El Marqués de Mantua/Acto I

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Elenco
El Marqués de Mantua
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen REYNALDOS y ROLDÁN, OLIVEROS y DURANDARTE, CARLOTO y RODULFO, BALDOVINOS y el EMPERADOR.
EMPERADOR:

  ¿Tan cerca viene de aquí?

BALDOVINOS:

Ya, señor, dicen que llega.

REYNALDOS:

¿Que es tan bella?

RODULFO:

Siempre oí
que no fue Elena la griega
más bella.

REYNALDOS:

Créolo ansí,
que es discreto el desposado,
y pudiera haber hallado
dama su igual y cristiana.

OLIVEROS:

Es en linaje africana.

DURANDARTE:

Buen casamiento.

OLIVEROS:

Acertado.

CARLOTO:

  ¡Que un hijo del rey de Dacia
se case con una mora!

RODULFO:

¿Eso te espanta y desgracia?
Si Baldovinos la adora
por su hermoso talle y gracia.

CARLOTO:

Deseo ver su hermosura.

RODULFO:

Dicen que es sin par criatura
en cuya rara belleza
mostró la naturaleza
que imitar a Dios procura.

CARLOTO:

  ¿Siendo mora, decís vos
que a Dios imita?

RODULFO:

Es mostrar
que fue concierto en los dos,
que a Dios viniese a imitar
quien ha de seguir a Dios.

CARLOTO:

¿Viene impuesta en nuestra fe?

RODULFO:

Razón será que lo esté
en todo su catecismo,
pues hoy le dan el bautismo
porque hoy la mano le dé.

REYNALDOS:

  Tracemos alguna fiesta.

ROLDÁN:

Eso imaginando estaba,
pues hay mocedad dispuesta.

CARLOTO:

Pues primos, ¿qué se trataba?

ROLDÁN:

Fiestas.

CARLOTO:

Hiciera una apuesta.
¿Es torneo?

ROLDÁN:

No, más breve
y que menos gasto lleve.

CARLOTO:

Llamad a Oliveros.

ROLDÁN:

¡Hola!

OLIVEROS:

¿Qué hay de fiestas?

ROLDÁN:

Una sola,
por lo que al deudo se debe.

RODULFO:

  ¿No tendremos todos parte?

REYNALDOS:

¿Y permitís que se duerma
en las fiestas Durandarte?

ROLDÁN:

Pensando estará en Belerma.

DURANDARTE:

Solo me dejáis y aparte.
¿Soy, por dicha, el desposado
o habeisme acaso dejado
a solas por sospechoso
deste murmurar sabroso?

ROLDÁN:

No, sino por elevado.
  ¿Qué fiesta, Delfín, te agrada?

CARLOTO:

No siendo justa o torneo,
haced una encamisada.

ROLDÁN:

Ya esta noche la deseo.

OLIVEROS:

Tras el sarao estremada.

ROLDÁN:

Seamos los cuadrilleros
los cuatro, amigo Oliveros.

OLIVEROS:

¿Y bastan para esta vez
cuatro cuadrillas de a diez
y cuarenta caballeros?

CARLOTO:

  No, todos seis lo seamos,
y ansí sesenta seremos.

DURANDARTE:

Bien dice.

ROLDÁN:

Pues escojamos.

REYNALDOS:

Primero lugar os demos.

ROLDÁN:

Yo escojo.

REYNALDOS:

Decid, veamos.

ROLDÁN:

Ricardo, Dudón, Urgel,
Merián y Pinabel,
Montesinos y Borbón,
Duque Astolfo y Galalón.

CARLOTO:

Buen fin.

ROLDÁN:

Todos como él.

OLIVEROS:

  Carloto escoja.

CARLOTO:

A Guarinos,
al de Mantua, a Baldovinos,
a Brandimarte, a Grimaldo,
y con Florisel y Arnaldo,
al Duque de Aste y Celinos.

DURANDARTE:

  Buenos son.

RODULFO:

Yo escojo Alberto,
Bebiano, Dagoberto,
a Reynero y a Dardín,
a don Beltrán y Armelín,
y con Ardenio a Roberto.

REYNALDOS:

  ¿A quién escoge Oliveros?

OLIVEROS:

A Enrico, a León, a Gaiferos,
al de Orliens, al de Lení,
Narbón, Auger, Malgesí.

REYNALDOS:

Estremados caballeros.

DURANDARTE:

  ¿Y Reynaldos?

REYNALDOS:

A Bruneto,
Floridante, Sansoneto,
al Conde Dirlos, a Almonte,
al señor de Bracamonte,
Tibalte, Naimo, y Turqueto.

DURANDARTE:

  Bravos hombres.

REYNALDOS:

Arrogantes.

DURANDARTE:

Yo al conde de Foix, a Orbantes
al padrino de las bodas,
a Orfel, al maestre de Rodas,
y cuatro hermanos gigantes.

ROLDÁN:

  ¿Qué colores?

REYNALDOS:

De mi voto
lleve encarnado Carloto.

CARLOTO:

Con blanco será de fama,
que es casta y cruel mi dama.

ROLDÁN:

Pues yo blanco, y negro acoto,
  que es la color de don Alda.

DURANDARTE:

Yo por Belerma lo verde.

ROLDÁN:

Buena librea, sacalda
y por si lo verde pierde
en tela de oro aforralda.

OLIVEROS:

Yo azul y nácar aceto.

ROLDÁN:

¿Hay celos?

OLIVEROS:

Hasta el efeto
casi estoy desesperado.

RODULFO:

Yo quiero sacar morado
con blanco.

DURANDARTE:

Amador perfeto.

REYNALDOS:

  Yo con leonado y pajizo
iré, pues todos lo dejan.

ROLDÁN:

Elección discreta hizo.

REYNALDOS:

Congojas y ansias me aquejan
de un ángel, divino hechizo.

DURANDARTE:

Sacar la seda se ordene.

