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El Museo Arqueológico: Carta III

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España


EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL.

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CARTAS AL SR. D. JOSÉ LUIS ALBAREDA.

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III.

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29 de Octubre de 1868.


Muy señor y estimado amigo mio: Voy á desempeñar para con V. mi palabra, poniendo término á la breve reseña del Museo Arqueológico Nacional con la exposición del grandioso departamento de las Colonias, cuya principal riqueza formaba, ó mejor dicho, debió formar desde el pasado siglo, el gabinete etnográfico del celebrado y popular Museo de Ciencias Naturales. Y me atrevo á decir que debió formar, porque gran parte de los objetos, y no por cierto la menos interesante, ha permanecido hasta nuestros dias en sótanos y bohardillas, sin la colocación conveniente, por no ofrecer el local de dicho Museo capacidad bastante á propósito; con lo cual, lejos de formular aquí una censura respecto de los ilustrados varones que entendieron en la creación y aumento de tan útil Instituto, es mi ánimo tributar un recuerdo de gratitud al celo y patriotismo, que al dar cabo á tan honrosa empresa ellos y los que contribuyeron á realizarla desplegaron. No llevará V. á mal, mi buen amigo, que en este concepto, y porque lo pide la justicia y lo exije la inteligencia de cuanto debo apuntar, traiga á este sitio algunos antecedentes históricos, relativos al Museo de Ciencias Naturales, como preliminar necesario de lo que al gabinete etnográfico se refiere.

Fué debida la creación del expresado Museo á la iniciativa del distinoguido naturalista D. Pedro Franco Dávila en 1771. Dominado del amor á la ciencia, habia logrado allegar en París copiosas colecciones de aves, plantas y minerales, que eran admiración de doctos extranjeros; y como es ingénito afán en el verdadero sábio que fructifiquen, en honra y provecho de todos, las conquistas de su actividad y de su inteligencia, movióse el diligente Franco Dávila á ofrecer á Carlos III, para que redundase en bien de la cultura española, su ya ambicionado gabinete. Aceptó aquel Príncipe la generosa é ilustrada oferta; y «persuadido del lustre que resultaria á la nación de tener un estudio tan completo, en que aplicarse á aquella utilísima ciencia y un maestro tan hábil en ella» [1], ordenaba la traslación á Madrid de tan preciosos objetos, instituyendo Director del Museo al mismo Franco Dávila, premio justo á su saber y pago merecido de su infatigable laboriosidad y noble celo.

No se satisfizo éste con tan insigne prueba de la gratitud nacional, como no se agotó en Carlos III el anhelo de engrandecer aquel naciente Instituto; y ejercitando el Director su inteligente actividad y segundando el Monarca sus acertadas disposiciones, excitóse vivamente el entusiasmo de los entendidos, con lo cual crecieron en gran manera las primitivas colecciones, siendo ya posible en 4 de Noviembre de 1776 abrir á la pública inspección el Museo de Ciencias Naturales en el mismo edificio y local que todavía ocupa. Cinco años cumplidos se habían necesitado sin embargo para la instalación de tan útil establecimiento: los departamentos organizados y clasificados, conforme á los conocimientos científicos á la sazón poseídos por Dávila y sus asociados, fueron cinco: la sala llamada de minas, la de piedras, la de vasos de piedras preciosas, la de petrificaciones y la de antigüedades. Carlos III reconocía, al dar su aprobación al último departamento, que era ya mengua de la nación española el que no se hubieran recogido en un centro, y ordenado para servicio del arte y de la ciencia, las antigüedades patrias; y llevado de este civilizador pensamiento, favorecía y aun premiaba los trabajos de los arqueólogos y aficionados, viendo en breve acaudalarse las colecciones que él mismo habia regalado al gabinete etnográfico. Lástima fué en verdad que un Príncipe que tan grandes esfuerzos habia empleado, como Rey de Nápoles, en las excavaciones de Pompeya y Herculano, inmortalizadas con la magna obra que lleva su nombre, no procurase, pues que podia hacerlo fácilmente, poner en contribución aquellos portentosos descubrimientos de la clásica antigüedad, en bien del novísimo Instituto por él fundado, como Rey de España.

