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El árbol del mejor fruto/Acto I

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El árbol del mejor fruto
de Tirso de Molina
Acto I

Acto I

Salen con máscara CLODIO, MELIPO y PELORO, bandoleros,
acuchillando a CONSTANTINO, de camino, y ANDRONIO.

  

CLODIO

Rendíos, caballeros,
que somos cuatrocientos bandoleros.


MELIPO

¿Qué habéis de hacer tan pocos
contra tantos, si no es que venís locos?


CONSTANTINO

Yo no rindo la espada
a quien la cara trae disimulada.
Quien no hace alarde,
traidor es, y el traidor siempre es cobarde;
que, en fin, entre villanos,
cuando las caras, sobran, faltan manos;
y será afrenta doble
que se rinda a quien no conoce un noble;
quien descubrir la cara juzga afrenta.


PELORO

Mataldos, caballeros.


CONSTANTINO

Mal conocéis, villanos, los aceros
que aqueste estoque animan.


ANDRONIO

Porque no te conocen, no te estiman.
Diles quién eres.


CONSTANTINO

Calla,
cobarde, que es honrar esta canalla
mostrar tenerlos miedo.
Cincuenta somos, y el valor que heredo,
basta.


ANDRONIO

¡Qué desatino!

CONSTANTINO

Villano, ¿es bien que tema Constantino
a cuatro salteadores,
cuando besan sus pies emperadores?
¡Mueran los forajidos!


TODOS

¡A ellos!


PELORO

Pocos son, pero atrevidos.

(Métenlos a cuchilladas.)
  

CONSTANTINO

(Dice dentro.)
 
¡Ay, Irene querida!
Muerto soy.<poem>

PELORO

¡Válgame Dios! ¿Qué dices?


ANDRONIO

La yedra de sus años infelices
en cierne habéis cortado,
en túmulo su tálamo trocado
a César con Irene,
por quien la Grecia luz y vida tiene.
Desde Roma venía,
viudo antes que casado; en este día
le llora el tiempo ingrato.
De Irene es el bellísimo retrato,
que en aqueste trasunto
amor pintado paga amor difunto.
Huid de la venganza
de un monarca que a todo el mundo alcanza,
que su padre, el augusto,
tiene de procurar con amor justo,
en sabiendo la nueva
que mi desdicha y su rigor le lleva.

(Vase.)

Dichos, menos CONSTANTINO y ANDRONIO.

  

CLODIO

¡Cielos!, si aquesto es cierto,
todo el imperio ha de vengar el muerto.
¿Pues de qué traza y modo
podemos resistir al mundo todo?
Huyamos, bandoleros,
que no son muros estos montes fieros
para excusar castigos
de tantos y tan fuertes enemigos.


MELIPO

No nos han conocido
con el disfraz, que nuestra vida ha sido,
y destos desconciertos
no hay que temer, no siendo descubiertos.
Lo mejor es que huyamos,
y los ricos despojos repartamos,
pues con ellos podremos
de la pobreza asegurar extremos.


PELORO

¡Notable desatino!


UNO

Corra la voz que es muerto Constantino.


CLODIO

Murió en este desierto
el César.


OTRO

Constantino ha sido el muerto.
  
(Vanse dando voces.)

CLORO y LISINIO, labradores.

  

CLORO

Será el mismo que hizo a CONSTANTINO.
  

LISINIO

La conformidad constante,
Cloro, que quiso algún Dios
hacer que fuese en los dos
de un natural semejante,
de tal suerte me ha inclinado,
que no me hallo sin ti.
¿Qué es lo que haces aquí,
siempre en libros ocupado?
Mira que al tosco sayal
el ser letrado repugna.


CLORO

Desmintiendo a mi fortuna,
Lisinio, mi natural,
aunque en verme te congojas
cuadernos desentrañando,
por árboles voy mirando
libros, pues todos son hojas.
No nací para pastor,
puesto que mi madre sea
natural de aquesta aldea,
porque el oculto valor
que vive dentro en mi pecho,
me inclina, si lo penetras,
a las armas y a las letras;
y aunque estudio sin provecho,
el amor de aquesta gente,
que los césares romanos
persiguen por ser cristianos;
el verla tan inocente,
tan constante en los trabajos
y en los tormentos tan firme,
he venido a persuadirme
que, no pensamientos bajos,
sino verdades ocultas
amparan su profesión,
y helos cobrado afición.

