombros robustos: su cabeza
Apoya en él como sobre una base
Sólida un busto antiguo: no se eleva
Con flexibilidad y gallardía,
Sino que sobre el pecho se sustenta.
No parece su busto de hombre joven:
No revela esbeltez, sino firmeza:
El resto de su ser no corresponde
Al vigor de su busto: a la primera
Ojeada se ve que aún tiene creces
Que no ha alcanzado aún toda su fuerza.
Don Juan afecta siempre la sonrisa:
La expresión de don Carlos siempre es seria;
Don Juan tiene la voz dulce y sonora;
Don Carlos bien timbrada, pero seca.
Don Juan es un mancebo calculista,
Frívolo y comercial, de nuestra época,
De la incredulidad positivista,
Hijo de nuestra edad antipoética.
Don Carlos es un mozo concienzudo
Con todos los defectos y las prendas
(salvo la ciencia que aprendió en los libros)
De un caballero audaz de la Edad Media.
Entre don Carlos y don Juan existe
Una grande y macada diferencia
Interior y exterior: son dos figuras
Que no podrían a la par ser puestas
Por un mismo pincel del mismo cuadro
Sobre el lienzo: no casan: se despegan;
Son dos figuras de dispar dibujo,
Distinto siglo y diferente escuela.
Gallardos son los dos: los dos son mozos
De buena sociedad; mas de ver se echa
Que en dos Carlos se alberga la hidalguía,
La ruda lealtad y la fiereza
Del caballero; y en don Juan se oculta
El cálculo, la calma y la reserva
Del negociante: esto es: don Carlos siente
Piensa don Juan: son dos naturalezas
Distintas: en don Carlos quien domina
Es siempre el corazón: don Juan refrena
Siempre su impulso: en conclusión, no pueden
Simpatizar dos almas tan opuestas.

Don Carlos, al oír de los caballos
De don Jan las pisadas a la puerta
Del castillejo de don Gil, curioso
Al descanso salió de la escalera.
En elegante traje de camino,
Y con aplomo familiar subiéndola,
Don Juan, cuando de Carlos se halló enfrente,
Le preguntó con la altivez atenta
De un hombre superior: ¿Don Gil Rosales
Está?

DON CARLOS.

¿Se puede el nombre del que llega
Saber?


DON JUAN.

Don Juan Rosales, su sobrino.


DON CARLOS.

Está en su cuarto, entrad. Dijo con seca
Civilidad don Carlos e hizo paso
A don Juan, que se entró de pieza en pieza.
Don Carlos se quedó preocupado
Con la visita de don Juan, las cejas
Fruncidas, la cabeza sobre el pecho
Inclinada, clavado ante la puerta
Unos momentos; tras los cuales Rosa
Saliendo del salón le dijo inquieta:

ROSA.

¿Quién ha venido, Carlos?


DON CARLOS.

—Nuestro primo
Don Juan. La faz de Rosa de la cera
Tomó la palidez: Carlos el frío
Sintió en su corazón de una sospecha
Penetrar, y fijando una mirada
Tenaz sobre la pálida doncella,
La preguntó: ¿Conoces a ese primo
De antes?

—Sí, respondió la niña trémula.

DON CARLOS.

¿Ha venido otras veces a esta casa?



ROSA.

Dos.


DON CARLOS.

¿A qué?


ROSA.

No lo sé.


DON CARLOS.

¿Tiene influencia
En la familia?


ROSA.

Sí.


DON CARLOS.

¿Por qué?


ROSA.

Lo ignoro.


DON CARLOS.

¿Y sobre ti?


ROSA.

Ninguna.


DON CARLOS.

¿Con franqueza
Te trata?


ROSA.

Como primo.


DON CARLOS.

Y tú… ¿le quieres?


ROSA.

No.


DON CARLOS.

Mas… ¿Nunca?


ROSA.

Jamás.


DON CARLOS.

¡Bendita seas!



Carlos estrechó a Rosa entre sus brazos:
Entre ellos escondió su faz modesta
La muchacha, y sus lágrimas mezclaron
Con amante efusión sus almas tiernas.
¿Por qué Carlos a Rosa estas preguntas
Hizo? ¿Por qué palideció al hacérselas
Él, y por qué la palidez de Carlos
Blanqueó de Rosa las mejillas frescas?
Porque los celos tienen su fluido
Como la vista y voluntad magnéticas,
Con el cual se trasmiten los que se aman
De sus almas amantes las ideas;
Porque sin celos no hay amor: porque alza
De ante sus ojos el amor se venda
Y a la luz de los celos lo futuro
Ve, y el cerrado porvenir penetra.

Salió D. Juan del cuarto de su tío
Tras de dos horas de sesión secreta,
Y por él a sus primos presentado
Con humos de galán entró en escena.
Dio a Don Carlos escusas cortesanas
Sobre su harto impolítica manera
De tratarle al llegar, no conociéndole:
Le hizo cortés de su amistad la oferta,
Y le tendió la mano. Vio Don Carlos
Que no corresponderle era una ofensa
Injusta, y dio a D. Juan su mano fría,
Que de fría amistad pareció prenda.
¿Para qué aglomerar versos inútiles
Sobre tal situación? A comprenderla
Mejor que los detalles engorrosos
Nos servirá el saber las consecuencias.
Don Juan estuvo de D. Gil en casa
Diez días: lo que de esta permanencia
Salió dicen los diálogos siguientes,
que convierten en drama la leyenda.