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El amigo hasta la muerte/Acto I

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El amigo hasta la muerte
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen Federico, de camino,
con Liranzo, criado,
y Julia, dama tapada, con Leonor

JULIA:

  Mirad que es descortesía.

FEDERICO:

No debo yo de saber
sus leyes.

JULIA:

Id a aprender,
pues la enseñan cada día.

FEDERICO:

  ¿Dónde?

JULIA:

A la Corte.

FEDERICO:

No voy,
aunque me veis de camino,
a la Corte.

JULIA:

Es desatino
seguirme y saber quién soy.
  Y poca prisa lleváis,
pues os ocupáis en esto.

FEDERICO:

Yo estoy, a veros, dispuesto.

JULIA:

Antes indispuesto estáis.

FEDERICO:

  ¿De qué?

JULIA:

De necio.

FEDERICO:

¡Oh, qué bien!

JULIA:

No hay mayor enfermedad.

FEDERICO:

Pegado se os ha, en verdad,
que lo parecéis también.

JULIA:

  Si necia os he parecido,
¿qué es lo queréis de mí?

FEDERICO:

Veros hermosa.

JULIA:

Nací
fea.

FEDERICO:

Dadme rostro os pido,
  que, pues sois necia, es muy llano
que habéis de ser muy hermosa.

JULIA:

No he visto, Leonor, tal cosa.

LEONOR:

¡Quedito!, ¡tened la mano!
  ¡Qué atezado majadero!

JULIA:

Él está, en la discreción,
de camino.

LEONOR:

Y postas son,
según camina ligero.
  ¡Oh tú!, cualquiera que seas,
que más sabrás que tu dueño
puesto que fueses un leño,
pues somos necias y feas,
  lleva esta bestia de aquí.

LIRANZO:

Esas vamos a buscar
y, si aquí las vino a hallar,
concierta alquiler por mí,
  que a Cádiz nos vamos luego.

LEONOR:

Aunque se vayan a pie,
irán en bestias, a fe.

FEDERICO:

Corred la cortina, os ruego.

JULIA:

  Pues estáis tan porfïado,
Federico, Julia soy.


-Descúbrese-

FEDERICO:

Pues ¿por esa duda estoy
tan necio y determinado?
  Perdonad si enfado os di,
irritado de mi amor,
que no ha sido mucho error,
pues, por cansaros, os vi.
  No os esquivéis, pues sabéis
la verdad con que os adoro.

JULIA:

Guardad mejor el decoro
a un hermano que tenéis.
  Pues no ignoráis que me quiere
y que no le miro mal.

FEDERICO:

Donde hay competencia igual,
que venza el que más pudiere.
  ¿Qué calidad, qué riqueza
tiene, mientras no heredó,
don Bernardo más que yo?

JULIA:

Mi amor y su gentileza,
  pues queréis que me declare.

FEDERICO:

¡Ea!, que es eso crueldad,
y no ha de haber voluntad
que tantos golpes repare.
  Servíos –pues aquí estáis
y a Cádiz, Julia, me voy–
de que, en prendas de que soy
vuestro, aunque vos lo negáis,
  toméis desta platería
joya o cadena. Y cadena,
si del amor fuera buena,
yo os presentara la mía.
  ¡Ea!, llegad que allí veo
arracadas de diamantes.
Trocádmelas a esos guantes.

JULIA:

Irme y dejaros deseo.
  Yo no he de tomar de vos
ni de nadie cosa alguna.
Tened la mano importuna;
dejadme pasar, por Dios,
  no me vean de mi casa.

FEDERICO:

Sin dar prenda no os iréis.

JULIA:

¿Prenda? ¿Qué prenda queréis?

FEDERICO:

Aunque en dar sois tan escasa,
  me habéis de dar una mano.

JULIA:

Federico, yo os la diera
como ya no la tuviera
don Bernardo, vuestro hermano.

FEDERICO:

  ¿Hay palabras semejantes?

JULIA:

A ser cuñada me ofrezco.

FEDERICO:

Pues las manos no merezco,
dadme siquiera los guantes.

JULIA:

  Tomad y dejadme ir.
Ven, Leonor.

LEONOR:

No has hecho poco.
Váyanse las dos

LIRANZO:

Triste quedas.

FEDERICO:

Triste y loco.
No la pude persuadir.
  Pídole manos que adoro
y con los guantes se escapa,
como quien deja la capa
sobre la furia del toro.
  Ya de mi hermano se nombra,
y aunque más la importuné,
cuando estar al sol pensé,
me vengo a hallar a la sombra.
  Sombras de las manos son
los guantes que me ha dejado.

LIRANZO:

Con las fundas te ha pagado.
No tuvo Julia razón.
  Pero toma buen consejo,
que, pues por piedra te tiene,
hoy como culebra viene
a dejar en ti el pellejo.
  ¿Hay muda?, ¿huele a cabrito?,
¿era almáciga y limón?

FEDERICO:

De flores del cielo son.

LIRANZO:

¿Quién desde allá te lo ha escrito?
  Mas ¿qué hay?, ¿lirio y hiel de vaca?
Ya me ha dado el olorcillo
del almendra y vinagrillo.

FEDERICO:

¿Nunca has visto cuando saca,
  del botón verde, la rosa
aquel parto de rubíes,
y en los ojos carmesíes,
perlas llora el alba hermosa?
  Pues ella las hojas lleva,
y el botón lleno de olor
me deja, porque el licor,
como abeja, el alma beba.

LIRANZO:

  Si dijeras azucenas,
fueran blancas y alcorzadas;
pero manos coloradas...
¿para qué pueden ser buenas?

FEDERICO:

  Deja donaires y advierte
que me voy, y que he topado
mi muerte.

LIRANZO:

Hüir con cuidado,
pues conoces que es tu muerte.

