El Criticón (Tercera parte)/Preliminares

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A DON LORENZO FRANCÉS DE URRITIGOYTI

Dignísimo Deán de la Santa Iglesia de Sigüenza

Esta Tercera Parte del discurso de la vida humana, que retrata la vejez, ¿a quién mejor la pudiera yo dirigir que a un señor anciano tan grave, entendido y prudente? Y está tan lejos de ser inadvertencia esta dirección, que blasona de industrioso obsequio. Mucho ha que comenzó v.m. a lograr madureces. Suelen alterarse los tiempos y entrarse unos en la jurisdicción de los otros: el otoño se muda en invierno, y la primavera usurpa porción del estío. Así, en algunos, la vejez se suele adelantar y tomar gran parte de la varonil, y ésta de la mocedad.

Describe este último de mis Críticos una sazonada vejez sin decrepitud, copiada de la perfecta de v.m. Ésta es la idea de prendas autorizadas bien conocidas, no bastantemente estimadas. Mas desconfiando mi pluma de poder sacar el cumplido retrato de las muchas partes, de los heroicos talentos que en v.m. depositaron con emulación la naturaleza favorable y la industria diligente, he determinado valerme de la traza de aquel ingenioso pintor que, empeñado en retratar una perfección a todas luces grande y viendo que los mayores esfuerzos del pincel no alcanzaban a poderla copiar toda junta con los cuatro perfiles (pues si la pintaba del un lado se perdían las perfecciones de los otros), discurrió modo cómo poder expresarla enteramente. Pintó, pues, el aspecto con la debida valentía, y fingió a las espaldas una clara fuente en cuyos cristalinos reflejos se veía la otra parte contraria con toda su graciosa gentileza; puso al un lado un grande y lucido espejo en cuyos fondos se lograba el perfil de la mano derecha, y al otro un brillante coselete donde se representaba el de la izquierda. Y con tan bella invención pudo ofrecer a la vista todo aquel relevante agregado de bellezas; que tal vez la grandeza del objeto suele adelantar la valentía del concepto.

Así yo, por no perder perfecciones, por no malograr realces, y tantos como en v.m. admiro (unos propios, otros ajenos, aunque ninguno extranjero), después de haber copiado lo virtuoso, lo prudente, lo docto, lo entendido, lo apacible, lo generoso, lo plausible, lo noble, lo ilustre que en v. m. luce y no se afecta, quiero carearle con una no fingida, sino verdadera fuente de sus esclarecidos padres, el señor Martín Francés, ornamento de su casa, esplendor de esta imperial ciudad de Zaragoza por su virtud, generosidad, cordura y capacidad, que todo en él fue grande, y de una madre ejemplo de christianas y nobles matronas, cuya bondad se conoció bien en el fruto que dio de tantos y tan insignes hijos, que pudo con más razón decir lo que la otra romana: Mis galas, mis joyas, mis arreos, son mis hijos.

Pondré luego al lado derecho, no un espejo sólo, sino cuatro, de cuatro hermanos dedicados todos a Dios en las más ilustres iglesias catedrales de España: el ilustrísimo señor don Diego Francés, obispo de Barbastro, espejo de ilustrísimos prelados en lo santo de su vida, en lo vigilante de su celo, en lo docto de sus estampados escritos y en lo caritativo de sus muchas limosnas; sea el segundo el señor arcipreste de Valpuesta, en la santa iglesia de Burgos, espejo también de prebendados, ya en la cátedra, ya en el púlpito, ya en la silla, asistiendo con ejemplar puntualidad al divino culto sin perdonar día, no perdonándole sus achaques una hora de alivio; el tercero (que pudiera ser primero) es el señor arcediano de Zaragoza, aquel gran bienhechor de todos, de nobles con consejos, de pobres con limosnas y asistencias de regidor mayor del Hospital General, de eclasiásticos con ejemplos, de sabios con libros que publican las prensas, con las suntuosas iglesias que les ha erigido, con capillas que ha ilustrado y fundado, nacido al fin para bien de todos, y de todas maneras venerable; sea corona religiosa el muy reverendo padre fray Tomás Francés, antorcha brillante de la religión seráfica, esparciendo rayos, ya de su mucha doctrina en los púlpitos (de que dan testimonio dos Cuaresmas, que predicó en este Hospital Real de Zaragoza, palenque de los mayores talentos), ya de su mucha teología en tantos años de cátedra, ya de su erudición en sus impresos libros, ya de su prudencia en los cargos y prelacias que ha obtenido, y secretario que fue de dos generales de su orden, doblada prueba de sus muchos méritos.

