Ir al contenido

El año campesino

De Wikisource, la biblioteca libre.
El año campesino
de Pedro Antonio de Alarcón


- I -

[editar]

El Tiempo es la primera materia de la vida: y así como el cáñamo (verbigracia) les sirve a unos industriales para hacer alforjas, a otros para velas de barco, a éstos para alpargatas y a aquéllos para ahorcarse, el Tiempo toma también diversas formas y se aplica a diferentes usos, según el oficio, las necesidades o las aficiones de los humanos.

Vayan algunos ejemplos.

Los historiadores dividen el Tiempo por edades, por civilizaciones (palabra muy de moda), por pontificados, por dinastías, por reinados, por guerras y por otras habilidades de la llamada sociedad.

Los astrónomos y los gobernantes lo han dividido, ora en siglos, ora en décadas, ora en olimpíadas, ora en lustros, ora en años, ora en nonas, ora en meses, ora en idus, ora en semanas; y las semanas en días, y los días en horas, y las horas en minutos, y los minutos en segundos...; todo ello sin contar los quinquenios, los trienios, los bienios, las cuarentenas de los buques y de las personas, y otra porción de grandes cosas, como los años embolísmicos y los bisiestos.

Los médicos no se han quedado atrás, y computan el Tiempo por edades fisiológicas, formando cuatro grupos: 1.º Infancia y puericia. 2.º Adolescencia y juventud. 3.º Edad viril, edad consistente y edad madura. 4º. Vejez, decrepitud... y cuerpo presente. Esta última fórmula es de mi cosecha.

Los políticos cuentan por elecciones, por legislaturas, por ministerios. Para ellos empieza el año cuando se abren las Cortes y se acaba el mundo cuando caen del Poder.

«-En tiempos de Bravo Murillo -dice uno- me dejé toda la barba.

-¡Hombre! ¡Mire usted qué casualidad! -exclama otro-. Entonces me casé yo.

-¿Cómo? ¿Era usted ministerial?

-¡Ya lo creo! Por eso me casé.

-Pues yo me dejé la barba porque era de oposición.

-¡Ah! Ya..., ¡como republicano!

-¡No, señor: para ahorrarme el barbero!

-Eso es otra cosa. Y, diga usted, ¿qué fue de Nazaria? ¿Se casó al fin?

-Sí, señor: a la caída del ministerio de Narváez.

-¡Demonio! Pero ahora reparo... Lleva usted una cadena muy hermosa...

-¡No es fea!... Me la compré cuando mandaba Ruiz Zorrilla...

-¡Demonio!»

A todo esto se nos había olvidado decir que los políticos cuentan también por revoluciones y por Constituciones, por motines y por palizas.

«-¿Qué tiene usted, señor Antonio? ¡Está usted desmejorado!

-¡Qué tiene usted! ¡Desde el 56 me quedé así!... Un cazador del ejército me pegó un culatazo...

-Eso sería el 17 de julio...

-Sí, señor.

-Pues yo le debo mi felicidad a la del 66. Me metieron, herido, en casa de una jamona muy rica, y me casé con ella.

-Y usted, ¿por qué lo colocaron?

-Porque yo soy de los del 20 a 23.

-No es una razón. Mi padre fue doceañista y está cesante.

-No se presentaría el 40...

-¡Vaya si se presentó! Del 40 al 43 no hizo otra cosa que visitar al duque; pero no hubo vacante en Establecimientos Penales, que era su carrera. Así fue que el 26 de marzo se echó a la calle contra las instituciones...

-¿Cuando lo de Fulgosio?

-¡Justo!

-Pues, amigo, yo me he desengañado de todo. A mí me gusta más un 3 de enero que todos los 29 de septiembre habidos y por haber.»

Hablemos de los hacendistas. Para los hacendistas no hay tampoco años ni meses; no hay más que ejercicios económicos, divididos en trimestres para cobrar los impuestos, y en semestres para no pagar los cupones. Conque doblemos la hoja de los hacendistas.