El pensamiento, que habia presidido á la formación del Museo de Ciencias Naturales, estaba no obstante muy lejano del establecimiento de un Museo Nacional de Antigüedades: el docto iniciador de aquella feliz idea, ya realizada, era simplemente un naturalista; y en medio de los inmensos tesoros que ofrecía á su contemplación y estudio la naturaleza entera, vio al hombre como la primera de las criaturas que hablan salido de las manos del Hacedor, y le dedicó por tanto preferente lugar en la clasificación de los seres, que debian componer, y compusieron en efecto, el Museo. —Franco Dávila parecia preludiar de esta suerte el prodigioso vuelo, que debian tomar en breve los estudios antropológicos; y por su eficaz y discreta iniciativa se interponía la poderosa y decisiva influencia de Carlos III, para enriquecer en tal concepto el gabinete etnográfico.

Favorecian grandemente los sabios propósitos del Director del Museo de Ciencias Naturales las especiales circunstancias de la Nación española. Poderosa, fuerte, incontrastable, al levantarse victoriosa sobre la civilización mahometana, tras una lucha de ocho siglos, sintióse animada del invencible anhelo de mostrar á la faz de las demás naciones las conquistas de su valor y su cultura y el no domado aliento de sus hijos. Exuberante de poder y de vida, lanzóse á los mares, para llevar á todas partes su imperio, con la gloria de su nombre; y África, Asia y América eran al par descubiertas, invadidas ó sojuzgadas, poblándose sus islas y continentes de grandes y temidas colonias. —La lengua del Rey Sabio, ya esparcida por toda Europa, merced á la expulsión de los judíos españoles, decretada en 1492, se derramaba también por todas las regiones del globo, en alas del espíritu aventurero, y con ella cundían á todas la rica civilización y la noble literatura que debian consagrar en breve los inmortales nombres de un Granada y un León, un Berruguete y un Herrera, un Lope de Vega y un Cervantes.— España, al ser admirada en tan apartados mundos, habia contemplado, llena también de admiración, con la portentosa y varia naturaleza de tantas islas y extensos continentes, la múltiple cultura de todos los pueblos, atados allí por sus heróicos hijos al carro de sus triunfos: la religión, las costumbres públicas y privadas, las artes industriales y aun las bellas artes, profesadas por todos aquellos pueblos, hablan llamado desde los primeros dias de su conquista la atención de nuestros populares historiadores, siendo en verdad deuda sagrada para España la obligación de trasmitir á las venideras ediades los monumentos, que testificaban aún la existencia de tan peregrinas culturas.

Comprendiéronlo asi loa fundadores del Museo de Ciencias Naturales; y si bien no podian ignorar que el orgullo de los antiguos Vireyes y Gobernadores habia traido á la Península con harta frecuencia numerosos y ricos trofeos de nuestras opulentísimas colonias (de que todavía existen en poder de algunos magnates muy notables colecciones) atendieron con inusitada solicitud á recoger los reatos de aquellas primitivas civilizaciones en el suelo inismo en que fueron sorprendidas por nuestros antepasados, ya recomendando á los delegados del Gobierno su adquisición y remisión á la metrópoli, ya dando encargo especial para lo mismo á los capitanes de la Armada, que cruzaban aquellos mares, ya en fin comisionando hombres científicos, para que con mayor conocimiento de causa pudiesen contribuir á la realización de aquel ilustrado propósito. —Fué así, en efecto, cómo en 1786 el capitán de navío D. Antonio de Córdoba, allegó de los indios peckeries, que pueblan el Extrecho de Magallanes, armas, adornos personales, artefactos y muebles, que vinieron luego á figurar en el gabinete etnográfico; cómo en 1788 el Corregidor de la provincia de Mindoro, en Filipinas, entregó con igual intento al botánico D. Juan Cuéllar hasta once cajones de preciosos objetos, en que se contaban curiosidades del próximo imperio de la China; cómo en 1789 las fragatas Paz y Dolores vinieron de Manila cargadas de preciosidades de análoga procedencia; cómo en el mismo año se recibían de Buenos Aires, del Perú y de Guatemala, con muy estimados fósiles, crecidas remesas de antigüedades arquitectónicas, ídolos, armas, exornes, muebles y otros mil objetos de extraordinaria rareza; y cómo en fin de Montevideo, de Mueva España, de Chile, de Nueva Granada, y de otros muchos puntos de la que fué nuestra América, menudearon en los siguientes años los copiosos envíos, repitiéndose en grande escala los del Perú y de las Islas Filipinas; todo con honra de botánicos y naturalistas tan celebrados como Pavón y Parra, Talaker y Heuland, Molina y Yañez, y con grande satisfacción de los renombrados Vargas, Izquierdo y Clavijo, que habian sucedido al docto Dávila en la dirección del Museo.