LISINIO

No sin causa dificultas
lo mismo que yo resisto
cuando de sus cosas trato.
Su sencillez y recato
amo, pero aquese Cristo
que adoran, me hace dudar,
y que de su ley me asombre.


CLORO

¿Por qué?


LISINIO

Anteponer un hombre
a los dioses, ¿no ha de dar
ocasión de que por locos
los juzgue? A un crucificado,
de su nación despreciado,
tenido por Dios de pocos,
y esos pocos, pescadores,
a quien, como simples, pudo
engañar, roto y desnudo:
¿qué Augustos, qué emperadores
de su parte alegar puedes,
que acrediten sus hazañas,
sino barcas y marañas
de engaños como de redes?
La ley de nuestros pasados
es de más autoridad,
porque toda novedad
fue dañosa en los estados.
La adoración de los dioses,
por antigua y santa adoro;
déjate de engaños, Cloro.

CLORO

Cuando repugnalla oses,
¿qué importa, Lisinio amigo,
si sus obras celestiales
muestran que son inmortales?
Aunque yo a los dioses sigo,
¿perdieran tantos la vida
con tal gusto, a no saber
que otra mejor ha de ser
para su fe prevenida?
¿Hicieran milagros tantos?,
¿vencieran tantos tormentos,
siempre humildes y contentos,
a no ser buenos y santos?
¿Qué fuego se atreve a ellos?,
¿qué mares los anegaron,
aunque millares echaron
con hierro y plomo a sus cuellos?
Los anfiteatros digan
si los tigres y leones,
mansos a sus oraciones,
a sus pies vienen y obligan.
Diga el cuchillo más fuerte
si en ellos tuvo poder:
si es así, ¿qué pueden ser,
hombres que vencen la muerte?


LISINIO

Encantadores.


CLORO

No creo
que ese atributo les dieras
si en este libro leyeras
lo que yo admirado leo.


LISINIO

No dio el cielo a mi ignorancia
tal ventura, que aprender
haya podido a leer,
aunque soy todo arrogancia.
Mas ¿qué libro es éste?

CLORO

Historia
de mil de aquestos que dieron
sus vidas, y al fin salieron,
aunque muertos, con victoria.
¿Quieres oír algo dél,
y sabrás quién es su Dios?


LISINIO

Di.


CLORO

Sentémonos los dos
debajo deste laurel.
  
(Siéntanse debajo de un laurel
y lee CLORO.)
  
«Pedro y Andrés, en cruz, con fe divina,
un Dios confiesan, sólo Omnipotente;
victorioso del mar, triunfa Clemente;
del cuchillo y navajas, Catalina.
Palmas ganan Eulalia con Cristina;
un Laurencio honra a España y un Vicente;
del cordero en la púrpura inocente
justa se baña, auméntala Rufina;
Sebastián, con las plumas de sus flechas
corónicas al cielo en sangre envía;
salen Diego e Ignacio vencedores;
Leocadia ablanda cárceles estrechas;
cuchillos vence Inés, llamas Lucía.»


UNA VOZ

(Dentro.)
Lisinio y Constantino, emperadores.

(Cae sobre sus cabezas un ramo de laurel.)

CLORO

¿Qué es esto?


LISINIO

Son las grandezas
con que el cielo nos sublima:
cayendo el laurel encima,
corona nuestras cabezas.

CLORO

Emperadores nos llama
quien nuestra dicha pregona,
y la ninfa nos corona
que Apolo consagró en rama.


LISINIO

Cloro, ya el cielo se ofende
de nuestro ocio, pues que dél,
cayéndose este laurel
nos despierta y reprehende.
Tu pecho con él anima,
y deja estorbos cobardes.
Basta esta rama, no aguardes
que se caiga un monte encima,
que yo, animado por él,
desde hoy el traje grosero
dejo, porque verdadero
salga este imperial laurel.
Escuadrones de soldados
me ofrece el cielo propicio,
no en el rústico ejercicio
hatos de humildes ganados.
Aquesta es mi inclinación:
púrpura, a mi ser igual,
reinos dará a mi sayal
y hazañas a mi opinión.
Maxencio en Roma adelanta
su ambición y mis deseos,
y con augustos trofeos
gentes alista y levanta.
Con Constancio tiene guerra,
del mundo competidor;
un sol y un emperador
pretende solo la tierra.
Si quieres que militemos
a su sombra, Cloro noble,
y que la encina y el roble
en lauro y palma troquemos,
dejemos montes los dos,
que rústicos animales
ni cívicas, ni murales
dan coronas, sino Dios.

