El cardenal Cisneros/LXXIV
Hemos concluido. Como biografía está demás nuestro trabajo. Hay otras obras más detalladas y concienzudas, antiguas y modernas, extranjeras y nacionales. Hemos querido, no obstante, delinear rápidamente la gran figura de Cisneros, porque conviene recordar á esta época, menguada en caractéres, estéril en inteligencia, falta de virtud, exhausta de patriotismo, corrompida, estragada y casi con los vicios todos de una decrepitud aterradora, la vida de aquel varón insigne, ilustre por su entereza, por su saber, por su ferviente amor á la pátria, por sus virtudes privadas y públicas, modelo como Prelado, modelo como estadista. Todas las generaciones lo han reverenciado. El tiempo, que todo lo oxida, gasta ó desluce, abrillanta, purifica y engrandece su gloria. Compáranle muchos escritores á Richelieu, también Cardenal, primer Ministro y hombre de Estado; pero aun los Franceses, con una imparcialidad que ahoga los celos y envidias del extraviado patriotismo, convienen en que Cisneros, con ménos poder á veces, lo aventajó en grandeza y en carácter, en abnegación y en virtud. El Santo Cardenal lo llamaban en su tiempo, y así lo han llamado también generaciones sucesivas. En diferentes épocas los Reyes de España han provocado el expediente de su beatificación. Nada se ha conseguido hasta el dia. La Iglesia, que tiene rosas de oro para la virtud dudosa que se la somete como esclava, tal vez vacila en santificar la virtud más pura y espléndida de nuestra pátria, porque recuerda que nunca abdicó de su independencia en cosas del Estado. Cisneros, pues, no llegará á figurar en el santoral de la Iglesia, pero brillará eternamente en los anales de la historia y en el agradecido pensamiento de los pueblos. Escritores insignes de uno y otro continente, españoles y extranjeros, lo han inmortalizado con su pluma. Osténtase su retrato como un trofeo en el paraninfo de la primera Universidad de España; la Academia de la Historia pronuncia su elogio de tiempo en tiempo, y no hace aún muchos años, en 1857, ilustres sábios, grandes magnates, corporaciones literarias, populares y eclesiásticas, acudian á Alcalá para asistir á una solemne y piadosa ceremonia en honra de nuestro héroe. Tratábase de trasladar los restos mortales de nuestro gran hombre al rico mausoleo, al magnífico enterramiento de mármol que se le construyó en la iglesia magistral de su ciudad querida, en la célebre y antiquísima Alcalá de Henares, que no ha sido ciertamente ingrata con su protector de otros tiempos, porque recibe con respeto su memoria de las generaciones que se van y la trasmite con entusiasmo á las generaciones que vienen.