BALDOVINOS:

Ya, señor, mi esposa viene.

EMPERADOR:

Bien es que un emperador
vaya a dar debido honor
a quien tal esposo tiene.
(Salen seis MOROS con seis lanzas, adargas, borceguíes y acicates, y detrás SEVILLA mora, que traiga de la mano el MARQUÉS DE MANTUA.)
  Dadme, Sevilla, los brazos.

SEVILLA:

De vuestros pies no soy digna,
cuanto más de esos brazos.

(Salen DON ALDA y BELERMA.)
BALDOVINOS:

Aquí viene la madrina.

REYNALDOS:

Roldán.

ROLDÁN:

¿Qué?

REYNALDOS:

Bravos morazos.

ROLDÁN:

  Comiéndome estoy las manos.

DON ALDA:

¡Oh, Infanta!

BALDOVINOS:

Tío, enseñalda.

MARQUÉS DE MANTUA:

Dalde esos brazos humanos
a la señora don Alda
que entre moros y cristianos
es famosa por Roldán.
{{Pt|SEVILLA:|
Con razón tal nombre os dan.

MARQUÉS DE MANTUA:

Belerma viene con ella.

SEVILLA:

Abrazadme, prima bella.

MORO 1.º:

Suspenso estoy, Otomán.

MORO 2.º:

  ¿Es de ver a Roldán?

MORO 1.º:

Sí.

ROLDÁN:

¡Que se vengan estos galgos
con estas lanzas aquí!

MORO 2.º:

¿Qué dice?

MORO 1.º:

Llámaos hidalgos

SEVILLA:

¿Quién son estos?

MARQUÉS DE MANTUA:

Oye.

SEVILLA:

Di.

MARQUÉS DE MANTUA:

Roldán es aquel.

SEVILLA:

Es Marte.

MARQUÉS DE MANTUA:

Carloto, el de aquella parte,
hijo del Emperador.

SEVILLA:

Bien lo muestra su valor.
¿Y aquel galán?

MARQUÉS DE MANTUA:

Durandarte.
  Rodulfo es aquel.

SEVILLA:

¿Quién es?

MARQUÉS DE MANTUA:

De Carloto hermano, Infante;
y este Reynaldos, Marqués
de Montalbán, arrogante
de ver moros a sus pies.
Aquel mozo es Oliveros.

EMPERADOR:

No hay que aguardar, caballeros,
partamos a San Dionís.

MARQUÉS DE MANTUA:

Vamos.

REYNALDOS:

Roldán, ¿no venís?

ROLDÁN:

¡Que estos perros me hagan fieros!

CARLOTO:

  Quédate, Rodulfo, aquí.

SEVILLA:

¿Téngome de desnudar?

BALDOVINOS:

En echándoos agua allí
mi traje habéis de tomar.

SEVILLA:

¿Y hay vestido?

BALDOVINOS:

Infanta, sí,
que vuestro esposo ha tenido
cuidado.

EMPERADOR:

A vuestro marido
le dad, Sevilla, la mano.

SEVILLA:

¿Cómo estáis?

BALDOVINOS:

Agora sano
y antes desta mano herido.

(Váyanse, y queden CARLOTO y RODULFO.)

RODULFO:

  ¿Qué me quieres?

CARLOTO:

Que me escuches.

RODULFO:

Habla.

CARLOTO:

Con amor peleo
y un deseo que no creo.

RODULFO:

¿Y he de aguardar a que luches
con tu amor y tu deseo?

CARLOTO:

Venceranme presto agora,
que uno pena y otro adora.

RODULFO:

¿Qué quieres?

CARLOTO:

¡Oh, amor tirano!

RODULFO:

Habla presto.

CARLOTO:

Dime, hermano,
¿Sevilla es ángel o es mora?

RODULFO:

  Ángel de Mahoma es.

CARLOTO:

Mas antes ángel de Dios
que bautizada, bien ves,
que sin pecado los dos
es como un ángel después.
  ¿No dicen que es poco menos
el hombre que un ángel?

RODULFO:

Sí,
cuando son los hombres buenos,
mas no te está bien a ti
querer ángeles ajenos.

CARLOTO:

¿Quién soy?

RODULFO:

Príncipe de Francia.

CARLOTO:

¿Hasta el rey hay gran distancia?

RODULFO:

Poca, que todo es ser rey.

CARLOTO:

¿No puede un rey hacer ley?

RODULFO:

Puede del reino a su instancia.

CARLOTO:

  Hago ley que esta sea mía.

RODULFO:

Esa no es ley, aunque es gusto,
sino injusta tiranía.

CARLOTO:

¿Qué es ser rey?

RODULFO:

Es rey ser justo.

CARLOTO:

Justo, Rodulfo, sería;
que al rey es mucha justicia
darle aquello que codicia.

RODULFO:

Cuando codicia lo injusto
no es justicia hacerlo justo,
sino pecado y malicia.

CARLOTO:

  ¿Pecado?

RODULFO:

Pecado digo.

CARLOTO:

¡Qué teólogo revuelvo!
¿Confiésome yo contigo?

RODULFO:

pues por eso no te absuelvo.

CARLOTO:

No haces oficio de amigo.
¿Para quién es lo mejor
de un reino?

RODULFO:

Para el señor.

CARLOTO:

Luego ¿no es gran maravilla
que sea del rey, Sevilla?

RODULFO:

No es del reino.

CARLOTO:

Es en rigor.

RODULFO:

  No es, que nació en Sansueña
y es hija de un moro.

CARLOTO:

¡Oh, moro,
que el cielo sin fe me enseña,
engendrando este tesoro,
como quien tesoros sueña!
  ¡Oh, moro, que en este día,
por lo que yo pierdo y gana
tu venturosa porfía,
has hecho un alma cristiana
y has hecho mora la mía!
Cuando yo me transformé
en Sevilla, mora fue;
luego moro, en ella moro,
que con fe una mora adoro
que aún con Dios no tiene fe.

