El Cardenal Cisneros: 01

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


El Cardenal Cisneros[1]




I.

Hay un período en la historia de España que nacionales y extranjeros recorren con simpatía y hasta con entusiasmo. Es el reinado de los Reyes Católicos. En este tiempo se juntan Castilla y Aragón, termina la Reconquista, se incorpora Navarra á nuestros dominios, y vienen como á fundirse y cristalizarse en la gran Monarquía española aquellos varios y divididos reinos que tuvieron principio tan humilde en Covadonga. En este tiempo, España no cabe dentro de la Península y se derrama por Europa, apareciendo por primera vez en Cerinola y en el Garellano aquella infantería española que ha dejado nombre tan imperecedero. En este tiempo, el genio de Colon, adivinado por el genio de Isabel la Católica, descubre un nuevo mundo y se lo entrega en prenda de gratitud á su patria adoptiva. Este es el siglo de Oro de nuestra historia, risueño y magnífico oasis en que el ánimo se esparce con gusto y los ojos se recrean con deleite, y el pecho se dilata con orgullo, después de salir de los vicios y liviandades de la corte de Enrique IV, y ántes de entrar en las suntuosas miserias de la Casa Austriaca ó en el fanatismo estúpido de sus menguadas postrimerías, ó en otros vicios y liviandades de la época moderna, que son resumen y condensación de todos nuestros males históricos, cópula tristísima de los tiempos de Enrique IV y de Cárlos II, ayuntamiento torpísimo de las infamias del uno y de la superstición del otro.

Audacia imperdonable, y á más tarea imposible, sería en nosotros, con facultades y medios tan limitados, reproducir aquel período espléndido de nuestra historia, fuera de que un ilustre y generoso extranjero lo ha consagrado ya con genio en un monumento inmortal que perpetuará su propia gloria y la gloria de España [2]. Más modesto es nuestro propósito, aunque no menos audaz y temeraria su ejecución, dadas nuestras fuerzas. Queremos recorrer la vida del eminente hombre de Estado de aquellos dias, el Cardenal Jiménez de Cisneros, no con la amplitud con que escribió su biografía Alvar Gómez de Castro en tan hermoso y elegante latín, ni con la prolija minuciosidad de Quintanilla, que tanto trabajó para la beatificación de quien no pocos llamaban el Santo Cardenal, ni aun con la detención de Flechier en el siglo pasado, ó del alemán Hefele en el presente, siquiera en nuestro pobre trabajo aprovechemos algo de sus materiales, sino rápidamente, á grandes rasgos, trazando á lo sumo un boceto, no intentando hacer un retrato, tirando sobre el papel algunas líneas que quieran recordar aquella gran figura y aquel gran carácter, pero sin pretender reproducirlo en todas sus proporciones verdaderamente gigantescas. En los tiempos modernos, tiempos de discusión, de prensa, de tribuna, Pitt, Canning, Casimiro Perier, Roberto Peel, pueden influir sobre la opinión y levantarse como hombres de Estado, á despecho de los mismos Reyes, tan altos ó más que los Reyes mismos, en la memoria y en la gratitud de los pueblos. En los tiempos antiguos, los hombres de Estado estaban oscurecidos y eclipsados por la majestad y omnipotencia de los Reyes, de modo que aquellos grandes Ministros de las Monarquías absolutas que dejan un nombre á la posteridad, necesitan revestir los contornos de un gigante. Asi aparecen en Francia al lado de Enrique IV, Luis XIII y Luis XIV, Sully, Richelieu y el gran Colbert. Así... pero no, más grande todavía aparece en España el ilustre Cisneros al lado de los Reyes Católicos.

  1. El estudio histórico que hoy empezamos á publicar, anunciado há mas de tres meses, está escrito en una de las más tristes épocas para la libertad del pensamiento en España. Entonces no dominaba más que el capricho de una situación dictatorial que recelaba de todo cuanto veía la luz pública, y todo lo proscribía, valiéndose á veces de agentes subalternos, —cuyo celo era mayor que su ilustración, que se complacían en mutilar, oscurecer y destruir los conceptos y las frases del escritor. Imposible son de referir los trabajos y las angustias por que éste pasaba para dar forma aceptable ó inofensiva al pensamiento de su mente cuando se proponía censurar los vicios y escándalos que presenciaba en uno de los períodos más envilecidos de nuestra historia. Gracias con que, acudiendo á esta última doctísima maestra de presentes y venideros, pudiera deslizar, con el pretexto de esclarecer acontecimientos pasados, observaciones y juicios que, de soslayo y con más esfuerzo del lector inteligente que del asendereado escritor, socavasen los podridos cimientos del órden de cosas que ya por fortuna ha sucumbido ante el fragor y estrépito de las armas.
    En ese tristísimo período para las letras y para las libertades patrias, concebimos y escribimos el estudio biográfico que hoy damos á luz. Fué nuestro objeto, más que trazar la gran figura del Cardenal Cisneros, para lo cual nos faltaban fuerzas y tiempo, evocar y describir ligeramente una época de virtud, de grandeza y de virilidad, que por su viva y acentuada antítesis viniera á ser la sátira más severa de la liviandad, de las miserias y de los vicios contemporáneos. Consumada la Revolución, no tiene nuestro trabajo gran oportunidad, y de buen grado renunciaríamos á él, si su repetido anuncio en las páginas de la Revista no nos colocara en un compromiso de honor, de que el distinguidísimo amigo nuestro que la dirige no nos quiere absolver, aunque nada perderia con ello el ilustrado público que favorece su notable publicacion.
  2. Historia de los Reyes Católicos, por Prescott.