FEDERICO:

  En volviendo desta ausencia,
a mi padre, Felisardo,
pongo mal con don Bernardo.

LIRANZO:

Amas con poca prudencia.

FEDERICO:

  Si le digo que pretende
casarse sin gusto suyo,
con sus intentos concluyo,
y Julia en mi amor se enciende,
  porque le ha de echar de aquí.

LIRANZO:

No dudes que si lo sabe
mi señor, que no se alabe
de que se burla de ti.
  Echárale de Sevilla
a la Corte y, aun sospecho,
que a Italia.

FEDERICO:

Estoy satisfecho
de que, volviendo a servilla
  en ausencia de mi hermano,
Julia me ha de querer bien.
Lo que es guantes y desdén
allí será amor y mano.
  Ven, que tú me ayudarás
a que le echemos de aquí.

LIRANZO:

Por Leonor me huelgo.

FEDERICO:

En mí,
favor, Liranzo, tendrás.
  ¡Oh guantes, aunque livianos,
hoy me dice mi ventura,
que os tengo como escritura
con que he de cobrar las manos!
Vanse y salgan don Ángela y Guzmán

ÁNGELA:

  Pues me declaro contigo,
dame ayuda y no consejo.

GUZMÁN:

Es de don Bernardo espejo.
Don Sancho es único amigo
  y, siendo como es tu hermano
don Bernardo, no sé yo
si espera menos que un «no»
tu pensamiento liviano.
  Don Sancho no ha de querer
quererte.

ÁNGELA:

¿Por qué, Guzmán?

GUZMÁN:

Porque los dos no querrán
tanto amor descomponer.

ÁNGELA:

  ¿Halo de saber mi hermano?

GUZMÁN:

Amor dicen que es tocino,
que se asa aquí, y el vecino
lo huele como en la mano.
  Pensarás que no te ven,
cuando por cualquiera parte
se cansen de murmurarte.

ÁNGELA:

Si quiero a don Sancho bien,
  mi hermano tuvo la culpa.

GUZMÁN:

¿Cómo?

ÁNGELA:

Trayéndole aquí,
que, por él, le hablé y le vi.

GUZMÁN:

No me parece disculpa.

ÁNGELA:

  ¿Por qué? Si jamás Bernardo
habla o trata, como ves,
sino que don Sancho es
galán, valiente, gallardo,
  limpio, airoso y generoso;
si cuenta de noche y día
sus gracias, que esté en la mía
no es caso tan milagroso.
  Reportárase en traelle,
acortara en alaballe,
y no me enseñara a amalle,
ni diera ocasión de velle.
  Yo estoy ya determinada.

GUZMÁN:

Determinada y mujer,
no hay más de decir a hacer,
que el golpe y cortar la espada.
  Pero mira que vendrán
por ti, tan grandes amigos,
a mayores enemigos
y que, en fin, se matarán.

ÁNGELA:

  Maten, yo no puedo más.
A don Sancho he de querer.

GUZMÁN:

Resolución de mujer,
tudesco sin paso atrás.
  Ahora bien, ¿qué haré por ti?

ÁNGELA:

Que le des este papel.

GUZMÁN:

¿Qué es lo que dices en él?

ÁNGELA:

Todo cuanto pasa en mí.

GUZMÁN:

  ¿Que reportar no te puedes?

ÁNGELA:

Guzmán, todo lo he probado,
bien saben lo que he pasado
algunas cuatro paredes.
  Esfuérzome a no le ver,
escóndome hasta de mí.
Tráele mi hermano aquí,
óigole hablar, ¿qué he de hacer?

GUZMÁN:

  Quererle, pues que te dan
barro a la mano hasta hacer
un cántaro en que traer
la mocedad del Jordán.
  ¡Pardiez!, tú estás disculpada
y yo no mal inclinado
a alcahuete, oficio honrado
y de gente bien hablada.
  Cierto que había de haber,
con salario y mucho honor,
sus corredores de amor
para llevar y traer.
  ¿No los hay para mohatras,
cambios, censos, ropas, joyas?
Pues haya un griego en mil Troyas
para un hombre que idolatras.
  ¡Válate Dios por oficio!
¿Que no tenga estimación,
tratando de paz y unión,
que es un discreto ejercicio?
  No puso la antigüedad
a Venus por el tercero
planeta sin causa. Hoy quiero
serlo de vuestra amistad.
  ¡Cuántas puertas desquiciadas,
por este discreto oficio
hallan su centro y su quicio
y se mueven concertadas!

GUZMÁN:

  La plata el azogue liga,
perficiona el solimán
el oro, las aves van
adonde canta la amiga.
  Y advierte, porque lo cuentes,
que dijo cierto oficial
que era alcahueta la sal,
entre la carne y los dientes.
  El llamar a una tercera
cobertera es calza en polla,
porque no puede una olla
cocerse sin cobertera.
  La bellaca o bellacón
que a una casada se arrima
y al honor que tanto estima
quiere quitar la opinión,
  dalle cien priscos detrás,
mas ¿cosa de casamiento?
Piadoso entretenimiento
y, para mí, mucho más.
  Dame el papel, que yo haré
que hoy don Sancho le reciba.

ÁNGELA:

¿Don Bernardo sube arriba,
si viene con él?

GUZMÁN:

No sé.

ÁNGELA:

  No quiero en duda esperar.
Tus manos tienen mi honor.

GUZMÁN:

Las tuyas, dirás mejor,
y que se puede quebrar.
  Por doncellas en sus casas
–que es ganado harto prolijo–,
del honor, un sabio dijo
que era barro con dos asas.
  Aunque una doncella pueda
tener un asa es el peso
tal, que se quiebra por eso
y con el asa se queda;
  mas, cuando le dan esposo
y está el barro entre los dos,
está firme. Y aun ¡por Dios!,
que aun así está peligroso,
  que hay bocas que, por proballe,
suelen llegar a beber
por donde asió la mujer,
que es tanto como quebralle.
  Y aun decir pienso que oí
que hay quien el barro teniendo
deja estar otro bebiendo,
pero nunca lo creí.