Hé aquí, mi distinguido amigo, el camino seguido para solventar aquella sagrada deuda contraida por España, al descubrir el Nuevo-Mundo, y al llevar á las famosas Molucas sus vencedoras banderas; deuda olvidada durante el periodo de tres siglos por la incuria, la ignorancia y la intelectual postración de nuestros mayores. A las adquisiciones de Asia y de América se habian allegado entre tanto no despreciables presentes de los Cónsules españoles de África, un insigne regalo del Emperador de Marruecos (1789), que tuvieron en alta estima nuestros geólogos, con otras muchas compras hechas en las principales capitales de Europa; y tanta fué en breve la reputación y fama del Museo de Ciencias Naturales, que varios Príncipes que se preciaban de ilustrados, y aun la misma República francesa, propusieron al Gobierno español con grande empeño (1784 á 1798) cambios científicos de los objetos duplicados, inclusos los arqueológicos. Como puede V. suponer con facilidad, el local destinado, para depósito de tantas preciosidades, fué muy luego insuficiente, no sólo para su exposición y clasificación científica, sino para contenerlos materialmente; y siendo la parte dedicada al gabinete etnográfico tal vez desde un principio, la más reducida, quedaron por esta razón sin la colocación conveniente muy importantes colecciones de objetos de antigüedad y de arte, y permanecieron almacenados, y aun en las mismas cajas en que vinieron á España, los más numerosos, ya que no los más interesantes.

Por fortuna, al decretarse la creación del Museo Nacional de Antigüedades, se habian removido en su mayor parte y sometido á cierta clasificación, merced á la inteligencia y laboriosidad de D. Florencio Janer, á quien en 30 de Abril de 1858 se había conferido tal encargo; y cuando fueron todos trasladados á este Museo, sirvió aquel notable trabajo no sólo para facilitar su entrega, mas también para abreviar grandemente el Inventario, terminado al fin bajo la dirección del mismo Sr. Janer, como oficial de este cuerpo facultativo. A 3.783 ascienden los objetos, que procedentes del gabinete etnográfico del Museo de Ciencias Naturales, forman en este Arqueológico Nacional la base del departamento de las Colonias españolas; conjunto verdaderamente maravilloso, no menos por la rareza, variedad y belleza artístico-industrial que lo caracterizan, que por su peregrina significación en la historia de los pueblos á que pertenece. Con 611, debidos á la última expedición del Pacifico, fué aumentado en la pasada primavera, no sin que el patriotismo haya dejado de acrecentar entre tanto este considerable caudal con numerosas donaciones, entre las cuales logran el primer lugar las que llevan los nombres del tan conocido D. Manuel Rivadeneira y de D. Antonio Ramón de Vargas, actual Dean de la Santa Iglesia de Cádiz.

Larga por demás sería esta carta, si dada ya alguna razón de la riqueza que atesora el Museo Arqueológico Nacional en este departamento de las Colonias, me propusiera dar á V. noticia un tanto circunstanciada de sus principales colecciones. Con la brevedad necesaria, para no abusar de la benevolencia de V. ni de la paciencia de los lectores de la Revista, manifestaré solamente algunos de los rasgos principales que á dichas colecciones caracterizan; y fijándome por un momento en las americanas, observaré que son en ellas por extremo notables tres diferentes grupos de objetos, á saber: los ídolos, las armas y los utensilios domésticos, en que figuran en primer lugar los productos de la cerámica.

