Eco y Narciso/Jornada I

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​Eco y Narciso​ de Pedro Calderón de la Barca
Jornada I

Jornada I

SILVIO:

Alto monte de Arcadia, que eminente
al cielo empinas la elevada frente,
cuya grande eminencia tanto sube,
que empieza monte y se remata nube,
siendo de tu copete y de tus huellas
la alfombra rosas y el dosel estrellas...

FEBO:

Bella selva de Arcadia, que florida
siempre estás de matices guarnecida,
sin que a tu pompa, a todas horas verde,
el diciembre ni el julio se acuerde,
siendo el mayo corona de tu esfera,
y su edad todo el año primavera...

SILVIO:

Pájaros, que en el aire fugitivos,
sois matizados ramilletes vivos,
y añadiendo colores a colores,
en los árboles sois parleras flores...

FEBO:

Ganados, que en el monte divididos,
música sois de esquilas y balidos,
y en la margen de aquese arroyo breve,
cándidos trozos de cuajada nieve...

SILVIO:

A pediros albricias mi alegría
viene de las venturas deste día,
pues Eco, en él, zagala la más bella
que vio la luz de la mayor estrella,
de humana da floridos desengaños,
un círculo cumpliendo de sus años.

FEBO:

Pésames viene a daros mi tristeza,
de que la rara y singular belleza
de Eco, desengañada de que ha sido
inmortal, un círculo ha cumplido
de sus años, que aunque de dichas llenos,
cada año más es una gracia menos.

(Sale BATO.)
[BATO]:

Selvas de Arcadia, bello excelso monte,
ganados y aves, pues, deste horizonte,
a pediros albricias he venido
y a daros hoy un pésame cumplido:
las albricias, porque Eco a la florida
fiesta hoy de sus años nos convida,
y con su vanidad hacer promete
a todas un opíparo banquete;
y el pésame, porque (¡dolor extraño!)
otro no nos hará de hasta aquí a un año.

FEBO:

¡Oh Silvio!

SILVIO:

¡Oh Febo!

BATO:

¡Oh Bato!

FEBO:

¿Tú mismo a ti te nombras, mentecato?

BATO:

Pues si no hay quien me nombre,
¿qué he de hacer? Y este estilo no os asombre,
que el tiempo está tan necio e importuno,
que es menester honrarse cada uno.

FEBO:

Silvio, pues ¿dónde bueno?

SILVIO:

De gusto vengo y de alborozo lleno
a esta hermosa cabaña,
que dos veces pajiza el sol la baña.

FEBO:

Yo también a ella vengo,
y de verte a ti en ella celos tengo;
que ya mi amor está desengañado
de que vives de Eco enamorado.

SILVIO:

¡Oh qué temprano, cielos,
antes que con mi amor, di con mis celos!

BATO:

¡Qué falsos, con esfuerzos semejantes,
están unos con otros los amantes!

FEBO:

¿Por qué lo dices?

BATO:

Aunque ya quisiera
decirlo, no pudiera,
porque toda esta música, este ruido,
dice que Eco ha salido
de todos los zagales festejada.

SILVIO:

Darela el parabién con voz turbada,
hasta que hablen más claro mis desvelos.

FEBO:

¿Quién vio en villano amor tan nobles celos?

(Salen MÚSICOS, SILENO, ANTEO, NISE, SIRENE, ECO detrás.)
MÚSICOS:

A los años felices de Eco,
divina y hermosa deidad de las selvas,
feliz los señale el mayo con flores
ufano los cuente el sol con estrellas.

SILVIO:

Eco hermosa, en quien cifró
la sabia naturaleza
la más singular belleza
que jamás la Arcadia vio;
el círculo que cumplió
la aurora en tus luces bellas,
tanto mayores que en ellas
unos y otros resplandores...

[ÉL y MÚSICOS]:

Feliz los señale [el mayo con flores,
ufano los cuente el sol con estrellas.]

FEBO:

Tu florida primavera
el invierno ignore frío,
ardiente ignore el estío,
porque dure lisonjera
en su verdor, de manera
que de la muerte las huellas
no tronquen sus rosas bellas,
sino sus claros albores...

