El Tempe Argentino: 06
Capítulo IV
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El Paraná, como otros muchos ríos, tiene en su embocadura un terreno formado de aluviones y otras causas, que se llama delta por su figura triangular semejante a la letra griega de ese nombre. El delta del Paraná está comprendido en tres varios brazos denominados Paraná de las Palmas, Carabelas, Paraná Miní, y Paraná Guazú, por los cuales desemboca en el río de la Plata. Es un vasto triángulo isósceles envuelto por el Paraná, el Uruguay y el Plata, que presenta a estos dos últimos su base de unas quince leguas, con una altura que no bajará de treinta, y cuyo vértice está enfrente de la Villa de San Pedro. Este es el territorio insular, que, careciendo de nombre, he querido designar con el de Tempe Argentino.
Dice Ampére, que Lyell ha deducido de un cálculo fundado sobre la cantidad de materia sólida depositada anualmente por las aguas, que han sido necesarios sesenta y siete mil años (67,000) para formarse el delta del Misisipí; y que según Elíe de Beaumont, el delta del Nilo no se ha formado con menos lentitud. Pero estos geólogos discurren bajo la suposición de que en aquellos ríos el alzamiento del terreno sea debido solamente al depósito de las crecientes anuales. ¿Han averiguado de las tradiciones, o en el estudio del suelo, si hubo otras causas más activas para su formación? Tal es la alucinación que a veces produce en la mente del sabio la belleza de una teoría preestablecida, que en la observación no ve, no puede ver más que los fenómenos que concurren a realizarla; quedándose muy atrás del vulgo que puede sospechar, sin gran esfuerzo de meditación, que en un río tan caudaloso como el Misisipí, bien pudieron sus impetuosas corrientes haber acarreado inmensa copia de árboles y tierras, que depositados en su embocadura, hayan acelerado la formación de su gran delta. En efecto, el mismo Ampére, que visitó aquellos lugares, asegura que cuando se escava en el del Misisipí, se encuentran muchas capas de troncos de florestas enteras, amontonadas por lechos sucesivos, las unas sobre las otras, y que en una de esas excavaciones se ha encontrado un cráneo humano. Véase pues, como las mismas conclusiones de la ciencia vienen a desvanecer la pretendida vetustez de los deltas; porque si hay alguna cosa demostrada en la geología, es la poca antigüedad de la raza humana sobre la tierra.
Mas, sea lo que fuere de aquella edad fabulosa, para la formación de nuestro delta han concurrido agentes muy activos que rápidamente han estado produciendo su levantamiento y extensión. Aunque, en consideración a la poca fuerza de la corriente del Paraná no se admita la estratificación de leños (de la que tampoco se encuentran vestigios en las excavaciones, aunque no profundas, que se han hecho), tenemos una causa poderosa del incremento de las islas en las dunas o depósitos de tierra formados por las polvaredas o tormentas de polvo; en las cuales muy recientemente M. Bravard ha encontrado la explicación geológica de la formación y fertilidad del suelo de la pampa.
La vegetación lujuriante de las islas de nuestro delta por medio de sus raíces y el depósito de sus despojos, las está levantando sin intermisión, lenta pero incesantemente, y la frecuente sumersión, producida por la intumescencia del Plata que deposita estratos de limo, es otra causa más aceleradora de su crecimiento, que las inundaciones anuales, en épocas anteriores; pues al presente, por grande que sea la creciente de arriba, no alcanza a cubrir las islas del bajo delta.