CLORO

Oye, Lisinio, primero,
pues como el oro en la mina,
una alma escondes divina
dentro de un cuerpo grosero;
que puesto que el pensamiento
que tienes en mí es de estima,
lo que más el pecho anima
es el noble nacimiento.
Déjame saber quién soy,
pues nunca mi ingrata madre
me ha dicho quién es mi padre,
que mi palabra te doy,
ya sea, como imagino,
generoso, ya al sayal
deba el ser y natural,
que este presagio divino
contigo haga verdadero,
sin que peligros sean parte
para que de ti me aparte;
antes, desde ahora quiero
que de cualquiera fortuna
que nuestra dicha prevenga,
igual parte en ella tenga
cada cual porque sea una.
Si fuere César, serás
César como yo; si rey,
rey serás con igual ley,
sin dividirse jamás
por guerra o por otro extremo;
que más puede una amistad,
si es firme, que la hermandad
crüel de Rómulo y Remo.




LISINIO

Eso mismo que me ofreces
cumpliré, Cloro, contigo,
haciendo al cielo testigo,
como a sus deidades, jueces.
Pero no puedo esperarte,
que la inclinación me llama,
aplica espuelas la fama
y abrasa mi pecho Marte.
No nos veremos los dos
mientras monarca no sea
del mundo.


CLORO

Su esfera vea
a tus pies.


LISINIO

Adiós.


CLORO

Adiós.
  
(Vase LISINIO.)

CLORO, NISE, labradora,
y MINGO, villano, con un harnero.

  

MINGO

¡Válgame Dios! ¿Por echalle
la cebada os da molestia?


NISE

¡Calla, bruto, necio, bestia!


MINGO

Eso sí: apodar y dalle.
Pues no suelo yo ser mudo,
ni vos muy limpia, aunque habláis,
que media azumbre gastáis
de agua en lavar un menudo.


NISE

¡Yo!..., ¡cuándo!


MINGO

El de hoy os avise.




NISE

Tú mientes.


MINGO

¡Dalle, y gruñir!


CLORO

¡Que siempre habéis de reñir!
¿Qué tienes con Mingo, Nise?


NISE

Aposentose un doctor
en el mesón...


MINGO

¡Qué!, ¿quería
decillo ella? En fin, venía
afligido del calor
y de hambre de la jornada.
Mandonos poner a asar
una gallina, y echar
paja a la mula, y cebada.
Entró luego en la cocina,
y como mal entendí,
la cebada al doctor di
y a la mula la gallina:
¡miren qué culpas son éstas!

CLORO

¿Viose necedad mayor?


MINGO

¿Pues no ha llevado al doctor
la cansada mula a cuestas?
¿No es bien que a quien más trabaja
se dé mejor de cenar?
Luego bien hice de dar
al doctor cebada y paja,
y a la mula la gallina.


NISE

¡Calla, bestia!


MINGO

¿Pensáis vos
que no sabe de los dos
la mula más medicina?

Dichos y ELENA, de labradora.

  

ELENA

¡Que no ha de haber ocasión
que donde quiera que estáis
ambos a dos, no riñáis!


MINGO

¿Qué quiere? Soy un riñón.


NISE

Mientras este bruto esté
en casa, ¿quién no dará voces?


ELENA

Éntrate tú allá.


NISE

¡Para ésta!


MINGO

¡Jurad la fe!,
si es bien que en vuesa fe crea,
no siendo la fe de Dios,
aunque si se añade en vos,
no va mucho de fe a fea.
  
(Vase NISE.)

Dichos, menos NISE.

  

ELENA

Cloro, ¿qué haces aquí?


CLORO

Generosos pensamientos
animan atrevimientos
tan poderosos en mí,
que me han obligado, madre,
que, porque los certifique,
aquesta vez te suplique
me digas quién fue mi padre.
Que el ilustre natural
que a mi humildad hace guerra,
me certifica que encierra
este rústico sayal
prendas con que esfuerzo cobre
el valor a que se aplica,
sin creer que alma tan rica
procede de un padre pobre.