RODULFO:

  Siempre te tuve por loco,
pero no por loco necio.
Di, loco, ¿en tiempo tan poco
amas tanto?

CARLOTO:

En tanto precio
el bien que en el alma toco.
  ¿No da el mal del corazón
en un punto?

RODULFO:

Sí.

CARLOTO:

Pregunto,
¿no es suya aquesta pasión?

RODULFO:

Sí.

CARLOTO:

Pues también da en un punto
que priva de la razón.
  ¿No hace el basilisco efeto
con una vista?

RODULFO:

¿Quién duda?

CARLOTO:

Él me ha muerto; él, que es discreto
solo con remedio acuda,
que ya consejos no aceto.
  ¡Oh, hermano, celos me dan!

RODULFO:

Son las ciciones de amor,
y ¿de quién?

CARLOTO:

De don Roldán,
que hablaba de su valor.

RODULFO:

En balde en tu pecho están.
Que, de quien fueran más dinos
es de...

CARLOTO:

Dilo.

RODULFO:

Baldovinos,
que esta noche...

CARLOTO:

No prosigas,
pero bien es que lo digas.

RODULFO:

Goza sus ojos divinos.

CARLOTO:

  ¿Que los goza? Matareme.

RODULFO:

Pues ¿eso dudas agora?

CARLOTO:

Duda el alma lo que teme.
(Salen ROLDÁN y REYNALDOS.)

ROLDÁN:

Que Carloto falte agora.

REYNALDOS:

¿De eso estás triste?

ROLDÁN:

Enojeme
porque se ha echado de ver.

CARLOTO:

¿Qué hay, primo?

ROLDÁN:

Has querido hacer
a Baldovinos ultraje.
Pues sangre es de tu linaje,
aunque no lo es su mujer.

CARLOTO:

  Esa lo es más, ¡vive Dios!,
mas quedámonos los dos
a trazar cierto disfraz.
¿Los novios?

ROLDÁN:

Ya en haz y en paz,
que así lo estuvierais vós,
  de la Iglesia están contentos.

CARLOTO:

Contadme sus casamientos.

ROLDÁN:

Dilo, Reynaldos.

REYNALDOS:

Yo no,
Roldán lo diga.

ROLDÁN:

Pues yo
digo ansí.

CARLOTO:

Di.

ROLDÁN:

Estadme atentos.
  Llegaron a San Dionís,
con música, fiesta y galas,
Carlos y los doce pares,
la Infanta, madrina y damas,
en cuya puerta el Obispo
de pontifical estaba
con su guion y grimial,
alba, mitra, estola y capa.
Un capellán de una parte
con una alcorza dorada,
en que estaban esculpidas
de Baldovinos las armas.
Otros con la sal y olores,
velo de oro y velas blancas,
y otros con aguamaniles
y con fuentes de oro y plata.
Entraron, y dio licencia
a los moros de su guarda,
que por miedo del perrero
lejos de la puerta estaban,
para que entrasen también;
y ellos, bajando las lanzas
imitaron a Longinos
si hubiera cruz, sangre y agua.
Hechas ya las oraciones
llegan a la pila santa,
donde por una alcandora
labrada de plata y nácar
descubre un hombro Sevilla
con una vergüenza casta
por quien yo diera, a ser mía,
a Sevilla la de España.

ROLDÁN:

Recibió el agua y el olio,
respondiendo con más gracia,
y con el capillo y vela,
pareció un ángel su cara.
Quedando, pues, ángel bello,
Sevilla en cuerpo y en alma,
en mi capilla y sepulcro
se entró a vestir con don Alda,
de donde salió tan bella
como el sol por la mañana.
Y ansí, en medio de la iglesia,
alegre y acompañada,
requerida por tres veces
dijo aquella gran palabra
que con dos letras encierra
la sujeción de dos almas.
Sonó música a este tiempo,
y de la iglesia a la sala
del palacio entre un palenque
fueron, y quedan y aguardan.
No digo a ti, que a la noche
pienso que con ruegos cansan,
según los tiene el deseo
de darse la paz de Francia.

CARLOTO:

  ¡Ay de mí!

REYNALDOS:

¿De qué suspiras?
Vamos y traza la fiesta.

CARLOTO:

Aquí enredos y mentiras,
que el alma se manifiesta
y crecen del mal las iras.
  Roldán, oye aparte.

ROLDÁN:

Di.

CARLOTO:

Lleva esta gente de aquí,
que quiero hacer un disfraz.

ROLDÁN:

No hagas cosas de rapaz
y a todo llévame a mí.

CARLOTO:

  Tengo una rica invención,
que solo me importa hacella.
(Salen OLIVEROS, DURANDARTE, BALDOVINOS y el MARQUÉS.)

ROLDÁN:

¿Cómo?

CARLOTO:

Escucha.

OLIVEROS:

Es ocasión
de gran fiesta, porque en ella
cobramos grande opinión.

DURANDARTE:

  ¿Díceslo por estos moros?

OLIVEROS:

Sí, que es justo que en Sansueña,
adonde para sus toros
crin y brazo el moro alheña,
se cuenten nuestros tesoros.

MARQUÉS DE MANTUA:

  Yo y Baldovinos saldremos
con un disfraz estremado.

ROLDÁN:

Aquí viene el desposado.

CARLOTO:

Llévalos de aquí y iremos,
Roldán, a lo concertado.

ROLDÁN:

  ¡Oh, Baldovinos! ¿Tan presto
el estrado descompuesto,
dejáis de vuestra mujer?

BALDOVINOS:

Siéntolo, mas ¿qué he de hacer,
si en la fiesta me habéis puesto?

MARQUÉS DE MANTUA:

  ¡Que no es tan afeminado
mi sobrino: salga y juegue!