[ÉL y MÚSICOS]:

Feliz los señale [el mayo con flores,
ufano los cuente el sol con estrellas.]

BATO:

Mi lengua no te aconseja
vivir tanto; que es error,
que morir moza es mejor
que no llegar a ser vieja.
Y así las edades deja,
que en pasándosete aquella
de la hermosura más bella,
los matices y colores...

[ÉL y MÚSICOS]:

Feliz los señale [el mayo con flores,
ufano los cuente el sol con estrellas.

ECO:

Estoy muy agradecida
al festejo que me hacéis,
y para que me mandéis,
solo estimaré esa vida
en la canción repetida;
pero quejarme también
debo este tiempo, de quien
con extremos más extraños
en la fiesta de mis años
no me ha dado el parabién.

ANTEO:

Si es que lo dices por mí,
yo soy rústico pastor.
Nunca hablar supe en amor;
luchar con las fieras, sí;
y ya que he callado aquí,
en tu nombre al monte iré,
cuanto cace traeré;
y así, con acción más alta,
lo que en palabras me falta,
en obras te lo diré.

SILENO:

Si por mí también ha sido,
Eco, la queja que has dado,
no extrañes que mi cuidado
me tenga tan suspendido.
Años también han cumplido
hoy mis mayores enojos;
y así, en rendidos despojos,
no te ofrecen mis agravios
las lisonjas de los labios,
sino el llanto de los ojos.
Doce años ha que faltó
Liríope, mi hija bella,
destos valles, y que della
no tuve noticia yo:
hoy los cumple, y así, no
admires ver en mis daños
sentimientos tan extraños,
pues el día (¡oh suerte dura!)
que cumple años tu hermosura,
cumple mi desdicha años.

BATO:

Hoy no es de lágrimas día.

SIRENE:

No nos quite la extrañeza
de tu notable tristeza
nuestra común alegría.

NISE:

Vuelva a la dulce armonía
a poblar los vientos.

ECO:

Hoy
al templo ofrecida estoy
de Júpiter, que en lo oculto
yace deste monte inculto,
pues acompañada voy
de todos, cumplirle quiero
ahora, que mal pudiera
sola yo, sin que temiera
el horrible mostruo fiero
que en él se esconde.

FEBO:

Aunque infiero
cuánto es grave pesadumbre
querer penetrar la cumbre
donde ese templo se asienta,
pues su fábrica violenta
del sol escala la cumbre,
vamos, que yendo contigo,
la dificultad mayor
hará fácil el amor.

SILVIO:

Y yo lo mismo te digo.

BATO:

Yo no, que a ir no me obligo
adonde un monstruo encantado
muestas gentes y ganado
tantas veces asombró.

SIRENE:

Vuelva la música, y no
quede pastor en el prado
que no vaya.

SILVIO:

Yo también
llegar hasta el templo quiero,
por si en él piedad espero.

NISE:

Pues prosiga el parabién.

FEBO:

¡Ay, Eco divina, quién
obligara tu rigor!

SILVIO:

¡Quién lograra tu favor!

ECO:

¡Quién querida no se viera!

SILENO:

¡Quién su llanto divirtiera!

BATO:

¡Quién no tuviera temor!

LA MÚSICA:

A los años felices de Eco,
divina y hermosa deidad [de las selvas,
feliz los señale el mayo con flores,
ufano los cuente el sol con estrellas.

'(Vanse, y sale LIRÍOPE, y NARCISO de pieles, y LIRÍOPE con arco y flechas, y NARCISO sin él.)'
LIRÍOPE:

No has de pasar de aquí.

NARCISO:

¿Cómo
quieres tú que me detenga,
si esos pájaros que escucho
forman tan extraña y nueva
música para mi oído,
que arrebatado me llevan
tras sus acentos? Jamás
voces escuché tan tiernas,
aunque escuché tantas veces
las aves que al sol despiertan.

LIRÍOPE:

Esas voces que has oído,
y que tú ser aves piensas,
no lo son.

NARCISO:

Pues ¿qué son, madre?

LIRÍOPE:

No conviene que lo sepas,
porque los hados han puesto
tu mayor peligro en ellas.