ELENA

Cloro, si estos pensamientos
los gobernara el juïcio,
que en esta ocasión te falta,
fueran sabios como altivos.
A un pastor, humilde y pobre,
debes el ser abatido,
que no en palacios soberbios
te dio, sino entre cortijos.
Una pajiza cabaña,
que contra el sol, el estío,
y contra el agua, el invierno
sirve de toldo propicio,
es tu casa de solar;
no los pavimentos ricos,
ni los artesones de oro,
asombro del artificio.
¿Qué importa que el arroyuelo,
soberbio cuanto atrevido,
con las lluviosas corrientes
haga competencia al Nilo,
si la tempestad pasada
vuelve al mísero principio,
y después pisar se deja
del animal más sencillo
y pequeño de la tierra,
dando a sus pasos camino?
Nacen a la hormiga avara
alas para su peligro,
pues cuando a Dédalo intenta
imitar, de un pajarillo
es miserable sustento,
sepulcro haciendo su pico.
No es bien que porque la palma
hasta el alcázar lucido
se atreva a subir del sol,
un junco, desvanecido,
quiera competir con ella,
pues de su flaco principio
ignorando el fundamento,
es verdugo de sí mismo.
Cuando te pintes, soberbio,
Rómulo, Alejandro y Ciro,
y la ambición te prometa
coronas y señoríos,
considérate un arroyo,
no profundo caudal río;
un junco, una hormiga vil,
y desharás, convencido,
ruedas de pavón soberbias;
que si la corneja quiso
vestirse plumas hurtadas,
ellas le dieron castigo.
No violentes, ambicioso,
tu natural, si perdido
después llorar no pretendes
juveniles desatinos.
Una azada son tus armas,
y en vez del estoque limpio,
la hoz corva, el tosco arado,
veinte ovejas y un novillo.
Éstos ejercita, Cloro,
y a Scipiones y Fabricios
deja triunfos y victorias,
pues para pobre has nacido.

(Vase ELENA.)


CLORO, MINGO.

  

CLORO

Rigurosa madre, espera.
¡Ay cielos!, no sé si impíos,
porque en tales desengaños
sepultáis nobles designios.
¿Para qué Elena te llamas,
si siempre este nombre ha sido
blasón de ilustres matronas,
que en ti despreciado miro?
Nunca yo quien soy supiera,
pues la humildad pone grillos
al deseo ya frustrado,
que de un rústico soy hijo.


MINGO

Yo, a lo menos más dichoso
soy, aunque me llamo Mingo,
pues si no mintió mi madre,
diz que me parió en el signo
de Capricornio, y en fe
desto, la comadre dijo
que un sátiro me engendró
y por eso satirizo.

CLODIO, con las cartas y retrato.
PELORO y MELIPO. Después, CLORO y MINGO.

  

CLODIO

Cuanto más lejos estemos
del emperador, airado,
cuyo hijo malogrado,
sin conocer, muerto habemos,
más se asegura la vida,
que con tanto riesgo está.


MELIPO

Al romano imperio da
Persia guerra defendida;
en ella no hay que temer,
Clodio, castigo o venganza,
pues en su reino no alcanza
de Roma todo el poder.
Descansemos por ahora
en esta venta.


CLORO

¡Ay de mí,
que tan humilde nací!
¡Que cuando el cielo mejora
con el esfuerzo el valor
de quien ilustrar desea,
Cloro, cielos, Cloro sea
hijo de un pobre pastor!


CLODIO

Labradores, ¿hay posada?


MINGO

¿Para cuántos?


CLORO

¡Deteneos,
desvanecidos deseos!


MINGO

No les faltará cebada
que coman, si son doctores,
ni gallinas que les demos
a las mulas.

CLODIO

¿No tenemos,
a pesar de los temores
con que a costa del cansancio
animan nuestro camino,
presente aquí a Constantino,
hijo de César Constancio?


MELIPO

A no desdecirlo el traje
y saber que queda muerto,
yo lo tuviera por cierto,
si no es que del cielo abaje
a castigar nuestro insulto
disfrazado en el sayal.


CLODIO

¿No es retrato original?
Sí, que vive en él oculto.
¿No es aquella su cabeza,
sus ojos, su boca y talle?


PELORO

En él quiso retratalle
la sabia Naturaleza.
No he visto igual semejanza.


CLODIO

Ahora bien: sea o no sea
quien mi ventura desea,
si consigue mi esperanza
lo que mi intento procura,
y este hombre, amigos, engaño
hoy con un ardid extraño,
doy alas a mi ventura.


MELIPO

¿Pues qué pretendes hacer?


CLODIO

Pues que se parece tanto
al difunto, que es encanto,
si no es del cielo poder,
y aquí cartas y retrato
de Irene tengo, intentemos
persuadirle, si podemos
y tiene ingenio y recato,
que se finja Constantino
y se case con Irene.

MELIPO

¡Extraña traza, si viene
a admitir tal desatino!
Mas ¿cómo un tosco pastor
mudará su grosería
en el trato y policía
de un romano emperador,
si conforma con su traje
su ingenio?