ÁNGELA:

  Curiosa imaginación,
mas don Sancho viene.

GUZMÁN:

Vete,
Váyase doña Ángela
que oficios del alcahuete
para las ausencias son.


Salen don Sancho con borceguíes
y acicates, capa y gorra,
y don Bernardo

BERNARDO:

  ¿Corrió bien?

SANCHO:

Por todo estremo

BERNARDO:

¿Hay tal partir y parar?

SANCHO:

El partir puede igualar
el viento, y aun eso temo.
  En el parar con tan brava
furia, gala y bizarría,
un tahúr me parecía,
según de golpe paraba.

BERNARDO:

  ¡Qué correr atropellado!

SANCHO:

En el arena que ves,
parece que, con los pies,
iba escribiendo tirado.
  Y aun si lo miran, verán
que, en las letras que escribía,
por más ligero decía:
«¡Vítor del viento, Guzmán!»

BERNARDO:

  Bien dices, que el retular
lo pone, aunque disimula,
el mismo que se retula
o a quien se lo va a rogar.
  Y así Guzmanillo fue,
que él mismo se retuló.

SANCHO:

Era animal, que hombre no.

GUZMÁN:

Basta, que historia se ve:
  la fábula del caballo
de Alejandro, que tenía
manos de hombre, si escribía
como acabáis de contallo.
  Pero decid, ¿qué razón
hay para llamar Guzmán
un caballo?

BERNARDO:

Este le dan
por el dueño.

GUZMÁN:

¡Qué invención!

BERNARDO:

  ¿Por qué te llaman a ti
Guzmán, sin ser de Toral,
ni del Algaba, o real
como el de Medina? Di.

GUZMÁN:

  Porque soy hombre, que basta,
y tengo de un santo el nombre;
pero, si el nombre de un hombre
dais a un caballo de casta,
  debe de ser porque ya
hay hombres también caballos,
y, por no diferenciallos,
nombre de hombre se les da.
  Pero, dejando esto aparte,
¿tan bien corrió Guzmanillo?

SANCHO:

Aun aquí me maravillo
de la manera que parte.
  No le dieron hierba o malva
las dehesas gamenosas
de Córdoba, sino rosas
como a los que corre el alba.
  ¡Qué alentado! ¡Qué galán!

BERNARDO:

No le alabéis: vuestro es.

SANCHO:

¿Mío?

BERNARDO:

Sí.

SANCHO:

Bésoos los pies.

BERNARDO:

Llévale luego, Guzmán,
  mientras a mi padre veo.
Y vos, esperadme aquí.

SANCHO:

Dios os guarde.


[Vase Bernardo]

GUZMÁN:

No entendí
vuestra dicha, y hoy la creo.
  Poned al ser pobre tregua,
pues que ya tan rico os hallo
que mi amo os da un caballo,
y que yo os traigo una yegua.
  Y porque no soy amigo
de preámbulos ni ambages,
y andan por aquí los pajes,
que sois venturoso os digo.
  Pues es aqueste papel
de don Ángela, su hermana
de vuestro amigo, en que allana
todo cuanto vale en él.
  Leed y pagad el porte,
que no viene en la cubierta,
porque ésa es cifra encubierta
a entendimientos de Corte.
  ¿Qué miráis?, ¿en qué pensáis?

SANCHO:

¿Don Ángela a mí?, ¿por qué?

GUZMÁN:

Porque os ama, y yo lo sé,
mas no sé si vos la amáis.

SANCHO:

  Como a hermana de mi amigo,
honestamente la quiero.

GUZMÁN:

Leed el papel, que espero
que os holguéis.

SANCHO:

¿Pruebas conmigo?

GUZMÁN:

  Yo soy Guzmán. Tan leal
quedo, que es borrachería.
Vos hacéis la jerarquía
de don Ángela infernal,
  con tormentos que le ha dado
estos días vuestro amor.
Casaros no es ser traidor.
Vos sois caballero honrado,
  pero pobre sumamente.
Felisardo es un indiano,
que treinta mil antemano
haré que del dote os cuente.
  Remediaos, ¡cuerpo de tal!
No os andéis a ser fïel,
que os quedaréis moscatel
si pasa este vendaval.

SANCHO:

  ¿Quieres no ser majadero?
¿Quiéresme dejar?

GUZMÁN:

No es
estilo noble y cortés
no ver el papel primero.

SANCHO:

  De verle, yo le veré.

GUZMÁN:

Y responder, ¿por qué no?

SANCHO:

Pues... ¡majadero!

GUZMÁN:

Tú y yo.

SANCHO:

¿Yo?, ¿dirás tú que seré?

GUZMÁN:

  Pues llamen un alarife
que entienda de majaderos.
–¡Oh cautiva sin Gaiferos,
que, con sus docenas, rife!–.
  Y si no dice que tú,
que me corten por aquí.
Si ésta ganó para ti
un millón en el Pirú,
  ¿no es perdello necedad?

SANCHO:

Don Bernardo es éste.

GUZMÁN:

Callo.
Sale don Bernardo

BERNARDO:

¿Aun no has llevado el caballo?

GUZMÁN:

Quiere, por más gravedad,
  llevarle su mismo dueño,
pues que de jinete está.

SANCHO:

¿Vino vuestro padre ya?

BERNARDO:

Ya le está llamando el sueño.

SANCHO:

  Yo tengo que preguntaros…

BERNARDO:

Apartaos conmigo aquí,
aunque éste calla.