NARCISO:

¿Qué peligro, si el mayor
será no escucharlas? Deja
que las siga: sepa quién
tan süavemente alienta
los acentos de su voz,
diciendo en cláusulas tiernas...

ÉL y MÚSICOS:

A los años felices de Eco,
divina y hermosa deidad de las selvas...

LIRÍOPE:

[Aparte.]
Naturalmente llevado
del afecto, los remeda.

ÉL y MÚSICOS:

Feliz los señale el mayo con flores,
ufano los cuente el sol con estrellas.

LIRÍOPE:

¡Que en tantos años no haya
quien a discurrir se atreva
esta intrincada espesura,
y hoy con tal música vengan!

NARCISO:

Permíteme, madre mía,
que los siga.

LIRÍOPE:

¡Tente!

NARCISO:

Suelta,
que ¿cómo he de detenerme
hoy en lo que a decir vuelvan?

ÉL y MÚSICOS:

Feliz los señale el mayo con flores,
ufano los cuente el sol con estrellas.

LIRÍOPE:

¿Ya no sabes que no puedes
llegar más que hasta esta peña,
que es pardo cancel que cubre
los umbrales de esa cueva
donde vivimos los dos?
Pues ¿cómo romper intentas
los fueros de mi precepto,
las leyes de mi obediencia?

NARCISO:

Como aquella novedad
me ha dado, madre, licencia,
no para que intente solo
quebrantarlas y romperlas,
mas para que intente hablarte
más claro, escúchame atenta.
Yo, desde aqueste peñasco,
que es raya donde me ordenas
que pueda llegar, he visto
de la gran naturaleza
varios efectos. Un día
sobre aquella parda sierra
vi una ave, que es sin duda
de todas las otras reina,
según lo ufana que vive,
y según lo alto que vuela.
Esta, sobre un verde nido
hecho de pajas y yerbas,
unos polluelos tenía,
a quien con su boca mesma
mantenía en cuanto estaban
desnudos de pluma. Apenas
vestidos los vio y con alas,
cuando, las piedades vueltas
en rigores, los echó
del nido, para que fuera
del discurso de su vida
la necesidad maestra.

NARCISO:

Entre aquellos dos peñascos
(aun allí dura la quiebra)
una leona criaba
sobre pieles de otras fieras
unos cachorros, a quien
desangrada su fiereza
por los pechos mantenía,
hasta que cobrando fuerzas
los arrojó de sí misma,
tratándolos con soberbia,
para que ellos conociesen
lo que les daba en herencia.
Pues si una fiera y una ave
del lecho y el nido echan
a sus hijos, para que ellos
a vivir sin madre aprendan,
¿por qué tú, viéndome ya
con las alas que en mí engendra
el discurso y con el brío
que mi juventud ostenta,
no me despides de ti?
¿No me has contado tú mesma
que hay más mundo que estos montes,
más casas que aquesta cueva,
más gente que aquestos brutos,
más población que estas selvas?
Pues ¿por qué, madre, me quitas
la libertad, y me niegas
don que a sus hijos conceden
una ave y una fiera,
patrimonio que da el cielo
[al que ha nacido en la tierra]?

LIRÍOPE:

De que discurras, Narciso,
tan malamente me pesa,
porque me obligas a darte
de esas dudas la respuesta.
Yo lo haré, pero no ahora;
que antes que el sol se oscurezca,
a cazar que comas quiero
salir: en dando la vuelta,
los peligros te diré
que amenazan tu belleza,
y las causas porque así
te he criado; que pues llegas
a tener ya entendimiento,
tú sabrás guardarte dellas.
Solo lo que ahora mi voz
con mis lágrimas te ruegan
es que no salgas de aquí
hasta que yo a verte vuelva.

NARCISO:

Yo te lo ofrezco con una
condición, y es que no venga
otra vez a mis oídos
aquella voz lisonjera
que escuché, porque será
mucho no irme tras ella,
si vuelve nadie a decir
con voz tan süave y tierna...

ÉL y MÚSICOS:

A los años felices de Eco,
divina y hermosa deidad de las selvas...

(Vase.)
LIRÍOPE:

Llegó el día que temí,
pues ya declarar es fuerza
a Narciso los sucesos
de mi vida y de su estrella.
Dioses, dad ventura hoy
a las puntas de mis flechas;
que nunca más me importó
dar presto al albergue vuelta.