CLODIO

De un tosco roble
se hace una imagen noble.


PELORO

Siendo bárbaro el lenguaje
que aqueste monte le ha dado,
descubrirá esta traición.


MELIPO

Disfrazose de león
un bruto torpe, y trocado
en él, bramar cual él quiso,
y dicen que rebuznó,
y en su afrenta, a todos dio
de su atrevimiento aviso:
lo mismo ha de sucedernos
si hacemos tal desvarío.


CLODIO

De su traza y rostro fío
que podamos atrevernos.
Aquellas nobles facciones,
del príncipe semejanza,
me animan.


MELIPO

Todo lo alcanza
la industria. A mucho te pones;
aunque si con eso sales,
seguro está el interés
y ventura de los tres,
porque a Dédalo te iguales.

CLODIO

Si con Irene se casa
y a ver a Constancio va,
cuando de su hijo está
llorando la suerte escasa,
la similitud extraña
que le iguala a su valor,
burlará al emperador;
y si dichoso le engaña
y le tiene por su hijo,
¿qué más dicha?


MELIPO

Quedó el muerto
a elección en el desierto
de las fieras. Yo colijo
que ya habrán hecho en él presa.
Si no parece, ¿quién duda
viendo que en éste se muda
y el imperio le confiesa
por el propio Constantino,
que su padre ha de hacer
ser el mismo?


PELORO

Vendrá a ser
un engaño peregrino.


CLODIO

Ponello en ejecución
falta sólo.


CLORO

¡Que haya sido
tan bajamente nacido!
¡Ay loca imaginación!


CLODIO

(De rodillas.)
 
Danos esos pies augustos,
si merecemos besallos.


CLORO

¿Qué es esto?


CLODIO

Honra tus vasallos
con premios, señor, tan justos.

CLORO

Señores, si el tosco traje
que traigo, os obliga así
a que hagáis burla de mí,
ninguno me hizo ultraje
que, con honrada venganza,
no sirviese de escarmiento
a su necio pensamiento.


CLODIO

Generosa semejanza
del más ilustre heredero
que Roma a su imperio dio
y la muerte malogró,
si el retrato verdadero,
que autoriza y ennoblece
hoy en ti su original,
no es en tu alma desigual
y a la tuya le parece,
por un extraño camino
ha puesto el cielo en tu mano
la esfera y globo romano,
y feliz de Constantino.
Si a tu saber satisfaces
y tu persona eternizas,
de sus augustas cenizas
milagro al mundo renaces.
Constantino, sucesor
de Constancio, partía a Grecia,
que en fe de lo que le precia
Maximino, emperador
y monarca del Oriente,
a Irene le había ofrecido,
hija suya, y reducido
el griego lauro a su frente.
Con este retrato y pliego
caminaba Constantino,
cuando saliendo al camino
un escuadrón loco y ciego
de quinientos forajidos,
de repente le asaltaron,
y el abril verde agostaron
de treinta años no cumplidos.
Por no darse a conocer
dio venganza a sus aceros.
Huyeron los bandoleros,
que vinieron a saber
la calidad del difunto,
temerosos del castigo.
Yo, de su muerte testigo,
tomando aqueste trasunto
de Irene, y cartas, volvía
con las nuevas lastimosas
a su padre; mas, piadosas
las deidades este día,
ofreciéndome tu vista,
quieren en ti consolar
la pérdida y el pesar,
que es imposible resista
Constancio, si a saber viene
que le ha quebrado su espejo
la fortuna, y por ser viejo
la muerte su fin previene.
Tú, pues, dichoso pastor,
que con su imagen heredas
su imperio, para que puedas
dar principio a tu valor,
si quieres en lugar dél
transformarte en Constantino,
el cielo a ofrecerte vino
el siempre augusto laurel.

PELORO

No pierdas esta ventura,
que por lo que interesamos
della, palabra te damos
de hacella los tres segura.


MELIPO

Constantino (que ya quiero
de aqueste modo llamarte),
procura determinarte;
deja ese traje grosero,
que aquí del César traemos
con que serás transformado
original, no traslado.


MINGO

¿Pullas en casa tenemos?
¡Voto al sol!, gente ruin
que si la honda desato,
o doy dos silbos al hato
y hago venir al mastín,
que el dimuño os trajo acá.


CLORO

Basta la burla, señores;
ved que somos labradores
y no se sufren acá.