SANCHO:

Es ansí,
pero aquí me importa hablaros.
  Don Bernardo, si un hombre –y hombre noble–
tuviese un grande amigo, ¿seria justo
que le encubriese algún secreto?

BERNARDO:

¡Cómo!
No sólo amigo entonces le llamara,
pero enemigo, y más que mi enemigo,
pues lo es mayor quien es fingido amigo.

SANCHO:

Quien tuviese un amigo verdadero,
¿podía honestamente con la hermana
deste amigo tratar amores?

BERNARDO:

Pienso
que está la duda en el «honestamente»,
y no sé si os responda de improviso.
Dejádmelo pensar.

SANCHO:

 (¡Qué bien le aviso!)

BERNARDO:

(Basta, que al buen don Sancho le ha pasado
por el entendimiento, honestamente,
decir amores a mi rica hermana,
y no se atreve sin licencia mía.
¡Estraño modo de pedir licencia!
Pues yo le quiero tanto, y le deseo
tanto bien, que sabiendo que es tan pobre,
con esto me holgaría remedialle,
y que nuestra amistad, con parentesco,
quedase confirmada para siempre.)
Yo he pensado bien en la pregunta
que me habéis hecho aquí, y hallo que puede
lícitamente amar un hombre noble
la hermana de su amigo honestamente,
como casarse, y no otra cosa intente.

SANCHO:

Quedaos con Dios, que voy a dar respuesta
a quien me puso aquesta duda. Dadme
por un momento al buen Guzmán.

BERNARDO:

Que vaya
a serviros, y yo...

SANCHO:

Teneos, teneos,
que aquí ni hay cumplimientos ni era justo.

BERNARDO:

Siempre obedezco humilde vuestro gusto.
Váyase don Sancho y Guzmán
  Santísima amistad, cuando contemplo
los altos bienes que de ti resultan,
pues aun las mismas almas no se ocultan,
deseo ser imagen de tu templo.
Cuando miro de algunos el ejemplo
donde ningún peligro dificultan
para ver si las almas se consultan,
dos instrumentos unisones tiemplo.
El bien humano todo se confunde
sin la amistad, porque de muertas calmas
no hay vivo efeto que al vivir redunde.
De cuantas cosas hoy pretenden palmas,
el alma es lo mejor que el cielo infunde,
y el amistad es alma de las almas.
Sale don Ángela

ÁNGELA:

  ¿Ha mucho que estás aquí?

BERNARDO:

¡Oh mi don Ángela, a quien
deseando estaba el bien
que pudiera para mí!
¿Cómo va?, ¿qué haces ansí,
tan descuidada de verte
en alguna buena suerte,
que cada vez que te veo
me pesa que mi deseo
no pueda más de quererte?
  ¿Qué trata de casamiento
nuestro padre? ¿Qué imagina?
¿A qué persona se inclina?:
¿riqueza o merecimiento?
Yo procuro tu contento.
Más te quisiera casada
con un pobre, si te agrada,
que con rico a tu disgusto;
porque, en igualdad del gusto,
toda la riqueza es nada.
  La que, como tú, ya tiene
hacienda con qué pasar,
¿por qué ha de comprar pesar
donde más placer conviene?
Pienso que ya el novio viene
que mi padre concertaba.
Para mí seguro estaba
que mi voto no tuviera,
aunque más rico estuviera
que el que las Indias compraba.
  En fin, ¿qué resolución
para casarte ha tomado?

ÁNGELA:

Los deseos de mi estado,
de padre, Bernardo, son;
pero los de tu afición,
de padre, hermano y amigo;
y por eso más me obligo,
que al de mi padre, a tu amor
porque de amigo es mayor
y ansí descanso contigo.
  Acábame de decir
–y bien digo que me acaba,
pues con lo que me mandaba
es imposible vivir–
que acaba de recebir
dos cartas de un caballero
o mercader estranjero
que compra mi libertad,
mas dice mi voluntad
que me ha de matar primero.
  Es rico y no es a mi gusto.
Y, sin gusto, no hay riqueza
porque la naturaleza
se contenta con lo justo.
Y confirma mi disgusto
que hoy me dice que le espera.

BERNARDO:

Mal mi padre considera
el peligro a que te pone.
No me diga que le abone
la esperiencia con la edad,
que hacienda sin calidad
mucho el valor descompone.
  Lo que a ti bien te estuviera
era un noble caballero,
a quien diera su dinero
y él su calidad le diera;
que, cuando muy pobre fuera,
fuera muy rico a tu gusto;
que casarte a tu disgusto
con este rico estranjero
es venderte por dinero,
y no por el precio justo.
  Un hombre, al parecer mío,
como don Sancho era bueno.
De tantas virtudes lleno
y de tan gallardo brío,
cuya nobleza te fío
como quien tan bien la sabe:
blando, apacible, süave,
cuerdo, discreto, animoso;
entre humildes, amoroso,
y, con los soberbios, grave.
  ¿Hoy no le viste llegar
en mi alazán a esta calle?
¿No puede sólo aquel talle
toda nuestra casa honrar?
Ángela, si has de buscar
con los ojos un marido,
de aqueste molde, te pido
que le saques porque siento
que no hay rico sin contento,
ni pobre si le ha tenido.

ÁNGELA:

  Hablas como hombre discreto.
Vences, en tu mocedad,
a la esperiencia y la edad
de quien caduca. En efeto,
y desde aquí te prometo
de no casarme en mi vida,
si no fuere a la medida
de don Sancho la elección,
que el dinero no es razón
que, con las almas, se mida.
  Yo le buscaré de modo,
aconsejada contigo,
que a ese don Sancho, tu amigo,
venga a parecerse en todo.
Porque yo más me acomodo
a nobleza que a riqueza.
La bien nacida pobreza,
hacienda puede buscar,
mas no la hacienda comprar
la verdad de la nobleza.
  Con esto te queda aquí.
Y a mi padre le diré
que, sin dineros, me dé;
pues que con ellos nací
y está seguro de mí,
que no me meta en abismo
de tan ciego barbarismo,
si el marido que me ofrece
a don Sancho no parece
como si fuese lo mismo.


