Ir al contenido

El cardenal Cisneros/XVII

De Wikisource, la biblioteca libre.
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XVII.

El pueblo admiraba la virtud, la entereza y el génio de Cisneros; pero todavía no le había hecho su ídolo. Acaso inspiraba más respeto que entusiasmo, más temor que cariño. La cruzada de los frailes, la oculta enemiga de la Grandeza y los agraviados por sus medidas habían cedido, pero nunca serian sus fervorosos partidarios. Encontraríalos, sin embargo, en el pueblo, en ese niño, débil eternamente, y eternamente con apariencias de gigante, que se identifica con las grandes inteligencias por el instinto y con los grandes corazones por el sentimiento, que aborrece con exceso, pero que ama también con idolatría, quizás olvidadizo de los agravios y vejaciones que sufre, pero grandemente agradecido á los beneficios que recibe y á veces no menos obligado á los conatos ó apariencias de beneficio que bajan para él desde las alturas. Aquí, en el corazón del pueblo, es donde pronto encontrarla Cisneros entusiasmo y adoración; y del pueblo, como Anteo de la madre tierra, sacaria las fuerzas que necesitaba para dominar las varias tremendas crisis en que habia de verse envuelta su vida.

Veamos cuál fué el motivo de la gratitud y entusiasmo del pueblo por Cisneros.

Las antiguas alcabalas, como los modernos consumos, eran una contribución, si antipática en el fondo, odiosa é irritante en la forma. Aquel impuesto, que consistía en pagar el 10 por 100 del valor de todas las cosas que se vendían y permutaban, se estableció en el reinado de Alfonso Onceno, con ocasión de la guerra con los Moros, y aunque tenia un carácter transitorio, continuó cobrándose después de finalizada la guerra, que siempre las cargas más onerosas se suelen hacer pasar con los pretextos más pausibles y á título de provisionales, bien que es extraño que, una vez establecidas, luzca el dia de verse de ellas libres los pueblos. El tiempo, en vez de suavizar, habia hecho más vejatorio y aborrecible el impuesto por la dureza y avaricia de los empleados en hacerlo efectivo; pues los fraudes, los robos y los procesos menudeaban so color de que no se declaraban con exactitud las ventas y los precios. Muchos remedios se idearon para corregir el mal, siendo notable el más inocente y empírico que pueden registrar anales financieros, cual fué establecer que el juramento de los traficantes pasara por verdad en caso de contienda, lo cual, como era de temer, dio origen á muchos perjurios, viciosa y funestísima costumbre, que bien pronto se extendió del comercio á todos los actos civiles, pues en estas cosas, como dice el poeta, parece sencillo y natural desafiar al Cielo mientras los hombres no sepan nada en la tierra [1]

Grandes clamores levantaba el pueblo contra tal contribución, que debió suprimirse al finalizar la guerra con los infieles, y el asunto fué llevado al Consejo; pero aunque Cisneros se declaró franca y ardorosamente por su abolición, no lo consiguió en las dos primeras ocasiones que lo intentó, ya porque no se encontraba medio de cubrir el déficit que resultaba en el tesoro del Príncipe, y parecia axiomático aun á los embrionarios financieros de aquellos dias no suprimir contribución, por odiosa é injusta que fuese, sin procurarse iguales rendimientos por otro lado, ya por la oposición de los Grandes que cobraban gruesas asignaciones de estos fondos, lo cual no dejaba de ser una razón de bastante peso para la Nobleza, ya porque podian ser levadura de revueltas y embarazo para el Gobierno la multitud de oficiales que cobraban sus sueldos del producto de las alcabalas y el enjambre de empleados que quedaban sin empleo si aquellas se suprimían, lo cual era también harto grave, sobre todo para los últimos.

Malo era, sin embargo, que Cisneros se hubiese declarado tan abiertamente contra las Alcabalas, porque no era de esos caracteres volubles y tornadizos que retroceden apenas despunta la más pequeña oposición á sus proyectos, y que se connaturalizan con todos los vicios y abusos, cuando no los explotan, con tal de gozar tranquilamente el favor y vivir en paz con los poderosos.