Los empleados han hecho también su composición de lugar. Según ellos, el Tiempo es una acumulación de años de servicio y, partiendo de este axioma, han inventado el abono de tiempo, que es como vivir de milagro, y la jubilación, que equivale a estar a la vez muertos y vivos. Para los empleados no hay fechas históricas, fuera de las de sus credenciales y ceses. En su entender, el que no ha servido no ha vivido, y, por consiguiente, tanto vales cuanto has cobrado del presupuesto. Su almanaque no trae más que un santo: Santa Nómina; pero en sus Apocalipsis hay ahora un tremendo Antecristo: ¡el Descuento! ¡Pobres empleados! En medio de todo, su imaginación persigue constantemente con generoso amor una santa y piadosa Dulcinea: la viudedad para una pobre mujer, o la pensión para unas inocentes hijas. A este precio no les importa morir.

Pasemos a los militares. Los genuinos militares no cuentan tampoco por años, sino por campañas. ¡Éstas sí que son legislaturas! ¡Su cómputo arranca, después de los cuarteles de invierno, en el instante que vuelve a tronar el cañón y la cosa termina como y cuando Dios quiere! ¡Bravos almanaqueros! ¡Lástima que hayan inventado el tiempo doble, verdadera superfetación cronológica, por cuyas resultas hay quien tiene veinticinco años de edad y cuarenta y tantos de servicios!

Los actores y los cantantes tienen también sus legislaturas o campañas, que se llaman temporadas. El año cómico o lírico empieza en septiembre u octubre, y acaba en abril o junio. En cuanto a los cómicos de la legua, podría decirse que existen a ratos, a modo de locos con momentos lúcidos. El resto del tiempo viven como los lagartos: de sus propias carnes, o sea de lo que comieron en mejor ocasión.

Pero este prólogo va picando en historia, y tenemos que apretar el paso si hemos de llegar a hablar de los campesinos.

Digamos, pues, que los mineros no cuentan tampoco por años, sino por varadas; que los estudiantes cuentan por cursos, y los burros y los caballos por dientes.

Los sastres y las modistas se rigen por modas y por el grueso de las telas; pero con tal saña que, no bastándoles dos tiempos para dejarnos en cueros a fuerza de vestirnos, esto es, no contentos con saquearnos el verano y el invierno, han inventado una cosa peor que el abono de tiempo de los empleados y que el tiempo doble de los militares: han inventado los entretiempos. Hay, pues, modas y telas de primavera, modas y telas de verano, modas y telas de otoño, y modas y telas de invierno... ¡Qué horror, padres que tenéis hijos!

El año balneario es muy corto: principia cuando el primer bañista entrega su duro al director del establecimiento y concluye cuando se va el último tullido, ya sin muletas, en busca de otra parálisis.

La Iglesia tiene también su cómputo aparte: Ciclos, Epactas, Témporas, Adviento, Septuagésima, Sexagésima, Quincuagésima, Cuaresma, Pasión, Ramos, Pascua de Resurrección, Cuasimodo, Pentecostés, y luego otras veinticinco dominicas numeradas, hasta volver al primer Domingo de Adviento...

Conque ya veis si acertábamos al deciros que el Tiempo humano hace tiras y capirotea según le parece...

Veamos ahora cómo cuentan y se entienden las gentes rústicas, o sea cómo se divide el año campesino.


- II -

[editar]

El verdadero campesino español no sabe, por lo regular, en qué siglo ni en qué año vive (lo cual es envidiable).

Todos sus cómputos y cábalas giran sobre tres datos de su propia existencia, que son: el año en que confesó por primera vez; el año en que entró en quintas, y el año en que contrajo matrimonio. El resto de su historia es un confuso mar de días.

Digo más: nuestro hombre ignora cuántos meses tiene el año, o cómo se llaman estos meses, y los días que trae cada uno. Mezcla de moro y de cristiano, se guía por la Luna si quiere seguir la sucesión del Tiempo, o por las festividades de la Iglesia si tiene que señalar plazos a día fijo.

«Para San Antón», dice cuando se trata de enero.

«Para la Candelaria», si se trata de febrero.

«Para San José», si se trata de marzo.

«Para San Marcos», si se trata de abril.

Mayo suele llamarse «por Pascua florida».

Junio es siempre «el mes de San Juan».

Julio «el mes de Santiago».

El mes siguiente no tiene más que un día: el día de la Virgen de Agosto, o sea el 15, fecha en que cumplen todos los arrendamientos de fincas rústicas.

Septiembre está reducido al día de San Miguel, en que se ajustan los criados. También lleva el nombre de «por ferias».

Octubre goza de varias denominaciones. Se llama «por San Francisco»; se llama «el cordonazo»; se llama «las primeras aguas», y se llama «la sementera».

