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El cardenal Cisneros/LXVII

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LXVII.

A más de los cuidados que daba á Cisneros la situación de España, tenía que atender á las complicaciones de todo linaje que se suscitaban en el extranjero, principalmente en Italia. No es necesario esforzarse para demostrar la importancia que en todos tiempos y sobre todo en aquel, tenía la embajada de Roma para España. Roma que aun en el día hoy, en que el Papado está en su período de oscurecimiento, viene á ser como el centro de gravitacion de la política europea, pesaba en aquella edad de una manera irresistible en los destinos de los pueblos. Veía Cisneros síntomas de inteligencia entre el Rey de Francia y el Pontífice, habia sabido que éste habia concedido á aquel la presentación de las iglesias de su reino y otorgándole permiso para predicar la cruzada, cuando no tenía guerra con infieles, al propio tiempo que la negaba á los Españoles, que en cierto modo la manteníamos constante con ellos en tierra de África y por las aguas del Mediterráneo, de suerte que sobre escribir él directamente á sus agentes en Roma, pedia al Rey, en 6 de Octubre de 1516, que era necesario que le fuese á la mano al Papa, «porque —añadia en su carta— si agora al comienço no le van á la mano podría aver otros mayores inconvenientes.» Rogaba al Rey que eligiese por Embajador á un castellano, porque así, los muchos naturales de Castilla que allí habia, no harían estériles sus esfuerzos, y que se opusiese á que viniera á España, por Nuncio del Papa, un Lorenzo Puch, sobrino del Cardenal del mismo nombre, pues le creía muy poca cosa y la criatura más liviana del mundo. Gracias á las gestiones del Cardenal que, como hemos dicho, se quejó al Papa de que no trataba al Rey D. Cárlos como hijo cuando tales deferencias tenía con el de Francia, al fin se concedió la cruzada para España, si bien exigiendo el Papa previamente que el nuevo Soberano le enviase la obediencia. Cuando Cisneros dio cuenta á la Corte de Flándes del resultado obtenido por sus gestiones, se lamentó de que en Roma hubiera dos Embajadores representando al mismo Soberano, uno por los Estados de España y otro por los de Flándes, y por cierto que en la necesidad de separar á uno de ellos, Cisneros aconsejaba con su cordura habitual que se mantuviese al más antiguo, porque —decía en su carta,— paresce rrezio tiempo hacer mudanza, y quitar sin necesidad al que sabe las cosas.

Tambien Cisneros tenía la vista fija en África, en cuyas costas habia tomado á Argel el corsario Barba-Roja, terror de los cristianos por aquel tiempo. Dispuso que se reuniese una fuerte escuadra, con gran dotación de artillería y con seis ó siete mil infántes para que, á las órdenes de D. Diego de Vera, atacase á Argel y tomase aquella ciudad para España. Desgraciadamente Diego de Vera no se condujo enfrente de Argel con la prudencia que exigía empresa tan arriesgada, pues fiándolo todo al ímpetu de sus soldados, que ya se creyeron dueños de la ciudad cuando vieron franqueadas sus puertas y penetraron por ellas sin miedo ó sin atencion á las asechanzas y ardides de Barba-Roja, se encontró con que sus tropas eran vigorosamente rechazadas y batidas. Recibió Cisneros la infausta noticia, cuando departía con unos amigos sobre materias teológicas, y afectando gran serenidad, cuando en realidad tenía su espíritu muy afectado, sólo interrumpió la conversación para decir estas palabras: Ahora me avisan que nuestro ejército ha sido derrotado en África; España no ha perdido mucho, porque se ha purgado de un gran número de gente perdida y ociosa. Después, al tener Cisneros noticia exacta de lo que había pasado, encargó á sus agentes de Flándes dijeran al Rey que: Lo de Argel fué mucho ménos de lo que quisieron decir, porque presos y muertos no pasan de mill personas y y aquello cabsó la codicia desordenada de la infantería, porque, por atajarlos que no se les fuesen, se dividieron en cuatro partes, lo qual fué cabsa del daño que rrecibieron, que, si se ordenaran y fueran juntos, fácilmente hicieran lo que quisieran. Por cierto que, completando la explicación de esta derrota, hacia una crítica dura del sistema de leva y enganches para formar los ejércitos, sistema que sólo conduce á llenar los cuadros de los batallones con fugitivos y malhechores, con gente vagabunda y perdida, los cuales, valiéndonos de palabras del mismo Cisneros, por doquiera que van hacen mil robos á los pueblos, por lo que el Rey Católico, que tenía mucha experiencia de estos grandes daños é inconvenientes, habia resuelto seguir otro sistema para el reclutamiento del ejército, igual ó parecido al puesto en planta por Cisneros.