Al otro lado fijaré un coselete de otros tres hermanos seglares, nobles caballeros: don Martín y don Marcial y don Pablo, que también supieron hermanar lo lucido con lo christiano. Ni son menos de ver los lejos de sobrinos canónigos y seglares caballeros. Pero lo que yo más suelo celebrar es que todos, por lo christiano y por lo caballeroso, han sido los más plausibles héroes de su patria y de su siglo.

Con esto queda coronado el retrato de blasones y de prendas, que todas van a parar en v. m. como en su primer centro, a quien el cielo lo espere y prospere.

De v. m. su más afecto estimador,
LORENÇO GRACIÁN


CENSURA

Del P. Predicador Esteban Sanz

Este libro intitulado el Criticón, Tercera parte, que ha compuesto Lorenzo Gracián y v. m. me remite para la censura, he visto con particular atención y hallo que se exime de toda por el concepto grande que tiene adquirido el autor en la estimación de los más doctos con sus ingeniosos escritos, que son el Héroe, el Político, el Discreto, el Arte de Ingenio, la Primera y Segunda parte del Criticón y ésta, que es la Tercera, en que se excede a sí mismo en las metáforas, símiles, ejemplos, transformaciones, moralidades y alusiones de que usa diestramente para la reprehensión de los vicios y séquito de la virtud, objeto a que se dirigen las doce Crisis que construyen la primorosa fábrica deste cuerpo escrito, en quien soñando diestramente, deleita con dulzura, imitando al médico perito que, no pudiendo con remedios agrios restituir la sanidad al enfermo, recurre a los dulces para atraer con lo suave a la ejecución de lo útil: tal vez vale el arte donde la fuerza no vale. En fin, es tanto el acierto con que escribe, que cada letra parece un parto estudioso de su mayor atención, con que se asegura de lapso culpable en la enseñanza christiana. Y así le juzgo por digno de la licencia que pide, salvo, etc.

En este Convento de la Vitoria de Madrid, en 6 de mayo de 1657
Firmado: Estevan Sanz



Nos el Doct. D. Pedro Fernández de Parga y Gayoso, Canónigo Lectoral de la S. Iglesia Apostólica Metropolitana de Santiago y Vicario desta Villa de Madrid y su partido, etc., por la presente y por lo que a Nos toca, damos licencia para que se imprima y venda un libro intitulado Tercera Parte del Criticón, compuesto por Lorenzo Gracián, atento que de la censura del P. F. Estevan Sánchez, a quien le remitimos, parece que no contiene cosa contra nuestra santa fe católica y buenas costumbres.

Dado en Madrid, a 5 de mayo de 1657
Doctor Parga. Por su mandado, Juan Baptista Bravo



APROBACIÓN

Del P. Alonso Muñoz de Otalora, de los Clérigos Menores, calificador de la Suprema Inquisición

La Tercer Parte del Criticón, de Lorenzo Gracián, hermoso remate de esta obra y aseado aliño de su ingenio, he visto de orden de V. A., y aunque el nombre del autor bastaba para su crédito, hallo que la mayor calificación es lo que en ella enseña, graduando las edades y dando lo que toca a los tiernos años, a la lozana juventud, a la varonil bizarría, a la soberanía del imperio, y en ésta la madurez en el pensar, el peso en el hablar, lo grave en el discurrir y lo sentencioso en el razonar; pues en disfraces curiosos aplaude la virtud, condena el vicio, da lugar a la verdad, destierra el engaño, favorece el desinterés, reprehende la lisonja, y dando lucido principio a la vida, la esmalta peregrinamente con el feliz suceso que pone a la muerte, comprehendiendo la variedad del hombre desde el nacer al morir. Y como los siglos hacen hermanarse los fines con los principios, sin quitar la dicha del nacer le dio por la inmortalidad la gloria al morir, conformándose a la inconstancia que goza la carrera del siglo en que tiene su duración. Y con ser doce los capítulos, parece se ciñen todos a la sentencia de Séneca en el libro 5 de Benefic., cap. 8: Ut in orbe ac pila nil [imum est], nil summum, nil extremum, nil primum quia motu ordo mutatur et quae sequebantur praecedunt et quae occidebant oriuntur, omnia, quomo do ier[u]nt dunque, in idem revertuntur, ita in homine existima fieri; cum illum in multa nutaveris [unus] est. (En este globo del mundo no hay extremo ni primero, ínfimo ni supremo, porque el movimiento desta rueda todo lo baña, haciendo que el que era último preceda, y el que precedía se siga; que a quien dichosamente había soplado la fortuna hasta ponerle en la punta de la luna, a su mudanza caiga, y el que se veía caído suba hasta encumbrarse en el trono más realzado; que las cosas que iban a morir vuelvan a renacer, y las que estaban en el oriente, sin imaginar se topen en el ocaso; y aunque al hombre le veas vestirse desta variedad de colores que le hacen diverso a la vista, como desigual a la estimación, siempre es uno.)