(Entran por una puerta, y sale ANTEO por otra con venablo.)
ANTEO:

Solo un día que ha querido
cazar con más diligencia
el deseo, no ha topado
caza ninguna, aunque sea
penetrando las entrañas
desta confusa maleza,
que tarde o nunca ha sentido
de humanas plantas la huella,
no he de volver al lugar,
sin topar alguna presa
que se pueda dar a Eco,
pues vine en su nombre.

(Vuelve LIRÍOPE a salir.)
LIRÍOPE:

Apenas
tímido conejo hoy corre,
cobarde perdiz hoy vuela.
Nunca viene más despacio
que cuando se busca apriesa
la caza.

ANTEO:

Entre aquellas ramas
ruido he sentido.

LIRÍOPE:

Entre aquellas
hojas rumor he escuchado.

ANTEO:

En cualquier cosa que sea
la cuchilla he de dejar
deste venablo sangrienta.

LIRÍOPE:

En lo que fuere he de ver
manchado el hierro a mis flechas...
pero un hombre es. ¡Ay de mí!
No dispares, tente, espera.

ANTEO:

Bien ha sido menester
oír pronunciar tu lengua
voz humana, para que
la acción al brazo suspenda.

LIRÍOPE:

Y bien menester ha sido
verte a ti tan descubierta-
mente, para que el impulso
afloje al arco la cuerda.

ANTEO:

Humano monstruo, ¿quién eres?

LIRÍOPE:

Soy una ignorada fiera
destos montes; y así, antes
que aquí más noticias tengas
de mí, vuélvete, porque
si dar otro paso intentas,
desde mi aljaba a tu pecho
verás volar las saetas
tan veloces, que ellas solas
se embaracen a sí mesmas.

ANTEO:

Si las señas no me mienten,
conocido he por tus señas
que eres el prodigio a quien
toda esta comarca tiembla.
Y así, aunque dos muertes juntas
aquí mi recelo tema,
la una de tus arpones,
la otra de tu extrañeza,
he de atropellarlas ambas;
porque no solo ya intenta
mi admiración apurar
quién, extraño monstruo, seas,
pero llevarte conmigo;
que he hecho a una zagala ofrenda
de lo que hoy cacé en el monte,
y será notable empresa
el ofrecerte a sus plantas,
y el asegurar la tierra.

LIRÍOPE:

No desesperado intentes
tan grande acción, porque arriesgas
tu vida.

ANTEO:

Ya no es posible
dejar de intentarlo.

LIRÍOPE:

Piensa
a lo que te atreves antes.

ANTEO:

No hay nada a que no me atreva
yo.

LIRÍOPE:

Pues será a tanto riesgo
como el de morir.

ANTEO:

¿Qué esperas?
Dispara.

LIRÍOPE:

Sí haré. Mas ¡cielos!
Con la sobrada violencia
que alentar el tiro quise,
al arco rompí la cuerda.

ANTEO:

Sin duda, que yo consiga
esta victoria desean
los dioses.

LIRÍOPE:

Pues si has vencido
mis desdichas, no mis fuerzas,
mil pedazos te haré antes
que segunda vez me venzas.

(Luchan los dos.)
ANTEO:

Mal sabes quién es el joven
que te lidia; que aunque fueras
leona destas montañas,
humillara tu soberbia.

LIRÍOPE:

¡Ay infelice de mí!
Ya que a tu valor sujeta
estoy, no me lleves sola;
que lleve conmigo deja
la otra mitad de mi vida.
¡Narciso!

ANTEO:

Los labios cierra.
No llames a quien te ampare,
porque, sin que te defiendan,
he de lograr esta dicha.

LIRÍOPE:

¡Narciso!

ANTEO:

¡Calle tu lengua!

(Vanse los dos luchando, y sale NARCISO.)
NARCISO:

La voz de mi madre he oído,
que tristemente se queja
llamándome. Si ella misma
que no salga de la cueva
me manda, ¿cómo me llama?

(Lejos LIRÍOPE.)
LIRÍOPE:

¡Narciso, adiós! Que me ausentan
de ti mis hados.

