El Discreto/Realce XXV
Realce XXV
Culta repartición de la vida de un discreto
[editar]Mide su vida el sabio[1] como el que ha de vivir poco y mucho. La vida sin estancias es camino largo sin mesones, pues ¡qué, si se ha de pasar en compañía de Heráclito![2] La misma naturaleza, atenta, proporcionó el vivir del hombre con el caminar del sol, las estaciones del año con las de la vida, y los cuatro tiempos de aquél con las cuatro edades de esta.[3] Comienza la primavera en la niñez alegre, tiernas flores en esperanzas frágiles. Síguese el estío caluroso y destemplado de la mocedad, de todas maneras peligroso, por lo ardiente de la sangre y tempestuoso de las pasiones. Entra después el deseado otoño de la varonil edad, coronado de sazonados frutos, en dictámenes, en sentencias y en aciertos. Acaba con todo el invierno helado de la vejez: cáense las hojas de los bríos, blanquea la nieve de las canas, hiélanse los arroyos de las venas, todo se desnuda de dientes y de cabellos, y tiembla la vida de su cercana muerte. De esta suerte alternó la naturaleza las edades y los tiempos.
Emula el arte, intenta repartir la moral vida ingeniosamente varia. En una palabra la dijo Pitágoras y aun menos, pues en una sola letra y en sus dos ramos cifró los dos caminos tan opuestos del mal y del bien. A este arriesgado bivio dicen que llegó Alcides al amanecer, que la razón es aurora, y aquí fue su común perplejidad. Miraba el de la diestra con horror, y con afición el de la siniestra. Estrecho aquel y dificultoso, al fin cuesta arriba, y por el consiguiente desandado; espacioso este y fácil, tan cuesta abajo cuan trillado. Paró aquí, reparando, cuando superior mano le guió impulsiva por el camino de la virtud al paradero de heroicidad.[4]
Donosamente discurrió uno, y dulcemente lo cantó otro, el Falcón[5] que se convirtió en cisne: «Diéronle al hombre treinta años suyos para gozarse y gozar, veinte después prestados del jumento para trabajar, otros tantos del perro para ladrar y veinte últimos de la mona para caducar». Excelentísima ficción de la verdad.
Mas, ahorrando de erudita prolijidad, célebre gusto fue el de aquel varón galante que repartió la comedia en tres jornadas y el viaje de su vida en tres estaciones.[6] La primera empleó en hablar con los muertos. La segunda, con los vivos. La tercera, consigo mismo. Descifremos el enigma. Digo que el primer tercio de su vida destinó a los libros; leyó, que fue más fruición que ocupación; que si tanto es uno más hombre cuanto más sabe, el más noble empleo será el aprender; devoró libros, pasto del alma, delicias del espíritu. ¡Gran felicidad, topar con los selectos en cada materia! Aprendió todas las artes dignas de un noble ingenio, a distinción de aquellas que son para esclavas del trabajo.
Prevínose para ellas con una tan precisa cuanto enfadosa cognición[7] de lenguas: las dos universales, latina y española, que hoy son las llaves del mundo; y las singulares, griega, italiana, francesa, inglesa y alemana, para poder lograr lo mucho y bueno que se eterniza en ellas.
Entregose luego a aquella gran madre de la vida, esposa del entendimiento e hija de la experiencia, la plausible Historia, la que más deleita y la que más enseña. Comenzó por las antiguas, acabó por las modernas, aunque otros practiquen lo contrario. No perdonó a las propias ni a las extranjeras, sagradas y profanas, con elección y estimación de los autores, con distinción de los tiempos, eras, centurias y siglos; comprensión grande de las monarquías, repúblicas, imperios, con sus aumentos, declinaciones y mudanzas; el número, orden y calidades de sus príncipes; sus hechos en paz y en guerra. Y esto con tan feliz memoria, que parecía un capacísimo teatro de la antigüedad presente.
Paseó los deliciosísimos jardines de la Poesía, no tanto para usarla cuanto para gozarla, que es ventaja y aun decencia; con todo eso, ni fue tan ignorante que no supiese hacer un verso, ni tan inconsiderado que hiciese dos.[8] Leyó todos los verdaderos poetas, adelantando mucho el ingenio con sus dichos y el juicio con sus sentencias, y entre todos dedicó el seno al profundo Horacio y la mano al agudo Marcial, que fue darle la palma, entregándolos todos a la memoria y más al entendimiento. Con la Poesía juntó la gustosa Humanidad, y por renombre las Buenas Letras, atesorando una relevante erudición.
Pasó a la Filosofía y, comenzando por la Natural, alcanzó las causas de las cosas, la composición del universo, el artificioso ser del hombre, las propiedades de los animales, las virtudes de las hierbas y las calidades de las piedras preciosas. Gustó más de la Moral, pasto de muy hombres, para dar vida a la prudencia, y estudiola en los sabios y filósofos, que nos la vincularon en sentencias, apotegmas, emblemas, sátiras y apólogos. Gran discípulo de Séneca, que pudiera ser Lucilio;[9] apasionado de Platón, como divino; de los Siete de la Fama, de Epicteto y de Plutarco, no despreciando al útil y donoso Esopo.
