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El Tempe Argentino: 10

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo VIII

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El picaflor y el chajá


Sin un estudio detenido y sin escribir grandes volúmenes, no es posible manifestar las maravillas que a cada paso nos sorprenden en nuestro suelo. Sólo en la ornitología, no son menos de cuatrocientas las especies nuevas descritas por Azara. No me propongo revistar todas las del delta. Entre estos seres alados hay dos que no he podido menos de observar, porque fueron los primeros que impresionaron con viveza mi infantil imaginación, la primera vez que penetré en los encantados ríos de la patria; el uno, grande y majestuoso, cerniéndose entre las nubes, y el otro, diminuto y hechicero, inmóvil en el aire, ante una flor.

"¿Habrá algún hombre que al ver esta preciosa criatura balanceada entre el susurro de sus pequeñas alas, en el seno de los aires donde se halla suspendida como por encanto, girando de flor en flor con un movimiento tan gracioso como vivo, continuando su curso del uno al otro extremo de nuestro vasto continente, y produciendo en todas partes transportes siempre nuevos, ¿habrá algún hombre, pregunto, que habiendo observado esta brillante partícula del iris, no se detenga para admirar, y no dirija al instante su pensamiento lleno de adoración hacia el todopoderoso Criador? ¿hacia aquél cuyas maravillosas obras cada uno de nuestros pasos nos descubre, y cuyas concepciones sublimes nos son manifestadas por todas partes en su admirable sistema de creación? No; sin duda, semejante ser no existe."

No hay escritor, sea naturalista o simple viajero observador, que no haya consagrado al picaflor algunas páginas, siempre las más bellas de sus obras.

Buffón ha trazado un cuadro encantador de esta joya alada de la América, y Audubon (de quien son las palabras que preceden) lo describe con igual gracia y propiedad. No obstante mucho falta todavía para que la pintura se acerque a su modelo, mucho falta que observar en la vida del picaflor; pero no seré yo quien ose añadir mis borrones a aquellas páginas doradas.

Como un objeto que ha llamado la atención en todos los países donde se ha presentado, todos han querido ponerle un nombre que fuese la expresión de sus cualidades o atributos.

Sin duda que las voces de mainumbí, colibrí, guachichil, en las lenguas guaraní, caribe y mejicana, significarán alguna de las raras propiedades de esta flor animada. En nuestro idioma se le llama picaflor porque siempre se le ve libar el néctar de las flores, tente en el aire, porque no se posa al tomar su alimento, sino que se cierne en el aire delante de cada flor sin ajarla ni aún moverla. Pájaro abeja, pájaro mosca y tominejo, por su extremada pequeñez; pájaro-resucitado, porque se creía que moría en el invierno para resucitar en el verano. Sus diferentes especies, que son muchas, se distinguen por su color dominante, como el oro verde, el dorado, el topacio, el zafiro, esmeralda, rubí - topacio, tomando los nombres del oro y las piedras preciosas por la brillantez de su plumaje de primorosos cambiantes. Los que abundan en este clima templado son del más hermoso y brillante color verde con tornasoles azules.

Pero ¿qué analogía hay entre el picaflor y el chajá? El uno es el extremo de la pequeñez entre los pájaros, no sólo de aquí, sino de todo el mundo; y el otro el extremo de la magnitud en las aves de estos ríos. El picaflor y el chajá son amigos del hombre. Si no se les persiguiese, visitarían con frecuencia nuestras casas, como todavía lo hace el picaflor, aun en las ciudades, anidando en los corredores y dentro de las habitaciones. Un hilo, una paja que cuelgue dentro del techo es lo suficiente para asegurar allí un nidito en que apenas cabe una nuez. No es raro verlos recorrer los aleros y las ventanas buscando las telarañas que es el principal material para sus nidos.

¡Cuántas veces alguna niña rubicunda, al verlo revolotear en torno de su cabeza, habrá lisonjeado su amor propio con la idea de que el picaflor tendría por flores sus labios y sus mejillas!