Noviembre es el «mes de los Santos» si se trata de su primera mitad; y si se trata de la segunda, hay que decir «para San Andrés». En este último caso, es indudable que la cuestión versa sobre cerdos.

Diciembre, en fin, tiene por nombre unas veces «la Purísima», y otras «Pascua de Navidad».

No es ésta la única nomenclatura de que se vale el campesino para dividir el año, sino que también empeña su palabra, hace ajustes o da citas para antes de la escarda, para después de la cava o de la bina, para la siega, para la trilla, para la vendimia, para la poda..., etcétera, etc.

Así, Toñuelo vendrá de servir al rey antes de la cabaña (época de la fabricación de quesos y requesones). Así, Manolilla cumplirá quince años en las primeras hierbas. Así, Antonia se casará después de la aceituna. Así, Manuel se morirá en la caída de la pámpana. Así, Josefa, que necesita ropa, se pondrá a servir antes de los primeros hielos. Así, José mató a Francisco en tiempo de la montonera. Y así, el abuelo pilló las tercianas el verano de los membrillos.

Por lo demás, el campesino forma un almanaque meteorológico con sujeción a las cabañuelas, o sea al mejor o peor tiempo que reina en cada hora de los primeros doce días de agosto.

Válese de los astros para saber de noche la hora fija, siendo sus relojes principales el Carro, u Osa mayor, y el Cuerno, u Osa menor; deduce si las estaciones van a adelantarse más o menos, y si el tiempo va a cambiar o no, según los pájaros que entran en su comarca o se van de ella, según los insectos que bullen por el suelo, según las hierbas que se atreven a nacer, según las flores que no vacilan en abrir.

«Canta el cuclillo -dice-: vamos a tener buen tiempo.»

«Las hormigas sacan a secar el grano: se acabaron las lluvias por ahora.»

«Ya se ven golondrinas... Estamos en primavera...»

«Y esto último lo dice con inmenso júbilo, porque aquéllos son ya los meses mayores, como él llama a los meses más distantes de la última recolección; meses en que son mayores las necesidades y los apuros de las gentes labradoras.

Y a propósito: nuestro héroe no conoce más historia que los anales de la Naturaleza, relacionados con sus cosechas y ganancias, siendo de notar que nunca cita los buenos años, sino los calamitosos. El año de la langosta, el año de la sequía, el año de las tormentas, el año del hambre, los años de la ceniza de las uvas, son fechas que no se caen de su boca.

A veces se pasa de la historia natural a la política, y recuerda algunos hechos culminantes; pero todos tienen también que ver con su hacienda: no es mucho, pues, oírle mentar el año de las contribuciones dobles, el año de la entrada de los franceses, el año de la entrada de los facciosos, o el año de aquel jaleo en que subieron tanto los jornales. Este último año en la fecha de tal o cual pronunciamiento.

Finalmente, si el campesino da alguna vez otras noticias con relación al transcurso del Tiempo, nunca será de un modo técnico y preciso, sino por medio de las figuras siguientes:

Supongamos que le preguntáis:

-¿Cuántos años tiene este zagal?

Él responderá al cabo de un rato:

-¿Ése? Ése debe de estar ya para entrar en quintas. ¿Y usted? ¿Cuántos años tiene?

-¿Yo? Yo tengo tres duros y medio menos una peseta.

-¿Y la muchacha?

-¿La muchacha? ¡Ya es viejecilla! Nació el mismo día que la mula coja, y la mula coja ya ha cerrado.

-¿Y el abuelo?

-El abuelo fue soldado en la guerra de la Pendencia... Usted sabrá los años que hace de eso...

-¿Y este chiquillo?

-Ese chiquillo mudó los dientes el año pasado.

-¿Y la tía Ramona?

-La tía Ramona dejó de parir hace mucho tiempo.

Hasta aquí, lectores míos, lo que recuerdo, al correr de la pluma, acerca de las efemérides, cómputos, épocas célebres, fiestas movibles y demás particularidades del año campesino. Con profundo placer las he ido mencionando, pues soy amantísimo de esas fórmulas, ya primitivas y naturales, ya históricas y simbólicas, que figuran en la conversación de los labriegos. Sin embargo, este mismo trabajo a que estoy dando cima, aunque poco instructivo en apariencia, demuestra una verdad que viene como de molde al ALMANAQUE AGRÍCOLA en que va a publicarse, y es lo muy necesitadas de instrucción que están nuestras gentes de campo.