CLODIO

Para que la verdad creas,
que por tu dicha te trato,
en este sutil retrato
quiero que tu imagen veas,
y con ella a Constantino,
que al sacro laurel te llama.


PELORO

Al atrevido la fama
ayuda.


CLORO

¡Cielo divino!
Parece que en el cristal
me miro de alguna fuente,
aunque en traje diferente,
seda aquí y en mí sayal.
¿Qué hay que recelar, temor,
si el cielo a cumplir empieza
del laurel que en mi cabeza
me gratuló emperador
el pronóstico divino?
Crédito a mi dicha doy.
Cloro he sido; ya no soy,
sino el César Constantino.
Dadme el retrato de Irene.

CLODIO

Éste es.


CLORO

¡Qué hermosa pintura!
Cifrada aquí la hermosura
todos sus milagros tiene.
Sólo de mis pensamientos,
que ya ejecutallos trato,
puede ser este retrato
dueño hermoso. Atrevimiento,
en vuestras alas sutiles
fundo mi imaginación;
nobles mis intentos son,
si mis principios son viles.
Vamos a Grecia, vasallos,
que aunque este apellido os doy,
vuestro amigo firme soy.
Haced prevenir caballos,
y advertid que si el secreto
de este engaño descubrís,
aunque pastor me advertís,
ser Constantino os prometo
en vengarme y castigaros.
Ya el verdadero murió,
y en mi pecho se infundió
su alma. Sabré premiaros,
y castigaros también.
Su alma el César me ofrece,
que en quien tanto le parece
por fuerza ha de hallarse bien.

PELORO

¿Hay mudanza semejante?


MELIPO

¿Hay más portentoso extremo?


CLODIO

¡Vive el cielo que le temo!


PELORO

Yo tiemblo en velle delante.


CLORO

(A MINGO.)
 
¿Quieres venirte conmigo?


MINGO

¿Que porque le pareció
al otro, Cloro salió
emperador?


CLODIO

Sí amigo.


MINGO

¡Que nunca yo me parezca
a nadie!


CLORO

Acaba, grosero.


MINGO

¿No habrá otro emperadero
por ahí a quien merezca
parecerme?


MELIPO

Sí, a un jumento,
pues os parecéis los dos.


MINGO

Luego, parézcome a vos.
Ir contigo, Cloro, intento.


CLORO

No soy Cloro desde aquí,
Mingo, sino Constantino.


MINGO

Yo os llamaré así, si atino.
Una vez me parecí
a otro: en tiempo cruel,
porque a palos me molieron
de noche, y luego dijeron:
«perdonen, que no era él».


CLORO

Dadme el caballo y vestido,
y no pongamos en duda
nuestra suerte, pues ayuda
la fortuna al atrevido.


CLODIO

A mucho nos atrevemos,
y temo...


ELORO

¿Qué hay que temer?


CLODIO

Que nos venga a deshacer
aqueste, porque le hacemos.
  
(Vanse.)

MAXIMINO e IRENE.

  

MAXIMINO

Ya, Irene, se llegó el día
en que el César sea tu esposo.


IRENE

Si de la inclinación mía
el ánimo belicoso
sabes que mi valor cría,
¿por qué tu rigor le enlaza
en el yugo que embaraza
la libertad y quietud?
Manda tú a mi juventud
que se ejercite en la caza;
que del jabalí protervo
el curso ligero siga
con que mis gustos conservo;
que el tigre sagaz persiga
y alcance al tímido ciervo;
que en sus despojos celebre
triunfos, y el venablo quiebre
en el león arrogante,
ya con el noble elefante,
ya con la tímida liebre,
y no me mandes que el gusto
pierda a mi edad el respeto,
que aunque es el tálamo justo,
no sabrá vivir sujeto
mi pecho libre y robusto.


MAXIMINO

Si a mi voluntad te allanas,
al César por dueño ganas,
de las romanas esferas.
Anda a caza, en vez de fieras,
de libertades humanas.


IRENE

No es, padre y señor, decente
el estado que me das
al valor que el alma siente.


MAXIMINO

Yo sé que mi gusto harás,

(Vase.)

IRENE, sola.

  

IRENE

La cerviz indomable del toro ata
con las coyundas de su yugo grave
el labrador, y brama, porque sabe
que su preciosa libertad maltrata.
Al pájaro, que en plumas se dilata,
el cazador cautiva del süave
acento enamorado, y llora el ave,
aunque honren su prisión rejas de plata.
No en los jardines la florida yerba
medra del modo que en el monte y prado,
patria y solar de su morada verde.
Dichoso, libertad, el que os conserva,
pues es prisión el solio sublimado
de quien, por reinos, vuestro reino pierde.