Váyase don Ángela

BERNARDO:

  No presumo que he tocado,
aunque con mano veloz,
instrumento que a mi voz
no estuviese acomodado.
La respuesta que me ha dado
me ha dado bien a entender
que algo debe de saber
del intento de mi amigo,
pero el que yo en esto sigo
es dársela por mujer.
Sale Guzmán

GUZMÁN:

  Lleno de pena vengo por la ausencia
de don Sancho, tu amigo.

BERNARDO:

¿Vienes loco?

GUZMÁN:

¿Loco? ¡Si se ha partido en mi presencia!

BERNARDO:

Para pensarlo, aun era el tiempo poco.
Sin darme parte, sin pedir licencia,
Guzmán, a justas quejas me provoco
contra Don Sancho.

GUZMÁN:

Este papel me ha dado.

BERNARDO:

Por abrir con enojo le he rasgado.
Lea
  «A mí me fue forzoso, hermano mío,
para partirme desde allí a Lisboa,
irme luego a Sanlúcar por el río».
Dichoso quien de amigo fiel se loa.
¿Hay tal locura?, ¿hay tanto desvarío?,
¡que se partió, Guzmán...!

GUZMÁN:

Sentado en proa,
le vi salir de la arenosa orilla,
mirando con suspiros a Sevilla.
  En tanto que la quilla le desagua,
el arráez al barco intentó medios
hasta que van los remos por el agua,
ya haciendo enteros círculos, ya medios.
¡Cómo parte veloz, india piragua!
De la Torre del Oro a los Remedios,
pasó el barquillo convertido en flecha,
dejándome por arco la sospecha.
  No te diré de lo que fue, prosigue
en tu papel.
Lee

BERNARDO:

«Desde Lisboa, hermano,
os diré la ocasión porque os obligue
a disculparme».
Ya lo intenta en vano.
¿Disculpa puede haber con que mitigue
tan grande agravio en un amor tan llano?
Guzmán, di la verdad de lo que es esto.

GUZMÁN:

¿Yo?

BERNARDO:

Tú, villano.

GUZMÁN:

En confusión me has puesto.

BERNARDO:

  ¡Vive Dios, que esta daga te sepulte
dos mil veces por ese infame pecho,
sin que ningún peligro dificulte!

GUZMÁN:

En verdad que el jarabe es de provecho,
señor, aunque disgusto te resulte.
No lo que sé, diré lo que sospecho.

BERNARDO:

Di la verdad, aunque mil vidas cueste.

GUZMÁN:

Todo me rompes.

BERNARDO:

¿Qué papel es este?

GUZMÁN:

  Hasme roto de suerte todo el pecho,
que el secreto, señor, se me ha caído.
Sabe que a mí me dio un papel tu hermana
para don Sancho. Yo, inocentemente,
se le di porque soy muy inocente.

BERNARDO:

Si te viera, Guzmán, el rey Herodes,
no anduvieras agora con papeles
porque eres inocente como dices.

GUZMÁN:

Diómele por engaño mi Señora.
Don Sancho, apenas vio lo que decía,
cuando los borceguíes cordobeses
trocó en flamencas botas, y las galas,
en un vestido pardo de camino;
y escribiendo el papel que a ti te he dado
y éste, a tu hermana, al arenal se parte;
y concertando un barco con un paje,
se fue solo a Sanlúcar y en la orilla
dijo: «¡A Dios, don Bernardo! ¡A Dios, Sevilla!».

BERNARDO:

¿Qué encantamento es éste?

GUZMÁN:

Quita el sello,
y sabrás la verdad.

BERNARDO:

Así comienza.
Lea
«Guzmán me dio, Señora, un papel vuestro.
En él decís que amor de vuestro hermano
ha inficionado vuestra casa toda,
de que os alcanza a vos la mayor parte.
Decís también que por mujer os pida.
¡Dichoso yo, si tanto bien cupiera
en un pecho tan pobre como el mío!
Yo sé que vuestro padre, codicioso
de hacienda, os ha casado –o que lo trata–
con un rico de hacienda y de honor, pobre.
La obligación que tengo a vuestro hermano
y el amor singular al que le debo,
me fuerza a usar con vos de cortesía,
y, porque no se queje eternamente
mi amigo de que yo traidor he sido,
me parto de Sevilla al mismo instante».
¿De qué sirve pasar más adelante?
¿Hay tal fineza?, ¿hay tal verdad? ¡Dichoso
don Sancho! ¿Quién merece tal amigo?

GUZMÁN:

Agora pocos hay desa manera.

BERNARDO:

Pues estimallos más, pues son tan pocos.
¡Que se haya ido de temor honroso
de no dar ocasión…!

GUZMÁN:

Amigo hubiera
que, no digo por treinta mil ducados,
pero por liviandad de un vil deleite,
comiera con su amigo y le vendiera.

BERNARDO:

Ése, enemigo, que no amigo fuera.
¿Cómo haré que don Sancho vuelva?

GUZMÁN:

Escribe
a Cádiz, a tu hermano Federico,
que le detenga.

BERNARDO:

Está tan envidioso
del amistad que entre los dos ha visto,
que antes me hiciera daño que provecho.
Pues ir por él es descubrirlo todo…
Mas ¿cómo fue por agua?

GUZMÁN:

La pobreza
le ha pasado por agua como huevo,
aunque el honor le estrella con las nubes.

BERNARDO:

Yo quiero hacerle un propio.

GUZMÁN:

Bien has dicho.

