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El cardenal Cisneros/XXXVI

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XXXVI.

Admiración y asombro nos causa toda la vida de Cisneros, los gigantescos pensamientos de su imaginación, la infatigable perseverancia con que los lleva á cabo, la inflexible energia con que domina los obstáculos, su firme independencia, su fervorosa piedad, su ardiente patriotismo. Yes que los hombres cuando se consideran llamados á una misión y no oyen más que la voz de su conciencia y obran impulsados por la fe ó dirigidos por su patriotismo ó dominados por una gran virtud, parece como que son encarnación de la Providencia y que, como ella, obran milagros, y que, como ella, desconocen los intereses mezquinos, que son móviles ordinarios de la vida humana, y que, como ella, en fin, dirigen, conciertan y armonizan todos los sucesos, grandes ó pequeños, al admirable plan que se proponen. Felices las edades, dichosos los pueblos que conocen estos grandes hombres, genios tutelares de la Humanidad, porque con ellos verán la tierra prometida como la vieron los Judíos conducidos por Moisés, ó fundarán un gran imperio con Carlomagno, ó echarán los cimientos de una federación invencible con Washington, ó prepararán la España grandiosa de Cárlos V con Cisneros.

Sin considerar al Cardenal de España con estas cualidades extraordinarias es imposible concebir la expedición de África y la conquista de Oran, que tales son la magnitud ó temeridad de la empresa, los sacrificios que tuvo que hacer, los obstáculos que tuvo que arrollar, los riesgos porque pasó, todo felizmente dominado por su fe y su energía, por su heroismo y su constancia.

De tiempo atrás, á poco de ser Arzobispo, Cisneros acarició la idea de conquistar la Tierra Santa y rescatar el sepulcro de Cristo. Ilustrado por Jerónimo Vianel, sábio extranjero que de antiguo venia figurando en la corte de Castilla y cultivando el trato de Cisneros, consultando crónicas é historias de las Cruzadas, estudiando los planos de los mares y de la tierra de Oriente, el Arzobispo conocía todas las necesidades de esta expedición, y estuvo á punto de realizar, para llevarla á cabo, una inteligencia entre D. Fernando, Rey de Aragón, D. Manuel, Rey de Portugal, y Enrique, Rey de Inglaterra; Albar Gomez de Castro en su biografía y Quintanilla, en uno de los apéndices de la suya, traen el texto de una carta dirigida por el Rey de Portugal á Cisneros, muy lisonjera para este. Yo juntaré muy gustoso — decia D. Manuel, — mis fuerzas con las del Rey D. Fernando, esperando que Dios bendecirá nuestras armas, y que oirá los votos de tan grande Arzobispo, que no tiene cosa alguna tan puesta en su corazón como borrar la secta mahometana y reducir á todos los infieles á que reconozcan á Jesu-Cristo. El celo que yo he hallado en vuestro ánimo para esta expedición es una prueba de que Dios lo desea, y montais más para conmigo que uno de los más poderosos Reyes de la Europa; porque á más del dinero con que ofrecéis contribuir generosamente, y la autoridad que os ha dado vuestro carácter, y aun más vuestra virtud, el designio que tenéis de ir en persona con los Príncipes Confederados, les debe animará esta empresa; porque vuestros consejos serán de grande ayuda, y vuestra presencia como un auspicio del huen suceso de esta guerra, siendo de gran gozo para los Reyes cristianos, si el cielo los hace victoriosos, el recibir de vuestra mano el Cuerpo y Sangre de Jesu-Cristo, sobre el sepulcro del mismo Señor.

La liga entre los Reyes D. Fernando, D. Manuel y D. Enrique se frustró, porque á poco tuvieron lugar las desavenencias de aquel con su yerno D. Felipe, y además queria el Rey Católico conservar su libertad de acción en las cuestiones que á la sazón se agitaban entre el Soberano de Francia y el Papa Julio II. Cisneros entónces, ya que no podia hacer la guerra á los infieles de Tierra Santa , se fijó en África, cuyas costas eran nidos de piratas que se corrían hácia las nuestras del Mediodía, en cuyos pueblos y en cuyos mares hácian continuamente gran número de cautivos.