ISACIO, duque e IRENE. Luego UN PAJE.

  

ISACIO

Hermosa prima, ¿qué haces
sola, si lo puede estar
quien se precia de llevar,
tiranizando las paces
del amor, como él atados
al carro de sus prisiones
encendidos corazones
con grillos de sus cuidados?
¡Ay, si mereciera yo
que te acordaras de mí!


IRENE

¡Oh Isacio!, como nací
libre, y el cielo me dio
un alma de quien soy dueño,
por no ser pródiga y dalla
a prisión, quiero gozalla.
Pensar que he de amar, es sueño.
Hoy dicen que Constantino
a darme la mano viene
de esposo, como si Irene
al mismo Apolo divino
sujetar imaginase
la preciosa libertad,
que en mí es única deidad,
sin que amor mi pecho abrase.
¡Viven los cielos, que adora
todo el humano poder,
que de Irene no ha de ser,
si no es Irene, señora!
Mal mi padre me conoce.

ISACIO

Con eso contento quedo.
Pues yo gozarte no puedo,
ninguno, Irene, te goce;
que si tu desdén furioso
a cuantos te aman alcanza,
quedaré sin esperanza,
mas no quedaré quejoso.


IRENE

Verás, cuando el César venga,
retratado en mí el desdén.


ISACIO

Más vale tratarle bien,
porque tu padre no tenga
ocasión que a la impaciencia
provoque, que es el poder
rayo, y éste suele ser
más daño en más resistencia.
Entretenle con engaños;
ni le trates amorosa,
ni le mires desdeñosa,
hasta que los desengaños
le dispongan poco a poco,
que en repentino rigor
suele aumentar el amor,
pues con furias crece el loco.


IRENE

No dices mal; y a fe, Isacio,
que luce más con su opuesto
el sol a la sombra expuesto.
Desdeñarele despacio,
y por tu consejo sabio
me guiaré en esta ocasión,
forzando mi inclinación.

ISACIO

Fingiendo no ser agravio,
cuando llegue, encubre enojos;
recíbele agradecida,
ostenta risa fingida,
dale a beber por los ojos
ponzoña sabrosa y lenta,
y engaña a tu padre así.


UN PAJE

Ya llega, señora, aquí
el César.


IRENE

Mi pena aumenta.
Pero ¿sabes qué he pensado?
Que para que me aborrezca
y en verme no se enternezca,
encontrando a amor armado,
pensando hallarle desnudo,
que en el marcial ejercicio
me halle ocupada.


ISACIO

Codicio
el daño, que de eso dudo,
porque de aquesta suerte
te ve bella y belicosa:
si te amaba por esposa,
ha de adorarte por fuerte.

IRENE

En eso, primo, te engañas;
el amante que es prudente
no busca dama valiente.
Al hombre ilustran hazañas,
y a la mujer, la hermosura,
los regalos, la afición,
la apacible condición,
las lágrimas y blandura.
Tiernos les dieron los nombres,
porque con terneza amasen
y regaladas templasen
la condición de los hombres;
que el ejercicio marcial
es violento en la mujer,
como en la nieve el arder,
derretirse el pedernal,
y acobardarse el león.
Y la que así no lo hiciere,
es señal que usurpar quiere
la preeminencia al varón.
Yo sé que si Constantino,
en vez de amorosa, armada
me ve, a la guerra inclinada,
que por el mismo camino
que en mi amor tierno se abrasa,
primo, me ha de aborrecer,
porque no pueden caber
dos hombres en una casa.


ISACIO

Tu divina discreción
es igual a tu hermosura.
Que te aborrezca procura;
ejecuta esa invención
en que estriba mi esperanza,
dando alas a mi deseo.

IRENE

Quiero ensayar un torneo.
Sácame, Isacio, una lanza,
mientras la espada me ciño,
para que el César, amante,
de verme armada se espante;
que amor teme, porque es niño.


ISACIO

De las que en esta armería
hay, es ésta la mejor.


IRENE

Haz tocar un atambor.


ISACIO

Miedo me das, prima mía.
De la guarda de palacio
hay uno aquí.


IRENE

Toque, pues.
Aquesta la entrada es
del torneo. Advierte Isacio...

(Hace la entrada del torneo con gallardía.
Tocan chirimías.)

Dichos, CLORO, vestido de príncipe;
MELIPO, PELORO, CLODIO, MAXIMINO y MINGO.

