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El Angel de la Sombra/LIX

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El Angel de la Sombra
de Leopoldo Lugones
Capítulo LIX

LIX


Pero un soplo de duda arrasó de repente el alma del joven. Todo aquello no era más que una solemne superchería. Reprochóse con sarcarmo su credulidad, y sólo el honor que en su palabra había empeñado, impidióle castigar con la divulgación el abuso de que se lo hacía objeto.

Humillábalo, sobre todo, el embrujamiento con los cigarrillos de háschisch. ¿Cómo pudo abandonarse a aquella somnolencia lúcida, que alterando su conexión mental lo indujo al absurdo y a la quimera?...

La vergüenza de sí mismo retrájolo a su anterior soledad, y no volvió a pasar el riachuelo divisorio.

Al propio tiempo, su inspección se complicaba. Pronto iban a transcurrir las seis semanas del plazo máximo que él mismo fijó con imperdonable ligereza. Hasta llegó a decirse que la intervención de Ibrahim relacionábase tal vez con las pillerías del contrabando. Quizá por esto habíase limitado a pagarle la primera visita.

La interrupción de las suyas al asiático, sumíalo otra vez en absoluto aislamiento, agravando hasta la desesperación su melancolía.

Escribió entonces a la tía Marta, recordando su promesa de hacerlo si valía la pena, cosa que no pasaba por cierto en tan desvalido poblacho; con lo cual su carta, en vez de noticiosa, sería breve para no fastidiar. Contaba, eso sí, regresar dentro del plazo, aun cuando debiera malograr su comisión.

Recordó que no había contestado a Cárdenas, y lo hizo en términos análogos, aunque naturalmente con mayor displicencia.

Y mortificado siempre por aquella duda, afligente hasta el bochorno, llegó a sentir horrorosa su soledad.