El Fénix
A un poeta
«¿De qué me sirve el fulgoroso manto
que oriental pedrería descolora,
y el canto que supera todo canto?
¿Qué vale que la turba voladora
rey me pregone, cuando el pecho mío
la sed en vano del amor devora?
De mi grandeza en el fatal vacío,
si amor demanda el corazón sediento,
le dan loores y respeto frío.
Bien mi beldad, y mi divino acento,
y del éter inmenso el principado,
con mi perpetua soledad descuento:
¡Por qué a mi solo me ha cabido el hado
de no tener igual ni semejante!
único de mi especie fui creado.
Nunca veré a mi lado esposa amante
que el cetro alegre que llorando rijo,
y mi desierta majestad encante:
hijo o padre jamás nadie me dijo;
ningún afecto mi vivir suaviza,
que yo soy de mí mismo padre e hijo.
Y el don de renacer de mi ceniza,
cuando entre llamas aromosas ardo,
mi soledad y penas eterniza.
Mi ser renueva de la Muerte el dardo:
los siglas pasarán en lenta huida,
mas yo mi fin ni en el postrero aguardo:
se matan otros, y acabó su vida;
yo, aunque la vida sin cesar me quito,
renazco siempre, perennal suicida.
¡Por qué a vulgares aves ¡ay! no imito
en amar a la amante compañera,
y en propagarse en número infinito!
Mas ya que solo me creó, siquiera
el crudo cielo que feroz me agravia
morir, cual las demás, me concediera!
En los desiertos de la ardiente Arabia
así el Ave inmortal en quejas vierte
su antigua pena y dolorosa rabia:
¡Oh vate! la del Fénix es tu suerte:
nadie te ayuda a consumir la taza
de un dolor más amargo que la muerte.
Con ninguno amistad o amor te enlaza;
tú vives solitario eternamente,
cual si el único fueras de tu raza.
Y en vano te devora el ansia ardiente
de amar y ser amado, a pecho humano
tan sólo inspiras miedo reverente.
Y tu celeste voz alzas en vano:
tu dulce canto, de tristeza lleno,
nadie comprende, cual idioma arcano.
Todos te ven como a la tierra ajeno;
ningún mortal a tu nivel levantas;
tú ofreces el amante seno,
y humildes ellos caen a tus plantas.
(1862)