BALDOVINOS:

¿Qué hace el Infante apartado?

ROLDÁN:

Paso, nadie a hablarle llegue.

OLIVEROS:

¿No está bueno?

DURANDARTE:

¿Está enojado?

ROLDÁN:

  No, sino quiere salir
con una brava invención;
todos nos podemos ir.

BALDOVINOS:

Débole mucha afición.
¡Señores, alto; a vestir!

DURANDARTE:

  Vamos.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Qué caballos tienes?

BALDOVINOS:

Aquel que ayer mal hacía
con la silla de borrenes.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿De España?

BALDOVINOS:

Y de Andalucía,
blanco de anca, pies y sienes,
  un alazán y dos bayos,
de cabos negros dos rayos.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Quieres aquel, mi morcillo?

BALDOVINOS:

No, que aún me queda el tordillo.

MARQUÉS DE MANTUA:

¿Vistes pajes?

BALDOVINOS:

Y lacayos.

(Váyanse todos y quede CARLOTO.)

CARLOTO:

  ¡Oh vivo imaginar de un hombre muerto!
¡Oh muerto desear un hombre vivo!
¡Oh, amor, que ansí te pintan niño y ciego
y excedes a los linces en la vista!
Solía yo ser cuerdo, ya soy loco,
mas ¿qué mayor locura que ser cuerdo?
Antes que yo te viese estaba cuerdo,
y agora que te vi, si no estoy muerto,
que fuera menos lástima, estoy loco.
Con vanas esperanzas muero y vivo,
mas ¿quién me culpará si de una vista
Sevilla me dejó rendido y ciego?
Yo intento gran maldad, mas estoy ciego,
con la razón y entendimiento cuerdo
quitando al alma la divina vista.
Rey soy, pues es mejor que el rey sea muerto;
si tanto importa al reino su rey vivo,
luego en buscar mi vida no estoy loco.
(Salen DON ALDA y BELERMA.)

DON ALDA:

Quien deja tanto bien, o estaba loco,
o para verte, bella Infanta, ciego.

CARLOTO:

¡Oh, mi don Alda!

DON ALDA:

¡Oh, Príncipe!

CARLOTO:

Si vivo
y alcanzo a ver...; mas esto no es de cuerdo.
¿Entiendes?

DON ALDA:

¡Qué color tienes tan muerto!,
¡qué turbado el hablar, triste la vista!

CARLOTO:

¡Oh, mi hermana don Alda!, si en la vista
se puede conocer un hombre loco
o en que ya no la tiene, que está muerto,
mírame muerto, vivo, loco y ciego,
atrevido, cobarde, necio y cuerdo,
tales son los estremos en que vivo.

DON ALDA:

Guárdete el cielo, cuerdo, alegre y vivo.
¿Qué tienes, gran señor?

CARLOTO:

Sola una vista,
don Alda, me mató; ya no soy cuerdo,
por Sevilla estoy loco.

DON ALDA:

¿Qué?

CARLOTO:

Estoy loco;
por Sevilla estoy muerto.

DON ALDA:

¿Qué?

CARLOTO:

Estoy muerto;
por Sevilla estoy ciego.

DON ALDA:

¿Qué?

CARLOTO:

Estoy ciego,
ciego estoy, mi don Alda, estoy sin vista;
muerto estoy, mi don Alda, muerto y vivo;
ya no soy cuerdo, amor me vuelve loco.

DON ALDA:

  Confusa, señor, me tienes
y si no me acreditara
tu lengua, tu triste cara,
de la burla con que vienes,
regocijada quedara.
  ¿Desde cuándo estás ansí?

CARLOTO:

Desde que a Sevilla vi
y me mató su hermosura.

DON ALDA:

¿Sabes que es eso locura?

CARLOTO:

Sí, amiga, mil veces sí.

DON ALDA:

  Pues ¿qué quieres?

CARLOTO:

Solo vella,
solo hablalla, solo estar
donde la pueda adorar,
pues no pude merecella.

DON ALDA:

Paso, que agora hay lugar.
  Pero palabra has de darme,
pena, señor, de enojarme
y que no la verás más,
de que compuesto estarás.

CARLOTO:

Palabra doy de matarme.
  Prima, mis ojos, mi bien,
por vida de tu Roldán,
que te duela el triste afán,
en que estos ojos se ven,
en que estos brazos están.
  Prima mía, dulce prima,
don Alda, amores, si el verme,
prima, morir te lastima.

DON ALDA:

No me hagas tanto prima,
si quieres tercera hacerme.

CARLOTO:

  Pues mi prima o mi tercera,
no me permitas que muera;
vea yo aquel ángel santo,
que estándolo agora tanto,
piedad en él mi alma espera.
  Ea, mi prima de oro;
don Alda.

DON ALDA:

Belerma.

BELERMA:

Di.

DON ALDA:

Di, amiga, que espero aquí
a Sevilla.

BELERMA:

Voy.

CARLOTO:

¡Que un moro
me haya vuelto moro a mí!

DON ALDA:

  Mira que es tu condición
muy atrevida.

CARLOTO:

Es razón
que eso presumas de mí;
no hablaré más de no o sí,
y sí y no, ¿qué agravios son?

DON ALDA:

  Presumo que si la ves
otra vez, menos perdido
que agora lo estás estés,
que suele el primer sentido
desengañarse después.

CARLOTO:

  Podrá ser, don Alda mía,
pero aquí me has de dejar.

DON ALDA:

¿Solo?

CARLOTO:

Solo.

DON ALDA:

No querría
que el lugar te dé lugar
a alguna descortesía.

CARLOTO:

  ¡Plega a Dios que si la hiciere
de remedio desespere
y que me trague la tierra,
y que no muera en la guerra
si con espada muriere,
  sino que un villano...!

DON ALDA:

¡Oh, falso,
que finges el juramento!