Si es una verdad histórica, demostrada respecto de todos los pueblos con el estudio de sus monumentos, que responden estos en toda ocasión al estado de su especial cultura, la cual traducen siempre con entera fidelidad, —en parte alguna ha podido tener más exacta aplicación este luminoso principio de crítica que en el examen de los citados monumentos. Revélase en ellos de un golpe, y sin dar entrada á la duda, por sus ídolos, que son en general deidades domésticas (penates), el estado de la inteligencia de aquellos pueblos, entregados desdichadamente á todas las debilidades y extravíos del fanatismo; por sus armas, aquella triste situación, á que se ven de continuo reducidos todos los pueblos, donde no ha resplandecido aún la luz de la verdadera cultura, forzados á aguzar incesantemente su ingenio para hacerse más temibles á sus vecinos, ya con el aparato de extrañas y fútiles invenciones, que dupliquen sus estaturas, ya con la extraordinaria longitud, excesivo peso, ó peregrinas formas de los instrumentos bélicos por ellos empleados; por sus utensilios domésticos, aquel generoso anhelo que engendra en todas las edades primitivas el nobilísimo instinto del arte, llamado siempre á embellecer cuanto rodea al hombre, y cuanto contribuye á llenar, de una manera adoptable al progresivo estado de su inteligencia, las necesidades de la vida.

Dicho se está que, dadas estas consideraciones, no son los ídolos americanos modelos de belleza, como no son las armas, ni los utensilios domésticos notable testimonio de buen gusto; pero licito es, no obstante, observar que armas y utensilios, en cuanto se refieren á la esfera del trabajo industrial, ofrecen larga materia de estudio, y no poco que admirar en los elementos decorativos que los avaloran. Son entre las armas dignas de examinarse, bajo este concepto, las preciosas macanas, de todas formas y tamaños, que constituyen sin duda una de las más estimables y ricas colecciones en su género; y logran despertar la atención , entre los utensilios y los numerosos vasos peruanos, capaces por sí solos de servir de base y fundamento á un museo de esta especie. Enseñan las macanas al observador arqueólogo cómo el hombre, aun en el estado más embrionario de su cultura, pide á la ciencia los elementos decorativos de un arte, apenas discernido por él, valiéndose al efecto de mil combinaciones geométricas, instintivamente trazadas sobre multiplicadas superficies: muestran los vasos la aplicación no menos instintiva, que hace el ingenio humano de cuanto le circunda, á los productos de su industria, poniendo en contribución la naturaleza entera y penetrando por último en la misma esfera de su vida propia, con la imitación de sus costumbres; fuentes ambas tan peregrinas, como fecundas, de la prodigiosa variedad que dá subido precio á colección tan maravillosa de la cerámica peruana.

A completar este juicio, relativo al arte y á la cultura americana en general, contribuyeron de igual manera otros muchos objetos clasificados ya bajo los epígrafes de tejidos, trajes, adornos personales, enseres y productos fabriles, útiles de caza y pesca, instrumentos músicos, objetos sagrados y sacerdotales, fragmentos de construcciones religiosas y civiles, todo lo cual ofrece grande interés, no sólo por lo que á la primitiva civilización de aquellas regiones atañe, sino también por la influencia europea que se refleja y domina en muchos de tan singulares objetos. No me podré excusar en esta parte, mi respetable amigo, de llamar la atención de usted sobre los vasos de madera, tutuma y coco, que enriquecen esta sección del departamento de las Colonias: son los primeros pertenecientes á la primitiva cultura peruana ó quichua, y presentan tales y tan brillantes rasgos de originalidad, así en sus formas generales como en sus medios decorativos, que sobre llevarse tras si las miradas de todo el que investigue con provecho los procedimientos de la humana industria, inducen al arqueólogo á buscar y establecer comparaciones y semejanzas con análogos productos de otro arte primitivo, levantándose así á trascendentales consideraciones etnográficas y antropológicas: ofrecen los segundos notable ejemplo del empeño con que, aprovechando los medios que les ministraba la rica y varia naturaleza de las regiones tropicales, acuden sus indígenas á imitar las artes industriales de sus dominadores, no olvidados los procedimientos particulares por ellos anteriormente ejercitados: dan á conocer los terceros cómo, valiéndose de los productos naturales, supieron nuestros mayores imprimir el sello del grande arte del Renacimiento, que se desarrolla en España durante el proceso de las conquistas americanas, á las producciones de su industria, que en el esmero de la ejecución y en la belleza de los ornatos parecían competir con las celebradas obras del arte antiguo.