Pero la cuestión grave de nuestras relaciones exteriores en aquella época estaba en Francia. Allí se hacían la ilusión de que, por medio de los favoritos franceses que rodeaban al Rey D. Cárlos, conseguirían ganar la Navarra para su favorito de Albret y sustituir con la suya la dominación española de Sicilia y Nápoles. Dejamos dicho cómo frustró sus intentos Cisneros, ganándoles la mano, y derrotando por completo en las quebradas de los Pirineos á los Navarros descontentos y á los Franceses que les auxiliaban. En cuanto á Nápoles y Sicilia, sí Cisneros aumentaba y reforzaba nuestras escuadras, era con esta mira principalmente, y el ejército que Diego de Vera llevó á Argel, tenía orden de dirigirse á Italia, concluida con fortuna aquella diversión. El mantenimiento de Nápoles y Sicilia quitaba el sueño á nuestro Cardenal, continuamente escribía á Flándes para que lo tuvieran en cuenta, recelaba de todos, del Papa, á quien creia inclinado á Francia; de Pedro Navarro, prisionero de los Franceses en la batalla de Rávena y al fin traidor á su pátria; de los Genoveses, entónces muy florecientes y poderosos que suponía nuestros enemigos; enviaba dinero á Flándes para atender á las eventualidades de la guerra, aconsejaba al Emperador Maximiliano, abuelo del Rey de España, que no intentase el sitio de Brescia, que era difícil, y acometiese á Milán, desde donde dominaría fácilmente toda Italia; aconsejaba al Rey que enviase refuerzos á Nápoles y que su alteza no se deve confiar en los franceses avn que haga paz con ellos, porque nunca los franceses la guardaron estándoles otra cosa mejor, y sy alguna paz hazen y es á fin de asegurar, y para poder mejor hazer lo que quieren. Los avisos que recibía Cisneros de todas partes, el sinnúmero de Franceses y Genoveses que con capa de comerciántes recorrían los reinos de Aragón y de Valencia, la fermentación que se observaba en estos puntos, en donde, según decía Cisneros al Rey no quieren obedecer ninguna cosa, ni ay justicia, ni memoria della; y ponense á dezir que sola la persona del rrey han obedecer y no á otro ninguno; y todo aquello está de mala manera, ansy por libertad que dizen que tienen y por sus fueros y privilegios, como por estar tan vecinos á los franceses; las complacencias del Rey de Francia con Pedro Navarro, á propósito de las cuales decía Cisneros que el Rey de Francia quiere tirar la piedra y esconder la mano, los avances que algunos Franceses, en nombre de su Soberano, hicieron á la fidelidad del Virey de Navarra, Duque de Nájera, el cual contestó con fiereza verdaderamente castellana; todos estos hechos, todos estos síntomas, tenían muy alarmado á Cisneros, mucho más cuando le escribían de la Corte de Flándes sus agentes los manejos del Rey de Francia, y que convenía hacerse firme y válida la amistad de Inglaterra, porque alli amaban la casa de Austria tanto como aborrecían á la de Francia, aparte de que no conviniendo que D. Cárlos viniese á España por Francia podía ser que tocase en aquel reino como le ocurrió á su padre una vez embarcado, de modo que según decía el Obispo de Badajoz, la amistad del Rey de Inglaterra ansy por agora como para lo de adelante le paresce al Obispo que seria bien necesaria y provechosa [1]. Las guerras entre España y Francia, que no tardaron en llegar, la empeñada lucha, el prolongado duelo que sostuvieron Cárlos V y Francisco I, los sucesos todos que tuvieron lugar poco después, demuestran la admirable exactitud de las previsiones del Cardenal y la razón de sus desconfianzas.


  1. Archivo de Simancas. — Estado. — Leg. n.º 496, fólios 14 al 18.