El Capitán Pajarito
¡La Cruz sólo es eterna!
No siempre chocaron en rivalidades
la espada y la coyunda. Cuando el
soldado y el misionero unieron sus
esfuerzos, la propaganda civilizadora
como la de emancipación, no dejó
por vencer obstáculo alguno.
En esa tarde, 8 de Diciembre de 1865, salía la procesión de la Iglesia de la Cruz en el piso alto, (Corrientes) frente á cuyo pórtico se levanta hoy la estatua de Juan Bautista Cabral, valiente correntino que salvó á San Martín en San Lorenzo. Sable en alto en defensa de la Provincia y de la Nación, se halla á la entrada de ésta, como centinela avanzado, recuerdo de aquellos bravos correntinos en todo tiempo, tan entusiastas y decididos por toda noble causa.
La solemne procesión continuaba su marcha. Banda militar á la cabeza de la columna, tras ella la cruz entre altos cirios y filas de escueleros á uno y otro costado, formando calle sobre verde tapiz de fragante hinojo esparcido. El pendón de la Hermandad del Carmen delante las andas de la Virgen, precedida de otra pequeña orquesta de flautas, violines y triangulito.
Detrás el prelado, acompañamiento de curas y hermandades, sobresalía el jefe de la Escuadra Imperial fondeada en ese puerto de San Juan de Vera de las siete corrientes, vicealmirante Barrozo, y su brillante estado mayor, que no solamente los brasileros se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena.
Al detenerse un momento el numeroso gentío en la primera bocacalle de la plaza, habló este jefe al ayudante Saldanha da Gama y adelantándose con otros tres ayudantes cargaron las andas ¡y adelante con los faroles!
Entre niños que cantaban, multitud devota lagrimeando de emoción, y ancianos rezando en voz alta, más curiosos que contritos, un grupo de oficiales argentinos recién llegados del inmediato campamento de Ensenaditas, cerraba la marcha.
No sólo el pobrerío agrupábase en encontrones tropezando al gangosear la interminable seguidilla ora pronobis, sino también en lucida concurrencia lo más notable: señoras de las principales familias seguían salmodiando preces. Tras las bellas señoritas Juana Zelaya, Ercilia Camelino, Carmen Mohando y Adela Billinghurst, bella entre las hermosas correntinas, deshojando rosas por delante de la Virgen, veíanse representadas familias de Madariaga, Pampín, Cabral, Gelabert, Vedoya, Justo, Derqui, Cossio, Lagraña, Igarzábal, Baibiene, Guastavino, Torrent, Escobar, López, Vidal, Rolón, Ferré, Acosta, Pujol, Molina, Virasoro, Astrada, Vivar, Mantilla y otras muchas piadosas de aquel jardín de azahares. Resaltaba la devoción de la entusiasta patricia señora Berón de Astrada, hermana del gobernador sacrificado en Pago Largo, nonagenaria actualmente.
En la estación de la segunda bocacalle se adelantó el anciano patriota don Serapio Mantilla, que á sus ochenta navidades todavía preludiaba el trémulo en el famoso violín, recuerdo del general Belgrano, y dirigiéndose al grupo de oficiales de Buenos Aires, en que era tan querido, exhortó:
— «Mis jóvenes amigos. Bueno es no dejarse poner el pie adelante por nuestros aliados, en decisión ni en devoción. Con razón ó sin ella, los porteños no son aquí tenidos muy en olor de santidad. Hasta de buena política sería imitaran á los brasileros en el respecto y acatamiento que muestran por las costumbres de este vecindario.»
Asintieron algunos á sermoncito tan edificante, tolerándole otros encogiéndose de hombros como sordos de ese oido, y en grupo que caminaba con el doctor Alcorta (Amancio), cuchichearon otros indecisos.
Acompañaba éste á nuestro almirante Murature, de quien era secretario, rodeado de Py, Neves, Howard, Sívori, Ramírez, Erasmo Obligado, marinos y marineros. Al lado del gobernador Lagraña, su ministro doctor Benítez.
Lo recordamos con gratitud. En aquella ocasión encontramos uno de esos raros y sinceros amigos, que hallados por suerte en el camino de la vida perduran por toda ella. Enérgico, entusiasta y afectuoso se nos acercaba con el corazón y los brazos abiertos, que después de cuarenta años cerráronse sólo cuando cayeron en el sepulcro.
Sonriente y bondadoso, Félix Amadeo Benítez si un tantico incrédulo, leal y complaciente, cuando Campos, devoto como los generales de su raza, dijo: ¡Vamos, compañeros!» decidiendo á todos, y al concluir de dar vuelta la plaza, las andas de la Virgen, regresaban en hombros de los capitanes Gaspar Campos, Manuel Rocha, Alcorta y Benítez.
Aun no disipado el humo de incensario, se les acercó un sacerdote, invitándoles en nombre del señor cura, hicieran el obsequio de pasar al refectorio.
Sabido es por lo que pueda tronar, que el soldado práctico en campaña, de aquellos que no se ofrecen ni se esquivan, debe tener siempre un sueño y una comida adelantada.
Así nuestros jóvenes oficiales no se hicieron repetir tan agradable mensaje, mayormente incitados por cierto tufillo á pavo relleno, de larga fecha olvidado.
En honor á la galantería porteña, justo es recordar que sólo abandonaron las gradas por donde descendía otra procesión de bellezas, cuando doblara la bocacalle la última morocha, volviendo tentadoras miradas sobre el grupo galoneado.