CARLOTO:

¿Piensas que juro de falso?
¡Yo muera en un cadahalso,
por justicia! ¡Si te miento,
  mi propio padre me mate!

DON ALDA:

¡Basta!, yo quiero creerte.
Ya viene; sufre el combate.

CARLOTO:

En ella viene mi muerte
y de mi vida el rescate.

(Salen BELERMA y SEVILLA.)

SEVILLA:

  ¿Qué es, señora, lo que quieres?

DON ALDA:

Que hables al Príncipe quiero.

SEVILLA:

¿Quién es?

DON ALDA:

Este caballero.

SEVILLA:

Mi rey y mi señor eres.

CARLOTO:

Tu esclavo soy, por ti muero.
  Vete don Alda.

DON ALDA:

Has de hacer
lo dicho.

CARLOTO:

Como pudiere.

DON ALDA:

¿Qué dices?

CARLOTO:

Que ansí ha de ser,
no fíes de quien bien quiere
a solas una mujer.

DON ALDA:

  Salgamos al corredor.

BELERMA:

¿Por qué la dejas ansí?
(Vanse las dos.)

DON ALDA:

Acá lo sabrás mejor.

SEVILLA:

¿En qué te sirves de mí?

CARLOTO:

Ya me parece mejor,
  ya fue tu esperanza vana,
don Alda y mi muerte es llana.
¡Oh, cielos, yo muero agora!,
que si mora me enamora,
cristiana me descristiana.
  ¿No soy rey? ¿Qué estoy pensando?
¡Oh, quimeras del amor!
Sin duda me está aguardando
crecimiento de calor,
pues de frío estoy temblando.

SEVILLA:

  Si no hablas porque entiendes
que no sé tu lengua bien,
mucho a lo que quiero ofendes.

CARLOTO:

¿Y tú no entiendes también
que me yelas y me enciendes?

SEVILLA:

  Tengo en el alma un cristiano
que mueve lengua y sentidos.

CARLOTO:

Mejor dirás un tirano
de los que tengo perdidos.

DON ALDA:

Acá lo sabrás mejor.

SEVILLA:

¿En qué te sirves de mí?

CARLOTO:

Ya me parece mejor,
  ya fue tu esperanza vana,
don Alda y mi muerte es llana.
¡Oh, cielos, yo muero agora!,
que si mora me enamora,
cristiana me descristiana.
  ¿No soy rey? ¿Qué estoy pensando?
¡Oh, quimeras del amor!
Sin duda me está aguardando
crecimiento de calor,
pues de frío estoy temblando.

SEVILLA:

  Si no hablas porque entiendes
que no sé tu lengua bien,
mucho a lo que quiero ofendes.

CARLOTO:

¿Y tú no entiendes también
que me yelas y me enciendes?

SEVILLA:

  Tengo en el alma un cristiano
que mueve lengua y sentidos.

CARLOTO:

Mejor dirás un tirano
de los que tengo perdidos.

SEVILLA:

Habla y no llegues la mano.

CARLOTO:

  Antes me quiero quejar,
que no has querido abrazarme
ni la paz que se usa dar.

SEVILLA:

La paz puedes perdonarme,
que aún no he llegado al altar;
  cuando me la den a mí,
prometo dártela a ti.

CARLOTO:

¿Y es della alguno capaz?

SEVILLA:

Sí, la imagen de la paz.

CARLOTO:

¿Es tu esposo?

SEVILLA:

Señor, sí.

CARLOTO:

  Con reverencia lo dices,
y ya de imágines sabes,
pero mira que desdices
nuestras imágenes graves.

SEVILLA:

Paso, no te escandalices.

CARLOTO:

  ¿Qué imagen es si es demonio?
Y en la paz, la cruz ha sido
siempre de paz testimonio.

SEVILLA:

Pues cruz es quien es marido,
si es cruz la del matrimonio.

CARLOTO:

  Mal haya quien te enseñó.
¿Ha mucho?

SEVILLA:

Cristiana vivo
desde que estaba cautivo
Baldovinos, que me dio
la fe y amor que recibo.
  De aquella cautividad
juntos llevamos la palma,
aunque él en más cantidad.
Yo di al cuerpo libertad
y él a mí luz en el alma.
  Y aunque trocamos en él,
hubo agravio, aunque los dos
quedamos contentos dél,
que yo le di a Francia a él,
y él me dio a mí cielo y Dios.
  Deste nuestro amor primero
fue el tercero el mismo Dios,
y aunque a Baldovinos quiero,
viendo que el tercero es Dios,
alceme con el tercero.
  Mi esposo, para que pueda
pagar a Dios, me hace dos
por dalle buena moneda;
que le da mi alma a Dios,
y con el cuerpo se queda.

CARLOTO:

  Luego ¿tú sin alma estás?

SEVILLA:

Sin duda.

CARLOTO:

¿Quieres la mía?

SEVILLA:

Darela, si me la das,
a Dios, que dar aquel día
una fue no tener más.
  Y así no es bien que me pese
de que nadie me la diese,
porque propuse aquel día
que mil almas le daría
como mil almas tuviese.

CARLOTO:

  Pues no, que si esta te doy
en cierto trueco ha de ser.

SEVILLA:

¿Tengo yo qué?

CARLOTO:

Tienes hoy
una joya en tu poder
por quien yo perdido estoy.

SEVILLA:

  ¿Y quién es?

CARLOTO:

La voluntad.

SEVILLA:

¿No es del alma esa potencia?

CARLOTO:

Que es del alma es gran verdad,
y en poco se diferencia
de su misma libertad.

SEVILLA:

  Pues si no la diferencias
son grandes impertinencias
pedírmela.

CARLOTO:

¿Cómo ansí?

SEVILLA:

Que cuando el alma a Dios di
la di con sus tres potencias.

CARLOTO:

  Ahora bien, dame en paz un beso.

SEVILLA:

¿Un beso?

CARLOTO:

Esta es la paz de Francia.