BERNARDO:

Ven conmigo a buscarle. ¡Ay, mi don Sancho!
¡Sin ti vivo en Sevilla!

GUZMÁN:

Honrado eres.

BERNARDO:

¿Por qué?

GUZMÁN:

Porque a un amigo pobre quieres,
que, en esta edad, se buscan los amigos
o poderosos ricos, o jüeces,
que presten y conviden muchas veces.
Sale Felisardo, viejo,
y Camilo y Ribera, criado

CAMILO:

  Hoy ha llegado a Sevilla.

FELISARDO:

Agravio Otavio me ha hecho,
pues no vino aquí.

CAMILO:

Sospecho,
y no es, señor, maravilla,
  que por más honestidad
se fue a posar con Ricardo.

FELISARDO:

¿Quién es Ricardo?

CAMILO:

Un gallardo
hidalgo desta ciudad,
  amigo suyo, y que ha estado
con él en Italia.

FELISARDO:

Aquí
fuera, Camilo, de mí
con mucho amor hospedado.
  Pero Otavio, como esposo
que ya de Ángela ha de ser,
quiere cortés proceder,
y de mi honor cuidadoso.
  Quiérole hacer un presente.

CAMILO:

Siempre fuiste liberal,
pero no hay presente igual
–ni que más salud le aumente–
  que licencia para ver
su esposa. Si ésta le llevo,
obligarasle de nuevo.

FELISARDO:

Hoy no sé si podrá ser…
  pero no es tarde mañana.
Esto le dirás.

CAMILO:

Yo voy.

FELISARDO:

Y dile cuán suyo soy.
Váyase Camilo
Llama, Bernardo, a tu hermana.

RIBERA:

  No está don Bernardo aquí.

FELISARDO:

¿Es Ribera?

RIBERA:

Sí, señor.

FELISARDO:

Llama a don Ángela. Amor
me tiene fuera de mí.
  Deseo a mis hijos dar,
mientras vivo, algún descanso
y en procuralle me canso,
para poder descansar.
  Federico ya procura
negociar, que yo he ganado,
con industria y con cuidado,
hacienda y renta segura.
  Y él sigue mi inclinación.
Don Bernardo, por la senda
de caballero, encomienda
su misma imaginación:
  da en andar acompañado
de nobles, gasta, pasea…
no digo que mal se emplea,
pero que me trae cansado.
  Que aunque son nuestros espejos
los hijos, quitan mil gozos
si vemos que gastan mozos
lo que ha de faltarles viejos.
  Ángela sola me falta
de darle es
tado.

ÁNGELA:

Sospecho.
que hablas en mí.

FELISARDO:

Bien has hecho,
mas no de qué tengas, falta.
  De tu virtud soy galán,
que padre agraviarte fuera,
que en mí nunca haber pudiera
las que en tu persona están.
  Ya tu marido ha llegado.
Soy galán, pues te le ofrezco,
si en la edad no lo parezco,
no niegues que en el cuidado.

ÁNGELA:

  ¿Marido?

FELISARDO:

¿De qué te alteras?

ÁNGELA:

Del nombre, fuera escusado;
pero de que haya llegado,
bien es, si lo consideras.
  Porque apenas me dijiste
que me querías casar,
cuando tratas de llegar
quien por ti solo escogiste.

FELISARDO:

  Si yo la vida te di,
después del primer Autor,
bien te dirá el mismo amor
que te confíes de mí.

ÁNGELA:

  Mi remedio bien podría,
pero mi gusto, no sé.
¡Qué diferencia se ve
entre tu edad y la mía!
  Tú mirarás con la luna
de tus prudentes antojos,
y yo, con la de mis ojos,
donde no hay prudencia alguna.
  Respondo a tus objeciones,
porque luego me dirás
que tus años saben más.

FELISARDO:

Anticipas las razones.

ÁNGELA:

  ¿Será yerro preguntarte
señas, siquiera, de un hombre
a quien le das ese nombre?

FELISARDO:

Antes gusto de informarte.
  Él tiene mediana edad,
de talle muy prevenido
a condición de marido,
que es la mayor calidad.
  Humilde traje, y mirado
por las cosas de su hacienda.
En fin, para ser tu prenda,
de mis pinceles pintado.

ÁNGELA:

  No me agrada la pintura,
siendo siempre los retratos
más liberales que ingratos
al resplandor y hermosura.
  Pues si el retrato, señor,
que es siempre tan lisonjero,
es tan humilde y grosero,
no será el dueño mejor.
  Años, mal talle, escaseza…
y no sé qué más que oí:
no será casarme a mí,
sino a ti con su riqueza.
  Un mancebo liberal,
gallardo, valiente, hermoso,
noble, cuerdo y generoso,
no me estuviera tan mal.
  Así, a la traza y medida
de un don Sancho, que entra aquí.

FELISARDO:

Pues ¿cómo quieres –me di–
que con don Sancho le mida?
  En mi tiempo no se usaban,
ni aun en los cuentos fingidos,
moldes de cortar maridos,
ni medida les tomaban.
  ¿Dónde hallaré caballero
que venga por largo y ancho
en la horma de don Sancho
como fieltro de sombrero?
  No sé qué piense de ti,
pero quédate a pensallo,
que si lo que siento callo
después lo sabrás de mí.


-Váyase Felisardo-

ÁNGELA:

  Un sabio Rey de Persia, desde veinte
y menos años, viendo sus engaños,
hizo pintar su vida por sus años
todos los meses a un pincel valiente.
Mandó fijar la de cincuenta enfrente
de sus jardines y olorosos baños,
y en las historias destos varios paños
formaba espejos a la edad presente.
Si quería culpar a un mozo nuevo,
mirábase en la edad que lo habia sido
y disculpaba al que picaba el cebo.
Quien ha llegado a edad ponga el sentido
en dejar que quien viene atrás, mancebo,
pase por el camino que ha venido.
Váyase, y salgan Julia,
y don Bernardo, y Guzmán

BERNARDO:

  Con esta tristeza vengo.