Supo con magisterio la Cosmografía, la Material y la Formal, midiendo las tierras y los mares, distinguiendo los parajes y los climas; las cuatro partes hoy del universo,[10] y en ellas las provincias y naciones, los reinos y repúblicas, ya para saberlo, ya para hablarlo, y no ser de aquellos tan vulgares, o por ignorantes o por dejados, que jamás supieron dónde tenían los pies. De la Astrología supo lo que permite la cordura. Reconoció los celestes orbes, notó sus varios movimientos, numeró sus astros y planetas, observando sus influencias y efectos.
Coronó su plática[11] estudiosidad con una continua grave lección de la Sagrada Escritura, la más provechosa, varia y agradable al buen gusto y al ejemplo de aquel fénix de reyes, don Alfonso el Magnánimo,[12] que pasó de cabo a cabo la Biblia catorce veces con comento, en medio de tantos y tan heroicos empleos.
Consiguió con esto una noticiosa universalidad, de suerte que la Filosofía Moral le hizo prudente; la Natural, sabio; la Historia, avisado; la Poesía, ingenioso; la Retórica, elocuente; la Humanidad, discreto; la Cosmografía, noticioso; la Sagrada Lición,[13] pío; y todo él en todo género de buenas letras, consumado, que pudiera competir con el Excelentísimo Señor don Sebastián de Mendoza, Conde de Coruña.[14] Este fue el grande y primer acto de su vida.
Empleó el segundo en peregrinar, que fue gustoso peregrino; segunda felicidad para un hombre de curiosidad y buena nota.[15] Buscó y gozó de todo lo bueno, y lo mejor del mundo, que quien no ve las cosas no goza enteramente de ellas; va mucho de lo visto a lo imaginado; más gusta de los objetos el que los ve una vez, que el que muchas, porque aquella se goza, y las demás enfadan; consérvase en aquellas primicias el gusto sin que las roce la continuidad; el primer día es una cosa para el gusto de su dueño, todos los demás para el de los extraños.
Adquiérese aquella ciencia experimental, tan estimada de los sabios, especialmente cuando el que registra atiende y sabe reparar, examinándolo todo o con admiración o con desengaño.
Trasegó, pues, todo el universo, y paseó todas sus políticas provincias: la rica España, la numerosa[16] Francia, la hermosa Inglaterra, la artificiosa Alemania, la valerosa Polonia, la amena Moscovia y todo junto en Italia. Admiró sus más célebres emporios, solicitando en cada ciudad todo lo notable, así antiguo como moderno; lo magnífico de sus templos, lo suntuoso de sus edificios, lo acertado de su gobierno, lo entendido de sus ciudadanos, lo lucido de su nobleza, lo docto de sus escuelas y lo culto de su trato.
Frecuentó las cortes de los mayores príncipes, logrando en ellas todo género de prodigios de la naturaleza y del arte en pinturas, estatuas, tapicerías, librerías, [17]joyas, armas, jardines y museos.
Comunicó con los primeros y mayores hombres del mundo, eminentes ya en letras, ya en valor, ya en las artes, estimando toda eminencia; y todo esto con una juiciosa comprehensión notando, censurando, cotejando y dando a cada cosa su merecido aprecio.
La tercera jornada de tan bello vivir, la mayor y la mejor, empleó en meditar lo mucho que había leído y lo más que había visto. Todo cuanto entra por las puertas de los sentidos en este emporio del alma va a parar a la aduana del entendimiento; allí se registra todo. Él pondera, juzga, discurre, infiere y va sacando quintas esencias de verdades. Traga primero leyendo, devora viendo, rumia[18] después meditando, desmenuza los objetos, desentraña las cosas, averiguando las verdades, y aliméntase el espíritu de la verdadera sabiduría.
Es destinada la madura edad para la contemplación, que entonces cobra más fuerzas el alma cuando las pierde el cuerpo; reálzase la balanza de la parte superior lo que descaece la inferior. Hácese muy diferente concepto de las cosas, y con la madurez de la edad se sazonan los discursos y los afectos.
Importa mucho la prudente reflexión sobre las cosas, porque lo que de primera instancia se pasó de vuelo, después se alcanza a la revista.
Hace noticiosos el ver, pero el contemplar hace sabios. Peregrinaron todos aquellos antiguos filósofos discurriendo primero con los pies y con la vista, para discurrir después con la inteligencia, con la cual fueron tan raros. Es corona de la discreción el saber filosofar, sacando de todo, como solícita abeja, o la miel del gustoso provecho o la cera para la luz del desengaño.
La misma Filosofía no es otro que meditación de la muerte, que es menester meditarla muchas veces antes, para acertarla hacer bien una sola después.