SEVILLA:

Está trocada.

CARLOTO:

Tomarela forzada.

SEVILLA:

¿Paz forzada?

CARLOTO:

Sí, que puedo y soy rey.

SEVILLA:

¿Estás sin seso?

CARLOTO:

¿Qué harás en darme paz?

SEVILLA:

Un grande exceso.

CARLOTO:

¿No te merezco yo?

SEVILLA:

¡Ya estoy casada!

CARLOTO:

¡Harete yo matar!

SEVILLA:

Morir me agrada.

CARLOTO:

¿Eres Lucrecia tú?

SEVILLA:

Serelo en eso.

CARLOTO:

¿Quién te puede librar?

SEVILLA:

Dios poderoso.

CARLOTO:

¿No te duele mi amor?

SEVILLA:

¡Son desatinos!

CARLOTO:

¿Qué obliga a tu rigor?

SEVILLA:

Mi honor me esfuerza.

CARLOTO:

¿Quién estorba mi bien?

SEVILLA:

Dios y mi esposo.

CARLOTO:

¡Forzarete!

SEVILLA:

¡Don Alda! ¡Baldovinos!

CARLOTO:

¡Bárbara, calla!

SEVILLA:

¡El Príncipe me fuerza!

BALDOVINOS:

 (Dentro.)
  Mucho perderán las fiestas
sin galán tan poderoso.

SEVILLA:

¿No le escuchas?

CARLOTO:

¿Quién?

SEVILLA:

Mi esposo.

CARLOTO:

¡Basta, mis dichas son estas!

SEVILLA:

  ¡Vete!

CARLOTO:

Voyme, ¡ah, cielo santo!,
que es el matrimonio ley
contra quien no puede un rey.

(Dentro BALDOVINOS.)

BALDOVINOS:

Tío ¿cómo tardas tanto?
(Sale el MARQUÉS.)

MARQUÉS DE MANTUA:

  Por el Príncipe pregunto.

BALDOVINOS:

¡Hachas, hola!

SEVILLA:

¡Vete, pues!

CARLOTO:

¿Qué es esto, cobardes pies?
¡Parece que estoy difunto,
  mataré aqueste villano!

SEVILLA:

¡Vete, por Dios!

CARLOTO:

Voyme, ¡oh, cielos!,
que voy muriendo de celos
de que te dejo en su mano.
  Mas no seré yo, Carloto,
si no te gozo algún día.
(Vase CARLOTO y salga BALDOVINOS con hábito de encamisada.)

BALDOVINOS:

¿Qué es esto, señora mía?

SEVILLA:

¡Ay!

BALDOVINOS:

¿De qué es el alboroto?

SEVILLA:

  De veros con ese traje.

BALDOVINOS:

¿Desconocísteme?

SEVILLA:

Sí,
mas luego os conocí en mí.
(ROLDÁN dentro.)

ROLDÁN:

Cálzame esa espuela, paje.

BALDOVINOS:

  Tenéis, señora, razón,
que como vós sois mi espejo,
en vós me veis cuando os dejo,
y yo en vós mi corazón.
  ¡Qué hermosa que estáis, cristiana!,
aunque algo estáis descompuesta.

SEVILLA:

Por salir a ver la fiesta
al balcón desta ventana,
  y como es traje nuevo
desasosiégame un poco.

BALDOVINOS:

¡Oh!, celos me han vuelto loco
o malas sospechas llevo.
  ¿Quién daba voces aquí?

SEVILLA:

Un caballero sería,
que su librea pedía.

BALDOVINOS:

¿Y conocístele?

SEVILLA:

Sí,
  de don Alda era pariente.

BALDOVINOS:

¡Ah, cielos! ¿Si era Carloto?
Que no en balde este alboroto
el alma confusa siente.
  Que este mancebo arrogante
a todo mal pensamiento
da rienda a su atrevimiento
sin rey ni Dios que le espante.
  Mal os han puesto el cabello,
mejor denantes estaba.

SEVILLA:

Era porque os enlazaba
y estábades vós cabe ello.

BALDOVINOS:

  Un caballero pedía
librea. Pero ¿qué dudo,
si era para amor desnudo
que menester la tendría?
  Y como hacemos agora
de moros la encamisada
quizá os pediría prestada
por ropa africana y mora.

SEVILLA:

  ¿A mí?

BALDOVINOS:

No, a vuestro vestido,
que en el que tenéis cristiano
habéis dado a Dios la mano,
de ser de vuestro marido.

SEVILLA:

  Mora sin fe, vuestra fue
el alma que su fe os muestra,
mirad qué haré siendo vuestra
agora que tengo fe.
  No dudéis, porque fui mora
desta fe tan clara y llana,
que tengo un alma cristiana,
que es de Dios y vuestra agora,
  mas que se admira si os ve
perderme tanto el decoro,
que como ya venís moro
ponéis duda en cualquier fe.
  Quitaos, señor, el vestido;
miradme como cristiano
y veréis que esta fe y mano
son de Dios y mi marido.
  Por vós a Dios conocí,
y así, ofenderos a vós,
es cerrar la puerta a Dios,
por cuya puerta a Dios vi.
  Dulce norte de mi cielo,
mirad que soy vuestra imán,
¿cuáles sospechas os dan
de mis lealtades recelo?
  ¿Esas eran las caricias
que en mis bodas esperaba?

BALDOVINOS:

Del alma que muerta estaba
me puedes pedir albricias.
  Quita, aunque te he dado enojos,
esa mano celestial,
que puesto que es de cristal
eclipsa el sol de tus ojos.
  No llores, mi propia vida,
por esas claras estrellas,
que entre sus lágrimas bellas
se saldrá el alma afligida.
  Celos son hijos de amor,
ser bastardos te confieso,
pero perdona este exceso
a su forzoso rigor.
  Recelé, creí, temí,
dudé, pregunté, pensé,
turbeme, atrevime, hablé
y luego me arrepentí.
  Tú eres mi bien, vuelve a verme.