El bajo Paraná, ramificado en mil canalizos que entrelazan sus innumerables islas con una red de hilos de agua, cada día detiene su curso y retrocede para acariciar y estrechar entre sus brazos aquellas hermosas hijas de su seno, a quienes sin cesar acrecienta y enriquece con su abundante sedimento y frecuentes riegos [1]. De este cotidiano retroceso de las aguas, ocasionado por los vientos, resulta que todos los canales y arroyos del delta corren alternativamente en direcciones encontradas, facilitando de tal modo la navegación y los transportes, que no hay sino esperar el momento en que el curso del río sea favorable, para llegar al punto deseado, al solo impulso de la corriente. Así es que aquel celebrado dicho de Pascal, que los ríos son caminos que andan, puede aplicarse con toda propiedad a esta parte del Paraná, pues que es un camino que conduce a los navegantes hacia rumbos opuestos. Las valiosas producciones de las islas, que manaron día por día durante siglos, cual ríos de leche y miel, no han bastado para llamar la atención sobre el inagotable venero que las cría. Los habitantes de la campaña construyen sus casas, cercas, corrales, carros y arados con las maderas de las islas, sin saberlo. El negociante europeo paga con estimación las pieles de nutria y capibara, ignorando quizá su procedencia. La cascara que suministra el tanino para la curtiembre, la leña con que se proveen las fábricas y el hogar, el zumo refrigerante de la naranja, la exquisita miel, los delicados duraznos, son bienes que se disfrutan en Buenos Aires y en las poblaciones ribereñas de una y otra banda de los tres ríos, sin que se conozca el suelo que espontáneamente los produce. Siglos hace que estas islas preciosas están entregadas al hacha destructora del leñador indolente, y son sin tregua esquilmadas por la ciega codicia del hombre inculto, sin el coto de la ley y sin el correctivo reparador de la industria.
¿Cuál es el país tan afortunado como el Tempe Argentino, cuyos moradores vivan exentos de la pena impuesta al hombre de no gozar sino á costa de sus fatigas los productos de la tierra, sin más trabajo que alargar la mano para recoger los abundantes dones de un suelo feraz y de sus fecundas aguas? ¿En qué país del mundo, como en este nuevo paraíso se ve la industria y el trabajo reemplazados por la misma naturaleza que, encargada del abono y riego del suelo, le hace producir las más seguras y abundantes cosechas? ¿Inventó jamás la ciencia un medio tan fácil de comunicación como el de los canales del delta, donde los buques pueden surcar por opuestos derroteros, sin necesidad de la fuerza de los brazos, de los vientos, o el vapor?
La tan celebrada fertilidad de Egipto, debida á las inundaciones del Nilo, además de requerir la concurrencia del arte en la construcción de lagos y canales, está sujeta a las contingencias de una sequía destructora cuando faltan las crecientes; a los inconvenientes de un clima abrasador e insalubre, y a la pena del asiduo trabajo del labrador. Más en esta región venturosa del Paraná, además de los dones con que nos brinda la naturaleza, la feracidad del suelo será tan constante y perpetua, la fructificación y las cosechas tan seguras como la versatilidad de los vientos que producen el repetido ascenso y descenso de las aguas que lo riegan y abonan repetidas veces en el año.
Tampoco necesita ser removido por el hierro un terreno perfectamente mullido y abonado hasta la profundidad de doce pies; como que todo él es formado del sedimento de las aguas en las crecientes, y del polvo de las tormentas y de los despojos vegetales y animales; obra de dilatados siglos. En los ribazos formados por los derrumbes, y mejor en una zanja que se practique sobre el terreno, es fácil notar este sistema de formación de las sutiles capas alternadas, una de finísima tierra roja, y otra de hojarasca y detrito, que ofrecen la apariencia del hojaldre.
La parte más profunda del suelo no contiene más que un limo rojizo, y debajo de éste un barro arenoso de color plomo oscuro.
En ningún punto de todo el terreno de estas islas puede encontrarse piedra, ni arena sensible al tacto, ni cuerpo mineral alguno que no haya podido estar en estado de impregnación en las aguas o de suspensión en el aire; porque siendo la formación del terreno obra de la lluvia, de un polvo impalpable y del asiento del líquido, y no de violentos aluviones, la suave corriente no pudo arrastrar ni depositar allí, sino las sustancias que puede traer desleídas o flotantes.
Una combinación tan hábil y prolijamente preparada por la naturaleza, cual no podría ejecutarla el arte, es de una actividad vegetativa tan vigorosa, que necesita ser reprimida, y no estimulada; es tan suelta y fofa, que no requiere ser aflojada sino comprimida al pie de las plantas. Así es que, al desmontar el terreno, conviene dejar las cepas de los árboles, para que la demasiada labor no aumente la exuberancia de la fertilidad que puede ser nociva a los plantíos.