NARCISO:

¿Qué escucho?
Pues, ¿cómo, madre, me dejas,
diciéndome desde lejos,
sin que yo donde estás sepa,
que los hados han dispuesto
hacer de mi amor ausencia?
El día que te esperaba
mi alma y vida más contentas,
porque esperaban saber
quién soy, y cómo me niegas
la libertad, ¡solamente
vuelven tus voces, y aun esas
no cabales, pues el viento
me está quitando las medias!

(Lejos LIRÍOPE.)
LIRÍOPE:

¡Narciso, adiós!

NARCISO:

¡Ay de mí!
¿Qué he de hacer sin ti en aquestas
montañas solo, ignorando
quién soy, y qué modo tengan
de vivir los hombres, pues
nada sino hablar me enseñas?
Y aun eso te perdonara
ahora, porque no tuvieran
en su abono las desdichas
el consuelo de las quejas.
Mi bien, mi madre, señora,
vuelve, vuelve a mí; no seas
tan ingrata que me dejes
a vivir entre estas peñas,
compañero de los troncos,
de sus brutos y sus fieras.
¿Qué enojo te he dado yo,
para que desta manera
huyas de mí? ¿No he vivido
siempre atento a tu obediencia?
¿Sé yo más de lo que tú,
madre, has querido que sepa?
Pues ¿para qué me castigas
con tan extraña sentencia?
¡Ay de mí! ¿Qué haré? La voz
hacia allí se oyó. Tras ella
iré, que no dudo que
mis lágrimas la detengan.

NARCISO:

Ea, ¡adelantaos suspiros!,
decid que ya el llanto llega,
que le aguarde un breve instante,
que solo va a enternecerla.
Mas ¡ay triste!, que no sé
si el discurso acierta o yerra
en la elección de mis pasos,
que como es la vez primera
que de la cueva he salido,
no sé si yerra o acierta.
Dioses, mis plantas guiad;
cielos, socorred mis penas;
sol, alumbra mis sentidos;
inclinad mi arbitrio, estrellas;
fieras, doleos de mí;
aves, repetid mis quejas;
montañas, dadme salida;
troncos, decidme la senda,
pues a un infeliz, a quien
su misma madre le deja,
justo será que le amparen
dioses, cielos, sol, estrellas,
fieras, pájaros, montañas,
troncos, peñascos y selvas.

'(Vase, y salen FEBO, y SILVIO asidos de una cinta, y SILENO, y los MÚSICOS, y ECO deteniéndolos, y LAURA, y SIRENE4, y LIBIA.)'
FEBO:

Antes perderé la vida
que no la cinta.

ECO:

Mirad
que estoy hoy aquí.

SILVIO:

Tu beldad
me perdone, y no me impida
el quedar con el listón,
ya que habiéndose caído
de tu cabello, yo he sido
el que en aquella ocasión
le llegó a alzar el primero.

FEBO:

Amor nunca en sus favores
gradúa los acreedores;
y aunque llegase postrero,
le he de llevar.

BATO:

¿No advertís...

FEBO:

¿Qué?

BATO:

...que es muy civil contienda
por un listón que en la tienda
a veinte maravedís
vale la vara, luchar?

SILENO:

Si los dos habéis culpado
que mi prolijo cuidado
hoy me acuerde mi pesar,
diciéndome que no es día
de lágrimas el que veis,
¿cómo convertir queréis
en tristeza el alegría,
con que del templo volvemos?

SILVIO:

Como en cualquiera ocasión
los celos disculpas son,
aun de mayores extremos.

ECO:

Oídme a mí, sin que tengáis
más contienda ni porfía.
Si el listón, por prenda mía,
tanto los dos estimáis,
advertid que no merece
hasta ahora esta estimación,
pues no es favor un listón
que el viento acaso os ofrece
de mi cabello volado;
que aunque yo no entiendo nada
de amor, la ocasión tomada
ha de ser, y el favor dado.
Y así, hasta que yo le dé,
no le tengáis por favor;
volvérmele a mí es mejor
que yo después le daré
de mi mano a quién quisiere,
que con mi gusto le tenga.

FEBO:

Aunque mi temor prevenga
que nunca esa dicha espere,
el listón te restituyo.