JULIA:

No poco me pesa a mí,
porque basta verla en ti
para tener la que tengo.

BERNARDO:

  Fuese sin decirme nada
porque, a saber la ocasión,
aunque tuviera pasión,
tuviera pasión templada.

GUZMÁN:

  El partirse de improviso
fue ver que, si te avisaba,
al instante se quedaba
que tuvieras el aviso.
  Y espántome yo de ti,
que quieras bien a un ingrato.

JULIA:

Es por hacer un retrato
en escaparse de mí.

BERNARDO:

  Luego ¿soy ingrato yo?

JULIA:

No importa: tiempo ha llegado
de vengarme.

BERNARDO:

¿Habrás pensado,
Julia, casarte?

JULIA:

Pues no.

BERNARDO:

  ¿Cómo?

JULIA:

El novio que ha venido
para tu hermana, Bernardo,
de mi buen padre Ricardo,
el mayor amigo ha sido.
  Posa en casa, y de manera
anoche le parecí,
que trueca el ángel por mí,
aun antes de ver su esfera.
  Ya están medio concertados
mi padre y él.

BERNARDO:

Bien te diera
Ángela albricias, si fuera
cierto.

GUZMÁN:

Ya habláis de picados
  ¿para qué es amartelar,
Julia, a este pobre Amadís,
dar cominos por anís
y tártagos, por azahar?
  Y tú, con boca de almíbar
y el alma de queso fresco,
¿para qué te haces tudesco
y pasas tragos de acíbar?
  Tú, Julia, no le darás
al señor italïano,
por todo el mundo, la mano
que a don Bernardo le das.
  Y tú, no finjas que sientes
menos que muerte de ver
que sea, de otro, mujer,
teniendo el alma en los dientes.

BERNARDO:

  Si ella dice que se casa,
¿qué quieres? Su gusto sigo.

JULIA:

Y si él no lo está conmigo,
¿qué mucho, si bien lo pasa?

GUZMÁN:

  ¡Ea!, que es esto de enojos…
cuando es tan breve el lugar,
tener después que llorar…
¿Qué miras con falsos ojos
  y tú, muy a lo discreto,
si un albéitar que os tomara
los pulsos adivinara
el aparato secreto?
  Daca esa mano y mirad
a qué punto habéis llegado,
pues un lacayo cuitado
hoy hace vuestra amistad.

JULIA:

  Yo no me enojo con él.

BERNARDO:

Ni yo con ella, Guzmán.

GUZMÁN:

Satisfaciones se dan.
¡Ea! tú, poza de miel,
  daca esa mano.

BERNARDO:

Por mí,
que me place.

JULIA:

Ésta es la mía.

GUZMÁN:

¡Qué presto! No lo decía
por tanto…

JULIA:

Guzmán, yo sí.

GUZMÁN:

  ¿Es, por tu vida, verdad
lo del novio?

JULIA:

Por los ojos
de Bernardo tras enojos,
que tienen mayor beldad.

BERNARDO:

  Pues, Julia, ¡triste de mí!,
¿qué es lo que habemos de hacer?

JULIA:

Que sea yo tu mujer,
viniendo esta noche aquí.

BERNARDO:

  Pues… ¿abrirás?

JULIA:

Puerta y alma.

GUZMÁN:

Y a la mañana, ¿qué habrá?

JULIA:

Que el sol, si quiere, saldrá.

GUZMÁN:

Y es más llano que la palma.

BERNARDO:

  Julia mía, yo vendré
a las once en punto aquí.
Vuelve a decir «sí».

JULIA:

¿Que es «sí»?
«Sí», con cien eses diré.

GUZMÁN:

  Cuando muchas erres junta,
bien borracho está quien bebe.
Quien da más eses que debe,
vino de amor le pregunta.
  Hechos estáis dos pellejos.
¡Brindis!
Sale Leonor

LEONOR:

Tu padre está aquí.

JULIA:

¿Qué haremos? ¡Triste de mí!

GUZMÁN:

De improviso no hay consejos.
  ¿Tienes manillas?

JULIA:

Sí tengo.

GUZMÁN:

Una te quita.

JULIA:

Ésta es.

GUZMÁN:

Dásela a Bernardo.

BERNARDO:

¿Pues?

GUZMÁN:

Diré que contigo vengo.
  Y tú, a traerla.

BERNARDO:

¿A qué efeto?

GUZMÁN:

A que en la iglesia la hallaste
y del dueño te informaste.
-Sale Ricardo, viejo, y Otavio-

RICARDO:

Procedes como discreto;
  pero, sin la voluntad
de Julia, yo no me atrevo.

OTAVIO:

Conozco lo que te debo.

BERNARDO:

Sólo en albricias me dad
  el recebir el deseo.
¿Qué gente es ésta?

JULIA:

En favor
os pido que a mi señor
habléis, pues aquí le veo.

BERNARDO:

  Por servidor me tened.

RICARDO:

¿Qué es, señor, lo que mandáis?

BERNARDO:

Aunque no me conozcáis,
quiero que me hagáis merced.
  Perdió una manilla ayer
la señora Julia, y yo
la hallé donde la perdió,
y al fin la vengo a traer,
  que no quise que tuviese
sola la mano. Y así
se la traigo porque a mí
la prenda me agradeciese.
  Ya no dormirá sin ella.

RICARDO:

En buena mano cayó.

JULIA:

Tan buena, que pienso yo
honrarme ya de tenella.
  Y si vos la queréis dar,
con ella os quiero servir.