Y esta triple enseñanza, que sin fatiga alguna se deduce de la contemplación de los monumentos americanos, surge también con igual espontaneidad de los que pertenecen á nuestras islas Filipinas. Realizóse sm conquista muy entrado ya el siglo, XVI, y llamó grandemente la atención de los hombres pensadores el singular estado de su cultura, que por hallarse situadas aquellas á las puertas del Imperio chino, aparecía naturalmente dominada de su poderosa influencia. Tal es, en efecto, el estigma especial que ostentan todos ó la mayor parte de los monumentos que de esta procedencia figuran en el Museo Nacional de Antigüedades, no escaseando, en verdad, los que son genuinamente chinos. Clasifícanse todos, conforme á los fines que debieron llenar, en ídolos, estátuas paródicas, vasos y utensilios sagrados, armas ofensivas y defensivas, trajes, telas, instrumentos músicos, utensilios domésticos, producciones artísticas, etc.; y todos responden, con mayor ó menor grado á las indicadas manifestaciones de arte primitivo, arte imitador y arte notoriamente derivado de la influencia incontrastable de la cultura europea, principalmente representada en aquellas regiones por nuestros compatriotas. Comprobaría estas observaciones, hasta producir total evidencia, el examen individual de los numerosos y ricos objetos, que componen la indicada seccion en el departamento que voy reseñando; pero sobre ser esta más propia tarea de un catálogo razonado, cual lo tengo imaginado, y se hará, Dios mediante, [2] no llevará V. á mal que me contente ahora con indicar que resaltan en todos los monumentos y grupos referidos las dotes características del arte y de la civilización, de que reciben su primer impulso, bastando, aun para el más ignorante, la simple inspección de los mismos, para determinar, dada la vária influencia de las formas, el origen de que todos proceden y la gran familia que personifican.

No pueden someterse á iguales condiciones de clasificación los monumentos que traen su procedencia de la Oceanía. Piden en general más detenido estudio, mayores investigaciones crítico-históricas, y más perspicuidad en las comparaciones artístico-industriales. Ofreciendo singularísimas analogías en los medios y motivos de su exornación, convidan en verdad á muy curiosas, aunque prolijas disquisiciones, cuya utilidad habrá de ser grande, si presiden á su realización la templanza y la cordura, para no dejarse arrastrar por deslumbradoras ó falaces teorías. A este trabajo deberá agregarse el anhelo de aumentar con nuevas adquisiciones Sección tan interesante, que es la menos numerosa de las que llevo mencionadas; y lo mismo conviene hacer respecto de la referente al África, que consultados los intereses de nuestra España y teniendo en cuenta la antigua influencia que alcanzó, principalmente en sus comarcas occidentales, no puede sernos indiferente, al establecer y darle el impulso que de la presente edad solicita el Museo Arqueológico Nacional.