Uno y otro son de un natural apacible. Yo he tenido un chajá que, a pesar de haber sido tomado ya adulto, no se mostraba zahareño, y muy pronto se familiarizó con la gente. Más de una vez he tomado de noche al picaflor en su nido, donde estaba empollando sus huevecitos blancos, del tamaño y forma de una pequeña habichuela o poroto; y después de mostrarlo a varias personas y pasar de mano en mano, lo he vuelto a colocar en su nidada, y ha quedado muy tranquilo. El mismo picaflor ha sacado sus polluelos y se los he quitado para criarlos con agua azucarada, sin que los padres dejasen de venir a traerles el sustento acostumbrado, hasta que ya crecidos, los he dejado tomar el vuelo libremente. Un pajarillo tan aéreo, tan voluble, tan extraordinariamente rápido en su vuelo; que jamás baja al suelo; que voltejea sin cesar; que nunca se detiene un minuto entero en una rama, ¿podría avenirse al estrecho recinto de una jaula? Tal vez se lograría conservarlo en una pajarera cubierta interiormente de gasa, para que el aturdido no se estrellase contra los alambres.

Buffón cita un ejemplo referido por Labat, de mucho interés para el estudio de la índole de esta inocente avecilla. "El P. Montdidier puso dentro de una jaula un nido de colibríes en la ventana de su cuarto a donde venían sus padres a darles de comer. Llegaron estos últimos a domesticarse en términos que no salían casi nunca del aposento, en donde sin jaula y sin opresión venían a comer y dormir con sus hijuelos. No pocas veces he visto yo a los cuatro sobre los dedos del P. Montdidier, cantar como si estuviesen posados sobre la rama de un árbol. Los alimentaba con una masa muy fina y clara hecha con bizcocho, vino de Málaga y azúcar. Sobre esta pasta pasaban ellos la lengua y cuando estaban satisfechos, revolaban y cantaban. Nunca he visto una cosa más amable que estos pajaritos, que giraban por todas partes dentro y fuera de la casa, y que volvían apresurados, no bien oían la voz del que les daba el sustento." El picaflor de nuestras islas busca sin ningún interés la compañía del hombre. Todos los años sacan cría dentro de mi rancho; este verano dos casales hicieron sus nidos, uno en la punta de una filástica que colgaba de la cumbrera, y el otro en una ramilla de la quincha, al alcance de mi mano.

El picaflor y el chajá no se alimentan sino de vegetales; aquél libando las flores, y éste pastando la yerba, sin tocar a los granos ni a las frutas. Esta condición debe hacer más aceptables sus servicios para el hombre; esos servicios con que parece que ellos se le brindan, al acercarse constantemente a su mansión. El uno quiere alegrarla con su hermosura y su donaire, el otro defenderla de las aves rapaces, con su valor y con sus armas. El chajá es el temible enemigo del águila, de los gavilanes y todas las aves de rapiña. Su vigilancia no cesa un solo instante. Para no faltar a ella por la noche y poder dormir tranquilo, tiene cada bandada un centinela que despierta a los demás con un grito de alarma, cuando los amaga algún peligro, a fin de ponerse en defensa, o huir todos a la vez. También participa el picaflor del coraje del chajá. Prevalido de la prodigiosa velocidad de su vuelo, acosa sin temor a los pájaros que se acercan a su nido, y clavándoles su agudo pico, pone en vergonzosa fuga al altivo halcón y al atrevido caracará, haciéndoles conocer que entre las aves, lo mismo que entre los hombres, no hay enemigo débil.

El chajá, la mayor de las gallináceas, es tan corpulento como el pavo, pero más alto y cuellierguido; se asemeja mucho al terutero, en figura, garbo y costumbres, salvo que éste es insectívoro y aquél herbívoro. Se les ha dado esos nombres por onomatopeya, es decir, a imitación de su grito peculiar, que ambos repiten con voz resonante. El chajá tiene un copete y dos fuertes espolones en cada ala como el terutero, de los cuales se sirven para alejar de sus crías a las aves de rapiña y todo animal que pueda incomodarlos. Uno y otro anidan en el suelo al raso (el chajá suele armar sus nidos en las lagunas); no gustan posarse sobre los árboles, y viven siempre en descampado; ambos ponen cuatro huevos, los del terutero pintados, los del chajá blancos y mayores que los de pava.