El sistema de riego, desecación y navegación trazado allí por la mano de Dios, es el más completo que pueda imaginarse. La utilidad y la belleza se ven en él admirablemente combinadas. Nótanse en primer lugar varios canales navegables, capaces de embarcaciones de grande calado, casi paralelos entre sí, que siguen una dirección aproximada a la del cauce o brazos principales dividiendo el delta en largas zonas; y que entrelazados por otros canales transversales, subdividen aquellas zonas en varias islas de extensión y formas muy variadas. La parte interior o central de cada isla es un bajío o concavidad que constituyen un verdadero estanque de irrigación y desagüe. Desde aquel estanque parten en todas direcciones multitud de regueros o arroyuelos que van a desaguar en el canal que circuye a la isla, formando todos en su curso los más graciosos giros por entre densas arboledas. En cada inundación se represan las aguas en aquel grande estanque; de modo que aunque baje el río con rapidez, como ordinariamente sucede, queda la isla rebosando y empapada como una esponja, en tanto que se desagua pausadamente por las regueras o arroyitos, entreteniéndose así una constante humedad en el terreno. Estas regueras sirven también para mantener en perpetua comunicación las aguas del estanque interior con las del río; por medio de las crecientes diarias que no alcanzan a cubrir el terreno. Con esta continua renovación se hace imposible la corrupción de las aguas, pues jamás están estancadas ni quietas; ni aun puede tener lugar la fermentación pútrida de los despojos del reino animal, porque las frecuentes inundaciones los entregan a la voracidad de los peces que sobreabundan. Libre así la atmósfera de miasmas que la alteren, e incesantemente purificada y embalsamada por las emanaciones vivificantes de los vegetales, ¿cómo no ha de ser el aire de las islas el más puro y sano que pueda respirarse?
Si el alto Paraná ofrece escenas sublimes de magnificencia y de terror, en sus estruendosos saltos, en la impetuosidad de su corriente, en sus altas barrancas que se desploman en grandes masas a la vista azorada del viajero, en sus selvas tenebrosas y fragosos montes, poblados de tigres, leones, cocodrilos, serpientes ponzoñosas, vampiros sanguinarios y lúgubres buhos, que día y noche atruenan el aire con sus discordantes aullidos; en el bajo Paraná todo es tranquilo, silencioso y risueño.
"La naturaleza (observa Saint-Pierre) no emplea los pavorosos contrastes sino para alejar al hombre de algún sitio peligroso; en todo el resto de sus obras, sólo reúne los medios armónicos." En las plácidas vegas del Tempe Argentino nada hay que se parezca a precipicios, cimas, ni cavernas: su manto de verdura no encubre plantas venenosas ni
lo afean abrojos y espinas; los bosques no oponen a su acceso zarzas, matorrales o breñas, ni abrigan fieras o repugnantes sabandijas; en sus aguas ni hay abismos, ni cataratas, ni remolinos, ni torrentes, ni aun oleadas se levantan. Todo allí es apacible, dulce y bello; no se oye sino melodías inefables: no se ve sino objetos armoniosos; concordancias de sonido, simetrías de formas, armonías de colores, de movimientos, de vidas. Las nieblas nunca empañan el hermoso celeste de su cielo; y cuando lo cruzan hermosas nubes, es para embellecerlo con la variedad de sus formas y matices. Y todas estas escenas del cielo y de la tierra, vénse primorosamente representadas en el espejo de sus ríos siempre tranquilos. A su vez el follaje que se mira retratado, imita, al soplo de la brisa, el murmurio de las aguas; se oye el canto de las aves, y los ecos del soto repiten el sentido clamoreo del amartelado chajá que llama a su compañera.
Este cúmulo de tan dulces emociones imprime en el alma un sentimiento inexplicable de bienestar, que uno cree aspirar en el ambiente; que parece que da a nuestro ser un nuevo espíritu de vida, que trae a nuestra memoria todos los gratos recuerdos, y predispone el corazón para todo afecto tierno.
Siendo en las márgenes de los arroyos, donde la vegetación es más vigorosa, siempre corren éstos por entre frondosas arboledas cubiertas de enredaderas floridas, ofreciendo a la vista encantada, ya una hojosa bóveda, bajo la cual pasa silencioso el arroyuelo, ya una magnífica arcada, ya un sombrío cortinado en forma de gruta, que convida con su belleza y su frescura.