BERNARDO:

La mano que ha de ceñir,
no la pretendo agraviar;
  ni me la deis, que no es cosa
que agora me viene bien;
ni que manilla me den,
que la tendré por esposa.
  Basta que en obligación,
aunque penséis que os serví,
esposa lleve de aquí
cuando llegue la ocasión.
-Váyanse-

GUZMÁN:

  Bien lo has dicho.

RICARDO:

¡Qué mancebo
tan gallardo y bien hablado!

LEONOR:

El escribano ha llegado.

RICARDO:

Julia, hoy soy padre.

JULIA:

Yo debo
  ser hija en obedecerte.

RICARDO:

Vamos a hacer la escritura.

OTAVIO:

¡Oh soberana hermosura!
¿Qué más firmeza que verte?

JULIA:

  ( Poco importa pues aguardo,
en dando las once, ser
la más dichosa mujer,
siendo mujer de Bernardo.)
Entren, y salgan Felisardo
y don Ángela y Federico

FELISARDO:

  Dar puedes el parabién
a don Ángela mil veces.

FEDERICO:

En cambio del bien venido
se le daré justamente.
Mas ella sabe que a mí,
porque agora llego, puede
dármele; mas yo, señor,
no sé la ocasión que tiene.

FELISARDO:

Es la ocasión, Federico,
que se ha casado.

FEDERICO:

Prospere
sus bodas, señor, el cielo.
Mucho paga, en tiempo breve,
que un hombre deje su casa
y que sus parientes, deje.
¿Con quién te has casado?

ÁNGELA:

Yo
soy, hasta agora, obediente
al gusto de nuestro padre,
que un estranjero me ofrece.
Pero como tú le he visto,
que agora de Cádiz vienes.

FEDERICO:

Lo que mi padre y señor
–tan cuerdo, noble y prudente–,
don Ángela, te buscare,
eso sólo te conviene.
¿Dónde está?

FELISARDO:

Pienso que agora,
de Otavio, Ricardo es huésped
por conocimiento antiguo.
[Sale una criada]

CRIADA:

Tu hermano, señora, viene.
Salen don Bernardo y Guzmán

BERNARDO:

¡Federico, hermano mío!

FEDERICO:

¡Bernardo!

BERNARDO:

Dame mil veces
tus brazos.

FEDERICO:

Con justo amor
los honras, pues me le debes:
hallo a mi hermana casada.

BERNARDO:

(Para entre nosotros puedes
tener la boda por burla.

FEDERICO:

Eso mismo me parece.)

BERNARDO:

¿Qué hay en Cádiz?

FEDERICO:

Una nueva
tan triste de quien más quieres,
que, con dártela, te pago
los brazos injustamente.
Llegó don Sancho a un negocio
–según me dijo– tan breve
que, para cenar conmigo,
aun no quiso detenerse.
Partiose con solo un hombre
en un paraje y de suerte
que, antes que otro día el sol
dorase los campos verdes,
vino nueva que es cautivo.

BERNARDO:

¿Qué dices?

FEDERICO:

Bien sé que sientes
su desdicha.

FELISARDO:

Don Bernardo,
Otavio quejarse puede
si no voy a visitarle
y nuestra casa ofrecerle.
A verle voy.


-Váyase Felisardo [y la criada]-

BERNARDO:

¿Has oído,
Ángela, dolor como éste?
El solo bien que tenía,
el fin de todos mis bienes,
el descanso de mis males;
el que, en los tiempos alegres,
se alegra con mi alegría
y, en los tristes, se entristece;
el que es mitad de mi alma,
el Pílades deste Orestes,
el Euríalo de Niso,
el Hefestïón valiente
del más dichoso Alejandro,
aunque dos mundos sujete;
el Acates deste Eneas,
y el Cástor resplandeciente
deste Pólux desdichado,
que ausente de su luz muere;
¡don Sancho, en fin, es cautivo!

ÁNGELA:

¿Qué dices?

FEDERICO:

Que ya no esperes
ver a don Sancho en tu vida.

ÁNGELA:

¡Gran desdicha!

GUZMÁN:

¡Estraña suerte!
¿Don Sancho, preso?

FEDERICO:

De un moro
que en Argel su casa tiene.
Salí Jafer es su nombre,
aunque nacido en los Vélez.
Pésame de haberte dado
tal nueva; mas porque intentes
su rescate, ha sido justo,
y que a sentirlo te deje.
Yo me voy a descansar.
Váyase Federico

BERNARDO:

Don Ángela…

ÁNGELA:

¿Qué me quieres?

BERNARDO:

El alma tengo en Argel.
¿Tienes qué darme?

ÁNGELA:

No pienses
que tengo joya o cadena
que a su rescate no trueques.

BERNARDO:

Entra y júntame tus joyas.

ÁNGELA:

Voy, y plega a Dios que llegue,
hasta dártelas, con vida.
-Vase-

GUZMÁN:

Las lágrimas entretiene
como en cuello de redoma,
que por mucha se suspende.

BERNARDO:

Guzmán, hoy me parto a Argel.

GUZMÁN:

¡Linda locura!

BERNARDO:

Resuelve
la duda en que has de ir conmigo.

GUZMÁN:

¿Entre moros?

BERNARDO:

Entre sierpes.

GUZMÁN:

¿Ya se te olvida que Julia
te aguarda a las diez? Detente,
si quiera esta noche sola,
pues tal ocasión te ofrece.

BERNARDO:

El que es verdadero amigo,
todo lo deja y lo pierde.
Piérdase Julia, Guzmán.

GUZMÁN:

¿Es posible que la quieres?

BERNARDO:

Más que al alma… pero, en fin,
ver que don Sancho padece,
me ha quitado todo el gusto.

GUZMÁN:

Serás, de amistades, Fénix.

BERNARDO:

Seré, a lo menos, Guzmán,
el amigo hasta la muerte.