No creo, mi excelente y docto amigo, que dadas estas breves ideas sobre lo que es ya el Departamento de las Colonias, tildará V. de aventurado el aserto que osé adelantar respecto del mismo en mi primera carta, cuando aseguraba que por lo que fué ya desde el siglo pasado demandaba detenido estudio. Ilustrándolo, engrandeciéndolo con nuevas adquisiciones y exponiéndolo convenientemente á la inspección de propios y extraños, contribuirá la España de nuestros días á saldar por completo la sagrada deuda que contrajo la España de los siglos XV y XVI, empezada sólo á pagar en la última centuria. Mengua de nuestro patriotismo y gran vergüenza para nuestra actual civilización seria por cierto el retirar la mano de obra tan noble y meritoria, mientras sólo puede traernos su fácil terminación honra para lo presente, gloria y no dudosa utilidad para lo futuro. Al poner término á tan loable empresa, no haremos, por otra parte, sino contribuir al esclarecimiento de nuestra historia nacional, que según tuve la honra de indicar anteriormente, se completa de un modo digno con la historia de nuestras Colonias; y en ninguna parte mejor que en este Museo Arqueológico deben brillar, para enseñanza de todos, los monumentos en que ha de estribar principalmente tan grandioso edificio.

Llego, merced á la bondad de V., al fin de la tarea que me impuso su cortés invitación para que tomase alguna parte en las de su acreditada Revista. Creo que no he defraudado del todo las justas esperanzas de sus lectores, respecto de la afirmación anticipada por mi de que el Museo Arqueológico Nacional aparecía en su misma cuna como intérprete genuino de todas las glorias de la pátria. Las edades primitivas, la antigüedad clásica, los tiempos medios, los tiempos modernos... todos estos largos períodos de lucha y de conflicto, de gloriosos triunfos y de maravillosas conquistas, tienen eco vivo y propia representación en tan ilustrado Instituto, ofreciendo con sus monumentos, para lo de hoy y para lo de mañana, abundantes y muy fructuosas enseñanzas. En los siete meses que llevo á su frente, he alcanzado la noble satisfacción de que el no apagado patriotismo de los doctos haya respondido á mis invitaciones y ruegos para que contribuyeran á su engrandecimiento, con tal generosidad y con voluntad tan decidida, que he visto aumentadas en más de una tercera parte sus preciosas colecciones, principalmente en lo relativo á la Edad clásica y á los tiempos medios. Dado este plausible resultado que me obliga á recordar aqui con gratitud, tributándoles públicamente y de mi parte las más cumplidas gracias, á los beneméritos donadores de aquellas preciosidades de antigüedad y de arte, no es ya dudoso que, siguiendo el trazado camino, será posible llegar, con la poderosa protección del Gobierno y del Estado, al término apetecido. Las circunstancias, léjos de ser contrarias, como algunos suponen, para llenar este alto fin, pueden favorecerlo por extremo. En los supremos instantes en que la dignidad y la honra de la patria parecen exigir de todos, y en todo, relevantes pruebas de ilustración y patriotismo, temeridad reprensible seria el sospechar siquiera que faltasen estas levantadas virtudes en los hombres llamados hoy por la nación á dirigir sus destinos, atrayendo sobre España el menosprecio y la censura de las naciones cultas. Cualquiera que sea, sin embargo, la suerte deparada al Museo Arqueológico Nacional, para cuya formación dejé la quietud de veinte años de cátedra, conservaré siempre vivo el recuerdo de la solicitud con que mis buenos amigos de toda España se han dignado segundar generosos los esfuerzos que he consagrado, EN SERVICIO DE MI PÁTRIA, á tan noble y civilizador intento, como los conservaré también de la hidalga benevolencia con que V. se ha servido ofrecerme las páginas de su Revista para consignar cuánto es ahora, y puede y debe ser en lo futuro, el Museo Nacional de Antigüedades; cuánto se ha hecho en tan breve plazo, y puede y debe hacerse en adelante, para que represente dignamente la gloria, la majestad y la grandeza de la heroica y siempre mal juzgada Nación española.

Queda de V. con la mayor consideración su afectísimo y devoto servidor y amigo q. b. s. m.


José Amador de los Ríos.
  1. Real cédula de 17 de Octubre de 1771, dada en San Lorenzo del Escorial.
  2. Cuando el Sr. Amador de los Rios escribió esta carta, no sospechaba sin duda que dejaría en breve de dirigir el Museo de Antigüedades: la Gaceta del 17 publica un decreto que ha dispuesto lo contrario.