Y así, en metáforas curiosamente disfrazadas, da a entender esta verdad el autor, con que dulcemente dispone para abrazarla, sin que pueda el presumido desvanecerse en la cumbre, ni el humilde desconsolarse en el valle, pues la rueda de la Fortuna, haciéndose deschasco a la del tiempo, en cuya variedad no hay cosa estable, ya hace al primero último, ya el último es primero. Y aun al galardonar, cuando el premio parece se había de aventajar según el mayor o menor realce del mérito, el más prudente padre de familias, el gobernador más sabio, el legislador más recto, el juez más desinteresado (al cap. 20 de San Mateo), a los primeros hace postreros, y a los postreros, primeros: Et erunt novissimi primi, et primi novissimi. Y así, en las metáforas ingeniosas y en los disfraces curiosos de los capítulos y lo que en ellos se discurre, hallará el curioso cómo se ha de gobernar para ni desvanecerse en el trono ni desconsolarse en lo bajo, porque aquel oriente tiene ocaso, y este ocaso suele parar en oriente. Y aunque se queda siempre hombre, el movimiento desta rueda trae estos vaivenes, con que el que pretende fijar el clavo a su fortuna felizmente aquí verá alicionado cómo (siendo esto cierto en lo humano), poniendo la vista más alta, podrá pasar de un oriente a otro sin dar en el abismo del ocaso; pues infundiéndole una alma inmortal en el gozo de la bienaventuranza, la puede hacer eterna en felicidades. Y así, el interés de imprimirse es grande para nivelar las acciones ajustadamente a la razón y asegurar el puerto en la mayor borrasca, que es el principal intento de nuestra santa fe, y muy conforme a ella lo que se discurre en los capítulos. Así lo siento.

En nuestra Casa del Espíritu Santo, de los Clérigos Menores,
a 10 de junio de 1657.
Alonso Muñoz de Otalora


SUMA DE PRIVILEGIO Y TASA

Tiene privilegio Francisco Lamberto, mercader de libros, para imprimir las Obras de Lorenzo Gracián, como más largamente consta de su original. Y le tasaron los señores del Consejo a cuatro maravedís cada pliego. Despachado en el oficio de Pedro Hurtiz de Ipiña.




ERRATAS

Este libro intitulado Parte Tercera del Criticón, en el invierno de la vejez, etc., con estas erratas, corresponde con su original.

Madrid, 30 julio de mil y seiscientos y cincuenta y siete
Lic. D. Carlos Murcia de la Llana


AL QUE LEYERE

A los grandes hombres nada les satisface sino lo mucho; por eso no depreco yo lectores grandes, convido sólo al benigno y gustoso, y le presento este tratado de la senectud con particular novedad. Nadie censura que las cosas no se hagan, pero sí que no se hagan bien; pocos dicen por qué no se hizo esto o aquello, pero sí por qué se ha hecho mal. Confieso que hubiera sido mayor acierto el no emprender esta obra, pero no lo fuera ya el no acabarla: eche el sello esta tercera parte a las otras.

Muchos borrones toparás, sí lo quisieres acertar: haz de todos uno. Para su enmienda te dejo las márgenes desembarazadas, que suelo yo decir que se introdujeron para que el sabio letor las vaya llenando de lo que olvidó o no supo el autor, para que corrija él lo que erró éste. Sola una cosa quisiera que me estimases, y sea el haber procurado observar en esta obra aquel magistral precepto de Horacio, en su inmortal Arte de todo discurrir, que dice: Denique sit quod vis simplex dumtaxat et unum. Cualquier empleo del discurso y la invención, sea lo que quisieres, o épica o cómica u oratoria, se ha de procurar que sea una, que haga un cuerpo, y no cada cosa de por sí, que vaya unida, haciendo un todo perfecto. También he atendido en esta tercera parte huir del ordinario tope de los más autores, cuyas primeras partes suelen ser buenas, las segundas ya flaquean, y las terceras de todo punto descaecen. Yo he afectado lo contrario, no sé si lo habré conseguido: que la segunda fuese menos mala que la primera, y esta tercera que la segunda.

Dijo un grande lector de una obra grande que sólo le hallaba una falta, y era el no ser o tan breve que se pudiera tomar de memoria, o tan larga que nunca se acabara de leer: si no se me permitiere lo último por lo eminente, sea por lo cansado y prolijo. Otras más breves obras te ofrezco, y aunque no puedo lo que franqueaba a sus apasionados el erudito humanista y insigne jurisperito Tiraquelo sí aquello de un librillo en cada un año redituará mi agradecimiento.

—Vale.