(Dásele.)
SILVIO:

Yo también, aunque no creo
que jamás vuelva el deseo
a verse con favor tuyo.

BATO:

Si habértele vuelto aquí
es para que tú le des
al más galán, venga pues,
que claro es que es para mí.

SIRENE:

¿Tú el más galán?

BATO:

¿Por qué no?
¿Qué me falta para sello,
sino que caigan en ello
hoy los demás como yo?

SILVIO:

Ya que a ti restitüido
ese iris de colores,
que con tantos resplandores
lisonja del viento ha sido,
habemos los dos, te pido
que cumpla tu beldad rara
hoy su palabra. Declara
para cuál de los dos es,
como ofreciste.

FEBO:

No des
igual sentencia, y repara
que si yo te le volví,
por obedecerte fue
solamente, y no porque
merecerle presumí
jamás; y siendo esto así,
que no le des te prevengo,
que a ser tan infeliz vengo
en amar y padecer,
que aun temo que he de perder
la esperanza que no tengo.

SILVIO:

Yo tampoco la he tenido,
que el haber yo deseado
ver mi dolor declarado,
más desconfianza ha sido,
que si a una duda rendido
tengo de morir, que acuda
es mejor mi fe desnuda
de su desengaño el daño,
por morir del desengaño
si he de morir de la duda.

FEBO:

Duda o desengaño infiero
hoy precisos; y pues no
es posible tener yo
la ventura que no espero,
vivir hoy dudoso quiero
antes que desengañado,
pues en mi infelice estado
es lance menos penoso
el ser en duda dichoso,
que de cierto desdichado.

SILVIO:

Poco ama aquel que, en su engaño
consolado, de su dama
no ama el favor.

FEBO:

Menos ama
quien no teme un desengaño.

SILVIO:

La duda es dolor extraño.

FEBO:

Ese quiero padecer.

SILVIO:

Querer dudar no es querer.

FEBO:

Querer saber no es amar.

SILVIO:

Pues yo no quiero dudar.

FEBO:

Pues yo no quiero saber.

ECO:

Vós que me declare, y vós
que calle solicitáis,
y yo en la duda en que estáis
he de igualar a los dos.
[Aparte.]
(Deme, pues, el ciego dios
industria para que aquí
hable y calle. Solo así
el callar y hablar se infiere.)
El listón daré al que hiciere
mayor fineza por mí.

FEBO:

Yo aceto la condición,
y solamente pudiera
ser esa la que pusiera
alas a mi presunción.
Fundolo en esta razón;
el merecer no está en mí,
y en mí está el servir; y así
puedo esperanza tener,
pues no está en mí el merecer
y el hacer finezas sí.

SILVIO:

Yo la condición no acepto,
porque si tan feliz fuera
que hacer finezas pudiera,
no las guardara a este efecto.
Nada un amor que es perfecto
reservó: siendo esto ansí,
bien la condición temí;
pues mi corazón constante
no podrá hacer adelante
más de lo que ha hecho hasta aquí.

(Salen ANTEO y LIRÍOPE.)
ANTEO:

Eco hermosa, a quien el cielo
dotó de tantos favores;
bellas zagalas, pastores,
honor del arcadio suelo,
vivid, vivid sin recelo
de aquel monstruo que con tantas
penas os asombró, que tantas
veces le visteis, pues ya
humilde y tendido está
besando de Eco las plantas.
En su nombre al monte fui,
y en el monte le encontré;
no es la admiración el que
os le haya traído aquí;
no el verle cubierto así
de cabello, no el andar
es lo que os ha de admirar;
sino el oírle hablar, que tiene
nuestra humana voz, que viene
a hacerle más singular.
Preguntadle, hablad con él,
que a todos responderá.

ECO:

Si hablar sabes, dinos ya
quién eres, monstruo cruel.

FEBO:

Respóndanos tu horror fiel
cuánto su esclavitud siente.

SILVIO:

¿De qué especie diferente
eres?

SILENO:

¿Sabes dónde estás?