SEVILLA:

Tú, mi esposo, eres mi bien.

BALDOVINOS:

Mirando estoy si nos ven
para poder atreverme.
  Pero ¿qué dudo abrazarte
si mi propia mujer eres?
Que con las propias mujeres
todo es bueno en toda parte.

(ROLDÁN dentro.)

ROLDÁN:

  ¿No bajan ese pretal?
(DURANDARTE dentro.)

DURANDARTE:

Ponle ese caparazón
verde a este bayo.

BALDOVINOS:

Estos son
los correos de mi mal.

ROLDÁN:

  ¿No toma el Marqués espuelas?

MARQUÉS DE MANTUA:

Ya subo.

ROLDÁN:

Vamos de aquí.
(REYNALDOS dentro.)

REYNALDOS:

Debajo del borceguí
me pon unas esquinelas.

BALDOVINOS:

  Ya todo el tropel arranca,
mi bien, voyme, ponte a vello.
(OLIVEROS dentro.)

OLIVEROS:

Átale esa toca al cuello
y ponle esa pluma blanca.

SEVILLA:

  A verte ponerme quiero
sobre esa reja dorada.

(RODULFO dentro.)

RODULFO:

Esa mochila encarnada.
Pasa, lacayo, al hovero.
(ROLDÁN dentro.)

ROLDÁN:

  ¿Habemos de entrar por ti?

BALDOVINOS:

Ea, adiós.

SEVILLA:

Mi bien, adiós.

ROLDÁN:

Que tiempo tendréis los dos.

BALDOVINOS:

Señora.

ROLDÁN:

Vamos de aquí.
(Toquen atabales, música, y salgan CARLOTO y GALALÓN vestidos de encamisada.)

CARLOTO:

  Como a mi padre y mi tío
te lo cuento, Galalón.

GALALÓN:

Sobrino, en esta ocasión
tu desasosiego es mío.
  ¡Vive Dios!, que has de gozalla
si lo estorba el mundo todo
por uno o por otro modo,
con servilla o con forzalla;
  aunque pienso que servilla
es escándalo notable.

CARLOTO:

Es dura y inexorable,
por todo estremo, Sevilla;
  pues forzalla es imposible,
porque no ha de haber lugar.

GALALÓN:

Eso es saber negociar;
lo imposible hacer posible.
  Fíame que tú la goces,
posible sea o no sea.

CARLOTO:

¿Quién ha de haber que tal crea?

GALALÓN:

Mal a Galalón conoces.
  Mañana tuya ha de ser.

CARLOTO:

¡Tío mío, padre amado!

GALALÓN:

¿Qué haces arrodillado?
Levanta y toma placer,
  que a Sevilla gozarás.

CARLOTO:

Señor tío, amado tío,
tuyo será el reino mío,
si esta mujer...

GALALÓN:

No hables más.
  ¿No eres rey?

CARLOTO:

Sí que soy rey.

GALALÓN:

¿Y quién te estorba este gusto?

CARLOTO:

Un hombre.

GALALÓN:

¿Y a un rey es justo?

CARLOTO:

Paréceme injusta ley.

GALALÓN:

  Mátale.

CARLOTO:

Será mal hecho.

GALALÓN:

¿Un rey no lo puede hacer
si no tiene a quién temer?

CARLOTO:

Que se enoje el rey sospecho.

GALALÓN:

  Eres su hijo, no hará;
sois una sangre los dos.

CARLOTO:

Si a los reyes juzga Dios,
también Dios se enojará.

GALALÓN:

  Aplacarle como han hecho
otros reyes que han errado,
y tu padre está obligado
solo a tu bien y provecho.
  Por lo que un médico dijo,
que a un enfermo vino a ver,
dio Seleuco su mujer
a su enamorado hijo.

CARLOTO:

  También con su propia mano
Virginio su hija mató,
y porque un bando quebró,
mató a su hijo un romano.
  Otro, por quebrar su ley,
un ojo se sacó a sí
y otro a su hijo.

GALALÓN:

Es así,
digo que eres justo rey.
  Vamos a esta encamisada.

CARLOTO:

Padre, ¿enojado te has?
Eso te dije no más,
de porque esto importa nada,
  llegado a que yo me muero,
y porque tú me respondas.

GALALÓN:

Pues respondo que le esconda
dentro del alma ese acero,
  que si no es estando muerto
Baldovinos, no hay lugar
de que la puedas gozar
por fuerza ni por concierto.

CARLOTO:

  Pues ¿cómo le mataré?

GALALÓN:

Auséntale de París.

CARLOTO:

¡Cielos, que esto veis y oís,
matarele o moriré!
  ¿Cómo viviré si él vive?
Por vivir quiero matalle.

GALALÓN:

Di que tienes en el valle
que el agua del Po recibe
  una forzosa aventura
en que él te puede ayudar
y allí le podrás matar,
que hay soledad y espesura.

CARLOTO:

  ¿Cómo?

GALALÓN:

Cuando en él estés,
vendremos, placiendo a Dios,
con lanzas yo y otros dos,
que bastaremos los tres.

CARLOTO:

  ¡Bien has dicho; quiero darte
mis brazos!

GALALÓN:

La gente suena.

CARLOTO:

Ponte, tío, esta cadena
y después yo vendré a hablarte;
  León es tuyo si heredo.

GALALÓN:

Eres tú como un león,
¡oh, discreto Galalón,
igualarme a Ulises puedo!

(Torne a sonar música y salgan DON ALDA, BELERMA y SEVILLA.)

DON ALDA:

  Por todo estremo han corrido.

SEVILLA:

¿Quién os pareció mejor?

BELERMA:

No juzga, que es ciego, amor;
de colores ni vestido,
  que también está desnudo.

DON ALDA:

A mí Roldán me agradó.