  

MAXIMINO

Aquí aguarda a Vuestra Alteza
la princesa, agradecida
a vuestro amor y venida;
mas, ¿qué es esto?


CLORO

A su belleza
añade la fortaleza,
como a mi amor, nuevas alas.
Las armas entre las galas
parecen en ella bien,
porque en ella a un tiempo estén
tierna, Venus; fuerte, Palas.


MAXIMINO

Su inclinación belicosa
me asombra. Sepa que estamos
aquí.


CLORO

Eso no. Suspendamos
en su hermosura animosa
la vista y alma dichosa
en este ejercicio un poco.
¡Vive el cielo, que estoy loco!
¡Ay griega del alma hermosa!


IRENE

¿Qué te parece?


ISACIO

El extremo
de la gracia y la destreza.
Aunque adoro a tu belleza,
tu valor y ánimo temo.


CLORO

¡Por Júpiter, que me quemo
entre su armado rigor
de inmortal y tierno amor!

MINGO

¡Válgate Dios por muchacha!
Si eres hembra, o eres macha;
no casarte es lo mejor.


IRENE

Saca la espada y verás
cuán bien los golpes ensayo.


ISACIO

En tus manos será rayo.
Cinco se dan, y no más.
  
(Danse los cinco golpes de espada, tocando dentro.)
  

IRENE

Retira ahora el paso atrás.


CLORO

Basta, hechizo de esta tierra,
o cielo que al sol encierra,
que para alcanzar la palma
y rendir, princesa, un alma,
no es menester tanta guerra.


MAXIMINO

Tu esposo es, Irene mía.


IRENE

¡Oh, gran señor! ¿Vos aquí?
Ya las armas os rendí.
Mejor el alma diría.

(Aparte.)
 
¡Qué apacible gallardía!


CLORO

Dichoso, divina Irene,
quien a ver y a gozar viene
tal belleza, tal valor,
pues en vos, Marte y Amor
rayos vibra y llamas tiene.


MELIPO

Clodio, ¿es éste aquel villano
que hijo de un monte fue?


CLODIO

Mejor, Melipo, diré
que es Constantino romano.


PELORO

¿No adviertes qué cortesano
la gravedad imperial
representa?

CLODIO

A su sayal
desmiente con la presencia,
que también hay elocuencia
en las almas, natural.


MINGO

¡Válgate el diablo por Cloro!
Verá lo que decir sabe.
¡Qué quillotrado está y grave!


CLORO

De suerte, Irene, os adoro,
que a la divina beldad
de ese simulacro rico
esperanzas sacrifico,
sin creer que hay más deidad
que vos, señora, en el cielo.


IRENE

Y yo, que en veros y hablaros
tengo en poco compararos
al claro señor de Delo:
no adoro yo a dios ninguno,
sino a vos; y si dichosa
merezco ser vuestra esposa,
no tendré envidia de Juno,
pues en vos tengo presente
de Júpiter el valor.


ISACIO

Bien finge tenelle amor.


IRENE

(A ISACIO.)
 
¿Va bueno?


ISACIO

Divinamente.


CLORO

Si yo, princesa, lo fuera,
nunca más me transformara:
otros cielos os criara,
otro mundo os ofreciera,
que uno para vos es poco.


IRENE

Si yo pudiera mostrar
la ventaja que en amar
hago a todas...

CLORO

¡Estoy loco!


IRENE

Ni Cartago honrara a Elisa,
como a Penélope Grecia,
ni Roma honrara a Lucrecia,
ni hubiera en Caria Artemisa.
Pero hipérboles refreno,
pues más que ellas os estimo.

(A ISACIO.)
 
¿No hago buen amante, primo?


ISACIO

Bravo.


IRENE

¿Va bueno?


ISACIO

Rebueno.


CLORO

¿En fin, me amáis?


IRENE

Como a dueño.


CLORO

Vos sois mi sol.


IRENE

Vos mi esposo.


CLORO

Vivo en vos.


IRENE

Yo en vos reposo.


CLORO

¿Si me olvidáis?


IRENE

Eso es sueño.


CLORO

En gloria estoy.


IRENE

Mi mal calma.


CLORO

¡Gran suerte!


IRENE

¡Bien soberano!


CLORO

Dadme, mi bien, esa mano.


IRENE

Y con ella, esposo, el alma.


ISACIO

(A IRENE.)
 
¿La mano, tirana, das?


IRENE

Burleme, jugué y perdí.
No he podido, primo, más.