Ir al contenido

El águila y el ruiseñor

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nuevas fábulas
El águila y el ruiseñor

de Felipe Jacinto Sala



(Premiada)



Subyugada por ecos misteriosos
que llenaban la selva de armonías,
el Águila abatiose, y, en acecho
desde la copa de frondosa encina,
con rápido mirar sorprendió al ave,
que así trinaba en la enramada umbría:
-«Modesto Ruiseñor, rival de Orfeo,
»¿por qué en oscura soledad habitas?
»Ven, y en mi reino alcanzarás la gloria
»que en vano entre las sombras buscarías;
»ven, sígueme al espacio.»-
El pajarillo
sus halagos, medroso resistía;
dolíale dejar los verdes bosques
que tan grata morada le ofrecían;
y, ajeno a la ambición, le amedrentaba
el goce de grandezas desmedidas;
pero tentado al fin, con noble aliento,
emprendió confiado la subida.
En sus primeros ímpetus, de cerca,
el vuelo audaz del Águila seguía,
surcando fácil la azulada esfera,
resplandeciente entonces y tranquila;
y subiendo, subiendo, iba cantando
con el dulce primor que antes solía.
Mas llega a la región de las tormentas,
y se mira cercado de neblinas,
y la fuerza del viento le sofoca,
y el rayo destructor nubla su vista,
y a la iracunda voz del ronco trueno
la suya desfallece y se amortigua.
-«¿Qué te espanta?» -la reina de los aires
le pregunta arrogante a la avecilla;-
»¿hay acaso espectáculo más bello
»que el de esa augusta tempestad sombría?
»¿Para cuándo reservas, pues, tu numen,
»si ante tal majestad hoy no te inspiras?
»Canta, y opón a sus bramidos fieros
»tus vibradoras notas argentinas.»-
El Ruiseñor intenta obedecerla,
mas no puede: sus alas se fatigan;
su espíritu flaquea; en su garganta
sus gorjeos purísimos espiran.
Haciendo, entonces, un supremo esfuerzo:
-«Adiós, -exclama,- adiós, Águila altiva;
»mi ser humilde soportar no puede
»los huracanes que en tu imperio anidan.»-
Y los campos del éter abandona,
y a la tierra, veloz, se precipita,
y al regresar a sus nativos lares
recubra el timbre de su voz divina,
y aquella soledad, muda en su ausencia,
se puebla nuevamente de armonías.





Al talento modesto lo acontece
igual que al Ruiseñor le acontecía:
el fragor de grandezas le anonada;
la calma del retiro le sublima.