Los polluelos de las dos especies salen del huevo revestidos de un simple vello, y siguen a sus padres desde que dejan el cascarón.

Considero a los dos muy domesticables, y lo mismo al picaflor, pero dejándolos en libertad como las palomas, los urubúes y las cigüeñas. El terutero conservará los jardines y las huertas libres de hormigas y otros insectos perjudiciales, y el chajá preservará nuestros ganados y nuestras aves de los estragos que hacen las de rapiña. En el Brasil se sirven del kamichi (especie análoga al chajá) para defender las aves domésticas. Azara vio diversos chajaes criados desde chicos en las poblaciones rurales del Paraguay, que se habían avezado a la vida casera lo mismo que las gallinas.

Los teruteros, y también el mismo picaflor, contribuirían a ahuyentar a los rapaces de mayor pujanza; aquellos por su unión en el ataque, y éste por su audacia.

Obsérvese bien, la naturaleza dota siempre a sus criaturas de todos los medios conducentes al fin que las destina; y las presume suficientemente para su conservación. A las aves de rapiña las ha dotado de un vuelo raudo y de una vista perspicaz, a la cual deben (no al olfato como se ha creído) el que puedan ocurrir de muchas leguas de distancia, al momento de caer cadáver algún ser; y para preservarlas a ellas mismas de la persecución de otros carnívoros y aun del hombre, dió a sus cuerpos una carne cenceña y repugnante, y olor fétido. A los sapos, especie de máquinas semovientes destinadas a engullir insectos, a más de un aspecto odioso, los dotó la naturaleza de la facultad de trasudar un humor nauseabundo, que los libra hasta del pico de la cigüeña que no deja reptil con vida.

¡Qué mal hace el hombre en contrariar los designios de la Providencia, destruyendo esas especies! Para evitar que le molesten, aléjelas de su morada, impida su excesiva multiplicación, y basta. Contra las aves de rapiña tiene el perro y el chajá. Este, aunque sin mal olor que lo rechace, es de carne floja y gomosa, lo que ciertamente lo librará de la glotonería humana; por lo cual se dice generalmente que el chajá es pura espuma. Tiene también para su seguridad el instinto de la vigilancia, que lo hace estar siempre alerta noche y día; y las aceradas púas de sus alas, con cuyo auxilio sale casi siempre victorioso de las aves y los cuadrúpedos.

He aquí pues, otros dos seres más que agregar al pobre cortejo del pretenso rey de la creación; dos seres destinados para su servicio. Al menos en las armonías de la naturaleza no aparece otra causa final de los instintos del picaflor y del chajá. Este como destinado a lo útil, forma una sola especie, sin belleza ni variedad en el plumaje; aquél como preparado para lo agradable, forma un género compuesto de muchísimas especies de picaflores, a cual más preciosa, brillando todas con los colores más ricos, más vivos y más variados; con las formas más primorosas, con las gracias más hechiceras.

Estos dos nuevos amigos del hombre, sólo esperan su buena acogida para consagrarse a su recreo y su provecho. No le piden protección, ni cuidados, ni casa, ni comida; sólo le piden su amistad.

Así como el pueblo ha puesto a la casera golondrina bajo la tutela religiosa de las ánimas, para que ni los niños se atrevan a ofenderlas; así también ponga al precioso picaflor bajo la celeste tutela de los ángeles, para que él y su nido sean inviolables. Y así como el urubú americano, la polla de Faraón, el buitre y la cigüeña viven en medio de los pueblos, bajo el amparo de los gobiernos; que también la vida del chajá sea protegida por la ley, para que defienda las aves de nuestros cortijos y los ganados de nuestros campos.