El Arzobispo hizo venir de Vizcaya á D. Juan López, el hombre más entendido en cuentas de aquellos dias, y se entregó con él á un asiduo trabajo para encontrar el modo de sustituir, reformar ó abolir el impuesto de las Alcabalas. El financiero, más atento á la forma que al fondo, como todos los hombres de cuentas, propuso su plan, que se encaminaba principalmente á hacer el impuesto menos odioso en su exacción, pues apreciando el total de sus rendimientos, los venia á repartir entre todos los pueblos, y dentro de cada pueblo entre todos los gremios de mercaderes y artesanos, de modo que los libraba de la trailla de los sabuesos oficiales, debiendo aquellos entregar la parte que á cada uno correspondía á los recaudadores y tesoreros de la Corona, á quienes se conferia este encargo mediante una gratificación. Más lejos iba Cisneros en su plan, atento, como verdadero hombre de Estado, más al fondo que á la forma de las cosas, pues calculando el rendimiento total del impuesto y los gastos de su exacción, más los sueldos de los oficiales que los tenian asignados sobre aquel (los cuales cobraban tarde y mal), dedujo que, destinados estos oficiales á un servicio activo, y suprimido el importe de la recaudación, podra reducirse á una mitad el impuesto, con lo cual la reforma seria verdaderamente fecunda, aliviando al pueblo y favoreciendo el comercio, la agricultura y las artes, cuyos florecimientos siempre son en bien del Príncipe y de su Hacienda; cuando de lo contrario, es decir, de mantener las alcabalas en la cifra antigua, por mucho cuidado que se pusiese en su recepción, siempre vendría á caerse en los vejámenes y en los fraudes que se querían remediar.

Dio cuenta Cisneros á la Reina del resultado de sus trabajos, y habiendo obtenido la soberana aprobación, lo cual no era difícil de conseguir, pues todas sus grandes distracciones consistían en procurar el bien de sus pueblos, vedándose rigorosamente las frívolas ó livianas disipaciones tan naturales en su sexo, llevó su plan al Consejo de Ministros, como diríamos hoy. Allí encontró su proyecto viva y ardiente oposición, la misma oposición con que tienen que luchar por parte de los que son grandes á la sombra de los abusos, todos los regeneradores de los pueblos y todos los bienhechores de la humanidad. «No hay innovación en los pueblos que no sea peligrosa.» «El hábito lo hace todo en las naciones.» «Castilla está ya acostumbrada á la alcabala y al modo de hacerla efectiva.» «Es arriesgado hacer ricos á los pueblos, porque se hacen emprendedores y atrevidos.» «Una exigencia trae otra, y así no se acaba nunca.» Estos lugares comunes de todas las tiranías, estos rancios axiomas de todas las oligarquías y de todos los despotismos que tienden á sistematizar el embrutecimiento, la degradación, la pobreza y el malestar del pueblo, fueron expuestos en el Consejo por los Grandes, por el Duque de Alba, por el Duque del Infantado, por el Duque de Béjar, por el Señor de la Cueva. Pero aunque Cisneros nada tenía de liberal, como lo prueba el favor que siempre dispensó á la Inquisición, su conducta con los Moros de Granada, su afición al despotismo militar, pues solía decir que un Príncipe debe confiar principalmente en su ejército para asegurarse el respeto y obediencia de sus súbditos [2] y su repugnancia á convocar Córtes, porque creía que la libertad de hablar, especialmente de los agravios propios, hacia al pueblo atrevido é irreverente con sus superiores [3], tenía ideas más claras de Gobierno, nociones más ilustradas de justicia que aquellos Grandes, y podía pasar muy bien por el gran revolucionario de aquellos tiempos, pues se propuso y consiguió, bien que con menos violencia y sangre que en Francia Richelieu, fortificar la Autoridad Real y favorecer al pueblo en contra de aquella nobleza, que pretendía eternizar las pretensiones, abusos é iniquidades de la Edad Media.

La reforma, ó por mejor decir, la casi anulación de las alcabalas fué aprobada, á pesar de la oposición de los Grandes, por la mayoría del Consejo, y con el favor de la generosa Isabel, bien pronto fué ley del Reino. Recibióse en él con alegría suma, y la mayoría de los pueblos pretendió hacer grandes regalos á Cisneros, pero no los quiso admitir, diciendo que el Arzobispo de Toledo era bastante rico de por sí para servir al Estado sin esperanza de provecho, así como no consintió en recibir ninguna de las numerosas Comisiones nombradas para felicitarle, manifestándolas, como súbdito leal, que á quien habían de dirigirse y felicitar era á la Reina, á cuya elevada inteligencia y magnánimo corazón se debia el beneficio, cosa en verdad, que en aquel caso no era una lisonja de cortesano, muy de moda en todos los tiempos.


  1. Tam facile et pronum est Superos contemnere testes
    Si mortalis idem nemo sciat.
    Juvenal; Sátira 13.
  2. Gómez.— De Rebus Gestis, fól. 95.
  3. Id. fól. 194. — Nulla enim re magis populas insolescere, et irreverentiam omnen eshibere, quam cum libertadem loquendi nacti sunt, et pro libidine, mas vulgo jactant querimonia.