LIRÍOPE:

Pues no puedo callar más,
escuchadme atentamente.
Yo, pastores de la Arcadia,
no soy, como presumís,
monstruo irracional, que soy
una mujer infeliz;
si bien no ha sido el engaño
muy notable, si advertís
que solo para ser monstruo
de la fortuna nací.
Estos valles, que están siempre
de un matiz y otro matiz
llenos, porque todo el año
no saben más que el abril,
fueron mi primer cuna:
¡pluguiese a ese azul viril,
que tumba, y [no] cuna, hubiesen
sido entonces para mí!
Joven, mi hermosura apenas
empezaba a descubrir
en mis primeras auroras
algún agrado gentil,
cuando a descubrir también
empezó (esto permitid
que diga) que no vio el sol
una hermosura feliz.

LIRÍOPE:

Céfiro, un galán mancebo
(hijo del viento sutil,
por el nombre, que su padre
debió de llamarse así),
me vio en el prado una tarde,
y enamorado de mí,
a entender me dio su amor
cortésmente; que el carmín
respondió de mis mejillas,
parlero no, mudo sí.
Desde allí mi sombra fue,
y yo su luz desde allí,
pues no hice más que abrasar,
y él no hizo más que seguir.
¡Oh cuántas veces, oh cuántas
dar a los vientos le vi,
suspiros de ciento en ciento,
lágrimas de mil en mil,
sin que el buril ni la lima
del porfiar y el asistir,
pudiesen labrar mi pecho,
porque era diamante, en fin
defendido aun a las mellas
de la lima y del buril!

LIRÍOPE:

Desesperado su amor
de no poder conseguir
mi amor, y desesperado
de padecer y sentir,
una tarde que al ejido
apacentando salí
una manada de blancos
corderillos, que entre sí
retozando celebraban
la libertad del redil,
a mi Céfiro llegó,
y abrazándose de mí,
bien como al muro la yedra,
bien como al olmo la vid,
dijo: «Lo que no han podido
rendimientos conseguir,
consíganlo las violencias».
Y en este instante (¡ay de mí!)
el Céfiro arrebató
a los dos con tan sutil
movimiento, que a las nubes
volar sin alas me vi;
que como era padre suyo,
por no mirarle morir
de amor, le prestó sus alas:
¡Mirad qué piedad tan vil!
¿Quién vio contienda de amor
tan nueva, pues bien así
volábamos los dos como
la temerosa perdiz
en las garras del azor,
la garza en las del neblí?

LIRÍOPE:

Viéndome desvanecer
al solicitar medir
la distancia de la tierra,
los ojos cerré, y me así
al traidor hijo del viento.
¡Ah, qué abrazo es tan ruin
el que la necesidad
hace dar y no sentir!
Desta suerte, pues, conmigo
llegó el velero adalid
del yate a esa cumbre altiva,
a quien todo ese turquí
globo con su peso está
agobiando la cerviz.
Hay en sus duras entrañas
una oscura cueva. Aquí
de los piélagos vacíos
el humano bergantín
tomó puerto, a quien salió
un anciano a recibir.
Después os diré quién era,
porque ahora es fuerza decir
que honestando la traición
con la disculpa civil
de amor, que aun el enojar
es en nosotras servir,
llegó... Entendedlo vosotros,
y a mi vergüenza suplid
cosas, que para saberse
no se han menester oír.

LIRÍOPE:

¿Quién creerá que tan extraño
principio de amor su fin
tan cerca tuviese, que
su nacer fue su morir?
Todos lo creed; que apenas
coronada de jazmín
salió otra aurora, (no sé
si a llorar o si a reír),
cuando, ausente de mis brazos,
más a Céfiro no vi.
¿Qué hay que esperar del que finge
si el que ama procede así?
En poder de aquel anciano
caduco quedé... Ahora oíd
con más atención, porque
empieza otro caso aquí
no menos extraño. Este
Tiresias era el sutil
mágico que tantas veces
habréis oído decir
que asombraba con su ciencia
a los dioses, pues así
a ese encuadernado libro
de once hojas de zafir
le leía los secretos,
que muchas veces le vi
los futuros contingentes
anunciar y presumir.

