El Cardenal Cisneros: 20

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XX.

En 1499 los Reyes Católicos hicieron de nuevo un viaje á Granada para apreciar el estado de aquel Reino y asegurarse mejor la obediencia y respeto de sus naturales. Siguióles en este viaje Cisneros, y alli quedó, como en representación de la autoridad soberana, cuando los Reyes partieron para Sevilla, después de haber expedido en Granada algunas pragmáticas favorables á los Moros, que sólo estimulaban su conversión por medios indirectos, como en la que se prohibia la desheredación de los hijos de Moro que se hubieran convertido al cristianismo y aseguraba á las hembras convertidas una parte de los bienes que al Estado hablan correspondido en la conquista.

Esta conducta de los Reyes Católicos, juntamente con sus instrucciones particulares, marcaban á Cisneros la suya; pero el impetuoso Ministro tanto como fervoroso prelado, deseaba ardientemente consumar en breve tiempo la conversión de los infieles. Aunque el Arzobispo de Toledo iba á seguir otro camino que Talavera, atrajo fácilmente á sus miras al de Granada que, lleno de modestia, lejos de mostrar rivalidad y celos, se consideró honrado por tal ayuda, reconociendo la superioridad de su ilustre compañero. Preséntase como cariosa é instructiva la alianza de estos dos Príncipes de la Iglesia. Eran los dos Arzobispos, ambos hablan sido frailes, ambos confesores de la Reina, notables los dos en saber y en virtud, la del uno acompañada de tal bondad que rayaba en flaqueza, tan severa la del otro que parecía genial desabrimiento; quizás con mayor cultura Talavera, pero también más débil y apocado, por lo cual, aunque Cisneros llegó más tarde á igual elevación, influyó sobre los Reyes y sobre su época de una manera decisiva, dejando impresa su figura con rasgos luminosos y expléndidos, con caracteres varoniles é inmortales, mientras el otro se pierde en la sombra y sólo despierta grandes simpatías á la posteridad al recordar las amarguras que en los últimos dias le hicieron sufrir —á él todo virtud y bondad— la inquisición de Córdoba y el sañudo Lucero que la presidia. Este vario y opuesto destino de ambos prelados, se debe al singular privilegio que siempre tiene el carácter, de que carecía Talavera, de que estaba extraordinariamente dotado Cisneros, que lo es todo en el mundo, que rige y gobierna á las sociedades antes que el talento, la virtud y el valor, los cuales convierte con frecuencia en meros instrumentos, y que, cuando le asisten y acompañan en el grado que á Cisneros, siquiera tenga extravíos y pague tributo á la humana flaqueza, constituyen el génio, lo que podríamos llamar el ideal de hombre de Estado, tan raro en nuestro pais, fértil en imaginaciones y aún en talentos, pero en todos tiempos pobre y menguado de caractéres sostenidos y perseverantes.

Puestos de acuerdo los dos Prelados, ó por mejor decir, imperando única y avasalladora la voluntad de Cisneros, fueron invitados á asistir á una conferencia los morabitos y alfaquis, ó sea los sacerdotes de la secta mahometana. En ella apuró Cisneros los recursos de su elocuencia, que no eran escasos, y las artes de su diplomacia, que eran muchas; les expuso los fundamentos del cristianismo; les hizo ver los errores de su secta, y por último, para disponerlos mejor, les hizo grandes y espléndidos regalos. En religión como en política, y en aquel tiempo como en todos, es la generosidad un gran instrumento de conversiones y obra como milagros aun en aquellos que se conceptúan jefes y corifeos de las sectas, bien que, harta la ambición y ahita la voracidad, reincidan en el error y vuelvan á sus antiguos puntos, murmurando tal vez, con mengua del propio decoro y escándalo déla moral pública:

¿Quis enim salvis, infamia numis?

Prodigiosos fueron los resultados que obtuvo Cisneros de su singular propaganda entre los alfaquis, los cuales vencidos de aquella benignidad, y más, añade Mariana, de lo que les daban, persuadieron á muchos se hicieran cristianos. Los Moros en tropel se convertían, íbamos á decir se resellaban, influidos por el habla vulgar, corriente y bárbara de nuestros dias: no había un alfaqui, de aquellos sabios y elevados doctores que estaban al frente de su Iglesia, y al fin truxo Cisneros á conocimiento del verdadero Dios con halagos, dádivas y caricias, como dice ingénuamente Robles en la vida de nuestro héroe, que no se hiciera cristiano y que no considerara como un deber predicar á los suyos la conversión tan útil y provechosa para su bien asi temporal como eterno. No había tiempo para bautizar personalmente á tanto moro; mil, dos mil, hasta cuatro mil personas se presentaron un dia á demandar las regeneradoras aguas del bautismo, que hubo necesidad de administrar por aspercion, derramando con el hisopo sobre la multitud algunas gotas del agua bendita.

Los resultados que se obtenían superaron la esperanza de todos. El buen Talavera, que caminaba con tanta lentitud en su obra noble y paciente, no era el menos sorprendido. Las gentes gritaban ¡Milagro! El vulgo entonaba cantares en loor á Gisneros, y los Moros convertidos, tan circunspectos y graves de ordinario, tan mustios y silenciosos el dia de la entrega de Granada, aplaudían estrepitosamente al Alfaqui Campanero, que asi apellidaron al Prelado de Toledo por el eterno repique de las campanas que herian con su clamor dia y noche los vientos desde los minaretes de las mezquitas nuevamente consagradas.

Entre tanto, bueno será consignar que el Arzobispo de Toledo, con poseer cuantiosísimas rentas en la diócesis, las dejó empeñadas con su liberalidad sin tasa por no pequeño número de años.