SEVILLA:

De mi esposo diré yo
que solo agradarme pudo.

BELERMA:

  Muy galán es Durandarte.

SEVILLA:

Siempre ese nombre le dan,
pero no es poco galán
Baldovinos.

DON ALDA:

Eres parte,
  mas no te engaña afición.

SEVILLA:

Pues, ¡por mi vida, que aún es
galán mi tío el Marqués!

BELERMA:

Bien gallardas canas son.

DON ALDA:

  Bien está un viejo a caballo
cuando tiene buen despejo.

SEVILLA:

¿Y qué lugar no honra un viejo
cuando es viejo para honrallo?

DON ALDA:

  Oye aparte, prima mía,
¿en qué paró el alboroto
de Carloto?

SEVILLA:

¿Este es Carloto?

DON ALDA:

¿No te habló con cortesía?
  Porque a las damas los reyes
tratan con mucha humildad.
Ser mujer es calidad
que favorecen las leyes.
  Quien con la mujer no es
cortés y afable, es tirano.

SEVILLA:

Quísome tomar la mano,
mira tú si es rey cortés.
  Y tienes culpa en rigor,
señora, si lo sabías,
porque tales cortesías
se atreven mucho al honor.

BELERMA:

  ¿Cómo en tan breve distancia?

SEVILLA:

Y aun pasar quiso adelante.

DON ALDA:

¡Calla, que estás ignorante
de lo que es la paz de Francia!

SEVILLA:

  Eso debió de querer;
quiero consolarme ansí.

DON ALDA:

¿Y eso le negaste?

SEVILLA:

Sí,
que es hombre y yo soy mujer.

DON ALDA:

  Ya suena grande alboroto.

BELERMA:

¿Apéanse?

DON ALDA:

Ya han subido.
(Salen todos con libreas, OLIVEROS, ROLDÁN, REYNALDOS, DURANDARTE, MARQUÉS DE MANTUA, CARLOTO, RODULFO, BALDOVINOS y el EMPERADOR.)

ROLDÁN:

Por mi vida que ha corrido
por todo estremo Carloto.

EMPERADOR:

  Holgádome he, buen Marqués,
de veros vestido ansí.

MARQUÉS DE MANTUA:

Ya, señor, no es para mí
lo que destos mozos es.
  Esto desdice a mis años.

BALDOVINOS:

¡Oh, mi esposa!

SEVILLA:

¡Oh, mi señor!

DON ALDA:

Con gran razón tu valor
suena entre propios y estraños,
  Roldán mío.

ROLDÁN:

¡Oh, mi don Alda!

DURANDARTE:

Bien, mi Belerma, ha lucido
vuestra empresa.

BELERMA:

En fin ha sido
prenda de amor, estimalda.

MARQUÉS DE MANTUA:

  Para dos cosas, soberano Príncipe,
quiero pedirte, humilde por el suelo,
licencia.

EMPERADOR:

Alzaos, Marqués, que no habrá cosa
que yo niegue al mejor de mis vasallos.

MARQUÉS DE MANTUA:

Es la primera, que pues esta noche
queda casado mi sobrino amado
y Sevilla cristiana, y en tu Corte
me des licencia que me parta a Mantua,
de donde mis vasallos me importunan
y donde ha días que les hago falta.

EMPERADOR:

Pues ¿no será razón, danés famoso,
que celebremos todos estas fiestas,
y que aguardéis si quiera que se acaben,
honrando en esto los sobrinos vuestros?

MARQUÉS DE MANTUA:

Harto, señor, con vós están honrados.
Yo no puedo escusar partirme luego,
pero la vuelta breve os aseguro.

EMPERADOR:

No quiero replicaros, primo amado,
que en mí le queda padre a Baldovinos
y a Sevilla le queda esposo y padre.
¿Qué es lo segundo en que pedís licencia?

MARQUÉS DE MANTUA:

Ya sabéis, gran señor, que mis dos hijos,
Carlos y Urgel, murieron en la guerra
dando su sangre a vós, y a Dios sus almas;
ha sido Baldovinos el consuelo
desta desdicha, y de mi vida el báculo,
y pues tan cerca estoy del fin, querría
que me heredase, con licencia vuestra,
y así renuncio en él desde este punto
los estados de Mantua que poseo.

EMPERADOR:

Béseos las manos luego, Baldovinos,
que yo por mí le añado otras seis villas
que están en vuestra tierra con mi nombre.

MARQUÉS DE MANTUA:

Mejor es que él y yo los pies besemos
de príncipe tan noble, invicto y justo.

BALDOVINOS:

Bésoos, señor, los pies, y a mi buen tío
pido la mano y bendición.

MARQUÉS DE MANTUA:

El cielo
te dé la suya con piadosa mano.

EMPERADOR:

Con esto entrar podemos en la sala
porque, abreviando las confusas fiestas,
gocéis, sobrino, vuestra amada esposa.

BALDOVINOS:

En mí tenéis señor.

EMPERADOR:

Basta, sobrino,
que os quiero bien.

ROLDÁN:

Entremos, caballeros.

CARLOTO:

¡Ah, Baldovinos!

BALDOVINOS:

¿Qué me mandas?

CARLOTO:

Oye:
después de cena quiero hablarte a solas,
que hemos de hacer los dos una jornada.

BALDOVINOS:

Ya sabes que yo soy tu humilde hechura.

CARLOTO:

 [(Aparte.)]
Pues yo te desharé, tirano injusto,
de la hermosura que en el alma adoro.

BALDOVINOS:

¿Qué dices?

CARLOTO:

Que te quiero con el alma.

BALDOVINOS:

Eres mi Rey.

CARLOTO:

[(Aparte.)]
Tu muerte ser querría.

BALDOVINOS:

Vamos, señor.

CARLOTO:

[(Aparte.)]
Perdido voy de celos;
matarle tengo; perdonadme, cielos.