El ajedrez (Borao y Clemente)/Capítulo V

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El ajedrez: Tratado de sus principios fundamentales (1858)
de Jerónimo Borao
Nota: Se respeta la ortografía original de la época

CAPITULO QUINTO.




DE LOS ALFILES.


El alfil ú oficial, como le llaman algunos, es una pieza muy importante, pues aunque no tiene el poder estraordinario de la reina, ni ofrece él muro sólido de la torre que en los finales es importantísima, ni obra con la travesura y leyes anómalas de los caballos; tiene de ventajoso sobre la reina, que, por valer menos, se arriesga á mas, y que, perdido, deja sucesor; sobre la torre, que está mas en juego que ella, pues sale desde el principio, mientras la torre suele ser pieza defensiva que no toma la ofensiva sino al fin; sobre el caballo, que es mas resistente, que obra desde mas distancia, que recorre mayor estension y que no toma avenidas aisladas, sino líneas ó enfiladas completas. Los alfiles toman nombre del color en donde al principio se asientan, color que conservan hasta el fin; y así se llaman alfil negro y alfil blanco, segun sea de uno ú otro color la línea diagonal que recorren: son los enemigos naturales de los peones y los ausiliares ordinarios de la reina.

Lo comun es sacar el alfil real ó de ataque en la segunda jugada, aprovechando la abertura que le ha dejado el peon real; por eso seria mala jugada la del peon de la dama un paso, pues le cerraria la salida.

Es muy usual llevar ese alfil á la cuarta casa de su dama, esto es, en direccion contra el peon del alfil real contrario, que es una preparacion del llamado jaque del pastor; pero esta salida no tendrá resultado si el contrario movió un solo paso el peon real, mas, si no lo hizo , debe ser comido el temible alfil de ataque.

No es buena casa para ese alfil la segunda de su caballo, á no ser en la zancadilla, pues se le priva de algunas calles.

Un alfil sostenido en el juego enemigo puede hacerle mucho daño.

El alfil de dama debe oponerse al real enemigo y sacrificarse en trueque de él: en general, á un alfil debe oponerse otro, que naturalmente será de su color.

Hay quienes, dando demasiada importancia á los tiempos, prefieren dar alfil por alfil por no perder un tiempo en retirarlo.

En cuanto á la preferencia del alfil sobre el caballo, hay variedad de opiniones; se ha de examinar si el contrario juega una de esas piezas mejor que otra, en cuyo caso será aquella la de ventaja: debe estudiarse tambien qué pieza es mas necesaria á nuestros fines en cada posicion: debe procurarse, por último, sostener el único caballo y el único alfil, pues siempre conviene jugar con piezas de toda especie.

Los alfiles enemigos deben perseguirse cuando se tienen muchos peones, á los cuales harian aquellos considerable daño.


Nota. Habiendo sorprendido á algunos el que designemos constantemente á esta pieza con el nombre de alfil y no con el de arfil, debemos advertirles: que ya en la página xxiii hemos espuesto las varias etimologías de esta palabra, menos la inverosímil árabe de feyere, agorar, y de ahí alfil, segun Castro, y arfil, segun Covarrubias, en significacion de buen agüero; que D. Alfonso el Sabio, en su Tratado de juegos, dice: «Están otros dos trebejos que se semejan é llaman alfiles en algarabía»; que D. Adolfo de Castro, incluyendo ámbas palabras, dá la preferencia á alfil, añadiendo que «algunos, corrompidamente, dicen arfil»; que en catalan se dice alfil y en italiano alfiere y alfiero, como sinónimos de alferez; que, aun Covarrubias, que escribe arfil y no alfil, dice que esta voz precedió á aquella; que es mucho mas probable la etimología árabe que la griega, para españoles sobre todo, y aun más para jugadores; que la Academia, autoridad suma en materias dé lenguage, dice alfil y no arfil; y finalmente, que algunos diccionaristas incluyen indistintamente ámbas voces, así como hay quienes escriben alfir y orfil.