LIRÍOPE:

¡Cuántas veces eclipsó
al sol puesto en su cenit,
y cuántas resplandecer
le hizo desde su nadir!
¡Cuántas a la blanca luna
la vistió de carmesí,
y cuántas a las estrellas
las vistió el oro de Ofir!
Porque se quiso igualar
a Júpiter, él allí
ciego y preso le tenía.
Consideradme ahora mí
presa allí y ciega también,
aborreciendo el vivir,
y las lástimas veréis,
con que mis penas sentís.
Sola una utilidad pudo
mi soledad adquirir,
que fue saber los sucesos
que de su ciencia aprendí,
principalmente en las causas
naturales a quien fui
más inclinada. No hay piedra,
flor, yerba ni hoja, que en fin
su naturaleza niegue...
Pero esto no es para aquí.
Un día, pues, aquel caduco
esqueleto me habló así:
«Yo he hallado por mis estudios
que ya el término cumplí
de mis alientos: hoy es
cuando tengo de morir.

LIRÍOPE:

No tengo que te dejar,
¡oh compañera gentil!,
de mis fortunas, si no es
lo que te voy a decir.
Encinta estás, un garzón
bellísimo has de parir.
Una voz y una hermosura
solicitarán su fin
amando y aborreciendo;
Guárdale de ver y oír».
Yo, viendo del vaticinio
ya los anuncios cumplir
en el parto y la belleza,
todo lo demás temí:
y así, sin querer jamás
de aquella cueva salir,
asegurando a Narciso
de sus peligros, viví
criándole, sin que llegase
a saber ni a discurrir
más de lo que quise yo
que él alcanzase, y en fin,
sin que otra persona viere
humana, sino es a mí.
Esta es la causa porque
viéndome tal vez huir
por el monte los pastores,
escándalo suyo fui.

LIRÍOPE:

Mas ya que ha querido el cielo
mis secretos descubrir,
rendida de aqueste joven,
todos conmigo venid
por mi hijo, pues es fuerza
ya entre vosotros vivir.
Fuera de que ya el discurso
suyo le empieza a afligir
y no dudo que su pena
le acabe al verse sin mí.
Y para que me creáis
todo cuanto os repetí,
por si oístis alguna vez
mi suceso referir,
y hay alguna entre vosotros
que ahora se acuerde de mí;
yo, que en los inquietos mares
de la fortuna corrí
tan graves tormentas; yo,
que al nunca mudo clarín
de la fama voladora
tantos asuntos le di;
yo, que al teatro del mundo
cómica tragedia fui;
yo, ejemplo del padecer;
yo, epílogo del sentir;
yo, cifra del suspirar,
del llorar y del gemir,
la hija soy de Sileno,
Liríope la infeliz.

SILENO:

¡Ay hija del alma mía!
Deja que una vez y mil
tu cuello enlace. Yo soy
Sileno, y pues merecí
a la que muerta lloré,
viva abrazar, ver y oír,
venga la muerte, pues ya
no tengo más que vivir.

LIRÍOPE:

Humilde a tus pies estoy,
aunque la vergüenza aquí
me embaraza mucha parte
del contento que hay en mí.

ECO:

Los brazos albricias vean
de suceso tan feliz.

FEBO:

Aquí más dice el callar
que el decir puede decir.

SILVIO:

Con bien, Liríope, vuelvas
a esta campaña gentil.

BATO:

Yo, hasta veros desollada
del pellejo que vestís,
aún no me atrevo abrazaros.

ANTEO:

Dichoso mil veces fui,
pues traer tanta alegría
puede al valle conseguir.

LIRÍOPE:

Mayor será cuando todos
veáis a mi hijo, en quien sutil
esmeró naturaleza
sus perfecciones. Venid
conmigo a la cueva donde
me espera: hallaréis allí
bruto el más bello diamante,
y tosco el mejor rubí.

(Salen.)
[SILENO]:

Guía, Liríope mía.

ECO:

Todos habemos de ir
juntos.

FEBO:

¿Quién se quedará
sin ver deste caso el fin?

BATO:

Yo, que si no hay que fiar
de una mujer mansa, di,
¿qué habrá que fiar de aquesta
tan montaraz y cerril?

SILVIO:

Vamos todos.

TODOS:

Vamos todos.

LIRÍOPE:

Vamos, mis pasos seguid.
Narciso, no te entristezca
mi ausencia, ya voy tras ti.