El Cardenal Cisneros: 54

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LVII.

La situación de Castilla al cabo era próspera y feliz; pero se le aproximaba á toda prisa otro período de prueba. Andaba D. Fernando triste y desesperado: atormentábale la enfermedad que sigue á los viejos, que quieren tener sucesión y no pueden tenerla; enfermedad moral al principio, y luego física é incurable. Habia muerto el único hijo que tuvo de su segunda esposa la Reina Germana, y empeñado en tener sucesión, diéronle los médicos un remedio para avivar su naturaleza agotada por los años y los achaques; pero como estos estímulos forzados, como estas violencias, con la excitación de la fiebre, esconden en sí la ruina y traen más pronto la muerte, D. Fernando cayó peligrosamente enfermo, y ya todos anunciaban su próximo fin. Así agotó más pronto su vida, sin prolongarla y trasmitirla á nueva descendencia. Asi, el profanado lecho de su primera esposa, la santa é inmortal Isabel, era desde que lo ocupaba la Reina Germana su lento suplicio y su infalible muerte. Así, lo que creyó salvación cierta fué perdición segura, y no consiguió dar un heredero á sus Estados de Aragón y Nápoles, aniquilándose poco á poco y expiando duramente la falta cometida; que, aparte de lo que más allá del sepulcro nos puede esperar, los hombres, grandes ó pequeños, Reyes ó súbditos, se forman por si su propia providencia en el tejido ordinario y en el natural desenvolvimiento de la vida. En vano se buscaban esparcimientos y distracciones al abatido espíritu de D. Fernando. En vano en Valladolid se celebraba un magnífico torneo á que asistía el Rey, torneo en el que se presentó como uno de los mantenedores D. Alonso de Mendoza, Conde de la Coruña, que acababa de desposarse con la sobrina del Cardenal, y lució la destreza propia y la magnificencia de su nuevo tio, que, aunque pagó los grandes gastos que hizo con este motivo, le aconsejó ser más mirado en lo venidero. En vano cambiaba de aires, y se dirigía á Burgos, porque allí hubo un momento en que sus médicos le consideraron fuera de todo humano remedio, y de Burgos pasaba á Aranda, y de Aranda se dirigía á Segovia, cuyos aires puros creyó que le salvarían, y luego pasaba á Falencia, en el otoño, porque en parte alguna se encontraba bien, y todo le disgustaba, y de todo se aburría. ¡Ay! Lo mismo ahora que entonces, cuando á un enfermo le llega el momento fatal, la humana ciencia es impotente y se limita á aconsejarle que cambie de aires, que es como si le dijera: busca el sitio de tu sepulcro.

Esta enfermedad era conocida en toda Europa, y el Archiduque Carlos, de acuerdo con su Consejo de Flándes, envió á España á su maestro Adriano, bajo el pretexto de conseguir la aprobación del Rey Fernando para el matrimonio de aquel Príncipe con la hija de Luis XII; pero con la instrucción secreta de que, si aquel llegaba á morir, tomase posesión del reino y lo gobernase interinamente como Regente hasta nueva órden. Llegó á España el Dean, y en la primera audiencia fué recibido con grande honor; pero era demasiado cándido el Dean, y astuto en demasía el viejo agonizante, para que á éste pudiera ocultarse el verdadero objeto de su venida. Nadie mata á su heredero, según la frase del Emperador Romano; es verdad; pero á todos disgusta, singularmente en los solemnes momentos de la agonía, ver muestras de impaciencia y de apresuramiento en los sucesores ó en quienes los representan. Así es que cuando al Rey Fernando dijeron que Adriano deseaba verle segunda vez, contestó ásperamente: «¿qué quiere? ¿viene á saber si yo me muero?» No quiso recibirle aquel dia; y aunque algunos después le vió por consejo de sus Ministros, no le trató con gran benevolencia en aquella entrevista, y le ordenó que se retirase á Guadalupe, que ya le haría llamar cuando el estado de su salud se lo consintiese, nombrándole una guardia, de honor en apariencia, en realidad para espiar todos sus pasos. Por cierto que el Cardenal Cisneros escribió á su invariable amigo Diego Lopez de Ayala, su agente en la Corte, lamentándose de que asi se procediese con persona tan excelente en letras y virtudes, que venia á España á cosas de paz y de bien; añadiendo discretamente en la carta, que asi lo hiciese saber á Adriano sin dar motivo de sospecha.

Esta carta la escribió Cisneros á mediados de Enero de 1516 desde Alcalá, de cuyo punto no queria moverse á pesar de las solicitaciones del Rey, sin duda porque viendo próxima la catástrofe y adivinando que, por ser la más considerable del reino, la Regencia iba á recaer en su persona, no quiso hacerse presente para que no se le tuviese en ningún tiempo como solicitante de este supremo y peligroso honor. En Alcalá recibió á la Reina Germana cuando venia de celebrar las Cortes de Aragón, y la trató con la magnificencia que debia, dando ocasión á la Princesa, que siempre se habia manifestado ávida de diversiones y entretenimientos, á que se entregase á ellos con toda libertad, sin considerar que su marido estaba agonizando lejos de ella y que pronto iba á caer de aquella grandeza en que se hallaba colocada.

Duraron muy poco estos regocijos en Alcalá, pues la Reina Germana recibió noticias de la Corte en que se le decia la verdad sobre el estado desesperado de su marido, y tuvo que marchar precipitadamente para asistir á sus últimos momentos.