El amor platónico
Nota: se ha conservado la ortografía original, excepto en el caso de la preposición á.
Así le llaman...
¿A quién le llaman así? Principiemos por conocer al sujeto de quien vamos a hablar. ¿Quién es el amor platónico?
Por más que le he buscado por todas partes, no he podido encontrarle nunca.
Le he buscado en los ojos de un hombre enamorado.
Aquí ha estado algún tiempo —me han dicho; —pero se ha marchado ya, porque ya no hacía nada útil.
Le he buscado en los ojos de una mujer sensible.
—No está —me han respondido; —le hemos echado porque no nos servía.
Le he buscado en los labios de un pollo.
—Puede usted esperarle; puede ser que venga, pero no es seguro; porque una vez que vino, se asustó de que habláramos fuerte.
Le he buscado en el corazón de una mujer de mundo.
—Aquí no vive. Ni le conocemos siquiera.
Por último, le he buscado en el aire.—¡Eh! suspirito, tenga usted la bondad... ¡el amor platónico!
—No sé decirle a usted, va y viene, pero a veces desaparece y no sabemos de él.
Y yo me he desesperado y he dicho:—¿Dónde estará?
Cansado de buscarle en vano en los ojos, en los corazones, en las palabras y en los suspiros, me he decidido a preguntar a la gente.
Y he empezado diciéndole a una niña: —¿Sabes algo del amor platónico?
—Sí, yo le he tenido de huésped en mi alma; pero ya le....
—¿Por qué?
—Porque me voy a casar.
Me he dirigido a un joven:
—¿Me da usted razón del amor platónico?
—Sí, señor. Es un amor que empieza por ponerle a uno muy triste y por obligarle a mirar a una mujer; luego le dice a uno: —¡Qué hermosa es! ¿verdad? ¡Qué grato sería amarla a distancia como se ama a las palmeras! Adorarla, divinizarla, quererla sin llegar a ella, sin tocarla siquiera...
Y uno dice: ¡es verdad!
Pero al poco tiempo uno se cansa de amar de lejos y de hablar con suspiros, y de hacer versos, y de soñar despierto; quiere uno más, y entonces el amor platónico se enfada y se va.
—Muchas gracias. ¿No sabe usted dónde podría yo encontrarle ahora?
—Acaso en aquella mujer de ojos lánguidos...
Me dirijo a la mujer de ojos lánguidos:
—Señora, ¿está ahí el amor platónico?
—¡0h, no, señor! Soy viuda.
Me retiro y me dirijo a un poeta:
—¿El amor platónico?
-¿Qué?
—¿Qué dónde está?
—¡Bah! ¡Quién sabe! En la rosa, en el crepúsculo, en la noche de luna ¡quién sabe!
Me dirijo a la rosa, al crepúsculo, a la noche de luna, a la quintilla, al madrigal...
Nadie responde, nadie me da razón.
Por último, me toca en el hombro un coronel de lanceros, hombre corrido y amigo íntimo de todos los amores.
—No se canse usted, me dice. Al amor platónico no es fácil encontrarle, porque recorre todos los corazones y no se detiene en ninguno. Es el precusor de la pasión, el padre del deseo y el seductor misterioso de la vil materia. Todos le albergamos un día, pero en seguida le echamos para ceder el puesto a cosas más positivas.
Desde que he oído esto, he renunciado a buscar mi bello ideal. El vendrá cuando quiera y se marchará cuando se le antoje.