En los arroyos de menor caudal no falta para cruzarlo un puente rústico pintoresco, formado por algún corpulento seibo caído, pero siempre engalanado con sus penachos de hermosas flores de terciopelo carmesí y un lujoso tocado de bejucos. Parece que las aves prefieran para establecer su morada los árboles de las orillas. Entre los nidos más lindos llaman la atención el diminuto del picaflor con sus dos huevecitos como dos perlas, y el del boyero, a manera de una bolsa larga, de un admirable tejido hecho con finísimas pajas o sutiles raíces.
Aunque es constante el silencio de unas aguas siempre apacibles, y lentas en su curso, óyese de vez en cuando un blando susurro producido en un canalizo por el obstáculo de un tronco que oponiéndose a la corriente, forma la única cascada de estos sitios. Pero el silencio del río es frecuentemente interrumpido por el macá que bate la superficie con sus alas y sus remos para ayudarse en su pesado vuelo; por los cardúmenes de peces que azotan las aguas; y por las nutrias y carpinchos que se zampuzan.
Como diariamente se eleva y baja algunos pies el nivel de las aguas de los canales principales, cada día los más pequeños, ora se quedan en seco, ora rebosan; pero los mayores son siempre navegables. Esto hace sumamente fácil la internación y comunicación por todo el espacioso delta, ofreciendo a la industria una ventaja inapreciable, como puede concebirse, suponiendo que todos los caminos de una provincia se transformasen en canales de navegación.
Las tierras más altas y aptas para toda especie de cultivo son las que están a orillas de los canales y arroyos, y se llaman albardones, cuya anchura varía desde cinco a seis varas hasta cien o más. Por lo general son tanto más extensos los albardones cuanto mayores son los arroyos que los orillan, y cuanto más distan las islas de la embocadura del río. Desde lo alto del albardón va descendiendo el terreno hasta formar la concavidad o estanque interior que se llama vulgarmente bañado cuando tiene tan poca agua que se enjuta en el estío, y laguna la propiamente tal.
Las tierras más bajas que son las que forman el fondo de los estanques o bañados, y que deben ser excelentes para arrozales y mimbreras, están todas cubiertas de un perenne yerbazal. En muchas de ellas crecen bien los sauces y deben prosperar todos los árboles acuáticos. La aptitud de las tierras altas para todo género de cultivo, sin que la sumersión perjudique las sementeras, está demostrada por la experiencia de los carapachayos o isleños, que siempre han recogido abundantes cosechas de sus pequeñas huertas, y con ensayos en mayor escala, hechos posteriormente por hombres inteligentes que han empezado a explotar en esa mina desconocida de riqueza vegetal. No hay que imaginarse prodigios de fructificación, en cuanto al tamaño de las producciones, como los racimos de la tierra de Canaan que necesitaba cada uno ser suspendido en una palanca entre dos hombres; pero sí, es verdaderamente prodigiosa la multiplicación de los granos y la abundancia de las frutas, y es también indudable que mejoran en calidad y en volumen. El maíz da cuatro mil por uno; y si los vastagos de las cepas gigantescas de la Palestina se plantasen en nuestra tierra de promisión, darían seguramente sus monstruosos racimos.
Las islas de mucha extensión suelen tener tierras elevadas, cubiertas de árboles en el centro de las lagunas, formando otras islas en el seno de cada isla. El descubrimiento de esos montes, jamás hollados por la planta del hombre, es un suceso que colma las aspiraciones, así como constituye la mayor riqueza del carapachayo laborioso, quien dispone como dueño absoluto de las maderas y demás producciones de su hallazgo. Por una convención tácita entre los isleños, es reconocido y respetado el derecho de propiedad en estos casos, mientras el primer ocupante se emplea en la corta o tiene establecido allí su rancho.
¡Misteriosos bosques, apartados asilos, habitados tranquilamente por la tórtola; donde sólo se oyen sus arrullos amorosos y el susurro de las alas del mainumbí o el mumurio de los sinuosos arroyuelos!... ¡apacibles soledades! ¡dichoso el que pueda levantar el velo de vuestros secretos encantos; pero todavía más dichoso aquel que los pueda gozar en paz al abrigo de su choza!
- ↑ En el país se da el nombre de mareas a las crecientes en sentido inverso á la corriente del río, causadas por el empuje de los vientos sobre el río de la Plata.